lunes, 12 de enero de 2015

Ramoneda: "El editor publica los textos que más le gustan; el librero vende los libros que prefiere"

Dice Roberto Bolaño en una de sus novelas: Todos tenemos la librería que nos merecemos, salvo los que no tienen ninguna 
Marta Ramoneda, librera y editora española./Begoña Rivas/jotdown.es
Hace ya dieciocho años que Marta Ramoneda, Antonio Ramírez y Maribel Guirao pusieron en marcha La Central: una primera librería en la calle Mallorca que se les quedó pequeña casi enseguida.
 Hoy siguen al frente Marta y Antonio: tienen otra librería en Barcelona, en el Raval, y otra en el corazón de Madrid, en Callao; además de las librerías del Museo Reina Sofía y de la Fundación MAPFRE, también en Madrid, y las del Museo de Urbanismo y del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Han conseguido el más difícil todavía: seguir siendo la misma librería, solo que mucho más grande, no perder la esencia del proyecto original por el camino, ser reconocibles y reconocidos, convertirse en un referente inapelable. Por otro lado, quién mejor que una librera para explicar qué está pasando en el sector del libro, hacia dónde vamos, si acaso podemos ver luz al final del túnel. 
¿Qué querías ser de pequeña, Marta?                                       
La verdad es que aún hoy no lo sé. No tenía una vocación clara ni una inclinación definida hacia lo que hago hoy. No tenía ningún referente, ningún librero o editor entre mis parientes, aunque los libros y la lectura formaban pare del ambiente familiar. Estudié Historia del Arte y Filosofía y un año de Filología. Probé a dar clases, durante un curso, y no pude, vi que no servía, me desbordaba. Me tocaron alumnos de BUP y COU, de Filosofía y Ética. Me di cuenta de que se tiene que ser una persona muy cabal para conseguirlo y yo no me vi capaz.
Surgió la oportunidad de trabajar en librerías, y aquí sí, me dije: «este es mi sitio»;  la verdad es que me lo paso muy bien.
Empezaste en Laie.
Sí, los tres primeros años trabajé ahí. Fue donde me formé como librera. Porque yo lo que sabía era nada, los libros que leía en casa. Antonio [se refiere a Antonio Ramírez, la otra cabeza visible de La Central] también estuvo trabajando en Laie un tiempo. Al cabo, lo dejó, y lo seguí. Fue cuando montamos La Central.
Sin quererlo, me ha salido redondo porque a mí personalmente me gusta muchísimo. No deja de ser lo que queremos. Tal vez parezca que siendo más pequeños es más fácil que tenga tu sello. Pero yo espero que, incluso habiendo crecido, en lo que hacemos se note estilo propio, un gusto determinado, una manera propia de presentar el contenido; son aspectos de nuestro trabajo sobre los que hemos reflexionado mucho; no paramos de darle vueltas.
Desde el principio, teníamos bastante claros nuestros objetivos. Siempre han girado en torno a humanidades: narrativa, poesía, arte, filosofía, ciencias sociales. Y en idiomas variados: castellano, catalán, inglés, francés… Esto también. Y siempre con el criterio de calidad en la selección de los libros y siempre apoyándonos en lo que nos gusta. Pero con matices: hay libros que no nos gustan pero que entendemos que tenemos que tenerlos, pues gracias a ellos podemos tener otras joyitas.
¿Cuántas horas pasas en la librería? ¿A qué hora llegas, cuándo te vas?
Suelo llegar sobre las once. Y me voy sobre las nueve. Si no estoy en una estoy en la otra. Me gusta mucho, me lo paso muy bien. No me importa estar horas y horas. Tengo también los gabinetes de lectura, etc. Es una actividad muy intensa.
¿Una librería se define por los libros que no tiene?
Sí, totalmente. Es también la manera de definir una selección. Procuramos que los que deben estar, estén siempre, y que los que estén sea porque tienen su justificación clara, que siempre sea por algo. Preferimos equivocarnos que no aceptarlo todo por si «tal vez quién sabe».
¿Cómo es la relación con las editoriales, cómo se toman este tipo de decisiones?
De entrada, algunos que se acercan por primera vez, te preguntan: «¿Por qué no tienes mis libros?». Y tal vez la respuesta en realidad sea muy sencilla: un editor publica los textos que más le gustan y un librero vende también los libros que prefiere o, en todo caso, los que cree que preferirán sus lectores. Yo no me atrevería a decirle a un editor lo que tiene que editar y lo que no, así que, por lo general, me incomoda que me digan a mí cuáles son los libros que deben entrar en mi librería. Pero la verdad es que sí, hay veces que algunos editores se molestan… Y no deja de ser un orgullo; les gustaría estar. Ocurre que si no nos esforzamos por seleccionar con la mayor exigencia, pues La Central no tendría su carácter tan definido.  Parece de perogrullo, pero conviene recordar que cada librería tiene su propio criterio de selección, es algo que alienta la variedad, siempre tan importante.
Me han contado que estás muy encima del fondo, muy pendiente.
Mi principal preocupación son los libros que configuran lo que llamamos el fondo, que nunca fallen. Son los que siempre nos acompañan y la razón de ser de la librería. Además, es lo que la gente más busca, lo que desde el punto de vista económico mejor funciona. Si te fijas, no damos tanta preferencia en la exposición a la novedad, al margen de las mesas principales en las que suele haber novedades, la mayoría de mesas y repisas las destinamos a los libros de toda la vida. Una cosa que nos identifica mucho, y que es muy interesante de preparar, son  mesas temáticas (por ejemplo, ahora estamos con la conmemoración de la caída del Muro de Berlín, y tenemos la librería volcada). Libros de todas las épocas. Creo que esa es la gracia, tener libros no solo de ahora, libros que te llevan a otros libros, y así conforman tu bagaje…
Abre La Central en 1996. Tampoco son tantos años, ¿no?
No quiero ni contarlos [se ríe]. Lo cierto es que en poco tiempo hemos crecido muchísimo. Eso sí. Debemos agradecer a la gente que nos ha apoyado; no son pocos los que lo han hecho desde siempre, desde el primer minuto. Tuvimos a editores, gente de la prensa, los lectores. Siempre ahí. Esto ha sido fundamental, e impecable. Cuando abrimos en Madrid igual; fuimos muy bien acogidos.
¿Es La Central lo que queríais que fuera?
Ha sido el día a día el que ha hecho que lleguemos a esto. Trabajar día a día. No es que tuviéramos un plan definido. Empezamos y, poco a poco, fuimos ampliando, sobre la marcha, según íbamos viendo. La primera fue la librería de la calle Mallorca, empezamos ampliando ese local, luego abrimos Raval y ahora, ya ves, en Callao nos encontramos.
Recuerdo que nos decían: «Duraréis un año». Bueno, hemos durado un poquito más…
¿Cuántas personas trabajan?
Casi cien. Algunas trabajan a tiempo parcial, otras por temporadas. Con seguridad, es de lo que más contenta estoy, de la gente que trabaja con nosotros. Si algo nos hace sentirnos orgullosos es haber reunido un equipo tan talentoso y entusiasta. La Central es su equipo. Evidentemente, ha ido cambiando a lo largo de los años y con algunos nos hemos entendido mejor que con otros; pero es natural…
¿Haces tú misma las entrevistas de trabajo? ¿Antonio?
Ambos. Unas veces él, otras veces yo.
¿Qué buscáis?
Tal vez lo más importante es una curiosidad y una visión amplia; no saber muchísimo de algo específico, por ejemplo, del tema particular de la tesis, y fuera de ahí, nada. Se trata de tener una cultura amplia que te permita defenderte con soltura en distintos ámbitos, sea buscando la obra de un poeta o aconsejando sobre teoría política, que sepas situar a los principales autores, los acontecimientos, las distintas corrientes literarias, etc.; que te permita incluso decir algo con sentido sobre libros que no has leído.
Suena a que sois exigentes.
Sí, la verdad que sí. Tal vez no seamos muy buenos pedagogos, demasiado impacientes a veces, queriendo que esté todo bien enseguida. Es fundamental reconocer cuál es verdadero lugar del librero; además ha de ser discreto, tiene que saber dejar a la gente su espacio para que pueda estar en la librería sin sentirse atosigada. Si alguien te necesita, entonces sí, debes estar a punto para echar una mano, si no, no.
Nuestro mayor empeño es ampliar nuestro papel como mediadores, como profesionales que acercamos los libros a los lectores. Para nosotros una herramienta fundamental es nuestro diario. Todos los libreros de La Central colaboramos con una o varias reseñas. Y es que, sobre todo, con el diario nos lo pasamos bomba. Ya hemos llegado al número diez. El mérito es de todo el equipo, escribimos todos, corregimos y maquetamos internamente.
¿Qué tiene que hacer un librero para estar al día?
Leer mucho. Esto es fundamental. Y ser capaz de dejar el libro en cuanto se da cuenta de que no vale. Porque hay mucho por leer. Cuando he llegado a la página diez y ya me doy cuenta de que no merece la pena seguir, lo dejo y continúo con otro. Tal vez me haya podido perder cosas interesantes, no digo que no… pero después de los años creo que ya sé cuándo algo merece la pena y cuándo no.
A veces, cuando los nuevos editores te explican sus proyectos, muy pronto te das cuenta de los que tienen un criterio, un hilo conductor, y comprendes que tendrán continuidad. Otras veces, enseguida te das cuenta de que el asunto no tiene calado, de que de nuevo se trata de ese ponerse sin más a editar, de esa expresión tan recurrente, «es que me gusta mucho leer», sin tener claro a dónde se dirige, por qué se hace, qué tipo de literatura se busca, a qué lectores se quiere llegar.
Parecería que todo el mundo quiere ser editor.
Sí. Ser editor es como más glamuroso. El librero es el comerciante y se le mira de otra manera, aunque cada vez somos más respetados y mejor considerados
¿Te envían textos para que los leas antes de publicarlos?
Sí, sí. Y luego se me enfadan si no los leo. Me traen para leer textos… y no siempre puedo, por una cuestión de tiempo, sobre todo. Se molestan cuando les digo que no sé si voy a poder leerlos. Pero, oiga, usted es el editor, tiene que saber usted lo que se trae entre manos. Yo soy librera.
¿Qué va a pasar ahora con Acantilado?
Ah, personalmente echo mucho de menos a Jaume [Jaume Vallcorba]. Pero igual… seguro que la vida de la editorial no podrá continuar igual; lo que le pasaba por la cabeza a Jaume solo le pasaba a él. Aunque estoy segura de que el nuevo equipo lo hará estupendamente, siempre será diferente. Ni mejor ni peor, sino  diferente. Jaume había logrado lo más difícil: muchos lectores confiaban plenamente en su criterio, tan suyo, tan particular.
He visto muchas veces cómo una determinada editorial publicaba a cierto autor desconocido, de gran calidad, y cómo, lamentablemente, pasaba totalmente desapercibido. Si más adelante ese mismo autor era publicado por Acantilado, entonces ya sí, los lectores le prestaban atención. Esto es lo más difícil para un editor: lograr la credibilidad. Es un prejuicio, lo sé, y quizá no siempre sea justo. Pero es algo que se construye con una trayectoria. Es el caso de Acantilado, lo que propone te lo crees, te fías. Algunos editores poseen esta especie de poder de magos, una extraña capacidad para hacernos creer en sus «piruetas»: lo tienen Anagrama, Galaxia Gutenberg, Asteroide, Periférica, y tantos otros. Cada nueva generación de lectores reconoce a sus propios «editores-magos»; por ejemplo, salvando las distancias, con Blackie Books también empieza a pasar algo parecido. Cuando los lectores se dejan llevar por unas simpatías, no hay siempre razones claras, causas objetivas, pero tampoco se trata de un apego arbitrario o fruto de un día. Más bien es resultado de una trayectoria, una sucesión de aciertos, de tanteos mutuos, de complicidad honesta, de descubrir afinidades compartidas. En realidad, hay muchas veces en que no llegas bien a comprender por qué ocurre en ciertos casos sí y en otros no.
¿Te enfadas cuando ves un libro mal editado?
Sí, sí. Libros a los que les faltan capítulos, con faltas de ortografía, con referencias equivocadas. Ya no una errata, no: una idea, un proyecto echado a perder. Es una gran pena, tantos editores que descuidan el aspecto físico de sus libros; el papel, el formato, el grafismo, la portada…
Tengo un compañero que dice que para vender libros no hace falta editar bien, ¿qué te parece?
No digo que no, pero pienso que a la larga esta osadía se cae por su propio peso. Puede ser que, de entrada, puedas vender aceptablemente bien un libro determinado; ahora bien, con el transcurso del tiempo, así nunca conquistarás la confianza de los lectores. No acabarán de creer en el proyecto, se correrá la voz. Lo que decíamos antes: la confianza de los lectores se obtiene también con la forma, con los libros bien publicados, con los aspectos gráficos y tipográficos bien logrados, estables y reconocibles para los lectores. Es así como a la larga puedes vender los nuevos títulos. En cualquier caso, yo prefiero vender los libros bien editados.
Hay editoriales como Minúscula, o las del grupo Contexto, y otras de las que ya hemos hablado, que cuidan mucho el libro en todos sus aspectos. Y están ahí. Se aprecia el esmero y convencen. Es una cuestión también de respeto al lector. No es un capricho. Un libro bien editado siempre te atraerá más que uno que no esté bien hecho.
En el último informe sobre el mercado editorial que publica el gremio de editores aparece el dato de que en el 2012 iniciaron su actividad editorial un total de trescientas sesenta y ocho empresas.
Madre mía…
El mismo informe dice que solo el 55% de los españoles compró algún libro en el mismo periodo, y aquí van incluidos los libros de texto. Es contradictorio, ¿no?
Veamos. Para representar el fenómeno podríamos recurrir a la forma piramidal pero boca abajo: en la base hay un grupo de gente que lee muchísimo, y de manera muy intensa. Es un grupo exigente, muy preparado y capaz, que sabe lo que quiere, tiene sus rutas literarias, una cosa le lleva a la otra. Es un grupo, como digo, muy reducido. Y es muy importante para nosotros. Es el que nos nutre, porque es el que busca fondo, y el que está también al tanto de lo que ocurre en el mundo editorial, con un criterio propio y sólido que le permite distinguir entre lo que merece la pena y lo que no.
Luego hay un grupo más disperso de gente que lee, sí, pero no con regularidad ni de forma intensiva. Ahí tendríamos, para entendernos, a personas que leen ficción contemporánea de aquí o traducida; por decirlo así, es un grupo todoterreno. Es un sector también importante, pero más esporádico e imprevisible. No leen tanto como los de la base de la pirámide, sus lecturas son más espaciadas y más variadas. Y, finalmente, hay un público muy disperso que comprará acaso una obra al año, incluso más para regalarla que para leerla. El más llamativo y del que más se aprende es ese núcleo pequeñito, pero muy matón; los que están abajo, en la parte más estrecha.
¿Y no leen en digital?
O sí, pero combinan. Recurren a lo digital para según qué géneros, por ejemplo para trabajos académicos; o en según qué contextos, por ejemplo, para leer en el transporte público; o según con qué fines, por ejemplo, para obras de consulta, artículos… Pero ellos mismos reconocen que para sus aficiones y sus gustos más arraigados, para sus mejores momentos de lectura siguen prefiriendo el papel.
El papel ya no es solo el objeto. Es el ir a la librería, todo lo que eso supone, pasarse por aquí un buen rato, entre los libros, curioseando. A veces sé la hora que es por la gente que hay en la librería. Es todo un ritual. Al menos en esta. Van por distintas secciones: historia, filosofía, etc. Esa es la gracia.
¿Por qué se publican tantos libros en este país, entonces? No parece que haya tantos lectores, a la vista de estos números.
Me parece que es una exageración lo que está ocurriendo. Es como dar por supuesto que todo el mundo que quiera merece publicar. Y esto que voy a decir quizá suene feo, pero es también como si se diera por hecho que todo el mundo puede escribir. Evidentemente puedes hacerlo y también publicarlo. Ahora bien, una cosa es hacerlo, y otra es proponerte hacerlo bien. Y que lo que estés ofreciendo interese y tenga un valor. Tanto valor como para que tenga sentido el fijarlo y convertirlo en un libro.
Se editan muchísimos libros. Además, ocurre que estamos dando por sentado que una editorial pequeña es buena. Y eso no siempre es así. Tan buena puede ser una editorial grande como una pequeña. Aunque el mérito de los pequeños es incontestable y siempre nos resultan más cercanos, lo importante es que lo que se publique sea interesante y esté bien editado. El tamaño no es decisivo.
Las editoriales independientes.
Independiente es quien tiene los recursos necesarios. Si esto te permite mantener los criterios propios y poder decidir a tu gusto, ¡pues bienvenido sea! Pero no siempre lo que se hace desde esa independencia está justificado.
Jorge Herralde decía en la entrevista que le hizo Ramón Lobo para esta casa que es por las nuevas tecnologías, que hacen que sea muy barato editar. Gustavo Bueno se remonta a los orígenes de la imprenta.
Claro. Ahora es muy fácil editar un libro, publicarlo. Es más económico y muy accesible. Para imprimir en digital no necesitas tampoco hacer una gran inversión. Y sí, el resultado es que hay una cierta saturación. Pero al final acaba quedando lo que de verdad merece la pena, lo que pasa una criba. Físicamente en una librería no cabe todo lo que sale. No podemos tenerlo todo. Podríamos decir que la edición digital, con las opciones que ofrece a los escritores espontáneos o diletantes, parece una gran oportunidad para el libro en papel: permite que la edición «a la ligera», por los bajos costes, se derive hacia el formato digital y el papel se reserve para los textos bien trabajados, digeridos y procesados con la paciencia que siempre necesita un buen libro.
Ahora es un momento difícil, de todas formas. El mercado del libro, todo el mundo lo dice, pasa por un momento muy malo, en lo que a ventas se refiere. ¿Qué se puede hacer para salir adelante? ¿Qué tiene que hacer un editor para que su editorial sea viable económicamente?
Ante todo hay que tener en cuenta que el del libro es un mundo en el que tampoco nunca se ha movido muchísimo dinero. Es un mercado discreto. No son las librerías comercios que generen grandes beneficios. No hay libreros millonarios. A los editores les suele venir de familia. [Risas]
Creo que por un lado ha habido un cierto interés en decir que se acaban las librerías, que se va a imponer lo digital, sobre todo por parte de ciertos medios. Pero ahora resulta que no, que no acaban de desaparecer del todo. ¿Que es una resistencia muy frágil? Sí. Lo es. Si hay un día bueno luego hay otro regular… No te puedes confiar.
Ser viable económicamente es algo relativamente sencillo. Ahora pueden trabajar apenas con dos personas, la editora o el editor y su pareja, o amigo o algún familiar. Si no pretendes vender miles de ejemplares y haces tiradas muy ajustadas, creo que perder no pierdes. Se trata de ajustar gastos. Ahora bien, el misterio de por qué un libro se vende bien y otros no se venden nada o casi nada es siempre irresoluble.
¿Hay que ilustrar los libros para que se vendan?
Temo que pueda haber una burbuja con todo este auge de los libros ilustrados. Ahora ya todo se ilustra. Pero tampoco todo está logrado. Además, puede resultar caro. Tengo la sensación de que todo se hace ilustrado, desde clásicos, libros menos clásicos… Algunos me parecen una exageración. Tal vez ahora comienza a haber ya demasiados, como si lo raro fuera no ilustrar cada libro con dibujos.
Tal vez se trata de fidelizar a un determinado público, si la venta del libro de bolsillo ha caído por el auge de lo digital. Intentar hacer libros que no sean trasladables, que se tengan que «consumir» en papel.
No estoy de acuerdo con la afirmación de que la venta del libro de bolsillo haya caído de forma generalizada. Tal vez sí ha caído lo que los americanos llaman el mass-market: las novelas populares, románticas, de misterio, de leer y tirar. Pero el libro de bolsillo bien editado y con clásicos de toda la vida… este no falla. Para nosotros sus ventas permanecen muy estables. Debolsillo, Alianza, Compactos de Anagrama, por ejemplo. No fallan.
Decía Beatriz Moura que el problema del sector es que la gente está dejando de leer. Chus Visor también decía esto mismo. ¿Estás de acuerdo?
Esto no lo podría decir. Las encuestas, en la medida en que sean fiables, muestran que España es de los pocos países europeos donde los índices de lectura han mejorado en las últimas dos décadas. Creo que se lee de manera diferente, las generaciones intermedias leen más; también muchos jóvenes.  Y no creo que vaya a cambiar. Veo que en la librería entra tanto gente mayor como joven, chavales.
Pero es una realidad que se venden menos libros. ¿A qué se debe?
En primer lugar llevamos ya unos cuantos años de crisis económica, creo que son siete, una caída muy fuerte en el consumo, en el gasto de las familias. El sector del libro, como el resto de sectores, se ha visto afectado. En segundo lugar, no todo el sector se ha visto afectado de la misma manera: han caído las compras institucionales, los supermercados han retirado libros de su oferta; me parece que es en las grandes superficies donde las ventas han caído más, o  mucho más que en las librerías. Tal vez se trate de que la gente hoy tiene más y más cosas por las que interesarse, que la competencia por su atención es cada vez más dura. Pero seguimos siendo muchos los que pensamos que pocas entre esas mil cosas superan la variedad de satisfacciones que se logran con un buen libro, sean ilustrados o no. [Risas] Y una vez que lo has probado, es difícil cambiar de opinión.
El tono con que me hablas es optimista, no hay derrotismo.
No, claro. Es que el mundo está muy mal, y nosotros, en ese sentido, somos afortunados: tenemos todo esto —la librería— y nos podemos rodear de gente con la que se aprende un montón, hacemos cosas muy dignas… ¿Qué más quiero? Visto el panorama, los mangantes que nos rodean, la nuestra es una zona privilegiada. Me lo dicen algunos clientes: «Vengo aquí porque es un sitio donde se puede estar en calma».
¿Cuál es el papel del librero en la sociedad?
Ah, yo como librera me siento muy importante. Nosotros estamos con todos: el autor, el editor, el distribuidor, el lector. Estamos en contacto con todas las patas en las que se sustenta este sector. Y esto no tiene desperdicio, comprenderás. Todo acaba pasando por la librería. Eso es fantástico.
Aparte, creo que una población sin una red variada de librerías es muy triste. En Madrid, Barcelona, hay tantas, tan diferentes, grandes, pequeñas. Eso es fabuloso.
Han cerrado muchas. Hace nada cerró una librería emblemática de Barcelona: Catalonia.
Y han abierto otras. En el barrio de Gracia han abierto muchas librerías, y por Madrid hay algunas recientemente abiertas que ya dan mucho que hablar… eso es bueno.
¿Van prosperando?
Se mantienen. Pero es que hoy en día eso ya es algo, el poder vivir de tu trabajo, no depender de nadie.
¿No se necesita a la vez poner una cafetería dentro?
Hay algunas que solo son librerías. Algunas ya están bastante asentadas. Creo que prosperarán, sí, que pueden mantenerse en el tiempo. Ahora bien, si todo el mundo de pronto abre una librería… Ese es el peligro. La moda. En Nueva York y Berlín se ha dado mucho, un tipo de librería más tradicional, librería de barrio regentada por una sola persona. Se está imponiendo aquí, y creo que sitio para algunas que corresponden a este modelo sí que hay.
Ocurre que el tema inmobiliario ha hecho estragos. Competir con tiendas de ropa por un alquiler no es viable para determinados comercios, como lo son las librerías. Son precios inasequibles, por algunos locales se  piden cantidades desorbitadas que tan solo pueden asumir las franquicias de moda. Y esto ha hecho mucho daño a la vida de nuestras ciudades.
El margen que se lleva una librería por la venta de un libro no es nada despreciable, está en torno al 30/35%. Hay grandes compañías que incluso se llevan más, se puede llegar hasta el 45%.
Sí, la media será el 35%. Pero en otros sectores hay más margen. En ropa, por ejemplo, es espectacular.
El librero, dentro de lo que es toda la cadena, se lleva un porcentaje nada desdeñable.
No es que se lo «lleve el librero»: debe asumir los costes de funcionamiento de su negocio, el alquiler, el personal, etc. Raramente, ni en los mejores momentos, los beneficios de una librería superan el 2 o 3% de su facturación.
En vuestro caso habéis hecho una fuerte inversión en el espacio, en las librerías de Barcelona, tanto en la del Raval como en la de la calle Mallorca. Son sitios muy acogedores, están muy pensados los interiores, el mobiliario. En la de Callao, aquí en Madrid, igual. Para esta contasteis ya con capital de fuera, el grupo editorial italiano Feltrinelli. ¿Cómo es que entre alguien de fuera en un negocio tan personal como este?
Con Feltrinelli mantenemos una amistad muy sólida y una simpatía mutua. Carlo Feltrinelli tiene mucho interés personal y profesional por España y los países de ámbito hispano. Así que el acuerdo entre ambos ha sido muy plácido: ellos pusieron una parte del capital con el que pudimos abrir Callao pero justo con el propósito de que nosotros continuáramos trabajando a nuestra manera. No intervienen en el día a día y sí nos respaldan. Seguimos siendo independientes en nuestra manera de hacer las cosas, siguiendo nuestro criterio. Y es lo que a ellos más les interesa.
Aquí en Madrid editores, lectores… todo el mundo nos ha acogido muy bien. Ha sido fantástico. Estamos muy a gusto. Llevamos poquito, en realidad, no llega a tres años.
Y al lado de la FNAC.
Sí, y creo que no es malo, al contrario. A los lectores les gusta ir un día a un sitio, otro a otro. Para muchos, visitar librerías es seguir un circuito que cuantas más paradas tenga mejor.
Me parece que todos tenemos ahora una sola competencia. No lo citaré, pero comienza por A., y se reconoce porque pretende quedarse con todo y sin pagar impuestos. Así que el resto vamos todos a una. Si a unos nos va bien a los otros también. Creo que esto es importante: que nos pueda ir bien a todos. Lo que nos dará estabilidad y seguridad es que haya un tejido cuanto más denso mejor. Bien es cierto que Madrid y Barcelona son ciudades grandes. Quizás en ciudades más pequeñas resulte más difícil. Pero aquí creo que hay para todos. Bastante frágil está todo ahora como para que entre nosotros no nos llevemos bien.
Los libros los vendes uno a uno. Digo frágil en este sentido. No es poner una pila de libros y que desaparezca sola. Eso pasa con Marías y con pocos más… El resto hay que trabajarlo: «Pongo este al lado de este otro que me gustó…». Pensar al detalle.
Los editores de Nevsky nos decían que es más complicado vender los libros escritos por mujeres, en general.
A mí me cuesta pensar en esos términos. No por nada… es que no lo veo.
Fabio de la Flor, editor de Delirio, decía aquí que los hombres se ofrecen para escribir y las mujeres para trabajar. ¿Por qué a las mujeres les cuesta tanto y a los hombres tan poco ponerse a escribir?
Tal vez porque las mujeres tenemos más cosas que hacer.
Mira, por ejemplo, en los gabinetes de lectura que hacemos siempre son mayoría mujeres. Suelen ser personas que están haciendo siempre un montón de cosas. A los hombres les veo más pendientes de su trabajo, y poco más. Las mujeres, sin embargo, están constantemente moviéndose, su trabajo, su familia, sus actividades. No paran. Supongo que es porque siempre han tenido que esforzarse especialmente para llegar a más. Tal vez lo hacemos, escribimos, pero nos cuesta más mostrarlo. En este sentido, entiendo que no es tanto si se hace o no, sino cómo se esparce.
Y volviendo a si venden más que los hombres, creo que las mujeres compran de todo, sin distinción de sexo. Y los hombres no: compran más a hombres que a mujeres… Pero no lo sé, no me he parado a pensar en esto mucho.
Editoras hay un montón. Y agentes.
¿Tal vez sea que las mujeres han ido asumiendo roles masculinos sin ser capaces a la vez de desprenderse de las obligaciones que tradicionalmente tenían asignadas?
Exacto. No tenemos reparos a la hora de cargarnos de trabajo.
¿Qué opinas de la guerra Hachette vs. Amazon?
Les deseo la mejor de las suertes… Pero, vaya, me parece que la posición de Amazon roza el chantaje. «Si no haces esto no expongo tus libros». Ahora Amazon tiene tanto poder que se siente seguro de poder imponer las reglas de juego, para todos, y es algo que no puede traer consecuencias positivas para el conjunto, para los lectores. Una empresa global que pretende suplantar a toda la cadena: desplazar a otros vendedores de libros, suplantar a los editores, prescindir de los agentes. Eliminar a todos los intermediarios. Es un propósito sobre todo destructivo; una cosa, en mi opinión, es que montes tu negocio para que te vaya bien; otra, distinta, es que lo montes pensando en cómo deshacerte de los demás. No pueden estas prácticas ser buenas ni para el que las hace ni para los demás. Y creo que esto no será bueno para nadie. Además, todos deberíamos trabajar en igualdad de condiciones, es decir, pagar impuestos como se nos exige a todos.
No usas como Marta Ramoneda las redes sociales.
No. Es La Central.
¿Qué te parece que se tomen decisiones editoriales (publicar a alguien) teniendo en cuenta sobre todo los seguidores que se tienen en Facebook o Twitter? ¿Se tiende a confundir al lector con el seguidor?
Sí, eso crea confusión, claro. Una cosa es que te lean un comentario, una frase graciosa. De ahí a que luego vaya esa misma gente a la librería hay un trecho. Que seas muy simpático o gracioso no quiere decir que tu libro vaya a funcionar. Son registros distintos y creo que es un error equipararlos.
Por otro lado, cuando veo a alguien con una presencia insistente, muy participativo, me pregunto cuándo se forma, cuándo lee, cuándo pule lo que escribe. Esto creo que está empezando a hacer algo de mella. Es una ficción esta, la que se crea en torno a los seguidores.
También es cierto que por parte de los libreros, por nuestra parte, ha habido un poco de dejadez. A veces no estás preocupado por las cosas nuevas. Es un sector que se ha quedado apalancado. Incluso, en cierta época, algo casposo… Y creo que tanto el hecho de que haya editoriales nuevas como librerías, modelos diferentes, ha hecho que se espabile un poco todo el mundo.
Luego está el tema de la inmediatez, que creo que no es buena. Hay que reflexionar sobre lo que se está haciendo. No se puede demostrar todo de una vez y luego pasar a otra cosa y así, sin detenerse a pensar en nada.
Háblame sobre La Maleta de Portbou. Tiene una reputación envidiable, todo el mundo habla maravillas de esta publicación. Tú intervienes.
La dirige Josep Ramoneda, mi hermano. Lo edita Galaxia Gutenberg. Es una idea que tenía él desde siempre. Una vez que dejó el CCCB, que le acaparaba todo su tiempo, se sintió casi liberado, más contento que nunca y muy dispuesto. Y consiguió socios que le financiaran. Nosotros ahí estamos como asesores, más que nada, y para criticarle un poquillo, claro. Es un proyecto muy suyo, muy personal. El contenido es de reflexión humanística, incluyendo el ámbito artístico, científico y económico. También teníamos muy claro que el diseño debía estar muy cuidado, que fuera agradable y atractivo.
Hemos llegado al número ocho y acabamos de cumplir el primer aniversario. Y podemos estar contentos.
¿Cómo se promociona una publicación como La Maleta?
Esto sí es importante. Yo le dije que no dejara de ir a ningún sitio, por pequeña que fuera una librería, que no se centrara solo en las grandes ciudades. Cervantes en Oviedo, por ejemplo, la presentó. Se lo pasaron genial, acudió mucha gente. También en Auzolan, Pamplona. Y esto es lo que hace que un proyecto de este tipo se vaya asentando.
Es decir, sirven las presentaciones de libros. Hemos hablado de esto en alguna ocasión,  aquí, con Jekyll&Jill, por ejemplo.
Las presentaciones de libros son algo diferente… Ya no te sabría decir. Las presentaciones son sobre todo un acto social; si el presentado tiene familia, es decir, si acompañan al autor, la madre, la familia, los amigos… entonces parece que el asunto funciona. Por lo demás, nadie te garantiza nada. Muchas presentaciones son una oportunidad para mostrar el agradecimiento del autor a sus amigos y para sus amigos, el cariño, la solidaridad, hacia el autor, así siempre funciona. Excepto en los casos donde el  autor es muy conocido o su presencia en la ciudad muy poco frecuente.
Hace poco hemos tenido aquí en Callao actos con muchísimo público y no solo por eso nos han dejado muy buen sabor de boca: uno con Edgar Keret y otro con Yasmina Kadra. Sobre todo fue el interés que despertaban ellos, su posición en el momento actual, han sido los dos actos muy emocionantes, por la actitud del público y por el contenido mismo.
En el caso de las actividades de La Maleta, la verdad es que no se trata de presentaciones al uso, como eventos sociales. Josep reúne a intelectuales que tienen cosas que explicar y las intervenciones y la discusión suelen ser por sí mismas muy interesantes. Eso a la gente le gusta. Por eso han funcionado bien. No es presentar un libro y ya está. Es algo diferente. Es enriquecedor.
¿Qué te gusta  hacer en tu tiempo libre, aparte de leer?
Me gusta mucho andar. Por donde sea, la ciudad, el campo. Salir a andar. Correr no. También me gusta mucho la música. La música antigua y la época de la Velvet. Viajar. Pero viajar a sitios que conozca un poquito por referencias librescas, a sitios sobre los que he leído… Y comer. Cocinar no, porque soy muy impaciente.
Haznos alguna recomendación de librera.
Ahora ha salido un libro que me ha gustado muchísimo, Días felices en el infierno de György Faludy. Lo han coeditado Pepitas de Calabaza y Fulgencio Pimentel. Es un libro precioso. Han aprovechado un cartel soviético y lo han compuesto a su manera… Les ha quedado genial. Son las memorias de un poeta húngaro que estuvo deportado en un campo de concentración, tras una vida apasionante entre París, Marruecos y EE. UU., pero una vida terrible, al fin y al cabo. En cambio, lo vas leyendo, y es como un libro de aventuras, con una gran ironía y humanismo. Es trepidante; a la vez que te está contando peripecias, descubrimos a una persona cultísima. Puede recordar un poco al Limonov de Carrère, pero el personaje no es tan turbio. Lo recomiendo encarecidamente. Y no tiene dibujos [Se ríe].
Otro libro que está muy bien, que da para mucho es Andar, de Frédéric Gros. Es filosofía, pero de trato asequible. Otro que me ha gustado es la edición que Trotta acaba de publicar con una selección de ensayos sobre literatura de Hannah ArendtMás allá de la filosofía.
Personalmente, lo que más ilusión me hace es que al parecer los clásicos no decaen: Dante, las sagas artúricas, los trágicos griegos… Raro es el día que no se vende Los ensayos de Montaigne.
Dejo que acabes como tú quieras.
Creo que hoy es importante que los libreros valoremos nuestro trabajo, que pongamos de relieve su importancia. A veces hay quien te dice «¿Y para ser librero tienes que ser licenciado?». Pues sí. No es tanto el título como el haber estudiado. Durante mucho tiempo el oficio de librero no ha estado valorado. Y debemos empezar, en mi opinión, por valorarlo nosotros mismos antes. Para nosotros es el objetivo diario de La Central, está detrás de iniciativas como el o los gabinetes, los cursos, los talleres, y otras muchas actividades que organizamos aquí, y que también se hacen en otras librerías; me parece que  así podremos conseguirlo.
Valorar las librerías es valorar a los lectores. Eso es lo que yo intento aquí. Es lo fundamental.
Fotografía: Begoña Rivas/jotdown.es