sábado, 17 de septiembre de 2011

Minicuentos 11


Fuerza noctámbula

Guillermo Samperio

Durante las noches le venía una fuerza centríputa que, inevitablemente, la lanzaba a las calles.

La montaña

Enrique Anderson Imbert

El niño empezó a treparse por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.

—¡Papá, papá! —llamó a punto de llorar.

Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y no podía.

—¡Papá, papá!

El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico.

Maletas

Julia Otxoa

En mi caso hacer el equipaje es toda una batalla, tengo pocas cosas pero mal definidas, hasta el punto que desconozco qué poseo en realidad, tan solo sé que algunas pertenencias son ligeras y ovaladas pero éstas a veces se alargan inesperadamente hasta romperse y vaciarse por completo. Otras en cambio son pesadas y con solo pensar en ellas modifican su forma, estorban por todas partes, me tropiezo con ellas, tengo las piernas llenas de hematomas, algún día van a lograr que me caiga y me dé un mal golpe.

Hay incluso algunas cuya existencia es dudosa, a menudo ignoro si pertenecen al pasado, al presente o tan solo al universo de mis sueños. Así que no es extraño que a la hora de hacer las maletas nunca sepa si voy a tardar mucho o poco, son tantas las conjeturas, las hipótesis...La sucesión de enigmas me rompe los nervios, me fatiga en extremo, me deja sin fuerzas para nada. y claro, en esas circunstancias siempre acabo anulando mis viajes.

Fundición y forja

Jairo Aníbal Niño

Todo se imaginó Superman, menos que caería derrotado en aquella playa caliente y que su cuerpo fundido, serviría después para hacer tres docenas de tornillos de acero, de regular calidad.

La inutilidad del esfuerzo

Jorge Luis Borges

Chang Tzu nos habla de un hombre tenaz que, al cabo de tres ímprobos años, dominó el arte de matar dragones y que en el resto de sus días no dio con una sola oportunidad de ejercerlo.

Sarajevo

Jaime Echeverri

Los amantes se separan, deshacen el nudo que ataba su desnudez y se levantan con la sensación de los gestos perdidos. Ella, a un lado de la cama, y él, al otro, se visten a ritmo disparejo. Los ojos vacios y la mirada hueca. Afuera truenan las armas. Las explosiones levantan nubes de polvo y ceniza, la ciudad se cubre con su capa de hollín. La miseria se reproduce en cada rostro. Ellos, con lentitud, terminan de vestirse y aprestan a salir. Un combate acaba y otro empieza.

Ciudad Viuda

Esteban Dublín

Lo que le digo, sumercé, en este pueblo sólo hay viudas. Tremendo, claro, porque sí, una puede que sea mujer correcta, que le guarde luto al marido, pero no hay cuerpo que aguante semejante sequía. Mercedes cumplió el mes pasado veintiocho años sin hombre. Amelia llegó a los dieciocho. Aunque bueno, a la viuda de López le ganó la gana a los ocho años. Se fue pa' otro pueblo y por ahí supe que conoció macho. Bendita ella. ¿Qué dice, perdón? Ah, sí, eso pasa a cada rato. Aquí no llueve agua, sino maridos. Pero no duran, sumercé. Con esa fuerza con la que caen, se vuelven pedazos. Vea ahí no más un bracito. ¡Comadre, la escoba!

Los Obours

Ea Pozoblock

Los Obours viven en las orillas de los pueblos pequeños, en casas deshabitadas y polvorientas. Heredan de sus padres el oficio de vampiro y el gusto por la alimentación sanguínea; de sus madres, la carne esponjosa y la habilidad de no provocar sombras. Es un vampiro sociable que busca el ardor de los hombres para alumbrarlos; en semana santa suelen pasar una temporada de cuarenta días en el infierno de donde emergen purificados y listos para confundirse entre los hombres y vivir de manera honesta. Si se les sorprende dormidos, se les puede encerrar en una botella con ayuda de un hechicero.

Los Teósofos

Felisberto Hernández

Los teósofos juegan al gallo ciego y si abrazan el tronco de un árbol, dicen que es el talle de una joven, y si les sacan el pañuelo de los ojos, dicen que la joven se convirtió en árbol, y si les muestran la joven, dicen que es la reencarnación, y si la joven dice que no, dicen que es falta de fe.

El castigo

Jacques Sternberg

Aquí los delitos son muchos pero el castigo es único, siempre idéntico. Se coloca al condenado ante el túnel interminable, entre los rieles de una vía férrea. A partir de ese momento el condenado sabe lo que le espera. Huye, porque no tiene más que esa oportunidad. Alucinación porque el túnel no tiene fin. El condenado corre hasta perder el aliento y después la vida. Sin embargo, se puede afirmar que nunca tren alguno fue lanzado por esa vía.

foto:archivo