Resulta indiscutible que la llamada Sociedad del Conocimiento de esta primera década del Tercer Milenio ha provocado profundas transformaciones culturales en nuestra forma de pensar y vivir. Los pros y los contras de estas diferentes maneras de comunicar, de acceder al conocimiento y de manejarse con los nuevos formatos en un mundo globalizado y desigual
DOS LECTURAS, DOS MUNDOS. El formato clásico del libro y el e-book de la era digital todavía conviven./Revista Ñ. |
1. En “El Gran Depósito” cultural de esta primera
década del nuevo milenio, el cliente puede encontrar cosas muy
variadas, contradictorias, nuevas, recicladas, valiosas y
despreciables. Como en el “cambalache” del tango, todo está allí
mezclado y el consumidor debe tener mucho cuidado con lo que le venden y
con lo que compra. El catálogo es amplísimo pero se pueden mencionar
sólo diez cosas –opinables– que son importantes: 1) Rezagos del
modernismo 2) Iconos reciclados del posmodernismo 3) La tecnología más
sofisticada 4) Capas y capas de imágenes 5) Relatos sin contenido 6)
Los rostros contrastantes de la globalización 7) Incertidumbres sobre
el presente y el futuro 8) Archivos infinitos con información que no
supone conocimiento, pero que es transmitida como el rayo 9) Máquinas
inteligentes y avances tecnológicos que nadie soñó 10) Arte bueno y
arte chatarra.
Además de la infernal oferta de objetos y dispositivos electrónicos que cada día mejoran al anterior, en “El Gran Depósito” nuestro cliente quizá encuentre algunas cosas que escasean o que cayeron en desuso: utopías colectivas, videocaseteras, experiencias reales, aparatos de fax. En ese almacén no tienen en oferta movimientos sociales vigorosos, escasean las propuestas de inclusión social y ya casi nadie habla de los ideales de la razón y del progreso del siglo XX, que ya parece un tiempo lejano. De certezas, ni hablar. Quizá queda algún rezago de teléfonos fijos, disquetes, cámaras fotográficas con rollo, las pantallas con tubo, pero hay que apurarse porque se evaporan. Algunos vaticinan que el libro-objeto también terminará entre esas reliquias de colección, como los discos de pasta que languidecen en algún anticuario.
También en esa gigantesca factoría, el cliente puede disfrutar de todo lo que le ofrece la Sociedad del Conocimiento. Lánzate de cabeza a ese Gran Archivo, navega por La Red, y esos mares te dirán y mostrarán al instante el nombre de la actriz de “El Gatopardo” que no recordabas y estaba en la punta de tu lengua, el pensamiento de Aristóteles, las fotos atrevidas de una figura pública o de la adolescente desconocida que subió sus propias imágenes (o las tuyas), las solicitudes de amistad, la poética estocada de Messi en vivo y en directo, la bomba que estalla en un mercado de Pakistán, el interior de las habitaciones del hotel donde te alojarás, el clima que habrá en Dubai el próximo martes o ese verso de Robert Desnos que habías olvidado: “Tanto soñé contigo, / caminé tanto, hablé tanto, /Tanto amé tu sombra, / Que ya nada me queda de ti”.
Eso sí, el futuro –simple y sencillamente– no está dicho ni mostrado en ninguna parte. Tus preguntas (¿Adónde nos llevan? ¿Cómo terminará esto?), tampoco hallarán respuesta. “El Gran Depósito” convoca a sus clientes a un gran espectáculo, pero es un juego en que nadie juega y la mayoría mira porque todo es virtual.
2. Esa navegación tiene el vértigo de lo incalculable y genera cambios culturales que son complejos de analizar. ¿Cómo puede ser simple estudiar esos cambios si hay casi 2.500 millones de personas que acceden a Internet en el mundo? ¿Cuáles son los “dispositivos de saber” que circulan entre los 30 millones de usuarios argentinos de la Web a través de distintas conexiones? En su libro “La Edad de las Máquinas Espirituales”, Ray Kurzweil (un científico estadounidense especializado en computación e inteligencia artificial) se refiere a los “cambios de paradigma”, es decir, a los profundos cambios de mentalidad de una determinada época. Para Kurzweil, hasta el año 1000 de nuestra era los cambios de paradigmas tardaron miles de años. A partir del año 1000 se requirieron 100 años para cada cambio de paradigma. En el siglo XIX hubo más cambios de paradigmas que en los 900 años previos y en los primeros 20 años del siglo XX hubo más cambios que en todo el siglo XIX. Kurzweil calcula que durante el siglo XX hubo cambios de paradigmas cada 10 años en promedio y que en el Tercer Milenio, el cambio será mil veces más acelerado que en el siglo anterior.
¿Más datos? La revolución de los instrumentos de la información es tan apabullante que, según estudios de las Naciones Unidas actualmente se duplica el conocimiento cada 4 días, a través de Internet. Ese conocimiento se duplicaba apenas cada 30 años en el siglo XX y en la Era Cristiana no se duplicó hasta el año 1750.
Sería tan insensato oponerse a estos avances y sus cambios obligados como pasar por alto los riesgos que suponen, las contradicciones que plantean. Nadie puede negar –como dice el teórico Manuel Castells– que “una revolución tecnológica, centrada en torno a la información, ha transformado nuestro modo de pensar, de producir, de consumir, de comerciar, de gestionar, de comunicar, de vivir, de morir, de hacer la guerra y de hacer el amor” y que esa revolución bien usada puede mejorar las condiciones sociales y ampliar el horizonte creativo en la ciencia y en la cultura. Abundan los optimistas que hablan de este nuevo siglo como el siglo del saber, el de la racionalidad científica y tecnológica. ¿De qué estamos hablando? De algo impensable hasta hace poco: en este instante yo puedo escribir el nombre de Castells, buscarlo en Google, leer alguno de sus artículos, copiar una parte de ese ensayo y enviárselo a tres amigos/as que viven en Kabul, Tucumán o Londres y es factible que ellos me contesten en los próximos 5 minutos.
Pero en ese trámite es probable que me tope con cinco solicitudes de amistad por parte de desconocidos en Facebook o el anuncio de 14 cumpleaños de amigos o conocidos, reciba 10 correos basuras en mi mail, un adjunto sobre las bondades de una técnica de meditación que te convertirá en un ser pacífico y libre de todo dolor psíquico, un aluvión de correos relacionados con lo laboral o con decenas de mensajes de desconocidos que te intentan vender algo. O sea: puedo pasar varias horas de mis días leyendo, esquivando, contestando, respondiendo o borrando lo que me propone este extraordinario formato tecnológico virtual que me ofrece la Sociedad de la Información. Se sabe que gran parte de ese tiempo es tiempo perdido, no el entrañable tiempo –por dar un ejemplo– de la novela de Marcel Proust.
3. Sin dar rodeos innecesarios y en forma terminante, el ex ministro de cultura francés Jack Lang sostuvo que “la cultura es todo”. Como se dijo, estos monumentales cambios que registramos a diario en la Sociedad del Conocimiento influyen en nuestra forma de vivir, de trabajar, de comunicarnos, de crear, de comprar, de vender, de enseñar o de aprender, y entran en ese “todo” que refiere Lang. Más allá de las ideologías y de las contras que ya se mencionarán, hay que dejarse de macanear con algo: que este aluvión de tecnología y conocimiento es el Apocalipsis que nos destruirá. Quizá perezcamos de otra cosa, pero no de eso.
Sí hay una certeza: una buena parte de los habitantes de este planeta ya no son los mismos en este mundo nuevo, salvo otra buena parte (más numerosa) que desde tiempos inmemoriales padece una idéntica exclusión del bienestar y el progreso.
Con estas flamantes herramientas, los docentes no pueden (o no deberían) enseñar igual; los alumnos tienen (o deberían buscarlos) un inmenso caudal de conocimiento con sólo apretar la tecla enter; los investigadores cuentan con formidables avances que pueden mejorar (deberían hacerlo) la calidad de vida; los usuarios conectados pueden comunicarse con cualquiera en cualquier rincón del planeta y los artistas acaso reciban una nueva estimulación y accedan a nuevos formatos en su actividad creativa.
Volvemos a la pregunta: ¿De qué estamos hablando? ¿Te gusta la música? Ahora pueden almacenar 2.000 temas bajados de la PC en un aparatito de 5x5 cm. ¿Amas la lectura? En tu e-book o en tu e-readers de tamaño de un libro cabe una biblioteca. ¿Te gustan las noticias? Entra en cualquier noticias.com y verás la vida y la muerte planetaria en directo. ¿Quieres comunicarte? El comercio de la palabra puede resolverse ahora en 140 caracteres, en los frenéticos chats que intercambian los adolescentes y se ha creado en Twitter una pasión por el aforismo modesto.
Es verdad de Perogrullo que los artefactos han invadido nuestra vida: están las laptop, las netbook, los iPod y los iPad, los reproductores Blue-Ray inteligentes, los IPhones y los SmartPhones, las cámaras digitales con sistema compacto y las cámaras digitales SLR, las videocámaras HD con memoria flash y las cámaras web, un GPS que carga actualizaciones de mapas de por vida y una oferta de videojuegos que tu memoria nunca alcanzaría a recordar a menos que tengas 10 años.
No hablemos de los otros, de los que alguien llamó despectivamente los “analfabetos cibernéticos”. Hablemos de los enchufados al sistema: ¿Acaso alguno escapa de esta parafernalia?, ¿sigue siendo el mismo sujeto de 10 años atrás?
4. Cómo somos y en qué van a terminar estos fenómenos es otra cuestión. Es llamativo que una buena parte de las expertas/os consultados para esta edición tengan una mirada escéptica de este nuevo contexto. Touraine menciona el increíble desbordamiento de las finanzas por sobre la economía. Augé dice que los medios tecnológicos son una forma de ilusión de identidad pasiva que nos hacen perder la dimensión del tiempo y el espacio. Con ironía, Abraham dispara: “La mayoría de las manifestaciones culturales están bañadas en ‘Relato’, un nuevo detergente que en lugar de desengrasar, engrasa”. De Santis dice “que la tecnología ha perdido su capacidad de hechizo”. Ludmer opina “que ahora se lee de manera mucho más superficial, en el sentido de que las escrituras son mucho más planas”. La lista sigue. ¿Acaso estas voces están cumpliendo con una consigna?: “Los intelectuales no resuelven las crisis, sino que las crean”.
Sucede que –aquí también hay que dejarse de macanear– hay cuestiones polémicas en esta nueva sociedad. En “El Gran Depósito” de este milenio circulan algunos fantasmas:
•• Una mitología que permite separar fácilmente lo aparente de lo existente.
•• La mayoría de las veces el consumo cultural se realiza sin reflexión crítica (en palabras de García Canclini: “La gente no ve lo que prefiere, sino que prefiere lo que le ofrecen”).
•• Los aparatos de la nueva era deconstruyen las relaciones interpersonales cara a cara.
•• Muchas veces no se comunica ninguna experiencia, lo que se comparte es el espectáculo.
•• La globalización es paradojal: propone por un lado la integración mundial como parte de una totalidad y, a su vez, acentúa la división entre ricos y pobres.
•• El “dispositivo de saber” construye individuos trasnacionalizados culturalmente y tiende a homogeneizar la cultura.
•• La información no equivale a conocimiento. La información es algo externo, es rápidamente acumulable, se puede automatizar. En cambio, el conocimiento es interiorizado, es estructurado, sólo crece lentamente, es humano y conduce a la acción.
•• Ha aumentado el individualismo: cada cual tiene que intentar por sí solo su existencia.
Cada uno de estos rasgos tiene un punto de verdad y una respuesta que está en las antípodas. Los más poderosos son los que suelen dirimir a su favor estas contradicciones. Así es cómo nos va.
5. Resulta destacable que esta revista de cultura cumpla su noveno año de vida en una década atravesada por vendavales locales (acuérdense del pavoroso 2001 argentino) y tornados extranjeros (recuerden la crisis financiera mundial de 2008) cuando –supuestamente– la historia de esta Sociedad del Conocimiento debería dar saltos hacia adelante montada en un gran avance tecnológico que –supuestamente– debería convertirnos en ciudadanos más felices, con una identidad muy definida y celebrando los cambios culturales ya otorgados y los por venir en una Aldea Global libre de pestes y pecados.
No deja de ser sugestivo que esta edición aparezca con la primera entrega de una colección de pensamiento crítico (“El Manifiesto Comunista”, en este caso) que incluye, entre otros, a Nietzsche, Schopenhauer, Trotsky, Chomsky y Lenin. O sea, relatos perdidos en los pliegues de la historia, pero que parecen decirnos que la humanidad aún tiene presentes las utopías colectivas, aún conserva la necesidad de reflexionar, aún precisa algo colectivo donde asirse en medio de la virtualidad.
A lo largo de las páginas que siguen se opina sobre algunas de las transformaciones culturales que han provocado –para bien o para mal– los nuevos tiempos. Lo hace por países, por temas, por sectores sociales. Son escritos que aspiran a darle sentido a las cosas, ubicar una experiencia particular en una totalidad que la comprende y la amplía. Y lo hace como nos tiene acostumbrados esta nueva era: siempre al borde de un volcán.
Además de la infernal oferta de objetos y dispositivos electrónicos que cada día mejoran al anterior, en “El Gran Depósito” nuestro cliente quizá encuentre algunas cosas que escasean o que cayeron en desuso: utopías colectivas, videocaseteras, experiencias reales, aparatos de fax. En ese almacén no tienen en oferta movimientos sociales vigorosos, escasean las propuestas de inclusión social y ya casi nadie habla de los ideales de la razón y del progreso del siglo XX, que ya parece un tiempo lejano. De certezas, ni hablar. Quizá queda algún rezago de teléfonos fijos, disquetes, cámaras fotográficas con rollo, las pantallas con tubo, pero hay que apurarse porque se evaporan. Algunos vaticinan que el libro-objeto también terminará entre esas reliquias de colección, como los discos de pasta que languidecen en algún anticuario.
También en esa gigantesca factoría, el cliente puede disfrutar de todo lo que le ofrece la Sociedad del Conocimiento. Lánzate de cabeza a ese Gran Archivo, navega por La Red, y esos mares te dirán y mostrarán al instante el nombre de la actriz de “El Gatopardo” que no recordabas y estaba en la punta de tu lengua, el pensamiento de Aristóteles, las fotos atrevidas de una figura pública o de la adolescente desconocida que subió sus propias imágenes (o las tuyas), las solicitudes de amistad, la poética estocada de Messi en vivo y en directo, la bomba que estalla en un mercado de Pakistán, el interior de las habitaciones del hotel donde te alojarás, el clima que habrá en Dubai el próximo martes o ese verso de Robert Desnos que habías olvidado: “Tanto soñé contigo, / caminé tanto, hablé tanto, /Tanto amé tu sombra, / Que ya nada me queda de ti”.
Eso sí, el futuro –simple y sencillamente– no está dicho ni mostrado en ninguna parte. Tus preguntas (¿Adónde nos llevan? ¿Cómo terminará esto?), tampoco hallarán respuesta. “El Gran Depósito” convoca a sus clientes a un gran espectáculo, pero es un juego en que nadie juega y la mayoría mira porque todo es virtual.
2. Esa navegación tiene el vértigo de lo incalculable y genera cambios culturales que son complejos de analizar. ¿Cómo puede ser simple estudiar esos cambios si hay casi 2.500 millones de personas que acceden a Internet en el mundo? ¿Cuáles son los “dispositivos de saber” que circulan entre los 30 millones de usuarios argentinos de la Web a través de distintas conexiones? En su libro “La Edad de las Máquinas Espirituales”, Ray Kurzweil (un científico estadounidense especializado en computación e inteligencia artificial) se refiere a los “cambios de paradigma”, es decir, a los profundos cambios de mentalidad de una determinada época. Para Kurzweil, hasta el año 1000 de nuestra era los cambios de paradigmas tardaron miles de años. A partir del año 1000 se requirieron 100 años para cada cambio de paradigma. En el siglo XIX hubo más cambios de paradigmas que en los 900 años previos y en los primeros 20 años del siglo XX hubo más cambios que en todo el siglo XIX. Kurzweil calcula que durante el siglo XX hubo cambios de paradigmas cada 10 años en promedio y que en el Tercer Milenio, el cambio será mil veces más acelerado que en el siglo anterior.
¿Más datos? La revolución de los instrumentos de la información es tan apabullante que, según estudios de las Naciones Unidas actualmente se duplica el conocimiento cada 4 días, a través de Internet. Ese conocimiento se duplicaba apenas cada 30 años en el siglo XX y en la Era Cristiana no se duplicó hasta el año 1750.
Sería tan insensato oponerse a estos avances y sus cambios obligados como pasar por alto los riesgos que suponen, las contradicciones que plantean. Nadie puede negar –como dice el teórico Manuel Castells– que “una revolución tecnológica, centrada en torno a la información, ha transformado nuestro modo de pensar, de producir, de consumir, de comerciar, de gestionar, de comunicar, de vivir, de morir, de hacer la guerra y de hacer el amor” y que esa revolución bien usada puede mejorar las condiciones sociales y ampliar el horizonte creativo en la ciencia y en la cultura. Abundan los optimistas que hablan de este nuevo siglo como el siglo del saber, el de la racionalidad científica y tecnológica. ¿De qué estamos hablando? De algo impensable hasta hace poco: en este instante yo puedo escribir el nombre de Castells, buscarlo en Google, leer alguno de sus artículos, copiar una parte de ese ensayo y enviárselo a tres amigos/as que viven en Kabul, Tucumán o Londres y es factible que ellos me contesten en los próximos 5 minutos.
Pero en ese trámite es probable que me tope con cinco solicitudes de amistad por parte de desconocidos en Facebook o el anuncio de 14 cumpleaños de amigos o conocidos, reciba 10 correos basuras en mi mail, un adjunto sobre las bondades de una técnica de meditación que te convertirá en un ser pacífico y libre de todo dolor psíquico, un aluvión de correos relacionados con lo laboral o con decenas de mensajes de desconocidos que te intentan vender algo. O sea: puedo pasar varias horas de mis días leyendo, esquivando, contestando, respondiendo o borrando lo que me propone este extraordinario formato tecnológico virtual que me ofrece la Sociedad de la Información. Se sabe que gran parte de ese tiempo es tiempo perdido, no el entrañable tiempo –por dar un ejemplo– de la novela de Marcel Proust.
3. Sin dar rodeos innecesarios y en forma terminante, el ex ministro de cultura francés Jack Lang sostuvo que “la cultura es todo”. Como se dijo, estos monumentales cambios que registramos a diario en la Sociedad del Conocimiento influyen en nuestra forma de vivir, de trabajar, de comunicarnos, de crear, de comprar, de vender, de enseñar o de aprender, y entran en ese “todo” que refiere Lang. Más allá de las ideologías y de las contras que ya se mencionarán, hay que dejarse de macanear con algo: que este aluvión de tecnología y conocimiento es el Apocalipsis que nos destruirá. Quizá perezcamos de otra cosa, pero no de eso.
Sí hay una certeza: una buena parte de los habitantes de este planeta ya no son los mismos en este mundo nuevo, salvo otra buena parte (más numerosa) que desde tiempos inmemoriales padece una idéntica exclusión del bienestar y el progreso.
Con estas flamantes herramientas, los docentes no pueden (o no deberían) enseñar igual; los alumnos tienen (o deberían buscarlos) un inmenso caudal de conocimiento con sólo apretar la tecla enter; los investigadores cuentan con formidables avances que pueden mejorar (deberían hacerlo) la calidad de vida; los usuarios conectados pueden comunicarse con cualquiera en cualquier rincón del planeta y los artistas acaso reciban una nueva estimulación y accedan a nuevos formatos en su actividad creativa.
Volvemos a la pregunta: ¿De qué estamos hablando? ¿Te gusta la música? Ahora pueden almacenar 2.000 temas bajados de la PC en un aparatito de 5x5 cm. ¿Amas la lectura? En tu e-book o en tu e-readers de tamaño de un libro cabe una biblioteca. ¿Te gustan las noticias? Entra en cualquier noticias.com y verás la vida y la muerte planetaria en directo. ¿Quieres comunicarte? El comercio de la palabra puede resolverse ahora en 140 caracteres, en los frenéticos chats que intercambian los adolescentes y se ha creado en Twitter una pasión por el aforismo modesto.
Es verdad de Perogrullo que los artefactos han invadido nuestra vida: están las laptop, las netbook, los iPod y los iPad, los reproductores Blue-Ray inteligentes, los IPhones y los SmartPhones, las cámaras digitales con sistema compacto y las cámaras digitales SLR, las videocámaras HD con memoria flash y las cámaras web, un GPS que carga actualizaciones de mapas de por vida y una oferta de videojuegos que tu memoria nunca alcanzaría a recordar a menos que tengas 10 años.
No hablemos de los otros, de los que alguien llamó despectivamente los “analfabetos cibernéticos”. Hablemos de los enchufados al sistema: ¿Acaso alguno escapa de esta parafernalia?, ¿sigue siendo el mismo sujeto de 10 años atrás?
4. Cómo somos y en qué van a terminar estos fenómenos es otra cuestión. Es llamativo que una buena parte de las expertas/os consultados para esta edición tengan una mirada escéptica de este nuevo contexto. Touraine menciona el increíble desbordamiento de las finanzas por sobre la economía. Augé dice que los medios tecnológicos son una forma de ilusión de identidad pasiva que nos hacen perder la dimensión del tiempo y el espacio. Con ironía, Abraham dispara: “La mayoría de las manifestaciones culturales están bañadas en ‘Relato’, un nuevo detergente que en lugar de desengrasar, engrasa”. De Santis dice “que la tecnología ha perdido su capacidad de hechizo”. Ludmer opina “que ahora se lee de manera mucho más superficial, en el sentido de que las escrituras son mucho más planas”. La lista sigue. ¿Acaso estas voces están cumpliendo con una consigna?: “Los intelectuales no resuelven las crisis, sino que las crean”.
Sucede que –aquí también hay que dejarse de macanear– hay cuestiones polémicas en esta nueva sociedad. En “El Gran Depósito” de este milenio circulan algunos fantasmas:
•• Una mitología que permite separar fácilmente lo aparente de lo existente.
•• La mayoría de las veces el consumo cultural se realiza sin reflexión crítica (en palabras de García Canclini: “La gente no ve lo que prefiere, sino que prefiere lo que le ofrecen”).
•• Los aparatos de la nueva era deconstruyen las relaciones interpersonales cara a cara.
•• Muchas veces no se comunica ninguna experiencia, lo que se comparte es el espectáculo.
•• La globalización es paradojal: propone por un lado la integración mundial como parte de una totalidad y, a su vez, acentúa la división entre ricos y pobres.
•• El “dispositivo de saber” construye individuos trasnacionalizados culturalmente y tiende a homogeneizar la cultura.
•• La información no equivale a conocimiento. La información es algo externo, es rápidamente acumulable, se puede automatizar. En cambio, el conocimiento es interiorizado, es estructurado, sólo crece lentamente, es humano y conduce a la acción.
•• Ha aumentado el individualismo: cada cual tiene que intentar por sí solo su existencia.
Cada uno de estos rasgos tiene un punto de verdad y una respuesta que está en las antípodas. Los más poderosos son los que suelen dirimir a su favor estas contradicciones. Así es cómo nos va.
5. Resulta destacable que esta revista de cultura cumpla su noveno año de vida en una década atravesada por vendavales locales (acuérdense del pavoroso 2001 argentino) y tornados extranjeros (recuerden la crisis financiera mundial de 2008) cuando –supuestamente– la historia de esta Sociedad del Conocimiento debería dar saltos hacia adelante montada en un gran avance tecnológico que –supuestamente– debería convertirnos en ciudadanos más felices, con una identidad muy definida y celebrando los cambios culturales ya otorgados y los por venir en una Aldea Global libre de pestes y pecados.
No deja de ser sugestivo que esta edición aparezca con la primera entrega de una colección de pensamiento crítico (“El Manifiesto Comunista”, en este caso) que incluye, entre otros, a Nietzsche, Schopenhauer, Trotsky, Chomsky y Lenin. O sea, relatos perdidos en los pliegues de la historia, pero que parecen decirnos que la humanidad aún tiene presentes las utopías colectivas, aún conserva la necesidad de reflexionar, aún precisa algo colectivo donde asirse en medio de la virtualidad.
A lo largo de las páginas que siguen se opina sobre algunas de las transformaciones culturales que han provocado –para bien o para mal– los nuevos tiempos. Lo hace por países, por temas, por sectores sociales. Son escritos que aspiran a darle sentido a las cosas, ubicar una experiencia particular en una totalidad que la comprende y la amplía. Y lo hace como nos tiene acostumbrados esta nueva era: siempre al borde de un volcán.