miércoles, 28 de enero de 2015

No vuelvo a... Hay Festival

No es bueno conocer a los escritores, y el Hay Festival  está hecho no solo para conocerlos, sino para intimar con ellos. “¿Por qué escribes?”. “¿Para quién escribes?”. “¿A qué dedicas el tiempo libre?”

No hay nada menos poético que un escritor.../soho.com.co

Esas son las preguntas que a uno le toca oír en el Hay. Ya lo decía Keats: no hay nada menos poético que un escritor. Pero no, la gente insiste en conocerlos. La gente, que también lo incluye a uno: yo estuve en el Hay Festival —en el primero— para conocer escritores, pero prometo que no vuelvo.

Me tocaba moderar una mesa sobre Cine y Literatura con el escritor inglés de origen pakistaní Hanif Kureishi. Estaba feliz: Ku-re-ishi. Nada menos. El admirado autor de Intimidad, Mi oído en su corazón y el guion de la película Mi hermosa lavandería. Para completar mi felicidad, me habían alojado ¡en el mismo hotel de Kureishi! No lo podía creer. Pura suerte. Un hotel boutique, el más superwow de Cartagena: La Casa del Arzobispado. Como su nombre lo indica, era la casa del arzobispo, el hombre más poderoso de la Cartagena colonial, convertida hoy en un exclusivo hotel. Y ahí estaba yo, con Kureishi, Francisco Goldman, Vikram Seth y Sergio Ramírez. “Te dieron tratamiento de primera”, me dijo con cierta envidia Jaime Abello. Pura suerte: como no había cupo en ningún otro hotel, me alojaron en ese. Es lo mismo que ocurre cuando —una vez en un siglo— no hay más asientos en la clase turística de un avión, no lo pueden dejar a uno, entonces te suben a primera.

En mi flamante hotel del Arzobispado yo veía a Hanif Kureishi por los pasillos y en la piscina, y pensaba cómo hablarle. Qué decirle. Pero me detenía mi bad English. Yo también lo hablo muy despacito. Me sentía una hueva: por hablar mal inglés, porque con ese hotel tan pequeño se incrementaban las oportunidades —¡desperdiciadas! — de abordarlo. Pero una mañana “se nos dieron las cosas”. Yo estaba desayunando solo y él estaba ahí, al alcance de la mano, en la mesa de al lado, también solo, hojeando un periódico. “¿Qué le digo? ¿De qué libro le hablo?”. “I liked Intimacy very much”, “Do you like Cartagena?”, ensayaba mentalmente. No, culísimo. Tenía que decirle algo más original. En esas estaba, ensayando frases ridículas en inglés, angustiado porque pasaba el tiempo y en cualquier momento él se paraba y se iba, y de repente, se volteó a mirarme —alcancé a palidecer— y me preguntó: “Do you have cocaine?”. Creo que abrí los ojos, que alcancé a pensar “¿A las siete de la mañana?”, que dudé si había entendido bien la pregunta, pero a lo único que atiné fue a mover la cabeza de izquierda a derecha: no.

Me tomé muy en serio el Hay Festival que no es serio. Los escritores, los extranjeros, vienen a pasarla bomba —me parece muy bien— y a disfrutar que los traten como estrellas de rock, lo cual nunca les pasa en sus propios países. Solo tienen que decir una frase ingeniosa y hacer un buen chiste, en una sesión que dura una hora exacta —el tiempo es oro— , en un set relajado —con sillones y sofás— como si fuera en televisión. Como si fuera Muy buenos días, de RCN. La cultura cool y los escritores como personajes de farándula. Lo cual no es tan terrible, si comparamos con lo que había antes: las “mesas redondas” duraban horas y los escritores eran vistos como pobres diablos (ahora los pobres diablos son los que no van al Hay Festival). El Hay Festival es un negocio, un muy buen negocio, inventado por Peter Florence, un inglés que descubrió que la cultura da plata: las editoriales quieren promocionar a sus escritores, la gente quiere conocerlos y a las empresas les da prestigio aparecer como mecenas culturales. Me parece muy bien, nada que objetar, todo es muy claro: en el Hay no hay lugar a engaños. Con lo que no contaban sus organizadores era con la lagartería y el arribismo colombianos. En el primer año, cuando yo estuve, en las páginas sociales de las revistas al menos aparecían los escritores. Ahora, los mismos de siempre: Poncho Rentería, la Chica Morales, la primera dama. Un público cachaco —que consigue boletas gratis— copa las graderías y luego se pavonea con los autores de moda en fiestas privadas, en sus lindas casas de la ciudad amurallada. Quedan muchas postales del Hay, pero me quedo con esta reciente: Tutina de Santos, con gesto enternecido, en un barrio pobre de Cartagena, abraza a Gael García.