El hogar
István Örkény
La niña sólo tenía cuatro años, sus recuerdos, probablemente, ya se habían desvanecido y su madre, para concienciarle del cambio que les esperaría, la llevó a la cerca de alambre de espino; desde allí, de lejos, le enseñó el tren.
-¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.
-Y entonces ¿qué pasará?
-Entonces ya estaremos en casa.
-¿Qué significa estar en casa? –preguntó la niña.
-El lugar donde vivíamos antes.
-¿Y qué hay allí?
-¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás encontremos también tus muñecas.
-Mamá, ¿en casa también hay centinelas?
-No, allí no hay.
-Entonces, de allí ¿se podrá escapar?
El nacimiento de la col
Rubén Darío
En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes de que Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más linda rosa nueva en el momento en que ella tendía, a la caricia del celesta sol, la roja virginidad de sus labios.
-Eres bella.
-Lo soy -dijo la rosa.
-Bella y feliz – prosiguió el diablo-. Tienes el color, la gracia y el aroma. Pero…
-¿Pero?...
-No eres útil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Ésos, a más de ser frondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo sus ramas. Rosa, ser bella es poco…
La rosa entonces –tentada como después lo sería la mujer- deseó la utilidad, de tal modo que hubo palidez en su púrpura.
Pasó el buen Dios después del alba siguiente.
-Padre –dijo aquella princesa floral, temblando en su perfumada belleza-, ¿queréis hacerme útil?
-Sea, hija mía –contestó el Señor, sonriendo.
Y entonces vio el mundo la primera col.
Pregunta
Jorge E. López C.
Tuvo que ir a consultar con el gerente, pues era su primer cambio de moneda en el banco. Sí, moneda del planeta Marte.
Parábola del submarino
Omar Casanova Rivera
—¡Viejo, la puerta!
—¡Déjala así!
—¿No puedes dejar el submarino por un momento y cerrarla?
—No puedo.
—¿No te molesta oírla?
—¿Te molesta a ti?
—¡Lo que me molesta es ver cómo pierdes el tiempo con ese aparato!
—Es un submarino.
—¡Un submarino!...¡Con cien años y jugando con un submarino!
—¡No estoy jugando, Angélica!
—Ve y ciérrala, después puedes seguir, se va a destrozar.
—¿Quiénes?
—¡Por favor!... Si la cierras te cuento lo que hablé con Alejandra.
—No me interesan esas conversaciones, menos, si se trata de esa loca.
—No está loca, está vieja.
—¿Y no es una locura ponerse viejo?
—Lo único que te pido es que vayas a cerrar la puerta.
—Lo que quieres es que deje lo que estoy haciendo. Ve tú.
—¿Y dejar la brea?...¡Nunca has sabido calafatear nada!
—¿Quién lo está armando?
—Lo estamos armando los dos, aunque no sirva para nada.
—Parece un sarcófago, Angélica.
—Es un submarino.
—Hubiera sido mejor hacer un barco.
—Todos saben hacer barcos, un submarino no lo hace cualquiera
—¿Querrás decir un sarcófago?... Cabemos los dos.
—Hubiera sido ridículo navegar y todos mirándonos con lo viejos que estamos.
—¿Prefieres ver el fondo del mar, las coralinas meciéndose?
—La puerta se desbarata si no la cierras.
—¿Nunca jugaste con una puerta? ¿Y si dejamos esto y jugamos con ella?
—Estas peor que Alejandra.
—Esa está vieja; en cambio, yo estoy haciendo un submarino para nosotros.
—¿Y navegará?...¿Crees que podamos navegar?
—Ya estamos navegando, Angélica.
foto:lectores brasileños leyendo en el campo