jueves, 22 de enero de 2015

La vuelta al mundo de Mrs. Christie

La creadora de Poirot acompañó a su primer marido en una misión comercial previa a la Exposicion Universal de 1924. El libro El gran tour recoge los recuerdos, las cartas y las fotografías de la popular autora de enigmas policíacos


La autora (a la derecha) , cámara en mano, a bordo del 'Kildonan Castle'.

 Agatha Christie, con uno de sus vestidos favoritos.
 El bañador verde esmeralda, la joya de mi vida, que Agatha se compró en Honolulu.


Una de las cartas dirigida a su madre desde Ciudad del Cabo./elperiodico.com
Cuando todavía no se había convertido en un fenómeno planetario, en la autora británica con más traducciones en su haber que William Shakespeare pero menos que la Biblia, Agatha Christie se fue a dar la vuelta al mundo. Fue en 1922, ocho años después de su boda con Archie Christie, de quien había adoptado el apellido con el que se daría a conocer como la gran dama del misterio, la hacedora de esas populares intrigas milimétricamente planteadas para jugar, amablemente, al gato y al ratón con el lector. Ahora el libro 'El gran tour. Alrededor del mundo con la reina del misterio' (Confluencias) recoge los recuerdos, las cartas y las fotografías que documentan ese viaje, una versión puesta al día de lo que en el siglo XVIII y XIX era el gran viaje de formación para cualquier joven británico de buena familia, pero, por encima de todo, una especie de semillero para sus futuras ficciones (muchas de ellas situadas a lo largo y lo ancho de un imperio que ya empezaba a perder su antiguo brillo) y la constatación de que casi tanto como escribir a la autora le fascinaba conocer mundo, algo que no dejó de hacer con alegre empeño durante toda su vida. El libro supone también una excelente carta de presentación para el 'Año Christie', en el que se conmemoran los 125 de su nacimiento.
La titular del viaje no era sin embargo Mrs. Christie, sino su primer marido, un atractivo piloto de aviación de no muchas luces, cuya principal virtud era la de ser un excelente jugador de golf. En un momento de inestabilidad laboral, a Archie le hicieron la oferta de formar parte de una misión comercial para promover la Exposición Universal de 1924 y ella no dudó un segundo en acompañarle dejando a su hija de dos años al cuidado de su madre, la posesiva Clara, durante 10 meses. Ambos embarcaron en el Kildonan Castle, el barco que los llevaría a Sudáfrica, primera etapa de una travesía que incluía Australia y Nueva Zelanda para proseguir con unas vacaciones tropicales en Honolulu y finalizar en Canadá.
Agatha Christie tenía publicadas por entonces tres novelas que habían recibido una fervorosa acogida, pero la estabilidad económica todavía estaba lejos. La vida sonreía. La única sombra en su camino fue la sentencia de su madre antes de partir: «Recuerda, si no acompañas a tu marido, si lo dejas con frecuencia, lo perderás. Y esto es especialmente cierto en un hombre como Archie». Palabras envenenadas que resultaron proféticas. En pleno duelo por la muerte de su madre, Christie tuvo que aceptar la petición de divorcio de su marido que confesó haberse enamorado de una señorita con la que jugaba al golf. El resto es conocido. Son esos famosos 11 días de diciembre de 1926 en los que la autora, por entonces una celebridad, desapareció. Fue carnaza para los tabloides que se lanzaron a las más peregrinas conjeturas: asesinato, lío amoroso, truco publicitario. Reapareció en un balneario donde se había inscrito con el apellido de su rival y con una laguna total en su memoria, que constituiría el mejor de sus misterios, ya que todavía no se ha resuelto. A ella no le gustaba ni siquiera mencionarlo. No lo hizo en sus memorias.
La Agatha Christie que escribe puntualmente a su madre a modo de diario en 'El gran tour' todavía está lejos de esos sinsabores. Se muestra feliz y despreocupada, en sintonía con los felices 20 y muy en la línea de algunas de las novelas como las que protagonizan su matrimonio de detectives Tommy y Tuppence, Es maliciosa a la hora de retratar a sus compañeros de viaje y se deja seducir por los paisajes, aunque en su trato con los nativos tenga todavía resabios victorianos. Pero sobre todo está dispuesta a disfrutar totalmente de la vida y hacer, de paso, magníficas fotos no exentas de pintoresquismo colonial.
Como curiosidad, es muy posible que ella y su marido estén entre los primeros británicos en practicar el surf de pie (en Sudáfrica y sobre todo en Hawái), lo que tiene un gran mérito en una mujer que muchos definieron después como provinciana. En sus cartas relata con despreocupación como su bañador hasta los tobillos se le rompió en plena playa y cómo se compró uno corto (en el que enseñaba sus gruesos muslos) que a ella le pareció muy seductor o cómo se incomodó al no poder caminar sola por Nueva York, como lo hacía en Londres. Agatha Christie no era una feminista, pero en cierta forma ya estaba poniendo los mimbres para una nueva conducta.
A los 40 años volvió a casarse, esta vez con mucha más felicidad con un tranquilo arqueólogo 15 años menor que ella. «Lo mejor es casarse con un arqueólogo, cuanto más mayor te haces, más le interesas», decía divertida. Le acompañó en todos sus viajes a Oriente con el mismo disfrute de la aventura que había demostrado en su vuelta al mundo.