A mediados de los años noventa, se publicó un libro
breve, inclasificable, extraordinario: El curso del corazón, firmado por
un escritor inglés llamado M. John Harrison. Se convirtió en un libro
de culto, que es como decir que pasó inadvertido salvo para una minoría
intensa
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M. John Harrison, autor inglés de El curso del corazón./pagina12.com.ar |
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Portada El curso del corazón de M. John Harrison. |
Y ahora lo reeditó en Argentina la joven editorial Páprika. En
esta entrevista, su autor habla de esta extraña y romántica novela que
cabalga entre el realismo y el ocultismo, pero también se revela como un
polemista contemporáneo. Ex editor de la mítica revista New Worlds,
influenciado por Borges, Moorcock, Aickman y Bob Dylan, se dedicó
durante años al alpinismo, junto a otros escritores de su generación le
devolvió el sexo y la política a la ciencia ficción, y hoy sigue tan
inquieto y activo como siempre, terriblemente lúcido en su percepción de
la realidad europea, particularmente del rol de la izquierda.
A la hora
de firmar sus cuentos y novelas, el autor de la felizmente recién
reeditada El curso del corazón pone antes de su apellido primero una
inicial y luego un nombre. Al revés de lo que, digamos, es habitual.
Pero casi la misma extraña lógica tienen sus obras, y de alguna manera
también su sinuosa carrera. Autor de historias cercanas al ámbito de la
ciencia ficción, pero que ponen por delante la ficción antes que la
ciencia hasta desmarcarse claramente del género, y escritor capaz de
abjurar de la palabra escrita después de sus primeros diez años de
carrera para dedicarse por un tiempo solamente a escalar paredes y
eventualmente montañas, el británico M. John Harrison señala que lo del
alpinismo sucedió en un momento de su vida en que sintió que la
escritura empezó a parecerle una evasión. “Todavía siento esa insalubre
excitación que acompaña el acto de escribir”, aclara. “Pero por aquella
época empecé a preguntarme si no era un sustituto de sensaciones más
físicas. Es lícito usar metáforas vinculadas con la adrenalina para los
placeres de la imaginación. Pero eso es lo que son, metáforas, así que
decidí salir ahí afuera y conseguir algún tipo de excitación no
metafórica.”
Harrison asegura hoy que aquella experiencia valió la pena, aunque
más no sea porque comprendió entonces que es mejor vivir que escribir, y
además le permitió tener un conocimiento personal sobre lo que sienten
–dice– los que viven para vivir. “La mayoría de los escritores que
conozco, productores de todo tipo de material cultural, niegan esta
distinción porque es funcional con su temperamento y sus hábitos. El
posmodernismo tardío y el neoliberalismo alientan que nos creamos que el
mundo imaginario es simplemente tan verdadero y extrañamente
satisfactorio como el mundo que está en el mundo. Y que pensemos de esa
manera es algo que les sirve a los seguidores de Ayn Rand, los
tecnócratas y los del uno por ciento. Pero el posmodernismo está casi
terminado hoy en día, y la gente ha vuelto a escribir directamente del
mundo.”
Un mundo que se preocupa por filtrar todo el tiempo en sus trabajos,
que comenzó publicando hace casi cuatro décadas al calor de la
revolución generada por la mítica revista británica New Worlds, dirigida
por Michael Moorcock y donde publicaba sus cuentos J. G. Ballard, y que
actualmente ha encontrado un lugar bajo la etiqueta de New Weird, junto
a su amigo China Mieville, entre otros. Entre estos nuevos raros, por
supuesto que Harrison es uno bastante antiguo. Pero su rareza –y
permanente novedad– no radica en el hecho de esconderse en un mundo
inaccesible, sino en pretender inyectarle realidad a sus historias
fantásticas. Y lo real es sexual en sus mejores obras, y sin dudas que
una de ellas es la novela que mejor lo representa, y que se acaba de
reeditar en castellano.
Huecos en la muralla cultural
Originalmente publicada dentro de la editorial Minotauro, El curso
del corazón es un libro de culto, que circuló de manera limitada de este
lado del Atlántico –se publicó a mediados de los ‘90, cuando el sello
ya estaba afincado en Barcelona– y pese a incorporarse casi a último
momento al canon del género construido por el sello de Porrúa, ha
perdurado en cada uno de sus fieles lectores. Una cualidad que podrán
constatar futuros acólitos gracias a la cuidada edición local de la
novel editorial independiente Páprika, con un dibujo de Santiago Caruso
en la portada y que conserva la traducción que publicó Minotauro, de
Andrés Erenhaus. Años atrás, Harrison se quejaba de que sus obras a su
juicio menos interesantes, las de su primera época como escritor de
ciencia ficción, son consideradas clásicas dentro del género mientras
que sus libros más queridos son ignorados y están fuera de catálogo. Por
aquí, sin embargo, los dos únicos editados son justamente sus obras más
representativas: esta edición de El curso del corazón y el
extraordinario libro de cuentos Preparativos de viaje, traducido y
publicado por Marcelo Cohen una década atrás en la colección Línea C de
Interzona, y que aún se puede conseguir en las librerías. Un curioso
privilegio para los lectores de un país que Harrison jamás ha pisado.
“Me gustaría conocer Buenos Aires, y pensar que estoy parado donde
Borges alguna vez lo estuvo”, asegura el escritor, desde su hogar en
Shropshire, en el centro de Gran Bretaña, entre Birmingham y Gales.
Sentado en la cocina de una casa construida durante la Revolución
Industrial, cerca de donde justamente esa Revolución comenzó, Harrison
responde por mail sobre cómo ingresó originalmente la literatura en su
vida. “De la misma manera en que lo hace en la vida de cualquiera: a
través de los cientos de huecos de la muralla cultural de la época”,
explica el escritor que perdió a su padre cuando era un adolescente, y
que aún recuerda al profesor de inglés de la secundaria que lo inició en
George Bernard Shaw y lo hizo fascinarse con la idea de la
argumentación. “Shaw me introdujo en el placer de usar palabras para
construir argumentos, y poco después Dylan me mostró lo bellamente
enojado que un polemista puede estar.” Aquel profesor de inglés, cuenta
Harrison, había trabajado en el sistema carcelario antes de llegar a su
escuela, y lo desesperaban los gustos de su joven alumno. “Años después
intentó robarme a mi novia. Lo que ninguno de los dos supo entonces es
que hubo un tercero que ya lo había hecho”, agrega casi al pasar, como
divirtiéndose con el recuerdo.
Esos gustos –al menos literarios– que desesperaban a su profesor,
incluían las heterogéneas influencias iniciáticas de Harrison, que iban
de Alfred Bester a Samuel Beckett; de las historietas de Dan Dare, el
Flash Gordon británico, hasta la obra de Jorge Luis Borges. Una amplitud
referencial que el escritor ha definido como pick’n’mix –elegir y
mezclar–, algo que asegura terminó convirtiéndose casi en una filosofía.
Un método que le permitió encontrar su propio camino... si es que
existe algo así como un camino, claro. “No, no lo hay, de la misma
manera en que no se puede encontrar uno que vaya de Bester a Beckett.
Más que camino yo lo llamaría un paso de borracho”, bromea Harrison, que
explica que pick’n’ mix, como término, es lo que mejor describe su
temprana determinación de dejarse influenciar por todo lo que llegase a
sus manos y no estar limitado por la supuesta sabiduría de determinada
forma literaria o canon. “Siempre aprendí de lo que me interesase, ya
sea de Robbe-Grillet y su nouveau roman o Michael Moorcock y los
escritores profesionales de fantasía heroica de los años ‘50 y ‘60. Todo
eso que aprendí me permitió decir las cosas que quiero decir. Y hago lo
mismo hoy en día. Disfruto también de la explosión que ocurre al chocar
un estilo con otro, y ni hablar de lo que me divierto analizando los
restos que vuelan por los aires con ese choque. No tengo mucho respeto
por las formas con las que empiezo a escribir, una actitud que no me ha
proporcionado muchos amigos en ambos lados de la trinchera.
Curiosamente, ambos aseguran que no logro con mi obra alcanzar eso tan
importante que ellos hacen. Algo que celebro”.
¿De dónde viene ese amor por lo bizarro, que se deduce de cada uno de esos referentes?
–Es algo temperamental. Pero también es una medición técnica y una
estrategia política, que me permite una mirada fracturada, un rechazo de
la sabiduría recibida sobre el mundo.
Hay una frase que proviene del rock local, que habla de bucear en los tachos de basura del sistema...
–Limitarse a lo que se encuentra en el tacho de basura es algo tan
cerrado como sólo interesarse por lo que hay en la mesa más alta.
Tampoco estoy buscando en un compromiso entre ambas, eso sólo lleva
hacia la mediocridad. Mi idea siempre fue golpearlas entre sí,
repetidamente, hasta que se rompan.
Los que abrieron el camino
Uno de esos huecos en la muralla cultural de cada época a los que se
refiere Harrison fue sin dudas la revista New Worlds británica, uno de
los referentes de la llamada new wave, la nueva generación de escritores
que renovó la ciencia ficción en la segunda mitad de los ‘60. Dirigida
por Moorcock con Ballard como gran aliado –en el primer número publicó
una reseña de un libro William Burroughs–, por sus páginas pasaron
autores británicos como Brian Aldiss, y norteamericanos como Thomas
Disch o Roger Zelazny. Allí fue donde se inició Harrison, que en las
páginas de reseñas cortó sus dientes como polemista. Siempre comentó que
fue uno de los últimos en llegar a la revista, el que más decididamente
abrazó sus principios, y con la misma decisión fue que diez años más
tarde abandonaría su carrera como escritor de género para dedicarse al
alpinismo. “En Gran Bretaña, a partir de los años ‘70, nos avergozamos
un poco de la dependencia humana en el paisaje y comenzamos a pretender
que de alguna manera lo habíamos superado, de la misma manera en que
nuestra cultura ‘trascendió’ su base industrial y pudo seguir adelante
sin mineros o trabajadores de hierro”, calcula Harrison, intentando
contextualizar su curiosidad por ese mundo más allá de la palabra
escrita. “Es una actitud curiosamente snob, y también desesperada: una
gran cultura negadora de los lugares y los procesos de la mantienen.”
Además de dedicarse a incluir sexo y política en un género hasta
entonces bastante impermeable a esas temáticas, el gran logro de New
Worlds fue pavimentar el camino de las futuras nuevas generaciones de la
literatura británica, más allá de las etiquetas. Los que luego serían
conocidos como los jóvenes rebeldes de los ‘80, de Martin Amis hasta
Will Self, se hubiesen encontrado ante un panorama más desértico sin su
aparición pionera. Hay muchas leyendas alrededor de la revista, y
algunas de las más inolvidables –recopiladas en un artículo que apareció
en la vieja revista El Péndulo– habla de recurrentes problemas
económicos, la redacción entera en silencio y a oscuras esperando que se
decidieran a irse los cobradores que solían tocarles la puerta, y
Moorcock comenzando un coro con la música del “Submarino amarillo” de
Los Beatles, que decía algo así como “We all live in a failing magazine,
failing magazine” (“Vivimos todos en una revista fracasada”).
Consultado al respecto, Harrison no confirma haber cantado ese coro o
haber esperado en la oscuridad junto a los demás, pero asegura que “la
mayoría de las historias son reales, aunque un poco exageradas. Era una
época muy loca”.
Varias veces comentaste lo importante que fue la obra de Ballard en tu carrera... ¿Llegaste a hacerte amigo de él?
–No lo conocí tanto. Llegué muy tarde a la new wave, y para cuando
estuve ahí, él ya se había ido. Pero en aquel momento, hacia fines de
los ‘60, su obra me parecía tan excitante como la de Bob Dylan, William
Burroughs o Thomas Pynchon.
¿Te imaginabas que finalmente iba a ser aceptado a la mesa de la gran literatura, como terminó sucediendo?
–Siempre me sorprendió la limitada imaginación y la petulante
actitud que tienen los responsables de esa mesa, que están seguros de
que representan lo que es correcto dentro de la literatura de su época.
Para cuando agarraron a Ballard, lo incluyeron dentro de su canon, y lo
empezaron a mostrar como un pasaporte cultural –una suerte de muestra de
la falsa autenticidad de su propio poder de sorpresa– él ya se
encontraba culturalmente a salvo. La última vez que lo vi, en una fiesta
a comienzos de los ‘90, me advirtió que eso podía llegar a suceder. De
hecho, sentía que ya estaba sucediendo. Estaba un tanto divertido por el
asunto. A veces me pregunto qué habría pensado del posterior
peregrinaje de las estrellas de la literatura inglesa ante su puerta.
Realmente fantástico
Tal vez una de las razones por las que El curso del corazón es una
novela tan atrapante, es que fue con ella que M. John Harrison regresó a
la literatura fantástica. Pero sin abandonar nunca más un poderoso
realismo en su escritura. Después de su década iniciática de ciencia
ficción, Harrison abjuró de la escritura para dedicarse al alpinismo,
pero no de grandes montañas, sino de los pedruscos más sucios y oscuros
de su tierra, acordes tanto con sus habilidades y como con sus ideales.
Su regreso a la literatura fue con una novela sobre esas aventuras,
Climbers (1988), aún sin traducción al castellano. Y luego llegó el
turno de El curso del corazón (1992), la historia de un particular trío,
el que forman tres estudiantes de Cambridge que, con la supervisión de
un mentor, protagonizan un extraño rito mágico, cuyas consecuencias los
perseguirán durante el resto de sus vidas. “De una exquisita
construcción y brillantemente imaginada, es a la vez erótica, visionaria
y escalofriante”, escribió Clive Barker, que la considera como la obra
maestra de Harrison.
Desde entonces y hasta ahora, Harrison se ha divertido regresando a
la ciencia ficción para escribir una trilogía, que comenzó con la novela
Luz (2002), pero nunca abandonó esa suerte de realismo fantástico, que
abraza la necesidad de lo cotidiano para alcanzar sus maravillas, y que
concretó en una serie de volúmenes de cuentos, muy bien representados
por los que integran Preparativos de viaje. Pero nunca ha dejado de
mencionar a El curso del corazón como su novela preferida, la que lleva
el corazón en su solapa. Incluso se ha referido a ella como un libro
contra el escapismo, porque dos de los integrantes del pacto iniciático,
la pareja integrada por Lucas y Pamela, intentan escapar de su tragedia
intoxicándose con la persecución de una historia perdida y milenaria.
Novela culposa y romántica, cuyo centro es algo de lo que no se
habla, esconde capa sobre capa de referencias, empezando por el título
que tuvo la nouvelle desde la cual Harrison construyó su forma final,
que remite a Arthur Machen: El gran Dios Pan. “La primera versión,
inspirada por dos postales, estaba ambientada en Nueva York”, recuerda
Harrison, que precisa que para escribirla tardó seis años, entre 1984 y
1990. “Las segunda y tercera versiones atravesaban dos generaciones e
incluían muchos más personajes. Fue recién en 1996 que hice la nouvelle a
partir de la tercera versión, y abandoné todos los borradores previos y
construí la definitiva a partir de ahí.” Asegura Harrison que con el
tiempo ha descubierto que los lectores disfrutan descubriendo las
referencias escondidas en el texto de una novela que es como un iceberg,
que alude demasiado a ciertas cosas sin nombrarlas, así que de un
tiempo a esta parte ha preferido no arruinarles la búsqueda. “Pero es
importante recordar que las novelas no sólo están hechas de otros
libros, sino que también responden a experiencias. La relación entre
Lucas y Pam –que, junto a la enfermedad de Pam, le da al libro su base
emocional y lo ancla a los temas del escapismo– está basada en eventos
reales. Si el libro tiene, como vos mencionás, un corazón lleno de
culpa, también lo tiene lleno de romance. Esos elementos están
suspendidos en tensión uno con el otro y con el mundo cotidiano. La
estructura de la novela refleja las confusiones y los tropiezos hacia la
comprensión de sus protagonistas”, explica su autor, que asegura que
para que tengamos a nuestro alcance lo mejor de su obra, sólo falta
traducir al español, además de Climbers, su novela Signs of life, que
escribió justo después de El curso..., y considera algo así como su
compañera contrafáctica, cada una contradiciendo lo que dice la otra. Y,
por supuesto, su esperado nuevo libro de cuentos, aún por editarse, que
–aclara– por ahora lleva el nombre de Perdidos y encontrados.
Un repaso por el blog de Harrison, ambientehotel.wordpress.com,
donde cada tanto adelanta párrafos de su escritura a sus atentos
lectores, permite descubrir una resolución literaria de año nuevo que
permite acercarse al estado actual de su obra, más de dos décadas
después de El curso del corazón. “Retrasar y negar la conclusión, romper
la estructura, sabotear y contradecir lo racional y refutar los finales
confortables.” ¿Son estos sus principios literarios? ¿Qué es lo que
busca hoy en día en la literatura? “No estoy interesado en contar, o
leer, una y otra vez la historia del Héroe Con Mil Rostros. Porque forma
es historia y si uno utiliza la misma forma una y otra vez, va a contar
la misma historia una y otra vez”, explica Harrison, que desde la
década del ‘90 escribe regularmente reseñas en los suplementos
literarios británicos. “Busco escritores que escriban desde su corazón y
sus instintos, no a partir de una receta de conocimientos adquiridos, y
que estén interesados también en hacer algunos comentarios sobre cómo
vivimos hoy. Busco escritores que rechacen las estructuras culturales
que damos por sentadas, y que quieran transgredir esas estructuras. No
acepto el argumento de que necesitamos estructuras ficcionales
reconfortantes y predecibles porque nuestras vidas son imperfectas,
inconclusas e imposibles de narrar. Esa clase de ficción es una maquina
de distracción, que dirige nuestra atención lejos de la comprensión de
que estamos siendo alimentados por los managers culturales del uno por
ciento. Nuestras insatisfacciones son peligrosas para ellos, así que por
supuesto que nos prefieren sumergidos en una bañadera de humectante. No
soy el único que piensa de esta manera. Actualmente estoy disfrutando
del trabajo de autores como Helen Marshall, Sarah Perry, Deborah Levy y
Nina Allan. También estoy releyendo a Paul Bowles y Robert Aickman.”
Dijiste alguna vez que la política es soñar, y los que ganan
son los que más sueñan. ¿Quiénes son los que están soñando la
actualidad de Europa?
–Los autodenominados tecnócratas son los que aún están soñando el
sueño europeo. Los griegos y los españoles tal vez tengan algo que decir
sobre eso, pero pienso que va a tomar toda una generación de
organización, trabajo duro y determinación para conseguir un verdadero
cambio. Estamos de regreso en los años ‘20, como lo querían los
Randistas y los del uno por ciento. Están teniendo su guerra cultural,
su revancha por el New Deal. Esto es lo que pasa cuando la izquierda
toma al progreso por hecho y baja la guardia. Espero que hayamos
aprendido esa lección. Y que, inspirados por Syriza y Podemos, abracemos
la oportunidad de pelear por y reconquistar los avances que ganamos
después de la Segunda Guerra. Tal vez, la próxima vez no nos la creamos y
evitemos bajar la guardia para ver cómo una nueva generación del uno
por ciento vuelve a llevarse todo.