viernes, 16 de enero de 2015

Vásquez: "Las redes sociales están secuestradas por el narcisismo, la intolerancia y la calumnia"

Juan Gabriel Vásquez habló sobre la masacre de Charlie Hebdo, las nuevas tecnologías, su literatura y sus manías

 
El escritor estará en la décima edición de Hay Festival en Cartagena conversando con Javier Cercas. /semana.com
Escribió su primer cuento a los ocho años y desde muy joven supo que no entendía su vida sino a través de los libros. En medio de este mundo vertiginoso e hiperconectado, este escritor permanece en su estudio –si lo dejan– semanas enteras. No usa ninguna red social pero entiende muy bien sus efectos.
Las reputaciones, su novela más reciente, cuenta la vida de un caricaturista político que con el poder de la tinta china y de su pluma, ponía a políticos a temblar. A raíz de la matanza en París y de su participación en el Hay Festival de Cartagena a final de este mes, Semana.com aprovechó para hablar con el autor de El ruido de las cosas al caer.
Antes que nada, ¿cómo interpreta la masacre de Charlie Hebdo?
A cierto nivel es muy simple: es un ataque de los oscurantismos, la superstición y la intolerancia contra los valores de la sociedad abierta, entre ellos la gran conquista de la libertad de expresión. Es muy grave, y minimizar o relativizar la gravedad de los asesinatos terroristas con el argumento de que las víctimas “abusaron de la libertad de expresión”, o con el argumento de que “Occidente también ha matado”, me parece de una cobardía moral repugnante. 
George Orwell dice que la primera razón por la que él escribía era puro egoísmo: por demostrar su inteligencia, buscar reconocimiento, respeto y ser recordado. Usted es un escritor reconocido y respetado, ¿qué tanto lo motiva eso?

Escribir literatura es algo demasiado difícil como para que uno no persiga, a cierto nivel, un grado de satisfacción egoísta. Pero ese nunca ha sido mi primer objetivo. Yo escribo novelas para darle un poco de orden al caos de la experiencia. Porque a partir de la invención de un mundo distinto puedo entender algo que desconozco o ignoro. Las novelas que me interesa escribir son las que me sirven para echar un poco de luz sobre un fragmento oscuro de mi experiencia.

Algunos consideran que en el gremio de los escritores hay una sensación  de superioridad o de prepotencia frente al resto del mundo, ¿usted lo ve así?
Basado en mi experiencia, no creo. En términos generales, los escritores son inseguros y vulnerables por dedicarse a un trabajo que ocurre en soledad, sin la recompensa debida, que es fácilmente atacado y destructible y que no tiene dónde apoyarse, porque un escritor de ficciones no tiene nada más que su realidad. Eso vuelve el gremio un poco neurótico y propenso a la envidia, la mezquindad y el canibalismo a unos niveles que no he visto en otro gremio.
Saul Bellow decía que un escritor nunca le desea el bien a otro. Eso, creo yo, es una regla general. Sin embargo, yo tengo en este gremio a mis grandes amigos, y no dejo de conocer gente maravillosa. Serán las excepciones.

¿Qué futuro les ve a los lectores y a la literatura de las futuras generaciones?
Sin poder demostrarlo, creo que la novela seria ha perdido terreno en las vidas de los lectores jóvenes por varias razones. De maneras indirectas, las nuevas tecnologías han empujado la novela a los márgenes de los intereses de las generaciones jóvenes.
Por otro lado, la novela es un género que se alimenta de la ambigüedad, la incertidumbre y la duda, conceptos hoy muy impopulares. A nuestras sociedades no les gusta la falta de respuestas, necesitan un mundo dividido en buenos y malos, definido. En ese sentido el mundo se ha vuelto hostil a la novela, porque en ella, por definición, nadie intenta convencernos de nada: no hay políticos pidiendo nuestro voto, ni religiones convenciéndonos de creer en un dios, ni publicidad ofreciendo un producto. Y uno sale de una novela y lo único que hay es eso: una maquinaria gigantesca que nos quiere convencer de algo. Entonces sí, la novela cada vez más es un bicho raro en el mundo que la rodea.
¿Por qué no tiene Twitter?
No tengo Twitter, ni Facebook, ni Instagram ni ningún tipo de red social, básicamente porque las siento como una amenaza a mi tiempo. Y porque, con todo lo bueno que tienen, sólo una minoría las usa para las cosas más provechosas. Generalmente son secuestradas por el narcisismo, la intolerancia y la calumnia. Twitter, notoriamente, ha simplificado el debate público. Maldigo el día en que los políticos lo descubrieron.
¿Cree que hay condiciones familiares, sociales o psicológicas que facilitan el trabajo a los escritores?
No, pero sí creo que ningún escritor tiene una relación perfecta con el mundo. Nadie que esté satisfecho con la vida escribe libros. Se escribe a partir de cierta carencia, desasosiego o insatisfacción. Hay escritores a los cuales la estabilidad familiar les es indispensable y hay otros que necesitan el caos en sus vidas para poder escribir. Es imposible generalizar el comportamiento de los novelistas.
¿Qué espera de un buen escritor o de la buena literatura?

Algunas novelas sin dotes estilísticas han logrado la reinvención de un mundo, la exploración ambiciosa de un universo, que es lo que esperamos de las buenas ficciones. Pero no puedo dar una respuesta en pocas frases porque yo busco de la buena literatura una satisfacción en muchos niveles al mismo tiempo. En últimas, como decía Nabokov, lo único que uno puede hacer es esperar ese escalofrío en el cuello: esa es la señal de la buena literatura, ese momento en que la emoción tiene un resultado físico.

En una ocasión usted denominó a Paulo Coelho “un productor en serie de esoterismo barato y manuales de autoayuda” porque menospreciaba Ulises, de James Joyce. ¿Qué relación cree que hay entre el éxito comercial y la buena literatura?
Nunca ha habido una relación tan clara como la que nos quieren vender. El siglo XX está plagado de ejemplos de gran literatura que no tiene el menor éxito comercial. Por ejemplo, Dublineses, de James Joyce, que para mí es el mejor libro de cuentos de su lengua, vendió 379 ejemplares en el año de su publicación. Pero también hay ejemplos de buena literatura que es bestseller, como Cien Años de Soledad o algunas novelas de Hemingway y de Fitzgerald.
Lo problemático es esa especie de rara perversión que consiste en pensar que el éxito comercial implica la mala calidad del libro, o que una novela que fracasa en sus ventas debe inmediatamente ser muy buena. Esto es un prejuicio tan tonto como el contrario: suponer que algo es bueno porque vende o malo porque no vende.

¿Cuáles son sus manías para escribir?
Necesito absoluto silencio (uso tapones en los oídos), pero me he visto obligado a aprender a escribir en casi todos los lugares: aviones, hoteles, trenes, para poder aprovechar los viajes. Una de las cosas que hago todas las mañanas es leer unas 20 páginas de algún clásico moderno que, por alguna razón misteriosa que no alcanzo a entender, me hace entrar en la música del libro que estoy escribiendo. Es como el diapasón que usan los músicos para afinar el oído. En El ruido de las cosas al caer, por ejemplo, ese ‘diapasón’ era La vida breve, de Onnetti.
¿Qué lo llevó a usted a creer que necesitaba escribir?
Tuvo que ver con una vocación de soledad, y sobre todo con el momento en que descubrí que la lectura de ficción no era un pasatiempo sino un lugar privilegiado y una manera especial de estar en el mundo. Cuando la lectura se vuelve tan importante, tarde o temprano uno acaba queriendo hacer eso mismo.
En mi caso la vida leída y la vida vivida nunca han estado reñidas, por el contrario, son complementarias, se alimentan y una permite entender a la otra.

¿Alguna vez ha pensado dedicarse a algo distinto?
Por supuesto que no. Para mí la escritura no es un oficio ni una profesión, sino una manera de estar en el mundo. No entiendo mi vida sino a través de los libros que leo y de los que he escrito.
¿Qué le dejó haber estudiado derecho?
Muchas horas perdidas, tal vez la mayoría, pero las otras siguen siendo hasta hoy muy provechosas. Me dejó algunos profesores y sobre todo el espacio geográfico, el del centro bogotano, donde está la universidad. Fue el único lugar de Bogotá que realmente me interesó, que aparece en todas mis novelas y es el escenario de buena parte de la historia colombiana. Cuando dejé de ir a clases y me la pasaba caminando, jugando billar y en las librerías de segunda mano, diseñé un recorrido de la Casa de Poesía Silva a la ventana de donde saltó Bolívar para que no lo mataran, a la esquina donde asesinaron a Rafael Uribe Uribe en 1914, a donde mataron a Gaitán y a La Gran Vía, la tienda donde el caricaturista Ricardo Rendón se pegó un tiro. En esas pocas cuadras parecía haber sucedido todo.
El lucro es uno de los obstáculos que más disuaden a quienes aman el oficio de escribir, ¿a usted qué tanto le angustia?
Desde muy pequeño tuve la convicción de que me iba a dedicar a esto pasara lo que pasara, entonces no tuve esa angustia porque ya sabía que no tenía remedio. Claro, en los primeros años de mi vida en Barcelona tenía que trabajar en tres o cuatro cosas al tiempo para ganarme la vida con lo único que sé hacer, que es leer y escribir, pero nunca fue una carga. Al revés, siempre me consideré afortunado por ganarme la vida con los libros: traduciéndolos, leyéndolos para reseñarlos, enseñándolos en universidades y luego, al cabo de muchos años, escribiéndolos.
¿Quiere adelantar algo sobre su próximo proyecto? Se dice que es sobre el asesinato de Rafael Uribe Uribe…
Sí, inicialmente era sobre eso, pero ya no. Ha cambiado mucho y le ha permitido la entrada a una cantidad de temas que antes no había previsto. Escribiendo descubro lo que quiero explorar. Lo único que puedo decir con certeza es que es sobre algunos episodios de la violencia política en el país y mi relación personal con ellos, pero aún no puedo decirle mucho más.
¿En qué etapa del proceso está?
 
Hace un mes y medio boté 150 páginas a la basura y volví a empezar.
 ¿Y qué pasó?

No sé muy bien. Una novela es un juego con unas reglas especiales, la labor del escritor es descubrirlas. Escribir un libro es también aprender a escribirlo, a menos que uno tenga una fórmula fija que sirva para todos, que no es mi caso.
¿A quién le cree en términos políticos?
No veo la madurez que me gustaría en la izquierda democrática del país, aunque hay gente valiosísima. Suelo estar de acuerdo con Carlos Gaviria en todo o casi todo, y daría una mano porque fuera presidente de Colombia. Me refiero a proponer una sociedad laica, abierta y liberal donde se dé prioridad a los derechos civiles y las libertades individuales, donde el individuo vuelva a ser responsable de sus decisiones, donde la educación sea lo único sagrado y la moral política consista sobre todo en reducir el sufrimiento.

¿Qué libros recomendaría a quienes quieren escribir?
Aparte de las grandes novelas, hay libros extraordinarios sobre la escritura: los ensayos de Milan Kundera, en particular El arte de la novela y El telón. También recomendaría Correspondencia, de Gustave Flaubert, y el Curso de literatura rusa, de Nabokov.
¿Cuándo volverá a escribir su columna?
Aún no sé. La dejé por varias razones mezcladas: la posibilidad de que Zuluaga llegara a la Presidencia en las últimas elecciones me parecía terrible, un regreso a las prácticas y a la ética del uribismo, e invertí mucha energía en defender lo contrario. Eso, mezclado con que esa faceta me había apartado de los libros, me obligó a dejarla. Las opiniones políticas pueden convertir a un novelista en vocero de otros intereses. Pueden también convertir sus libros en un mero ingrediente añadido a su figura pública. Nada me da más miedo.

Twitter: @MiguelR281