El autor de Opio en las nubes es una figura de culto en la literatura colombiana. Ahora se publica El pájaro Speed y su banda de corazones maleantes, que permaneció guardada muchos años después de su prematura muerte. Esta es la historia de cómo salió a la luz la novela
Novela inédita de Rafael Chaparro Madiedo.ilustración, ElCiclopemiope.fuente:revistaarcadia.com |
Un hombre que muere a los treinta y cinco años es en cada momento de su vida un hombre que muere a los treinta y cinco años. La frase es de Moritz Heiman. Rafael Chaparro Madiedo murió a los treinta y un años y en cada momento de su vida fue un hombre que moriría a los treinta y un años. Lo fue cuando compró un Renault 4 beige con el que andaba a toda mecha y dejaba tirados a carros último modelo, lo fue cuando leyó a Celine, a Rimbaud, a Rulfo, a Bukowski y a Faulkner, cuando prendía un cigarrillo de los veinte que se fumaba al día, cuando caminó por última vez en brazos de su padre por las calles del barrio Niza. Pero sobre todo fue ese hombre que moriría a los treinta y un años cuando se sentaba a escribir.
Opio en las nubes, novela ganadora del Premio Nacional de
Literatura en 1992, está cruzada por el lupus, enfermedad crónica que le
fue diagnosticada a los veinte años. Ese único libro bastó para que
decenas de lectores jóvenes comprendieran qué significaba vivir en
soledad y acercarse a la muerte en Bogotá a finales del siglo XX.
Escrito con un lenguaje incendiario, desprendido, ingenuo y triste a la
vez, con personajes que desayunan vodka y huelen a gasolina, donde a la
calle 85 de Bogotá se le conoce como Avenida Blanchot, el puente
peatonal que la cruza es un puerto y el barrio El Polo hace de mar,
aquel libro se ganó una legión de adeptos por encima de la cólera de
muchos críticos de salón. Chaparro había logrado retratar de una forma
nueva su ciudad y de paso le había robado unos minutos al gran evento.
Claudia Sánchez fue la última de las mujeres que amó Chaparro. Estuvo
en la clínica donde fue recluido y fue ella quien dio la noticia de su
muerte a la familia el martes de pascua de 1995. Sus riñones colapsaron
después de que un Volkswagen lo hubiera atropellado en el cruce de la
Avenida 19 con 5 dos meses antes. Claudia sabía que la condena siempre
estaba presente: “Le encantaba ir a que le leyeran las manos, la piedra,
el iris, las cartas... Lo que sea para que alguien dijera que tenía
futuro. Aunque en el fondo también se le volvió como un juego, un reto, a
ver quién le contradecía su destino, unas ganas de divertirse mientras
se podía”. Además, estuvo con él durante el proceso de escritura de una
segunda novela que ha estado guardada diecisiete años y que será
publicada por la española Tropo Ediciones. La comenzó a escribir “meses
antes de conocernos. Eso fue en el 93. Y cuando por fin la tuvo lista,
me la llevó a mi casa. Él vivía en Niza, yo en Villa del Prado y llegó
como a las once de la noche, emocionadísimo. La leí de un tirón y luego
hablamos por dos días enteros sin parar, literalmente. Comimos perros
calientes y bebimos vodka y jamás he vuelto a ver a nadie más
entusiasmado con algo que haya creado”. La leyenda de otra novela
firmada por Chaparro se conocía entre sus admiradores más fervientes.
Uno de ellos es Alejandro González, que se graduó con una tesis titulada Crónicas de “Opio”; testimonios del escritor que quería ser gato.
González desenredó el misterio, la existencia de dos manuscritos de
aquella novela, uno en poder de la familia con anotaciones del autor y
otro en limpio que guardaba Manuel Hernández, profesor de Chaparro en la
Universidad de los Andes, donde estudió Filosofía. González lo
entrevistó hace unos años: “Un buen día Rafael se apareció en mi
apartamento y me regaló un manuscrito, la versión corregida y final de
la novela inédita que él dejó y que todavía conserva su familia. (...)
Un texto que me entregó, de seguro, con la intención de prolongarse
después de la muerte. Lo triste del asunto es que esta novela inédita es
para mí como un dolor de muela, pues sigue la misma línea de su
predecesora y yo no poseo ningún derecho sobre ella, por tanto no puedo
publicarla. Eso me atormenta bastante y es un deseo personal sacarla de
la estantería donde la tengo así no tenga manera de saber cuál es la
voluntad de Chaparro sobre esto”.
Mario de los Santos, que publicó en España Opio en las nubes,
se enteró de la existencia del libro y se lanzó a su caza. Durante un
viaje a Bogotá convenció al padre de Chaparro de que lo dejara
publicarla en su editorial. Después de un trabajo intenso de limpieza,
en el que cotejó las dos versiones, Tropo Editores está listo para
soltar a El pájaro Speed y su banda de corazones maleantes, una
novela donde sin duda Chaparro lleva al extremo sus intenciones
literarias y una vez más lo hace con la muerte en la garganta, como
afirma Claudia: “En El pájaro Speed el tema es más bien cómo
uno engaña a la soledad teniendo amigos que se fusionan contigo hasta el
punto de volverse uno mismo. Esa quizás es la forma más efectiva de
distraerse de la mortalidad”.
Speed y sus amigos caminan por aceras rotas, amanecen en parques de
barrio con el pasto crecido y una fina lluvia de viernes, roban whisky
de los supermercados, pasan varias noches en una estación de policía,
duermen en casa de Crazy Mamma, que sonríe y parece decir “hey, muchacho
toma las cosas con calma; hey, muchacho cuando vayas a matar a alguien,
mátalo con calma; cuando vayas a amar a alguien, ámalo con calma, coge a
esa mujer y arrúllala en tus brazos y hazla sentir como una niña
pequeña, mete tus manos en su corazón y calma el agua turbia de su
sangre”, deambulan por bares, cines y putiaderos, por la avenida
Tolstoi, por el Love Round, donde conocen a Nancy Diamantes, “se
escurrían bajo el pavimento mojado y sus sombras se proyectaban en las
vitrinas y se sentían inmortales, no había duda. Estaban en la Surfin
Chapinero. La noche apenas comenzaba. Tal vez los esperaba un botellazo
en la cabeza. Tal vez los aguardaban unas pistolas ardientes. Tal vez en
el final de la Surfin Chapinero, bajo las luces amarillas y violetas,
bajo los avisos luminosos de las licoreras y de los locales de
streaptease, los esperaba alguien que les diría oigan Brothers arrímense
por aquí, destapen una botella flip flap hablemos de que me gusta tu
forma de hablar, tu forma de caminar, tu forma de escupir y luego cuando
la botella se haya acabado cada uno se va por un lado, ustedes por la
calle 60, nosotros por allí, y nos vamos cada uno a esperar el amanecer,
a esperar que los rayos del sol calienten nuestros huesitos fríos y
mugrientos, en fin a que el sol queme nuestras borracheras, nuestros
pulmones llenos de humo, lluvia y malos sueños. Mierda flip flap”.
Las calles tiznadas de Bogotá y sus busetas, su tedio, Profamilia de
la 34, las pandillas de finales de los años ochenta, sus travestis
empapados por la lluvia, un país con dos canales de televisión, algo de Corazón salvaje de David Lynch en el parque Nacional, en el de Lourdes, o Rebelde sin causa
en los antros de Chapinero, James Morrison en el cementerio Central,
palabras como charcos, un subidón de heroína, todo está presente en El pájaro Speed y su banda de corazones maleantes pero más allá sobrevuela la certeza de la muerte en una ciudad donde es mejor tener amigos.
Primer capítulo de "El pájaro Speed y su banda de corazones maleantes"