La infancia de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945)
transcurrió cuando era aceptable que a los niños se les pudiera contar
historias truculentas, relatos de aparecidos antes de irse a la cama. A
la autora, su niñera jamás le edulcoró los cuentos, por eso los
recovecos y las sombras de su gran casa familiar con un reloj de pie que
entre el tic y el tac tardaba un rato, para gran inquietud de Cristina
-"Daba mucho miedo"- acabaron dándole la inspiración que la
convirtió en una de las grandes maestras del cuento fantástico en
castellano. Desde sus primeros libros Mi hermana Elba y Los altillo de Brumal -hoy lectura obligatoria en bachillerato-, Fernández Cubas demostró dominar los mecanismos de la desazón.
Su sexto y último volumen de cuentos, La habitación de Nona (Tusquets), recién aparecido, es un libro especial, un decíamos ayer, porque pone a la autora, en dique seco durante años, en la buena senda de la escritura, tras el divertimento que supuso La puerta entreabierta publicado bajo el seudónimo de Fernanda Kubbs. Un cuento de los seis que forman el libro, La nueva vida, refleja sus cuitas de viuda
-Fernández Cubas conoció muy joven al que sería su marido, el
escritor Carlos Trías, y no se separaron hasta la muerte de este en el
2007- y en cierta forma explica su voluntad de salir del pozo creativo. "Más que un exorcismo ante el dolor ha sido la aceptación de este -reconoce-, es el penúltimo cuento del libro porque no quise que lo cerrara. Por eso puse al final el más humorístico, Días entre los Wasi-Wano".
Este último relato sobre la curiosa tribu del título entronca con su
vieja afición infantil de inventar nuevas razas, costumbres y
supersticiones que completasen el álbum de cromos sobre el tema que
tenía entonces. "Siempre he tenido deseos antropológicos y este cuento abre un punto de esperanza para mí", dice divertida.
Asegura que no concibe sus libros de relatos como una simple suma.
Sabe que tiene que encontrar un orden y una coherencia interna que
conduzca al lector por las historias. De ahí que La habitación de Nona tenga numerosos caminos que unen secretamente los relatos. "Bioy
Casares decía algo con lo que me identifico. Que escribir es añadir una
habitación más a la casa de la vida y eso es lo que he hecho yo con mis
cuentos. Solo que mis habitaciones tienen altillos, espejos y arcones
de doble fondo".
Otro de los cuentos, Interno con figura, revela también en
cierta forma la cocina literaria de la autora. De cómo utiliza como
ingredientes los miedos que ella misma admite haberse creado a partir de
lo más cotidiano. Así, una visita a una exposición sobre los macchiaioli -pintores
italianos del siglo XIX- en la Fundación Mapfre en Madrid donde quedó
fascinada por el cuadro del título, que también aparece en la portada
del libro, acabó convirtiéndose en ese desasosegante relato. "El cuadro muestra a un niña extraña frente a una cama enorme que más bien parece la de La princesa y el guisante en
una habitación con una puerta entreabierta. Me alteró sin que yo
supiera muy bien por qué. Pensé que la niña ocultaba un secreto y que en
ese lugar estaba pasando algo". Así funcionan los mecanismos
narrativos de Fernández Cubas que quizá podrían resumirse en la cita de
Einstein que abre el volumen: "La realidad es simplemente una ilusión, aunque muy persistente".