Diatriba de Antonio Gramsci contra el optimismo de este día
|
Antonio Gramsci, teórico marxista y sensible escritor italiano./pijamasurf.com |
Es probable que el nombre de Antonio
Gramsci no sea del todo conocido para muchos. De hecho es posible que
sea un completo desconocido. Esto a pesar de que hace algunos años fue
uno de los pensadores más importantes en los circuitos del pensamiento
marxista. Siempre desde este enfoque, Gramsci escribió notables
reflexiones sobre política, educación y estética; a él se debe, por
ejemplo, la noción de “intelectuales orgánicos”, la cual define a las
personas que desde su oficio esencialmente intelectual, contribuyen a
legitimar una estructura hegemónica de poder, sin importar que esta sea o
no justa para la mayor parte de la sociedad. Por su inclinación
política, Gramsci fue encarcelado por el régimen de Benito Mussolini, lo
cual al final precipitó su muerte.
Pero más allá de su posición ideológica,
Gramsci también destacó por ser un gran escritor. Al formarse en una
cultura especialmente rica, la italiana, Gramsci desarrolló un estilo
especialmente sensible y preciso, el cual puso al servicio de un pulso
vital que llamaba a enfrentar las adversidades, a pensar más allá de lo
establecido y, en fin, a trabajar cotidianamente por hacer de este un
mejor lugar para vivir.
Ahora presentamos un fragmento que
podría considerarse excéntrico dentro de lo que podríamos esperar de un
marxista pero el cual, después de todo, retoma el pensamiento crítico
habitual de esta corriente. Se trata de una diatriba contra el Año
Nuevo, esa fecha que estamos celebrando ahora casi de la misma manera
que la celebramos cada año: con esperanza e ilusión, con cierto pesar
por el transcurrir del tiempo, también con regalos y clichés. Algo que,
reunido, “da náuseas”, para usar una expresión del propio texto. ¿Por
qué? Porque, en cierto sentido, cada instante es un inicio. Y si no cada
instante, al menos cada mañana. Esa es la propuesta de Gramsci. Que nos
aliente no el cambio de año, sino el cambio de día. Que cada vez que
despertemos descubramos, como Proust, que “la creación del mundo no tuvo lugar al principio, esta sucede todos los días”.
A continuación el texto.
Cada mañana, cuando
me despierto otra vez bajo el manto del cielo, siento que es para mí año
nuevo. De ahí que odie esos Años Nuevos de fecha fija que convierten la
vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su
balance y previsión de gastos e ingresos de la vieja y nueva gestión.
Estos balances hacen perder el sentido de continuidad de la vida y del
espíritu. Se acaba creyendo que de verdad entre un año y otro hay una
solución de continuidad y que empieza una nueva historia, y se hacen
buenos propósitos y se lamentan los despropósitos, etc., etc. Es un mal
propio de las fechas. Dicen que la cronología es la osamenta de la
historia; puede ser. Pero también conviene reconocer que son cuatro o
cinco las fechas fundamentales, que toda persona tiene bien presente en
su cerebro, que han representado malas pasadas. También están los Años
Nuevos. El año nuevo de la historia romana, o el de la Edad Media, o el
de la Edad Moderna. Y se han vuelto tan presentes que a veces nos
sorprendemos a nosotros mismos pensando que la vida en Italia empezó en
el año 752, y que 1192 y 1490 son como unas montañas que la humanidad
superó de repente para encontrarse en un Nuevo Mundo, para entrar en una
nueva vida. Así la fecha se convierte en una molestia, un parapeto que
impide ver que la historia sigue desarrollándose siguiendo una misma
línea fundamental, sin bruscas paradas, como cuando en el cinematógrafo
se rompe la película y se da un intervalo de luz cegadora. Por eso odio
el Año Nuevo. Quiero que cada mañana sea para mí Año Nuevo. Cada día
quiero echar cuentas conmigo mismo, y renovarme cada día. Ningún día
previamente establecido para el descanso. Las paradas las escojo yo
mismo, cuando me siente borracho de vida intensa y quiera sumergirme en
la animalidad para regresar con más vigor. Ningún disfraz espiritual.
Cada hora de mi vida quisiera que fuera nueva, aunque ligada a las
pasadas. Ningún día de jolgorio en verso obligado, colectivo, a
compartir con extraños que no me interesan. Porque han festejado los
nombres de nuestros abuelos, etc., ¿deberíamos también nosotros querer
festejar? Todo esto da náuseas.
[1º de enero de 1916, periódico Avanti! (recogido en el libro Bajo la Mole – Fragmentos de Civilización); traducción tomada del sitio gramscimania.info.ve]