Galeano, Viglietti, Benedetti; los tres nombres en sucesión sonarán
para millones de lectores latinoamericanos (y para muchos españoles
también) a delantera antigua o a sueño de adolescencia,
que es casi lo mismo: justicia, amor romántico, humanismo... Benedetti,
el sensible, murió en 2009; Galeano, el intrépido, se ha ido esta
mañana, a los 74 años, el mismo día de la muerte de Günter Grass, viejo
colega de militancias. Viglietti, el trovador, será el final de la saga.
'Las venas abiertas de América Latina', su gran libro, ha sido, desde
los años 70, la puerta de entrada en el mundo de la vida intelectual
para varias generaciones de latinoamericanos. Después, el viaje habrá
consistido, para muchos, en refutar a Galeano, en pensar lo contrario de la causa que alguna vez juraron defender por siempre. Pero casi nadie habrá ignorado aquel libro.
'Las venas abiertas' apareció en 1971, en la edad de la inocencia:
Cuba no era aún sospechosa o, si lo era, aún era posible creer, mirar
con un poco de perspectiva y pensar que de la isla iba a venir un mundo
mejor. En su estela pero un poco más allá, Galeano, Benedetti y
Viglietti tomaban el mensaje de la izquierda de sus hermanos mayores y
le añadían un aire más amable: hedonista, juguetón, romántico...
Más Neruda y menos Che Guevara. No había que ser un socialista
científico todo el tiempo, no había que ir de uniforme ni dar la lata
con las bondades de la Unión Soviética. También estaba bien ser
partidario del fútbol, de los amoríos y del vino. 'Humanismo' y
'compromiso' se convirtieron en las palabras claves. Puede que hoy las
leamos con una sombra de cinismo, pero su atractivo en los años 70 era
invencible.
El propio Galeano acabó por tomarse un poco a broma su papel de evangelista del nuevo mundo,
a reconocer que 'Las venas abiertas' era un libro con demasiadas
ambiciones para las capacidades de su autor en su momento. ¿Pero? Pero
dio con la tecla al proponer una historia de América Latina en clave de
descolonización: una historia de opresores y oprimidos que capturaba
perfectamente el espíritu de la época y que se enfrentaba a las
dictaduras que, no deberíamos olvidarlo, dominaban el continente.
Además, traía el sonido dela prosa encantadora del
periodismo-casi-literatura de los años del Boom. Demasiado como para
resistirse.
"Yo no quise escribir una obra objetiva. Ni quise ni podría. Nada tiene de
neutral este relato de la historia. Incapaz de distancia, tomo
partido: lo confieso y no me arrepiento. Sin embargo, cada fragmento de
este vasto mosaico se apoya sobre una sólida base documental. Cuanto
aquí cuento, ha ocurrido; aunque yo lo cuento a mi modo y manera",
escribió Galeano en 'Memoria del fuego'.
¿Cómo ha envejecido esa literatura política, persuasiva, sentimental y, a la vez, un poco inocente,
siempre a favor de los buenos y en contra de los malos? Depende del
ánimo de cada uno, de su momento. Cuando murió Benedetti, al principio
de la actual crisis económica y de valores, su nombre sonaba un poco a
alcanfor. Aquí y allá circulaban historias más bien sórdidas
sobre su vida que abarataban los buenos sentimientos de su literatura.
Hoy, muere Galeano y por todas partes aparecen mensajes que lo
reivindican, que piden "más galeanos para este mundo".
¿Y por qué no? No hay para Galeano grandes reproches personales como
para su amigo poeta. El relato de su vida suena casi actual: Galeano
nació en una familia burguesa y conservadora, pero el futuro escritor
quiso empezar su carrera por el método de 'proletarizarse'. Trabajó en
talleres editoriales hasta llegar a la redacción. Y entonces, desde el
periodismo, emprendió una obra que a veces derivaba en ensayo, a veces
en ficción y a veces en memorias. El general Videla lo condenó a muerte y
los caudillos de izquierdas se dejaron zalamear por él. Habló de fútbol antes de que ningún otro intelectual se animara a decir que aquello era asunto suyo,
y lo convirtió, al fútbol también, en un asunto político. Se ofreció a
apoyar con su fama a todas las causas justas habidas y por haber. Alguna
vez se equivoco, por supuesto; o quizá estuvo siempre equivocado. Pero
quién no.