La acogida de este grupo de escritores inauguró un circuito inexistente: la aparición de los agentes literarios, la mirada sobre la creación latinoamericana y la promoción internacional. Pero también dejó de manifiesto la ausencia de mujeres
Carmen Balcells y Mario Vargas Llosa. / Fernando Vicente/elpais.com |
La América Latina sesentera, convulsionada en parte importante de sus
geografías por los cambios culturales mundiales y la creciente demanda
por la recuperación de sus “materias primas”, fue el contexto político y
cultural que favoreció la emergencia y, más adelante, la expansión del boom literario. La irrupción del grupo de los jóvenes escritores que conformaron el llamado boom hace
medio siglo (Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas
Llosa, Julio Cortázar, José Donoso) potenció en ese espacio liberador,
tal como si se cumpliera el sueño bolivariano, la América que se hizo
una a partir de las propuestas estéticas de sus escritores. A pesar del
reducido número de autores que participaron de un estatus similar al de
los rockstars, hoy, después de cincuenta años de la
consolidación de ese fenómeno, vale la pena pensarlo para entender mejor
la trama de las inscripciones literarias.
Antes de ese explosivo hito, en Latinoamérica ya había un conjunto
fundamental de escritores que formaban un canon nítido y elocuente:
Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti, entre los más
apreciados. Sin embargo, su internacionalización estaba obstaculizada
por las dificultades de las editoriales locales que no conseguían el
paso fluido a través de las fronteras. El conocimiento de cada escritor,
en términos generales, estaba más bien ligado a su localidad y a la
profundización de lo nacional mediante la relación con el Estado.
La emergencia boom, liderada por el aparato editorial español, puso de manifiesto el encierro casi claustrofóbico de lo local americano
Pero la emergencia boom, liderada por el aparato editorial
español, puso de manifiesto el encierro casi claustrofóbico de lo local
americano. La escala de difusión del nuevo movimiento marcó una
distancia sideral con los canales de distribución y de difusión del
resto de las literaturas continentales. Así, este evento marcó también
el inicio de la era comercial para una parte de la literatura
latinoamericana organizada, en buena medida, por la figura inédita para
las letras latinas del “agente literario” (particularmente la Agencia de
Carmen Balcells). Una figura nueva que abría una cadena perfectamente
articulada entre la obra del escritor, las casas editoriales, las
traducciones y los expertos aparatos de promoción culturales.
De esa manera se puso en marcha un circuito antes inexistente. Los efectos del boom generaron las distancias entre centros y periferias literarias. En los centros los superstars del boom
y, en los bordes de la fama, los teloneros que, si bien tenían una
relativa existencia internacional, permanecían alojados en segundos
planos. Y, desde luego, los escritores absolutamente locales radicados
en sus países que no conseguían la atención de las poderosas editoriales
españolas que, a su vez, operaban como pasaportes (mediante los agentes
literarios) para otras lenguas y diversos territorios.
Este evento marcó también el inicio de la era
comercial para una parte de la literatura latinoamericana organizada, en
buena medida, por la figura inédita para las letras latinas del “agente
literario”
El boom nació y murió con sus exponentes originales y, en ese sentido, se convirtió en un boomerang.
No consiguió una continuidad en parte porque los mapas
político-culturales se modificaron a gran escala y con una
extraordinaria velocidad; la cadena de golpes de Estado que asolaron al
sur del continente, la diáspora intelectual, los llamados “inxilios” (o
el exilio interior), la muerte de Franco y el proceso de rearticulación
cultural española, la emergencia de literaturas de Este en los momentos
en que de desplomaban los llamados “socialismos reales”, abrieron nuevos
focos de atención editorial en un mundo que se volvía cada vez más
extenso y móvil.
El avance capitalista se reforzó en todas las esferas de la
producción y el consumo, hasta alcanzar también el mercado editorial. El
best seller multiplicó las ganancias y las literaturas
emergentes y su bagaje de propuestas estéticas se consolidaron como
individualidades que coexistían con el resto de las literaturas del
mundo. La antigua cohesión latinoamericana que agrupaba el extenso
continente se volvió irrepetible.
Se puso en marcha un circuito antes inexistente. Los efectos del boom generaron las distancias entre centros y periferias literarias
En ese sentido, el mundo editorial español se volcó literalmente al mundo y el boom
que tanto prestigio y atención mediática había provocado se convirtió
en objeto de estudio académico, en nostalgia ante un pasado de esplendor
y, especialmente, en un hito curioso de la historia literaria.
Mientras el siglo XXI sigue articulando su vertiginoso proceso
globalizador que garantiza las comunicaciones masivas e instantáneas, en
el mundo editorial se ha producido una conmoción. Junto con las mega
editoriales y sus constante fusiones de capital, las editoriales
independientes proliferan por el mundo latinoamericano y en el
territorio español, en parte porque los costos de producción de libros
se han vuelto más accesibles. No obstante, los aparatos de difusión
continúan con parecidas dificultades a las que experimentaban en la
época pre-globalizada. Desde esta perspectiva se puede hablar de una
atomización pero, a la vez, de una democratización del espectro
literario.
En este contexto parece difícil la producción de un nuevo boom,
porque los signos actuales más bien aluden a una dispersión que a un
campo cohesionado de escrituras. Para promover un debate propositivo e
iluminador, las actuales celebraciones conmemorativas del boom
podrían, junto a la celebración de indudable importancia de los autores,
analizar el apretado nudo histórico y comercial que favoreció esa
particular escena literaria.
Tal vez la pregunta más ardiente que esa época genera sea la ausencia
manifiesta de escritoras. Una pregunta filosa que quizás hoy, cincuenta
años después, puede resultar todavía pertinente para el mundo
latinoamericano que sigue al “pie de la letra” su visión más bien
masculina de la configuración de los mapas literarios. Y esta falta no
es sólo una herencia del boom sino también una costumbre y acaso una agenda.
* Diamela Eltit (Santiago de Chile, 1949) es autora de Jamás el fuego nunca (Periférica)