sábado, 10 de noviembre de 2012

Minicuentos 46





Pilurica                                                                                                                            
Manuel Mejía G.

Mi amigo el ojeroso Guarda besó a Pilurica con tantísimo ardor que a mitad de beso comenzó a succionar y sin que se dieran cuenta ni él ni ella, se comió a su novia. Es lo que tienen los besos apasionados.
Los papás de la niña parece que van a demandar y mi amigo anda bien nervioso y dice que todo le sabe a Pilurica.
    

                                                                                   
Las meigas
Jorge Esquinca

Estas dos mujeres, que aparecen cara a cara en la entraña lunar de la fotografía, han guardado silencio por un instante conciliador. Buscan establecer una comarca propia para reconocerse, para saberse ambas aprendices, ambas detentadoras de un antiguo poder.
Nadie parece turbarlas en el borroso interior que la fotografía apenas logra mostrar; nada parece interponerse entre ellas y el asumido deseo de mirarse, una a otra, largamente, ahora que el instante es un blando destello que se prolonga entre las dos, una extraña ramificación del árbol mayúsculo bajo el que se hallan detenidas, mirándose en silencio.
Sin embargo, una duda empaña la taimada contemplación: si cada de estas blancas mujeres, previsiblemente enlutadas, fuese la exacta réplica de la otra, ¿qué sería de nuestro mundo?

Frecuentación de la muerte
Marco Denevi

María Estuardo fue condenada a decapitación el 25 de octubre de 1586, pero la sentencia no se cumplió hasta el 8 de febrero del año siguiente. Esa demora (sobre cuyas razones los historiadores todavía no se han puesto de acuerdo) significó para la infeliz reina un auxilio providencial. Dispuso de ciento cinco días y ciento cinco noches para imaginar la atroz ceremonia. La imaginó en todos sus detalles, en sus pormenores más ínfimos. Ciento cinco veces salió una mañana de su habitación, atravesó las heladas galerías del castillo de Fotheringhay, llegó al vasto hall central. Ciento cinco veces subió al cadalso, ciento cinco veces el verdugo se arrodilló y le pidió perdón, ciento cinco veces ella le respondió que lo perdonaba y que la muerte pondría fin a sus padecimientos. Ciento cinco veces oró, apoyó la cabeza en el tajo, sintió en la nuca el golpe del hacha. Ciento cinco veces abrió los ojos y estaba viva. Cuando en la mañana del 8 de febrero de 1587 el sheriff la condujo hasta el patíbulo, María Estuardo creyó que estaba soñando una vez más la escena de la ejecución. Subió serena al cadalso, perdonó con voz firme al verdugo, oró sin angustia, apoyo sobre el tajo un cuello impasible y murió creyendo que enseguida despertaría de esa pesadilla para volver a soñarla al día siguiente. Isabel, enterada de la admirable conducta de su rival en el momento de la decapitación, se pilló una rabieta.

¿Sueños?                                                                                                                         
Bernardo Esquinca Azcárate

Un hombre sueña que se mira en el espejo. Sueña también que su reflejo sueña que se ve en el espejo. Si en vez de despertarse el hombre, se despertara el reflejo, ¿qué pasaría? Este hombre quedaría atrapado, dormido y soñando en la página de este cuento.

Autismo
Judas María Velazco

De niña, siempre me gustaba ver pasar el Tiempo. Por las ventanas frente a mi casa, con los cambios de sus decorados, de sus cortinas; (las caras, —de cuando en cuando— distintas y asomadas al balcón de las décadas), yo veía asombrada como el Tiempo velozmente pasaba, sin casi advertirlo.
Notaba también que el Tiempo pasaba, por los cambios de las modas en el ropero; en la sonrisa centelleante de mi alegría o en la dulzura de mi tristeza; en las puertas que se abrían y se cerraban al paso de amores y de decesos; en la música que aherrojaba instantes y emociones.
Veía pasar al Tiempo, en las personas que ocupaban diferentes alcobas en mi casa.
Y de repente ya no lo vi más. Se detuvo para siempre en la figura aborrecible y testaruda de una viejecilla que insiste en asomarse frente a mi espejo.

Explorador
Alfonso Reyes

El pobre explorador Ericsson vino al mundo cuando ya toda la tierra estaba descubierta. Entonces se dedicó —dedo en ristre— a explorar sus narices.

Inversamente proporcional
Alejandro Jodorowsky

Un señor utiliza sus energías en coleccionar objetos. Otro decide eliminar los que tiene. Cuando no le quedan objetos materiales, comienza a eliminar movimientos, ideas, recuerdos, sentimientos, que considera innecesarios. Llega a una inamovilidad completa. El coleccionista los recoge para colocarlos en un gran armario entre sus otros objetos.