lunes, 13 de abril de 2015

Sus dos novelas cumbre y una muestra evocan a Tomás Eloy Martínez

Cristina Fernández Cubas, la maestra del relato fantástico en castellano, regresa con un nuevo libro de cuentos casi diez años después de su última incursión en la narrativa breve

Cristina Fernández Cubas, en la librería Laie./Danny Caminal./elperiodico.com

La infancia de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945) transcurrió cuando era aceptable que a los niños se les pudiera contar historias truculentas, relatos de aparecidos antes de irse a la cama. A la autora, su niñera jamás le edulcoró los cuentos, por eso los recovecos y las sombras de su gran casa familiar con un reloj de pie que entre el tic y el tac tardaba un rato, para gran inquietud de Cristina
-"Daba mucho miedo"- acabaron dándole la inspiración que la convirtió en una de las grandes maestras del cuento fantástico en castellano. Desde sus primeros libros Mi hermana Elba y Los altillo de Brumal -hoy lectura obligatoria en bachillerato-, Fernández Cubas demostró dominar los mecanismos de la desazón.
Su sexto y último volumen de cuentos, La habitación de Nona (Tusquets), recién aparecido, es un libro especial, un decíamos ayer, porque pone a la autora, en dique seco durante años, en la buena senda de la escritura, tras el divertimento que supuso La puerta entreabierta publicado bajo el seudónimo de Fernanda Kubbs. Un cuento de los seis que forman el libro, La nueva vida, refleja sus cuitas de viuda
-Fernández Cubas conoció muy joven al que sería su marido, el escritor Carlos Trías, y no se separaron hasta la muerte de este en el 2007- y en cierta forma explica su voluntad de salir del pozo creativo. "Más que un exorcismo ante el dolor ha sido la aceptación de este -reconoce-, es el penúltimo cuento del libro porque no quise que lo cerrara. Por eso puse al final el más humorístico, Días entre los Wasi-Wano".
Este último relato sobre la curiosa tribu del título entronca con su vieja afición infantil de inventar nuevas razas, costumbres y supersticiones que completasen el álbum de cromos sobre el tema que tenía entonces. "Siempre he tenido deseos antropológicos y este cuento abre un punto de esperanza para mí", dice divertida.
Asegura que no concibe sus libros de relatos como una simple suma. Sabe que tiene que encontrar un orden y una coherencia interna que conduzca al lector por las historias. De ahí que La habitación de Nona tenga numerosos caminos que unen secretamente los relatos. "Bioy Casares decía algo con lo que me identifico. Que escribir es añadir una habitación más a la casa de la vida y eso es lo que he hecho yo con mis cuentos. Solo que mis habitaciones tienen altillos, espejos y arcones de doble fondo".
Otro de los cuentos, Interno con figura, revela también en cierta forma la cocina literaria de la autora. De cómo utiliza como ingredientes los miedos que ella misma admite haberse creado a partir de lo más cotidiano. Así, una visita a una exposición sobre los macchiaioli -pintores italianos del siglo XIX- en la Fundación Mapfre en Madrid donde quedó fascinada por el cuadro del título, que también aparece en la portada del libro, acabó convirtiéndose en ese desasosegante relato. "El cuadro muestra a un niña extraña frente a una cama enorme que más bien parece la de La princesa y el guisante en una habitación con una puerta entreabierta. Me alteró sin que yo supiera muy bien por qué. Pensé que la niña ocultaba un secreto y que en ese lugar estaba pasando algo". Así funcionan los mecanismos narrativos de  Fernández Cubas que quizá podrían resumirse en la cita de Einstein que abre el volumen: "La realidad es simplemente una ilusión, aunque muy persistente".