El escritor siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989), imprescindible para tratar de comprender Italia y a los italianos, dejó dicho que las obras de Roberto Calasso
“están llamadas a no morir”. No es fácil encontrar un piropo más grande
para un escritor. Sobre todo porque Sciascia pudo referirse tanto a sus
obras literarias –La ruina de Kasch, Las bodas de Cadmo y Harmonía, La Folie Baudelaire–
como a su labor como editor al frente de Adelphi, una de las
editoriales de mayor prestigio internacional. En su último libro, La marca del editor (Anagrama), Calasso (Florencia, 1941) contrapone la furia por la inmediatez y el éxito volátil que representa Amazon al legado de los grandes editores europeos y estadounidenses del siglo XX.
¿Sobrevivirá el editor al vendaval del libro electrónico?
La situación es difícil, pero no es una
novedad, no recuerdo ni un solo momento en que fuese fácil. Lo más
relevante es que en estos últimos 20 años ha habido un cambio de
atención por parte del lector que no ha beneficiado al libro. En lugar
de expandirse, las posibilidades de las editoriales se han reducido.
Pero, pese a ello, lo más grave es que los editores se autocensuran. Y
no es atribuible solo a una presión externa. Hay una especie de
aquiescencia. Todo aquello que no da un resultado inmediato se convierte
en algo muy sospechoso, y esto es un poco lo contrario a la esencia de
una editorial, porque el deber del editor es el de hacer cosas que en
principio pueden parecer no factibles. Pero esa autocensura se lleva
produciendo desde hace años y, como consecuencia, el perfil del editor
se ha convertido en menos perceptible.
¿Y no es ahora, con la posibilidad casi infinita
de acceder a todo tipo de publicaciones, cuando el lector necesitaría
más el asesoramiento de un editor, de una casa editorial que avale con
su sello a un autor o a una obra?
La cuestión fundamental es que existe un
sentimiento de odio hacia la mediación. Por un malentendido perverso, no
pocos creen que odiar cualquier forma de mediación sea una señal de
espíritu democrático. Mientras son beatos ante la palabra “acceso”. Esta
es la clave. La idea de que no haya intermediarios entre el escritor y
el lector. Es un poco la ideología de Amazon, y es una trampa funesta.
Lo curioso es observar lo que está pasando. Por un lado, Google
ha digitalizado una cifra de libros que ninguno sabe, 15 millones
quizás. Un estudiante inteligente, de esos que sufrían porque estaban en
provincias y no tenían acceso a las grandes bibliotecas ni dinero para
ir a París o Londres, hoy desde casa puede tener acceso a libros del
siglo XVI, del XVIII, o a las revistas más complicadas de encontrar.
Todo está en la red, algo inconcebible hace 20 años. Y, sin embargo, no
he notado que se haya producido un particular desarrollo, jóvenes que
escriban una tesis magnífica…
¿A qué lo atribuye?
Tendríamos que entrar en el complicado tema de la
educación, que en Italia es especialmente grave, pero desde luego la
situación es paradójica. Por un lado está la posibilidad de acceso, pero
por otro se requiere una autocancelación del editor, con resultados
pésimos, porque el editor es la primera ayuda para cada lector.
¿Usted cree que se trata de un fenómeno pasajero o que, por el contrario, permanecerá?
Todo esto de la digitalización universal es un
fenómeno macroscópico que ha cambiado toda nuestra vida mucho más que
todas las demás innovaciones tecnológicas. Es curioso que en los años 60
y 70 se pensase que la tecnología iba actuar en otra dirección, no en
esta, porque si uno mira incluso la ciencia ficción de aquellos años las
cosas más elementales como Internet no estaban previstas. Sin embargo,
por lo que respecta a los libros, no soy de los que piensa que un ebook
sustituye a un libro, porque incluso desde un punto de vista tecnológico
es inferior y nunca podrá estar a la par. Ese por tanto no es el
peligro. El peligro es la psique del lector. No significa que un libro
fuerte hoy no encuentre sus lectores. Es el tejido psíquico lo que ha
cambiado. Es un tejido que rechaza muchas cosas.
¿Es un arte la edición?
La edición puede ser un arte. El modo de publicar
libros, tenerlos juntos, unidos unos a otros, presentados en un cierto
modo evidentemente es un arte, se espera que sea visto así, porque si
uno lo ve como negocio es un modesto negocio. Es más fácil perder dinero
que ganarlo.
En la era digital, ¿hay editores jóvenes que le hacen mantener la confianza en el futuro de la edición?
Si, hay personas muy vivas, pero ahora cuesta
mucho crecer. Poner en funcionamiento una editorial hoy es fácil,
mantenerla en el tiempo es dificilísimo. Un gran problema, como siempre y
más que nunca, es la distribución, que tiende a asfixiar a los pequeños
editores. Llegar con un libro hoy es más difícil que antes si no tienes
detrás una empresa grande. Y, en segundo lugar, cualquier buen editor
debe entender que al menos durante los 10 primeros años va a perder
dinero. Tiene que tener la seguridad de poder perder dinero, y esto no
es tan fácil. Y además hay que tener talento. El talento otorga una
cierta seguridad. Porque sin talento, el éxito es una ilusión.