Pilurica
Manuel Mejía G.
Mi amigo el ojeroso Guarda besó a Pilurica con tantísimo ardor que
a mitad de beso comenzó a succionar y sin que se dieran cuenta ni él ni ella,
se comió a su novia. Es lo que tienen los besos apasionados.
Los papás de la niña parece que van a demandar y mi amigo anda bien nervioso y dice que todo le sabe a Pilurica.
Los papás de la niña parece que van a demandar y mi amigo anda bien nervioso y dice que todo le sabe a Pilurica.
Las
meigas
Jorge Esquinca
Estas dos mujeres, que aparecen cara a
cara en la entraña lunar de la fotografía, han guardado silencio por un
instante conciliador. Buscan establecer una comarca propia para reconocerse,
para saberse ambas aprendices, ambas detentadoras de un antiguo poder.
Nadie parece turbarlas en el borroso
interior que la fotografía apenas logra mostrar; nada parece interponerse entre
ellas y el asumido deseo de mirarse, una a otra, largamente, ahora que el
instante es un blando destello que se prolonga entre las dos, una extraña
ramificación del árbol mayúsculo bajo el que se hallan detenidas, mirándose en
silencio.
Sin embargo, una duda empaña la taimada
contemplación: si cada de estas blancas mujeres, previsiblemente enlutadas,
fuese la exacta réplica de la otra, ¿qué sería de nuestro mundo?
Frecuentación
de la muerte
Marco Denevi
María Estuardo fue condenada a
decapitación el 25 de octubre de 1586, pero la sentencia no se cumplió hasta el
8 de febrero del año siguiente. Esa demora (sobre cuyas razones los
historiadores todavía no se han puesto de acuerdo) significó para la infeliz
reina un auxilio providencial. Dispuso de ciento cinco días y ciento cinco
noches para imaginar la atroz ceremonia. La imaginó en todos sus detalles, en
sus pormenores más ínfimos. Ciento cinco veces salió una mañana de su
habitación, atravesó las heladas galerías del castillo de Fotheringhay, llegó
al vasto hall central. Ciento cinco veces subió al cadalso, ciento cinco veces
el verdugo se arrodilló y le pidió perdón, ciento cinco veces ella le respondió
que lo perdonaba y que la muerte pondría fin a sus padecimientos. Ciento cinco
veces oró, apoyó la cabeza en el tajo, sintió en la nuca el golpe del hacha.
Ciento cinco veces abrió los ojos y estaba viva. Cuando en la mañana del 8 de
febrero de 1587 el sheriff la condujo hasta el patíbulo, María Estuardo creyó
que estaba soñando una vez más la escena de la ejecución. Subió serena al
cadalso, perdonó con voz firme al verdugo, oró sin angustia, apoyo sobre el
tajo un cuello impasible y murió creyendo que enseguida despertaría de esa
pesadilla para volver a soñarla al día siguiente. Isabel, enterada de la
admirable conducta de su rival en el momento de la decapitación, se pilló una
rabieta.
¿Sueños?
Bernardo Esquinca Azcárate
Un hombre sueña que se mira en el espejo.
Sueña también que su reflejo sueña que se ve en el espejo. Si en vez de
despertarse el hombre, se despertara el reflejo, ¿qué pasaría? Este hombre
quedaría atrapado, dormido y soñando en la página de este cuento.
Autismo
Judas María Velazco
De niña, siempre me gustaba ver pasar el
Tiempo. Por las ventanas frente a mi casa, con los cambios de sus decorados, de
sus cortinas; (las caras, —de cuando en cuando— distintas y asomadas al balcón
de las décadas), yo veía asombrada como el Tiempo velozmente pasaba, sin casi advertirlo.
Notaba también que el Tiempo pasaba, por
los cambios de las modas en el ropero; en la sonrisa centelleante de mi alegría
o en la dulzura de mi tristeza; en las puertas que se abrían y se cerraban al
paso de amores y de decesos; en la música que aherrojaba instantes y emociones.
Veía pasar al Tiempo, en las personas que
ocupaban diferentes alcobas en mi casa.
Y de repente ya no lo vi más. Se detuvo
para siempre en la figura aborrecible y testaruda de una viejecilla que insiste
en asomarse frente a mi espejo.
Explorador
Alfonso Reyes
El pobre explorador Ericsson vino al
mundo cuando ya toda la tierra estaba descubierta. Entonces se dedicó —dedo en
ristre— a explorar sus narices.
Inversamente proporcional
Alejandro Jodorowsky
Un
señor utiliza sus energías en coleccionar objetos. Otro decide eliminar los que
tiene. Cuando no le quedan objetos materiales, comienza a eliminar movimientos,
ideas, recuerdos, sentimientos, que considera innecesarios. Llega a una
inamovilidad completa. El coleccionista los recoge para colocarlos en un gran
armario entre sus otros objetos.