El mundo lo conoce por ser el autor condenado a muerte por el ayatolá Jomeini, lo que lo convirtió en algo parecido a un personaje de farándula. Pero Rushdie es sobre todo un gran escritor
La polémica
En alguna ocasión su amigo, el también escritor
Martin Amis, le preguntó cómo era un día normal en la vida de Salman
Rushdie, a lo que contestó: “¿Un día normal? ¡No tengo días normales!”.
El 14 de febrero de 1989, fiesta de los enamorados en todo el mundo,
Rushdie recibió una tarjeta poco romántica: una condena a muerte
decretada por el ayatolá Jomeini, el representante de Dios en la Tierra
para los musulmanes. El motivo: humanizar a Mahoma en su novela Los
versos satánicos. La recompensa por su cabeza: tres millones de dólares.
La publicación de la novela encendió revueltas por todo el mundo, en
las que murieron cerca de cincuenta personas. Fue prohibida o retirada
de las librerías en países con fuerte presencia musulmana: Sudáfrica,
Indonesia, Pakistán… En 1991 su traductor al japonés fue asesinado en
Tokio; en Milán, el traductor al italiano recibió tres puñaladas; al
editor noruego le dispararon a la entrada de su casa en Oslo. El premio
Nobel de Literatura V. S. Naipaul lo puso en palabras terribles al
tiempo que socarronas: se trató de un caso de “crítica literaria llevada
al extremo”.
Antes de la polémica
Hijo de un rico comerciante indio, Ahmed Salman
Rushdie nació en Bombay en 1947. Cuando cumplió 13 años lo enviaron a
Inglaterra para que terminara su bachillerato en el prestigioso Rugby
College, y después se matriculó en Cambridge para estudiar Historia. Su
primera novela, Grimus, publicada en 1975, pasó desapercibida para la
crítica y los lectores. La segunda, Hijos de la media noche, de 1981,
fue aclamada por todos. Ganó el Booker, el más
notable
reconocimiento en un país de escritores notables. Y pocos años después
sería calificada como la mejor novela ganadora en los primeros 25 años
del premio: lo mejor de lo mejor. Cuenta la historia de 1.001 niños que
nacen a la media noche del 15 de agosto de 1947, el momento exacto de la
separación de India y Pakistán, y que por esa condición tienen poderes
especiales. Le siguió Vergüenza, poco apreciada en su momento, y La
sonrisa del jaguar, una crónica-ensayo sobre Nicaragua, el país en el
que se interesó cuando la mujer de Anastasio Somoza se mudó a Londres,
cerca de la casa donde vivía el escritor. Su siguiente libro fue
publicado a finales de 1988: Los versos satánicos. Y ya nada sería lo
mismo.
Después de la polémica
A
partir de ahí vivió protegido por el gobierno británico,
transportándose en limusinas blindadas, rodeado de guardaespaldas y
cambiando de domicilio cada poco tiempo. Una situación inusual e
incómoda para un escritor que necesita introspección y estabilidad para
componer su arte. Aun así se las arregló para continuar escribiendo y
publicando, y para convertirse en el rostro de la libertad de expresión
en todo el mundo. Su siguiente libro fue un relato infantil, Harún o el
mar de las historias. Después vendría una colección de cuentos cuyo
título resume la propuesta temática y estética de Rushdie: Este, Oeste.
Con el nuevo siglo inició su salida del búnker:
dirigió la organización Pen Club, inauguró o clausuró eventos literarios
por todo el mundo, siguió publicando. Estuvo en el Hay Festival de
Cartagena en 2009, incluso. Hoy es una celebridad que va de fiesta en
fiesta entre Nueva York, Londres y Bombay, tan solicitado como Paris
Hilton o Donald Trump, aunque con un mejor peinado. No se limita ya a
los eventos del mundo de las letras. Aparece en videos de U2 y en
películas: sí, es él en la famosa escena de la galería en la película El
diario de Bridget Jones. Dice que quiere recuperar el tiempo perdido,
no vivir más como un prófugo sino como lo que es: un escritor. Por
supuesto, no falta quién critique esa nueva imagen ubicua de estrella
del pop.
Más allá de la polémica
No es un autor fácil. Sus novelas no son de las
que se dejan leer en una tumbona, al lado de la piscina durante las
vacaciones. Son exigentes, densas, complejas. Están llenas de personajes
y de desvíos en la trama principal, reforzadas con historias dentro de
la historia, un poco a la manera de uno de sus más admirados libros, Las
mil y una noches.
Todas
están atravesadas por el fino humor británico, buscan encontrar las
razones de la distancia entre Oriente y Occidente, entre el cristianismo
y el islam, entre la riqueza y la pobreza. Mezclan géneros, voces,
culturas.
Sin embargo, la condena a muerte emitida por el ayatolá no ha permitido que su obra se valore en sus justas proporciones. Si en los noventa apareció en las páginas internacionales de los periódicos o en artículos sobre derechos humanos y libertad de expresión, en los años recientes ha aparecido más en la sección Gente que en la de Cultura. Es un escritor que se lee poco y del que se habla mucho. Siempre son más comentadas sus apariciones en la alfombra roja, sus matrimonios —cuatro— y aventuras con modelos y actrices —muchas—, que la arquitectura de sus relatos o el atinado perfil de sus protagonistas. Valga decir que en estos tiempos pasa exactamente lo mismo con todos los escritores que tienen cierta figuración.
Sin embargo, la condena a muerte emitida por el ayatolá no ha permitido que su obra se valore en sus justas proporciones. Si en los noventa apareció en las páginas internacionales de los periódicos o en artículos sobre derechos humanos y libertad de expresión, en los años recientes ha aparecido más en la sección Gente que en la de Cultura. Es un escritor que se lee poco y del que se habla mucho. Siempre son más comentadas sus apariciones en la alfombra roja, sus matrimonios —cuatro— y aventuras con modelos y actrices —muchas—, que la arquitectura de sus relatos o el atinado perfil de sus protagonistas. Valga decir que en estos tiempos pasa exactamente lo mismo con todos los escritores que tienen cierta figuración.
¿Por qué está aquí?
Este mes aparece en librerías el más reciente
libro de Salman Rushdie, Joseph Anton. Se trata de sus memorias como
condenado a muerte, de sus días escondido y vilipendiado. Pero también
es una historia de su familia, de su formación, de sus búsquedas y
hallazgos en el campo literario. Las compuso en tercera persona porque
así se permitía tomar distancia incluso frente a sí mismo. Las tituló
con el seudónimo que usó en los tiempos oscuros, inspirado en los
nombres de pila de dos de sus autores favoritos: Conrad y Chejov. Más de
500 páginas de honestidad y arte literario. Puede ser una buena puerta
de entrada, al fin, a su obra.
Fuente:revistacredencial.com
Fuente:revistacredencial.com