Nélida Piñon, autora de La república de los sueños. invitada central de la FILbo 2012. foto: Efe. fuente:elespectador.comLa escritora Nélida Piñon le abrió a El Espectador las puertas de su casa en Río de Janeiro. El mundo más privado de esta autora da cuenta de esa literatura que la ha llevado a ganar los más importantes premios de la lengua castellana
Nélida Piñon abre la puerta de su casa, ubicada en un barrio elegante de Río de Janeiro. Arreglada para recibir a sus visitantes, saluda con sonrisa y con las estrechas posibilidades que le dan sus ojos tan rasgados. Su sala está llena de cosas y a primera vista da la sensación agobiante. Luego, esa suma de objetos, de autorretratos pintados y colgados en la pared, terminan cobrando un sentido: son un memorial por el que se puede recorrer sus 75 años de vida.
Destapa champán a pesar de que sean las 10 de la mañana y pone sobre la mesa pasteles de queso. La comida que dilata el tiempo de la entrevista permite reconocer en esa apretada colección de autorretratos que tiene sobre un mostrador varias fotos junto a la famosa editora española Carmen Balcells, la responsable quizás de que a mediados de los años 70 las letras de la escritora Nélida Piñon salieran de la geografía brasileña.
La imponente presencia de la editora entre sus cosas más personales no es gratuita, Balcells hizo de Piñon una excepción del resto de escritores brasileños que permanecieron por tantos años ensimismados. "Yo le mandé algunos manuscritos, ella los leyó con dificultad porque no conocía bien el portugués, pero la inquietaron al punto que mandó un agente literario para que me conociera, pero yo me había ido a Nueva York, así que nuestro encuentro se postergó hasta que alguien le habló casualmente de mí, y ella le solicitó mis coordenadas en Estados Unidos", recuerda Nélida Piñon.
Balcells se hizo luego su amiga, bautizó incluso a una de sus hijas con el singular nombre de Nélida y confesó, el día en el que le entregaron a la escritora el premio internacional Menéndez Pelayo, que esa brasileña de origen gallego era la única autora de su elenco que también se había convertido en su amiga personal, "una de los pocas capaces de levantarme el ánimo". Con su amistad vinieron las fiestas y Nélida Piñon se hizo también amiga de otros escritores de su generación, de Vargas Llosa, García Márquez y Carlos Fuentes.
Pero el mérito de que la literatura de Nélida Piñon conquistara otras lenguas y lejanas latitudes no es sólo atribuible a la sagacidad de la experimentada editora. Su literatura misma estaba preparada para ese viaje, ese extravío. En ella pervivía un temprano cosmopolitismo, a la vez que una inquietante mirada sobre la cultura del mestizaje que sería bien comprendida por los países de habla hispana. Había en sus libros también gravitando una cierta universalidad que ella misma, desde su infancia, había perseguido para su ser casi con convicción religiosa.
Mientras nos adentramos en su infancia y en medio de la charla informal en la que se ha tornado la entrevista, Nélida Piñón interrumpe la sala con un silencio. Se queda pensativa y sus ojitos rebuscan entre las paredes hasta dar con una placa metálica en marco de paño. "Esta es una de las cosas más importante de mi vida, es un título de hija adoptiva de la tierra de Galicia", dice la escritora, viajera desde niña, de padres gallegos que le heredaron sangre llena de otras proveniencias y que siendo hija del sol vio en la nubes grises de esa tierra española y en los mantos negros que llevaban las mujeres sobre sus pelos, la evidencia de otro mundo. "Galicia se convirtió en mi mito, en una especie de tierra prometida", dice la escritora con nostalgia.
Ese sentimiento —el de que esa experiencia de Galicia, de la otra tierra, le había anchado su mundo— la perseguiría siempre en su narrativa. "Al presentarme como brasileña, soy automáticamente romana, egipcia, hebrea. Soy todas las civilizaciones que arribaron a este campamento brasileño. Fuimos portugueses, españoles y holandeses hasta llegar a ser brasileños", reconoció Piñón en uno de los momentos culminantes de su carrera, al recibir en 2003 un premio a su literatura.
Ese mismo carácter universal que la hizo fácilmente traducible fue justamente el que alentó a los jurados a otorgarle en 2005 el premio Príncipe de Asturias: "Nélida Piñon ha trasladado al ámbito universal la compleja realidad de Iberoamérica con una prosa rica en registros, que incorpora con extraordinaria brillantez las distintas tradiciones y raíces culturales del continente latinoamericano".
Pero sus esfuerzos por arropar otras tierras con sus personajes de carne no fueron sencillos. Al final, y aun cuando estuviera armada de ese espíritu y de sus buenos amigos del mundo literario, Nélida Piñon vivía en una tierra que por mucho tiempo estuvo aislada del resto del mundo que la circundaba. "Cuando mi literatura empezó a ser traducida, nosotros los brasileños no conocíamos mucho del resto de Latinoamérica, pero conocíamos más de lo que ustedes siquiera podían intuir de nosotros. En 1961 yo había leído Borges, ustedes en el resto del subcontinente incluso hasta hace muy poco tiempo no conocieron la genialidad de Machado de Asís, para mí el primer escritor urbano de todas las Américas. Mientras el mundo hispánico se preocupaba por las flores y las costumbres, él hablaba de la ciudad de Río con una modernidad extraordinaria", dice tajante la escritora, quien asegura que con participaciones como la que hace Brasil en la Feria del Libro de Bogotá, esa distancia por fin empieza a borrarse.
La comida no se acaba, pero Nélida Piñon, quien recién ha aterrizado de un viaje desde París, empieza a hablar más bajo y a mostrarse cansada. A pesar de los años, los viajes para dictar conferencias y clases en universidades de todo el mundo no dan tregua. Tampoco da tregua su escritura: acaba de terminar una novela y de forma paralela ha ido recopilando sus cuentos para crear una antología. Pero ahora hay dos cosas en las que la autora de El calor de las cosas (1980) y La república de los sueños (1984) quisiera invertir más su tiempo, "y no es que esté pensando en la muerte", advierte con una risotada de gracia: "Tengo una cierta urgencia de organizar mis textos y mi amplio archivo personal", dice Nélida Piñon, quien quiere además pasar más tiempo con su perrito, cuyo nombre traduce Astilla Pequeña y que casi por obvias razones decide resguardar en secreto.