jueves, 31 de octubre de 2013

Holanda muestra el arte supuestamente robado por los nazis a los judíos

La Asociación Nacional de Museos crea un inventario de ciento treinta y nueve obras para que las familias robadas durante la Segunda Guerra Mundial puedan identificarlas y recuperarlas

Imagen con casas (1909), de Vassily Kandinsky, expuesta en el Stedelijk Museum de Ámsterdam, figura en el inventario de obras expoliadas./elpais.com
La historia de la lucha contra el expolio artístico cometido por los nazis sobre miles de familias judías de toda Europa tiene un nuevo capítulo en Holanda. La Asociación Holandesa de Museos ha identificado 139 obras de arte supuestamente robadas por los ocupantes a los judíos entre 1933 y 1945. Incluidas en los fondos de 41 salas de arte (en conjunto han participado 162), el hallazgo ha sido posible tras cuatro años de investigaciones.
Al menos 61 de las piezas tienen ya un posible dueño original. Para consultarlas todas, los impulsores del proyecto —la Asociación y el propio Gobierno holandés— han abierto una página web especial, www.musealeverwervingen.nl, que podría traducirse como “adquisiciones museísticas”. Este catálogo artístico-digital de la vergüenza muestra los 69 cuadros, 24 dibujos, dos esculturas, 31 objetos de artesanía y 13 piezas religiosas susceptibles de haber sido arrebatados a sus propietarios bajo amenazas durante la ocupación alemana de Holanda. Entre las firmas, las de maestros como Matisse, Kandinsky, Lissitzky, Hans Memling, Jan van Goyen o los miembros de la Escuela de La Haya Isaac Israëls y Hendrik Breitner. Francia, Alemania y Estados Unidos han devuelto también cuadros en circunstancias similares a estas.
“Este trabajo refleja la naturaleza misma de la labor de un museo. Es decir, analizar nuestras colecciones y contarle al público nuestros hallazgos. Que haya pasado mucho tiempo desde 1933 no es excusa para no rastrear la procedencia de las obras”, comentaba ayer mismo Siebe Weide, director de la Asociación de Museos. El centro mismo plantea como una obligación moral “acometer una tarea que nadie nos ha impuesto”.
Para poder recibir reclamaciones procedentes del extranjero, la página web estará también escrita en inglés. “Haber reunido esta información sobre la problemática procedencia de las colecciones de los museos hace justicia a las víctimas de la II Guerra Mundial. A su vez, subraya la responsabilidad y transparencia con que tratamos nuestras colecciones públicas”, ha añadido Jet Bussemaker, ministra de Cultura.
Durante la ocupación nazi de Holanda (1940-1945), las familias judías que poseían obras de arte fueron robadas o bien forzadas a vender a bajo precio sus tesoros. Otras se vieron obligadas a hacerlo para poder pagarse la huida del país. Muchas de esas piezas fueron adquiridas, de buena fe, por los museos nacionales tras la contienda de mano de marchantes privados y casas de subastas. La mayoría de las ahora catalogadas se encuentran en el Rijksmuseum y el Stedelijk, ambos en Ámsterdam. También las hay en el Museo Municipal (Gemeentemuseum), de La Haya; Boymans van Beuningen, de Rotterdam; Kröller-Muller, en Otterlo, o Van Abbemuseum, en Eindhoven.
La Asociación Holandesa de Museos espera que los posibles dueños reconozcan las obras, ya sea porque guardan fotos de las casas de sus antepasados donde aparecen, o tal vez cartas. Para efectuar la correspondiente demanda, pueden ponerse en contacto con la Comisión para la Restitución (de obras robadas durante la II Guerra Mundial). Fundada por el Gobierno holandés, ha investigado a fondo el origen de la Colección Nacional. Desde el año 2002 asesora de forma independiente las peticiones particulares de esta índole.

El placer innato por los cuentos de terror

Tres autores analizan por qué los temas oscuros fascinan a niños y adultos

Guarida de fantasmas, libro de Francisco Leal Quevedo./eltiempo.com
Lalo es un niño que está convencido de que en las cuatro esquinas de su habitación viven igual número de familias de fantasmas. Cree que ellos están urdiendo algún plan para sacar a todos los habitantes de su casa, con la idea de convertirla en una guarida de fantasmas.
Él, su hermanita y sus mascotas (un perro y un gato) son los protagonistas de Guarida de fantasmas, del escritor Francisco Leal Quevedo. Esta es una de las novedades infantiles que llegan a las librerías y que abordan las temáticas de terror, misterio y miedo, presentadas durante el VII Festival del Libro Infantil y Juvenil, que finaliza hoy con una fiesta de brujas, en el Park Way del barrio La Soledad, en Bogotá.
Otros de los autores colombianos que presentan novedad de este estilo son Yolanda Reyes ('Examen de miedo'), Triunfo Arciniegas ('La Llorona'), Darío Jaramillo Agudelo ('Fantasmas') y María Inés McCormick ('El Mohán').
Para Leal, pediatra de profesión, los terrores son parte inseparable de la infancia de todos los seres humanos. “Mi intención, cuando trato estas temáticas, es que los niños no solamente se diviertan con sus miedos, sino que aprendan a enfrentarlos”, dice.
“Un miedo literario puede tocar alguna inquietud que impulse a los niños a avanzar en el relato y que les ayude a visitar alguna zona no explorada de sí mismos”, anota, a su turno, Yolanda Reyes, quien ha dedicado la mayor parte de su vida a la literatura infantil.
Y como si se tratara de alguna de las horas de cuento que hace en su Taller Espantapájaros, Reyes se remite en su nuevo libro a esos momentos nocturnos de relatos tenebrosos que casi todos hemos experimentado en algún paseo o una velada de historias, y que reflejan ese placer innato de los niños por los cuentos de terror.
“Quizás les gusta ser tratados como gente muy valiente, capaz de afrontar sus pesadillas, o les gusta encontrar formas simbólicas para nombrar, conjurar y compartir sus propios miedos. Siempre es un buen descubrimiento saber que otro también siente miedo”, explica Reyes.
Para el escritor Triunfo Arciniegas, uno de los mayores desafíos a la hora de abordar las temáticas de terror en los niños es sin duda que “se crean el cuento”, el cual no radica tanto en “la historia como en la manera de contar la historia”.
Arciniegas define esa extraña pasión por el susto y el terror que tienen los niños y los adultos –a veces hasta masoquista– como ese “amor por lo que se teme”. “Con cada buena historia regresamos a esa cueva de la prehistoria y escuchamos, muertos de miedo, a nuestro padre, que nos cuenta alrededor del fuego cómo enfrentó a la fiera que ahora mismo nos reparte”, dice.
“Uno, cuando despierta a la vida, se encuentra con un mundo como extraño, misterioso, y los fantasmas son un intento de habitar ese mundo extraño. Eso hace que sea universal en todas las culturas”, concluye Leal.

El poeta José Kózer recibe el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda

El poeta cubano José Kózer recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2013, galardón que, con sólo nueve ediciones, se ha consolidado como un referente entre los premios literarios iberoamericanos

El poeta José Kózer recibe el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda./lainformacion.com
La ceremonia realizada en el Palacio de La Moneda, sede del Ejecutivo, fue encabezada por el presidente Sebastián Piñera y el ministro de Cultura, Roberto Ampuero.
Piñera señaló que para la comunidad chilena "es un gran privilegio y una gran oportunidad poder premiar su obra, que ha sido vasta, profunda, pero, sobre todo, talentosa".
El mandatario agradeció a Kózer -quién también ha recibido las becas Cintas y Gulbenkian, además del Premio Julio Tovar de Poesía en 1974- "por el aporte que hace a la poesía y que ha hecho a Chile".
"El jurado ha reconocido su obra, que por lo demás, en los premios que hemos entregado, usted es el segundo poeta de origen cubano que es galardonado con este premio", agregó.
De la amplia obra poética de José Kózer destacan, entre otros, "Este judío de números y letras" (1975), "Jarrón de las abreviaturas" (1980), "Dípticos" (1998), "Rupestres" (2001), y "Trazas" (2007),
En tanto, el ministro Ampuero recalcó la importancia del reconocimiento y de la figura del ganador, un poeta y ensayista cubano nacido en La Habana en 1940 y que veinte años después se trasladó con su familia a los Estados Unidos, donde reside desde entonces.
"Destacar la obra de los poetas iberoamericanos más célebres a nivel internacional, como lo ha sido José Kózer, también es avanzar en este proyecto, porque permitirá poner su nombre y la riqueza de sus letras en la retina de la ciudadanía, motivando así la aparición de nuevos talentos", añadió.
El ministro agregó que el reconocimiento a la trayectoria y al legado de escritores que han ejercido una importante influencia en torno a la poesía "es fundamental para fortalecer la calidad de las nuevas expresiones literarias referentes a la poesía iberoamericana".
"Esta ambición ha fundado la promoción del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas". subrayó.
El premio consiste en un diploma, una medalla y la suma de 60.000 dólares, lo que lo sitúa como uno de los más relevantes de habla hispana y la distinción más importante que entrega el Estado chileno.
Este reconocimiento, creado en el año 2004 por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes a propósito del centenario del natalicio del poeta, cuenta con el patrocinio de la Fundación Pablo Neruda y se entrega a un autor con una reconocida trayectoria en el mundo de la poesía iberoamericana.
Ejemplo de ello, según un comunicado oficial, es que en 2004, el premio Pablo Neruda fue para el mexicano José Emilio Pacheco, quien obtuvo el Cervantes y el Reina Sofía en 2009.
También ocurrió con el argentino Juan Gelman, a quien se reconoció en Chile en 2005, y obtuvo después el Reina Sofía y dos años más tarde, el Cervantes.
Algo similar aconteció con la cubana Fina García-Marruz, quien fue reconocida este año en España y en 2007 ya había sido reconocida con el galardón; y con el chileno Nicanor Parra, quien el año pasado se hizo acreedor de ambos premios.

Gutierréz Aragón: "El lenguaje no solo representa la realidad... también es su máscara"

Publica su tercera novela, sobre la iniciación en el amor de un adolescente. "El realismo no es lo mío", asegura

El escritor y cineasta Manuel Gutiérrez Aragón en su casa de Madrid. / Cristóbal Manuel./elpais.com
En Gloria mía, su novela anterior, Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) se mostró bastante inconsecuente con su propia idea de los cierres en la ficción. Tal y como escribía en uno de sus relatos veraniegos en EL PAÍS, “el final siempre es feliz y si no lo es, todavía no ha llegado el final”.
Ahora, en esta sentida, honda y emocionante nouvele que ha titulado Cuando el frío llegue al corazón (Anagrama), el autor cierra con el aterrizaje a la vida esta historia de iniciación en el amor y las frustraciones de la existencia sin libertad que enseña tantas cosas a Ludi Rivero, el adolescente que se apresta entre sus líneas a atrapar el aire del verano más importante de su vida.
No hay que indagar mucho para saber que Torre es un espejo de su Torrelavega natal, y que si Ludi es hijo de un veterinario, a este le unen trasuntos muy íntimos con el propio autor. “Efectivamente, mis dos primeras novelas son más objetivas, a la tercera ya me he podido permitir una narración, si no más personal, al menos más cercana a mi propia crónica, a mi primer entorno”, asegura Gutiérrez Aragón.
O sea, que va perdiendo el pudor primerizo de autor debutante a sus 71 años. Pero lo mismo le ocurrió en el cine. “Creo que tardé algo más, fue a la cuarta o quinta película. En cualquier caso, en esta novela dejo detalles aquí y allá, pistas y despistes. El realismo no es lo mío. El lenguaje no solo representa la realidad, también es su máscara, su teatralización interesada”.
Su final con el cine, aunque voluntario, no fue quizás feliz, pero sí resultó más que visionario. Oteó mucho antes que nadie la que se venía encima: “Si algo echo de menos, quién me lo iba a decir, es el trabajo con los actores”. Pero sí fue dichoso el comienzo que unió a aquella despedida. El Gutiérrez Aragón escritor triunfó nada más debutar al conseguir el Premio Herralde con La vida antes de marzo.
Ahora rememora un mundo con padre ausente a la fuerza, hembras de Olimpo, mitad mujeres, mitad yeguas, vergüenzas colectivas y exploraciones íntimas de lo prohibido. “La iniciación de este muchacho tiene un carácter un tanto mítico. Cerca de donde él vive se alza un monte antiguamente consagrado a dioses paganos. Las diosas, que vagaban envueltas en tenues gasas, le son muy sugerentes. Cualquier cosa puede pasar por la mente de un adolescente, aunque, por ejemplo, eso de la diosa, mitad mujer mitad yegua, es una perversidad que pertenece al folklore cántabro”.
En cambio las aberraciones de la dictadura en cuyo tiempo se mueven los personajes de este relato son generales. Y la heroicidad de los hijos señalados como de la cáscara amarga, cosa muy universal. “Siempre me han gustado mucho las historias con héroes hijos de padres desconocidos, como Sigfrido, Jesucristo o el mismísimo Guerrero del Antifaz. En este caso es más bien un padre ausente...”. E inocente de la que el propio chaval acaba jugándole. “Ocupa el lugar en el lecho de la amante que antes ocupaba el padre. En realidad, la historia es una pequeña recreación de leyendas muy reconocibles vestida con ropas actuales”.
Un vestuario que en cuanto al cine español, si nos ponemos a hablar de su presente, más bien tendríamos que hacerlo sobre un sector que palo va, palo viene, queda en pelotas. “Si la dictadura y la censura no pudieron con el cine, tampoco podrá con él el asedio económico a que le tiene sometido el ministro Montoro. Muerte por asfixia. Pero hay que recordar que la complicidad del espectador es esencial. Esto se ha convertido en una lucha, y el espectador tiene que estar a nuestro lado. Como siempre estuvo”.

Lucha por el poder en la colmena

Gill Hornby irrumpe en el panorama literario con Las abejas reina, editada en doce países. Hollywood llevará a la gran pantalla esta novela sobre la amistad y rivalidad de un grupo de mujeres

La escritora Gill Hornby, en Madrid / Bernando Pérez./elpais.com
Lleva colgada en el cuello una discreta abeja de plata que le regaló su hermano, el escritor Nick Hornby, cuando ella decidió lanzarse al mundo literario. La periodista británica Gill Hornby (Yorkshire, Reino Unido, 1959) lo lleva como amuleto. Tras estrenarse en la literatura con Las abejas reina (Planeta) reconoce que entiende mejor a su hermano y a su marido, el también escritor Robert Harris. “Como periodista sabía lo que era enfrentarse al folio en blanco, pero esto es mucho más complicado. La trama, los personajes…Nada que ver con el periodismo”. La obra que ha escrito no se parece en nada a la literatura que realiza el resto de su familia. Ella se ha lanzado al humor ácido y muchas de las anécdotas que narra en el libro están basadas en su experiencia como madre –tiene cuatro hijos-.
En Las abejas reina retrata la lucha por la supervivencia social a la que es sometida la mujer comparándola con la jerarquía impuesta de la colmena. "Tenemos muchas cosas en común con las abejas, pero esta relación tiene tantos aspectos positivos como negativos y ambos mundos son muy similares".
Tanto Robert Harris como Nick Hornby leyeron la novela una vez que estuvo terminada."Tienes los personajes en la cabeza pero es muy complicado darles forma e imaginar los diálogos", puntualiza la escritora. La novela se ha editado en 12 países y contará también con una adaptación al cine."Ha sido una gran sorpresa para mí la repercusión y la aceptación de mi primer trabajo literario. Ha sido alentador". Ha sido precisamente el éxito de Las abejas reina lo que le ha llevado a Hornby a continuar trabajando en una segunda novela que irá en la misma línea que la anterior .
"He vivido durante 20 años en una colmena y de repente sentí la necesidad de escribir sobre eso"
En esta primera obra  la autora relata el inicio de curso en un centro escolar en la pequeña localidad de Saint Ambrose. Las madres se reúnen, como cada año, en la salida y entrada del colegio. Durante el curso tienen que organizar un mercadillo y es ahí donde se encuentran los distintos tipos de mujeres que se producen en ese entorno. Y, sobre todo, la lucha por el liderazgo cuando hay demasiadas candidatas para alcanzar el poder.
Hornby realiza con su escritura una radiografía sobre  la convivencia en los círculos sociales del ser humano, unas relaciones que, cuando las apariencias priman sobre los sentimientos, se convierten en una auténtica batalla por la supervivencia. “He vivido durante 20 años en una colmena y de repente sentí la necesidad de escribir sobre eso”, ha destacado la escritora, que ha elegido las relaciones familiares y comunales como el tema principal en el que desarrollar su historia. "En la familia se viven auténticos dramas y tragedias, pero también hay momentos para la risa, y es una realidad que está siempre a nuestro alrededor", ha señalado Hornby, quien confiesa que nunca creyó que tuviera "nada importante que decir”. "Esta novela es muy realista, y los sucesos que describo ocurren muy a menudo", puntualiza.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La utilidad de la luna

Texto completo de la ponencia sobre cultura y lectura presentada por el escritor colombiano William Ospina ante los académicos de la lengua española, que sesionó en Panamá

El poeta, ensayista y novelista colombiano William Ospina, durante su intervención en el VI Congreso Internacional de la Lengua Española en Panamá. /elespectador.com
Sabemos que al llegar a su exilio en la isla de Jersey, en 1852, Victor Hugo exclamó: “Miraré el mar”, y que Francois su hijo le respondió: “Yo traduciré a Shakespeare”. Borges ha dicho que en ese diálogo está implícita la vastedad del mar y la vastedad de Shakespeare. Sin saberlo, ambos estaban formulando de nuevo la comparación audaz que está en el soneto “Al abrir por primera vez el Homero de Chapman”, donde John Keats relaciona el descubrimiento de un libro con el descubrimiento de un mar. Aunque el joven Keats, que no tuvo tiempo de leer mucho, haya confundido en su poema a Balboa con Cortés, quizás porque pensaba menos en un hombre que en un arquetipo del explorador de mundos, la humanidad le ha perdonado su error y ha preferido recordar la metáfora: el hombre que se asoma por primera vez a un libro es como el descubridor que ve aparecer el océano Pacífico, en silencio, desde una cumbre del Darién.
El niño recibió por primera vez el libro en la voz de un anciano. Había en ese relato tierras fantásticas, ladrones, hombres que se transformaban en perros, mujeres que se convertían en yeguas, polemistas capaces de encerrar en una alforja a todo Egipto con sus camellos, sus pirámides y el inmenso desierto.
Eran tiempos de guerra y aquel libro oral de los atardeceres era un refugio contra la rudeza del mundo, una prueba de que en la vida no sólo hay crueldad sino también belleza, milagro y salvación. El anciano creía darle un cuento, pero el niño recibió una llave, con la que abriría después las bibliotecas. Para leer, lo primero que se requiere es la necesidad de escapar hacia otros mundos, la necesidad de soñar despiertos.
Después un maestro con el que nunca había hablado puso en sus manos otro libro, hecho de papel y de tinta, pero al cerrarlo el muchacho no recordaba haber visto renglones llenos de letras sino un joven que intentaba volar desde un tejado, un hombre que jugaba a las cartas con el diablo, unas montañas llenas de historias.
Aprendió que los libros son objetos mágicos. Basta abrir uno, y ya estamos en el tren de Varsovia que se dirige a todo vapor a San Petersburgo, viendo cómo conversan unos aristócratas empobrecidos; basta abrir otro y ya estamos a bordo de un barco perseguido por un dios; o en un viaje hacia el centro de la tierra, o en un castillo que tiene la forma de una calavera; o en una ciénaga donde hay un perro endemoniado.
Se preguntó por qué una de las primeras cosas que atrapan a los seres humanos son las historias de terror. No ha de faltar Edgar Allan Poe en el camino. Pero es que el mundo es esencialmente un sitio peligroso, y tal vez sea necesario vacunarse temprano contra el espanto, aplicándose unas pequeñas dosis.
Cuando  alguien dijo que no se les deben contar cuentos de hadas a los niños porque los hacen sufrir, Chesterton respondió que lo que nos enseñan los cuentos no es que existe el miedo sino que es posible triunfar sobre él, que los peligros unen a los seres humanos, que el dolor despierta en nosotros la compasión, que los débiles pueden triunfar sobre los fuertes, que los fuertes deben luchar contra su propia fortaleza, que si algo nos da libertad y capacidad de resistir son las flores de la imaginación.
Hoy se piensa que los libros son mercancías: pero en realidad son lámparas en las que pueden estar guardados unos genios imprevisibles. Y aunque no toda lámpara tiene genio, lo que brota de ellos también depende de lo que hay en el alma del hombre que frota la lámpara. Porque leer de verdad no es consumir sino crear, y a menudo son los lectores quienes les revelan a los autores qué fue lo que en realidad escribieron.
El autor no es dueño del sentido de lo que ha escrito. Un creador escribe, no para comunicar algo que ya sabía, sino para descubrir algo que ignoraba. Al acto de escribir lo llamamos creación porque se espera que en ese proceso surjan cosas nuevas, que el autor sea el primer sorprendido con ellas. Paul Valery dijo que el ser humano “es absurdo por lo que busca y es grande por lo que encuentra”, y Franz Kafka dijo algo aún más perturbador: “El que busca no halla, pero el que no busca es hallado”.
Un escritor no tiene que saber plenamente qué es lo que ha hecho, pero debe tener la certeza de que lo hizo con rigor, con responsabilidad y con pasión. Cervantes podía creer que estaba contando apenas la fábula divertida de un hombre que enloquece después de leer muchos libros y que se lanza a vivir aventuras que sólo ocurren en su imaginación, pero no llevaríamos cuatro siglos extrayendo de ese libro toda clase de enseñanzas, descubriendo en sus palabras uno de los más complejos retratos de la humanidad, si Cervantes no hubiera puesto en el libro toda su capacidad creadora, su energía vital, la necesidad de darle a su vida un rumbo y un sentido.
Los editores saben que el que imprime un libro imprime un enigma. Acaso sea posible lograr con ciertos libros un éxito inmediato, pero se necesita criterio y conocimiento profundo de la humanidad para saber si un libro permanecerá entre los seres humanos porque es necesario.
Borges dijo que Cervantes, para huir de los reinos de la mitología, les opuso la seca realidad de Castilla, pero que su libro convirtió la seca realidad de Castilla en mitología. La historia y el mundo son de hierro y de piedra, pero, unas generaciones después, los hechos ya son otros y el mundo también. La aplastante realidad, que parecía prometida a la duración y a lo eterno: Carlomagno, Carlos V, Napoleón, Hitler, la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Británico, la Unión Soviética, las grandes revoluciones, todo se vuelve fantasmal e intangible. Si queremos volver a tener noticias de su grandeza, tendremos que buscarla en los libros.
Hay libros que ayudan a ver hechos, libros que ayudan a entenderlos y libros que ayudan a vivirlos. Crónicas periodísticas, relatos históricos, novelas: esta edad juega a disolver las fronteras entre los géneros. Juega a concebir un libro que sea crónica, relato y novela, y que a esa conjunción podamos llamarla poesía. Tal vez en ese sentido hablaba Eliot de las diferencias entre la información, el conocimiento y la sabiduría.
Sabemos que todo libro es ficción, porque la realidad no es verbal. La realidad es infinita y simultánea, y convertir esa complejidad en el hilo sucesivo de un relato parece una mera simplificación. Pretender que toda Roma desplomándose está en el libro de Gibbon parecería un delirio. Y sin embargo cuando leemos ese libro, tenemos la nítida impresión de que estamos viendo a Roma, minuciosa y poderosa, viviendo y desplomándose. Entonces comprendemos que la ficción no es lo contrario de la realidad sino que puede ser su síntesis.
Hay autores en los que todo parece nuevo y revelador, un continente apareciendo ante los ojos de los exploradores, un volcán arrojando magmas desconocidos. Pero también dijo Borges que todo lo nuevo arroja luz sobre sus precursores: cuando aparece Joyce descubrimos ciertas aventuras de Dickens, cuando aparece Borges descubrimos ciertas audacias de Chatterton, cuando aparece la Ilíada de Chapman descubrimos una metáfora nueva para la aventura de Balboa.
Pero hay que saber que el que compra un libro todavía no es su dueño. Que un libro sea el más vendido es buena noticia para el autor y los editores, pero todavía no es un triunfo para la humanidad. Podría ser mejor noticia saber cuál es el libro más prestado.
Hubo edades en que los libros no eran en absoluto mercancías. Cuando el mítico Homero moduló la Ilíada y la Odisea, no se les podía prohibir a los rapsodas que memorizaran los libros y los recitaran ante los auditorios en las ciudades griegas. Es más: leyendo el diálogo de Platón Ion o de la poesía, he sentido el asombro de descubrir que en Grecia no sólo se consideraba poeta al que creaba un libro sino también al que se lo apropiaba. El rapsoda afirma que sólo Homero lo conmueve y lo inspira: de modo que para ser rapsoda también se necesita inspiración. El poeta creador se apoderaba mágicamente del alma del rapsoda y lo convertía en su médium.
Los libros se trasmitían de un modo oral, y era un triunfo que mucha gente se apropiara de ellos. Ello nos lleva a pensar que el proceso de apropiación de un libro es complejo: el verdadero dueño de un libro no es el que lo compra sino el que lo lee, y el verdadero poseedor de los libros no es el que más libros lee sino el que los lee mejor.
En esta época en que nos tiraniza la estadística: quién vende más libros, quién lee más libros, quién tiene más libros, quién lee más rápido, no sólo conviene hallar respuestas sino cambiar de preguntas.
Sin duda ha de ser difícil empezar a leer, cuando vivimos en esto que ahora llaman la sociedad de la información. Porque hay que contrariar al menos tres males conjugados: la telaraña de las desdichas cósmicas que vierten sobre nosotros día y noche los informativos, la avalancha de datos que circulan sin contexto, y la sensación de que los hechos no tienen causa, una sensación nacida del puro frenesí de la actualidad, de una suerte de síndrome del presente puro.
Nuestra época nos crea la ilusión de que hay que saberlo todo, pero igual nos impone el deber inmediato de olvidarlo: nos contagia la alarma ante el presente y la irresponsabilidad ante el pasado. Esta época multicultural es Babel por el hormigueo de sus textos y sus muchedumbres, pero es Alejandría por esa doble tendencia de acumulación y de olvido. También fue Kafka quien dijo en su clásico tono sombrío que no estamos construyendo la torre sino el pozo de Babel.
Hay un ritmo de la lectura que parece condicionado por las urgencias de la época, pero es preciso recordar que hay otro ritmo que depende del texto mismo, y otro ritmo que depende de la atención del lector. Es cierto que hay libros cuya lectura casi no nos permite detenernos, porque los gobiernan la intriga, el encadenamiento de los hechos, la sospecha, la curiosidad, la necesidad de un desenlace; pero hay textos cuyo secreto se libera lentamente, como esos sabores que se expanden y se demoran en el paladar, como esos licores que tardan en obrar su efecto.
Y en cuanto a la velocidad, que es uno de los dioses más crueles de la época, más vale desconfiar. Montaigne decía que el brío de un potro no se mide por su velocidad sino por su capacidad de parar en seco. También podemos decir que la sabiduría de un lector no sólo está en saber avanzar sino en saber detenerse.
Leer es como viajar. Una de las ineptitudes del turismo consiste en que sus protagonistas aspiran a regresar siendo los mismos que eran al partir. El viaje es otra cosa, y Derek Walcott tiene razón en su discurso de Estocolmo, cuando dice que el viajero, a diferencia del turista, es el que entra en contacto con el mundo al que visita, que no busca sólo una presurosa fotografía para su colección, o un recuerdo pintoresco, sino que se atreve a vivir ese mundo, y hasta corre el riesgo de llegar a pertenecerle.
En su poema El viaje, Baudelaire afirmó que los verdaderos viajeros son aquellos que parten por partir. También dice que son una fortuna esos viajes en los que el objetivo se desplaza y se aleja. Y en otro poema, Puesta de sol romántica, declara: “Pero persigo en vano a un dios que se retira”. Esa idea de una isla que se aleja a medida que avanzamos hacia ella, de un objetivo que se desplaza, la idea de que lo que busca el viajero es algo que también va de viaje, puede corresponder a una idea de la lectura distinta de la que suele proponernos nuestra costumbre.
La lectura ha tenido muchas veces en las iglesias y en los estados enemigos feroces. Pero sentimos el temor de que los dos más cordiales enemigos de la lectura terminen siendo la industria editorial y la academia. Cordiales, porque no hay duda de que están muy interesados en que la gente entre en contacto con los libros, pero enemigos, porque no se dan cuenta de que su interés primordial no es siempre la aventura de leer.
La industria editorial en nuestras sociedades, al mismo tiempo que pone el énfasis en la venta de libros, debería ponerlo también en la multiplicación de las experiencias de lectura. A diferencia de las sociedades opulentas, donde los peligros son otros, ¿no está contribuyendo aquí la sociedad de consumo a dificultar ese ejercicio mágico de apropiación del libro por los lectores? Quiero decir que en ninguna parte es tan urgente poner los libros al alcance de los seres humanos, como prioridad de un modelo de civilización.
Cuando acceder al libro es sobre todo una dificultad, ¿por qué quejarnos de que la gente esté leyendo menos? Si en países como España la caída en la venta, y quizás en la lectura de libros, coincide con la crisis económica y social, con la disminución de los recursos, es fácil entender lo que ocurre en sociedades donde lo normal es la crisis. Y ello debería sugerir nuevas estrategias de publicación y divulgación.
Sería absurdo, además de inútil, pretender que la industria editorial renuncie al orden comercial que la define, que se dedique a subsidiar a los que no tienen recursos: pero no sobraría que situándose en el contexto de sociedades pobres o empobrecidas, no se limitara a ofrecer libros sólo a quienes pueden  comprarlos, y se ingeniara la manera de hacerlos accesibles para muchos que los desean y los necesitan.
¿Quién no se ha privado de comprar un libro exclusivamente porque aunque todas las potencias del alma lo anhelaban, “la flaca bolsa de irónica aritmética” como la llamó León de Greiff, no podía responder al desafío? ¿Tienen que resignarse las sociedades a la injusticia de que muchos que anhelan un libro por su belleza, su poder, su elegancia editorial o su refinamiento estético, tengan que privarse del placer, porque no alcanzan los recursos?
Sé que tengo, como todos los escritores, el deber de rechazar la piratería de libros, aunque en el fondo no veo a la industria editorial tan alarmada con ese fenómeno. Acaso sabe que los que compran libros piratas no son los mismos que compran libros legales, que el target, como lo llaman los publicistas, es distinto, y que no hay en realidad competencia.
Pero la piratería sólo se acabará cuando los libros se hagan para todos, pensando en la capacidad adquisitiva de todos. No podemos hacer libros costosísimos y censurar a las comunidades pobres ansiosas de leer, que se resignan a réplicas defectuosas, a versiones degradadas del original.
Hay aquí un conflicto estimulante para la imaginación. Cuando se habla de la crisis de la lectura, más que de una indiferencia de los lectores, estamos hablando de la falta de un compromiso profundo de los estados, las dirigencias culturales y la industria editorial, para responder a las necesidades de una sociedad.
También he hablado de la academia. Nadie duda del desvelo de los maestros por lograr que sus alumnos lean. Pero muy a menudo utilizan unos mecanismos que pueden ser fatales: volver la lectura obligatoria, o imponerle una finalidad demasiado precisa. Yo no creo ser un gran lector: soy un lector que disfruta con ciertos libros, y que no puede vivir sin leer, y sobre todo sin releer, lo que le gusta. Pertenezco al curioso género del lector que no siempre logra terminar los libros, pero que no puede dejar de leer todo el día toda clase de cosas.
Y para ser ese lector desordenado pero apasionado, caprichoso pero laborioso, nada me ayudó tanto como no haber considerado nunca la lectura una obligación. Nunca he leído un libro sólo porque fuera importante, nunca lo terminé porque fuera un deber hacerlo. Al comienzo leía los libros que llegaban a mis manos: con los años he aprendido a buscarlos. Incluso tengo una teoría un poco estrafalaria acerca de que ciertos libros se las ingenian para llegar a ciertos lectores. Los libros de Hermann Hesse, por ejemplo, tenían en otro tiempo, y quizás la conservan, la curiosa capacidad de caer siempre en las manos de los muchachos de catorce años y perturbarles la vida.
Me gusta más que sean los libros los que encuentren a los lectores y los lectores los que encuentren los libros, como en un juego de azar ligeramente dirigido, y no que se imponga toscamente la obligación. Todo requiere sutileza, todo requiere una pequeña fracción de misterio: y las pesadas obligaciones no suelen tener lo uno ni lo otro. Más eficaz es el contagio, más poderosa es la tentación. Más sutil era el padre de Emily Dickinson que le regalaba libros a su hija con la recomendación de que no los leyera, para que no perturbaran su espíritu. Y tal vez más misteriosa era la iglesia católica que volvió tan populares a Voltaire y a Vargas Vila por el curioso camino de prohibir su lectura.
Cervantes decía que su voracidad de lector lo hacía leer hasta los papeles que encontraba en las calles, y no deja de ser conmovedor tratar de imaginar qué clase de papeles podían ser los que se encontraban por las calles en un mundo como la España del siglo XVI, tan escasa en papel comparada con nuestra época, y con una imprenta tan recientemente inventada. Igual tenemos la anécdota de Chesterton, quien una vez subió a un tren para viajar de Londres a alguna ciudad de provincia, y sólo cuando el tren echó a andar comprendió trágicamente que no llevaba nada qué leer. Se entretuvo un rato leyendo en las paredes del vagón las placas que informaban sobre la locomotora, los talleres y las fechas de fabricación. Finalmente, por suerte, encontró en sus bolsillos, que tienen fama de haber sido vastos y hospitalarios, el prospecto de una medicina, y tuvo suficiente material de lectura para no enloquecer hasta la siguiente parada. Los entiendo, porque la lectura, siendo tantas cosas tan altas y tan profundas, es también un vicio, y es acaso, en esta tremenda edad de adicciones, la más noble y salvadora de las adicciones humanas.
Ya he dicho que hoy hay muchas cosas que conspiran contra la lectura; la manía superficial de la información, el espacio saturado de textos imperativos, ciertas pantallas en las que el fantasma del mundo irrumpe a cada rato proponiéndonos cambiar de ocupación. Y los maestros saben como nadie de esa dificultad contemporánea, porque aprender a leer es aprender a estar solo, a menudo aprender a estar quieto, aprender a dialogar consigo mismo, aprender a abandonar la multiplicidad de las inquietudes de la mente, la divagación fragmentaria, y acceder a concentrarse, a seguir el curso de una idea, de una trama, de una intriga, de una argumentación, de una fantasía.
Leer, como viajar, es desprenderse de la orilla habitual a la que se pertenece, y que se cree conocer, y avanzar hacia un objetivo que se desplaza, que cambia a medida que avanzamos, es caminar hacia un dios que se retira. Con ello quiero decir que no podemos saber de antemano lo que buscamos; que es un mal maestro el que cree saber todo lo que va a encontrar una persona en un libro, y también el que cree que en un libro todas las personas encuentran lo mismo.
Una vida de fragmentarias pero intensas lecturas me ha enseñado que leer en realidad es leerse, que lo que se encuentra en los libros, no sólo de ficción sino en textos que aparentemente contienen verdades más objetivas, depende mucho del lector. El autor nos ofrece una partitura; el lector es un intérprete, que pone la ejecución, la manera y la música. Creo que cuando terminamos de leer un libro no sólo hemos conocido al autor sino que nos conocemos un poco más a nosotros mismos.
Creo que es importante que no sepamos de antemano lo que vamos a hallar, y se equivoca el jurado que piensa que es posible saber enseguida qué aprendió el lector. Porque memorizar los textos no siempre supone un aprendizaje. Hay lecturas que sólo liberan sus consecuencias mucho tiempo después del momento en que cerramos el libro. Una lectura verdadera no es un momento de la vida: es algo que permanece, cuyo sabor no nos abandona, cuyas revelaciones son graduales o tardías, algo que sigue en nosotros, creciendo y transformándose.
Por eso es grave y estéril que se pretenda imponerle a la lectura unas finalidades demasiado limitadas. Deberíamos ser capaces con frecuencia, como decía Baudelaire, de partir sólo por partir, de leer sólo por leer. Responder al utilitarismo y a la manía de instrumentalizarlo todo, atendiendo al sentido del verso de Lugones:
Y la luna servía para mirarla mucho.
No tenemos que preguntarnos siempre para qué leemos. Tampoco tenemos que saber siempre para qué vivimos, para qué amamos. Leer debería ser una de esas cosas que se justifican por sí mismas. Eso no significa que no nos dé grandes frutos, significa que no deberíamos subordinar el placer de las músicas verbales, de las fábulas, de las tramas, de los conjuros, de los pensamientos, a una finalidad, a un propósito siempre consciente; más bien deberíamos permitir que la lectura obre en nosotros su trabajo secreto.

Herrera: "En México hay miedo y hemos perdido el respeto a los muertos"

Entrevista con el escritor mexicano Yuri Herrera

Yuri Herrera usa la atmósfera del miedo a la gripe A como metáfora política. /revista Ñ
“-Señor, yo pensé... -¿De dónde sacaste que podías pensar? ¿De dónde? Tú eres un soplido, una puta caja de música, una cosa que se rompe y ya, pendejo.” Hablan, es claro, un poderoso y uno que está bajo su dominio. Un jefe, el Rey, un narco mexicano, y un empleado, el Artista, que forma parte de la corte del narco y compone corridos casi épicos sobre sus aventuras. Por cosas como estas, la reflexión en torno al poder, la lengua materna dándole aliento a todo el texto, la novela entera deslumbrando, uno le entra a un autor. El autor, acá, es Yuri Herrera (1970), prestigioso escritor que ha publicado tres novelas. La del Artista se llama Los trabajos del Reino.
Antes había publicado Señales que precederán al fin del mundo. Y este año, La transmigración de los cuerpos, que crea un escenario medio de fin del mundo: la gran urbe vacía. Una epidemia obliga a la población a quedarse en sus casas. Pero el Alfaqueque, un héroe de multiforme ingenio, como Odiseo, saldrá. Primero al pasillo y eso le permitirá acceder a la intimidad de la Tres Veces Rubia, una mujer inalcanzable para un hombre común. Y después a la calle vacía: ahí hará lo que sabe, hablar. Usar la lengua y la palabra para mediar entre dos grupos violentos. Suena tremendo pero no se asuste, lector: también lo atraviesan unas cuantas carcajadas. Desde su casa, en Estados Unidos, Herrera habló con Clarín.
–Tus novelas cuentan, desde puntos de vista diversos, la violencia. ¿Por qué?
–No es parte de un plan. Tiene que ver con ciertos problemas que me preocupan y ciertas historias que me parece que vale la pena contar, en las cuales la violencia está presente. Pero tampoco diría que “la violencia” es el tema central, sino que es un ingrediente que afecta muchos otros temas, como sucede tan a menudo ahora en México.
–Cultivás un castellano bien mexicano, pese a que en términos de mercado es más productivo un lenguaje más neutro.
–Para mí es un principio básico a la hora de escribir: encontrar la palabra precisa en términos de cómo ésta se acerca a tu manera de mirar y reconstruir el mundo. Y para hacerlo hay que acudir a la lengua que aprendemos en los libros tanto como a la que tenemos a la mano, en la calle, o la que parece estarse perdiendo y que por alguna fortuna recuperamos. Y jugar con toda esa herencia en historias en las que estas palabras venidas de distintas partes y tiempos cobran nuevos significados.
–Vivir en Estados Unidos, ¿afecta de algún modo tu lenguaje y tu percepción de tu país?
–Bueno, casi todas mis clases las doy en español y la mayoría de mis lecturas son en español, pero estar en una ciudad donde hay pocos hispanohablantes te contagia cierto ritmo, y también te acercas a tu propia lengua con otro asombro. Paso mucho tiempo en México, así que no he tomado tanta distancia. Si acaso, al volver vuelvo a reparar en cosas a las que a veces con la cotidianeidad uno se acostumbra: la corrupción rampante, la explotación infantil, el acoso a las mujeres en la calle.
–Ese DF vacío de tu última novela, parece aún más pesadillesco y violento que el DF atestado.
–Es una novela que había comenzado a pensar hace años, y aunque la ciudad que me sirvió como modelo es Pachuca, donde crecí, también hay elementos de la Ciudad de México. Entre otras cosas porque, cuando estaba planeando la novela, había yo regresado a vivir ahí y me tocó todo el episodio del virus AH1N1. Fue una época terrible para mucha gente, pero al mismo tiempo fue fascinante, la ciudad paralizada, casi desierta, todo mundo tapándose la boca y cuidándose de no estornudar para no provocar el miedo y las reacciones de los demás. Esa atmósfera sí quise recrearla en la novela, que trata sobre las decisiones que tiene que tomar un hombre que no quiere salir de su casa pero que no tiene de otra más que salir. Y en ese trance tiene que proteger al menos un cuerpo, en un momento en el que los cuerpos, de los vivos y los muertos, parecen desechables.
–Transmigración hace pensar en milagro, aquí se trata apenas de un intercambio de cadáveres. ¿Habla eso de tu país?
–No habla literalmente de la situación política, pero sí del modo en que en México se ha extendido el miedo, la desconfianza, y cómo les hemos perdido el respeto a los muertos. La manera en que permitimos que los muertos sean utilizados como recado entre criminales o como desecho industrial es algo que hace aún más grave la violencia.

Congreso del libro electrónico: "El victimismo no ayudará"

Sócrates criticaba amargamente la escritura, porque la palabra escrita corrompía la mente de los jóvenes

Fernando García, director del Congreso. / Álvaro Cobo./elpais.com

 
El Primer Congreso del Libro Electrónico se clausuró el viernes en Barbastro (Huesca). La segunda jornada estuvo dedicada al libro educativo, a la influencia de las tabletas y, en general, a lo que se nos viene encima, con o sin piratería.
La educación es un gran mercado que se abre al libro electrónico, especialmente en un escenario de estudio a distancia a través de Internet como Coursera, Udacity o la UNED en España. Pero un simple archivo PDF no es un sustituto válido para el libro de texto, asegura Daniel Torres, director del centro Superior de Enseñanza Virtual. Si el libro electrónico no alcanza la calidad necesaria, los estudiantes prefieren el de papel.
En una librería, el libro está presente. En el océano de información de la Red, los electrónicos se enfrentan al reto de la visibilidad, afirma Iria Álvarez ,de Santillana. Aquí es donde el tradicional papel del librero se ve sustituido por las redes sociales que permiten que los autores conecten directamente con sus lectores, y que los lectores comenten sus obras favoritas en clubes literarios virtuales como Goodreads o Literalia.
Los libreros tienen vértigo ante estos cambios, confiesa Juan Manuel Cruz, presidente de su asociación, y reivindica una tradicional garantía de veracidad de la edición tradicional. La cadena del valor del libro impreso se ve profundamente afectada por el modelo virtual, y sus editores y distribuidores reclaman control, precios fijos y castigo a los piratas.
Las ventas digitales despegan lentamente, pero expertos como el editor Jaume Balmes lamentan que la exigua inversión produzca libros electrónicos que son poco más que un archivo de texto, dejando de lado las nuevas posibilidades de diseño que crean una mejor experiencia de lectura.
Las tabletas y lectores no son solo soportes, y los libros no son solo contenido. Los dispositivos son una ventana a un ecosistema de contenidos, como lo define Koro Castellanos, de Kindle España. Los libros son objetos conectados que se abren otros libros y otros lectores. La experiencia está determinada tanto por lo que aporta el autor como por las posibilidades que aporta la plataforma.
El victimismo no ayudará, y hay que ocuparse, no preocuparse dice Patxi Beascoa, de Random House Mondadori. Ocuparse de esa gente que sigue leyendo y ofrecer un buen libro electrónico bien producido no se puede piratear. No se trata de imitar el libro de papel, sino ofrecer una experiencia nueva y única.
Las decisiones sobre el futuro hay que hacerlas en el presente, insiste Javier Celaya. Si la industria editorial quiere ser relevante en los próximos años tendrá que invertir fuertemente y asumir las pérdidas, o resignarse a seguir el destino de los gigantes de la industria discográfica o la prensa, reducidos a una sombra de lo que fueron, su antiguo negocio en manos de los grandes de Internet.
Sócrates critica amargamente la escritura en el diálogo con Fedro, preocupado porque la palabra escrita corrompa la mente de los jóvenes. Hace solo 500 años la humanidad aprendió a embotellar su saber en toneladas de árboles muertos. Hoy el mundo ha dado una vuelta más sobre su eje, y nuestras herramientas, una vez más, escriben el futuro de la humanidad.

Guía exprés para escribir mejor

Los trucos más sencillos con los que cualquier persona puede mejorar su estilo

Los mejores trucos para escribi./lainformacion.com
Hace muchos años, un profesor me envió un texto complejo sobre los cambios en la Ley del Impuesto de la Renta. Antes de publicar ese texto, le pedí permiso para trastear. Con ciertos trucos exprés, le di al texto un aire más ameno. Se publicó en un medio.
Una semana después, el profesor me contactó lleno de asombro. Le habían llamado para ocupar una dirección general, para un puesto en un despacho, así como para dar charlas por toda España. ¡Qué poder tiene la prensa!, confesó. “Son los trucos para escribir mejor”, fue mi respuesta.
¿Cuáles son esos trucos? Ahí van algunos.
Primero. Trata de quitar las palabras que tengan cuatro sílabas o más. Así dirás más cosas en menos tiempo. La prueba es que, hasta esta línea, no he usado ninguna palabra de cuatro sílabas. ¿Cómo se hace eso? Es una cuestión óptica, no métrica. Cuando veo pequeñas salchichas de letras, me detengo por instinto y busco otras más cortas… si es posible.
Segundo. Evita los adverbios que acaban en ‘mente’. Por ejemplo, antes, podía haber escrito “me detengo instintivamente”, pero preferí decir “por instinto”. Son dos palabras en lugar de una, pero se leen mejor porque tienen menos letras: once contra quince. García Márquez dice que esos adverbios alargan mucho las palabras: consecutivamente, paralelamente, consecuentemente, lógicamente, temporalmente… 
Tercero. Suprime la mayor parte de los conectores. Por ejemplo (y acabo de poner un conector): por tanto, por consiguiente, de ahí que, en consecuencia, así pues, por consiguiente, por lo tanto, por eso, por lo que sigue, por esta razón, entonces, entonces resulta que, de manera que, lógicamente, análogamente, del mismo modo…
Cuarto. Cuando acabes tu gran texto, coge un boli rojo y suprime los dos primeros párrafos. Ahora vuelve a leerlo y verás que el planeta no se ha perdido nada relevante porque, en realidad, estabas calentando los motores y pusiste un montón de ideas repetidas o sin fuerza.
Quinto. No uses dos adjetivos. Los epítetos no son la Guardia Civil. No tienen que ir de dos en dos. “Los resultados fueron abrumadores y exorbitantes”. Basta con “abrumadores”.
Sexto. No escribas oraciones largas. Resume. “La tarea y los desafíos que están empedrando y dificultando de forma crucial nuestro devenir como potencia mediana están más allá de cualquier decisión resolutiva, incluso, de las decisiones de las llamadas superpotencias, lo cual nos empuja de forma inexorable a la búsqueda de zonas de coexistencia para sumar los esfuerzos, los acuerdos, y poner en marcha medidas de gran calado”. En realidad eso quiere decir: “Ni las grandes potencias pueden resolver las dificultades diarias, y por eso deben cooperar”.
Séptimo. Sustituye los sustantivos por verbos. No digas “el Gobierno está a la espera de una solución”, sino “el Gobierno espera solucionar”. Los verbos son más poderosos que los sustantivos.
Octavo. No te pases de erudito porque no llegarás al pueblo. Es uno de los errores más comunes en España porque aquí lo importante es crear apariencias. Los catedráticos escriben para catedráticos, y los científicos para los científicos. Recuerda a Stephen Hawking, que no puso una sola fórmula matemática en su libro Breve historia del tiempo. (Bueno, sólo una, la única que conocemos todos: E=m.C2).
Noveno. Para mí el más importante: cuenta una historia. Humaniza tu artículo, tu carta al accionista, tu informe, tu charla. Hazlo contando un cuento a los lectores. Los grandes directivos de EEUU son grandes comunicadores porque cuentan unos cuentos extraordinarios: Jobs (¿has visto su discurso de apertura del año académico de Stanford?), Buffett (¿has leído sus cartas al accionista?)
Esto es un resumen del librito que acabo de publicar en amazon: Trucos para escribir mejor.
También recomiendo suprimir las negaciones, doy consejos para resumir rollos insoportables, hablo sobre algunos efectos especiales que se pueden aplicar a las palabras y un sin fin más de cuestiones útiles.

Cómo se escribe una novela negra

Me acerqué a este manual de creación literaria gracias a un amigo

Portada de Cómo escribir
una novela
, de Óscar Urra./librosdelreplicante.blogspot.com

El interesante título -y juguetón en la forma, puesto que aparece en la portada con caracteres azules menos en la última palabra- ya muestra la intención didáctica del autor, Oscar Urra, novelista del subgénero que comenta.
Este librito -editado por Fragua a inicios de 2013- consta de ciento veinticuatro páginas contenidas en un pequeño formato. Limitado espacio para presentar directrices y reflexiones en torno a la novela negra. Sin embargo, Óscar Urra dirige, de manera amena, al lector por un recorrido que va desde la discusión sobre la nomenclatura hasta el comentario de una obra, pasando por propuestas  de actividades muy prácticas.
Nos confiesa que cuando le encargaron esta obra su primera respuesta fue una tajante negativa, ya que no se consideraba con la autoridad necesaria para hablar sobre el tema (debéis leer sus obras para percibir que no es un pensamiento acertado). A esto se sumaba la sorpresa que le suscitó la petición, "como si de una receta de cocina o del montaje de una tienda se tratase".
Tras recordar que el término "negra" se refiere a obras de estilo diferente, Óscar Urra hace un comentario que me ha encantado y que, aunque entre paréntesis, resulta muy valioso: "el entretenimiento se sobrentiende en cualquier narración literaria, y por tanto hay que darlo por supuesto, entre otras cosas porque el lector también lo presupone". Lo que me lleva a recordar la moda de obras que se centran demasiado en el entretenimiento y olvidan la verosimilitud.
A continuación indica que la novela negra posee una serie de tópicos (trama, diálogo y personajes) que se hacen diferentes según el estilo propio del autor. He de confesar que creo que esto se da en todos los subgéneros.
A partir de aquí Óscar Urra hace un recorrido por los elementos constitutivos de la novela negra: la trama (lo que considera menos original, pero explica pautas para diseñarla de manera correcta y efectiva, atendiendo a la voz narrativa, a la estructura cronológica); la importancia del inicio de la obra , especialmente porque algunos lectores se basan en eso para elegir o no una obra (trama, estilo); la construcción de personajes; la acción (hace referencia a la relación del cine y la novela negra, dando lugar al hecho de que muchos actualmente pretenden hacer novela pensando en el cine, "en detrimento de los procedimientos propios de la literatura;   (...) ésta (la novela) se ha hecho más plana"); el ambiente, que "es el verdadero mapa emocional de una novela, y, por la fuerza y la sugestión de los espacios en que se mueven sus protagonistas, con mayor motivo en la novela negra (...) por ello, mostrar cómo funciona, o mejor, cómo hacer funcionar la atmósfera de un relato se antoja tarea complicada" (pero lo consigue y muy bien).
Óscar Urra en la Feria del Libro de Madrid


Todo ello acompañado por sugerencias y pautas para crearlos así como actividades prácticas y multitud de ejemplos extraídos de novelas del género: El hombre demolido, La extraordinarias aventuras del comandante Brown, La niña que hacía llorar a la gente, Con las mujeres nunca se sabe, El ángel triste, la saga creada por Vázquez Montalbán...

Al final, para mostrar que este tipo de novela puede ser también una obra maestra, hace un breve comentario literario de 1280 almas, de Jim Thompson.

En definitiva, un librito que ni los amantes del género ni de la literatura en general pueden dejar escapar.
Cómo escribir una novela negra.
Óscar Urra.
Editorial Fragua

martes, 29 de octubre de 2013

Un atleta de la derrota

Eduardo Lalo. Antes de llegar a Buenos Aires, un diálogo con el ganador del Rómulo Gallegos

Eduardo Lalo acaba de publicar en Argentina La inutilidad./revista Ñ.
No soy estadounidense, no soy cubano, soy puertorriqueño”, dice Eduardo Lalo en su discurso de aceptación del premio Rómulo Gallegos obtenido por Simone , una novela que explora la condición de un escritor en el borde de una sociedad que parece ignorarlo y expulsarlo. La noción de lo periférico, de lo radicalmente insular permea estas páginas. De hecho, la invisibilidad como rasgo colectivo ha sido uno de los ejes de la obra del puertorriqueño: lo invisible como condición existencial pero también política. Puerto Rico, único país de América Latina colonizado dos veces, hereda esta indeleble marca: “Somos una colonia, no hay que maquillarlo”, se lamenta por teléfono, “es una situación política osificada. Un tema sin fin; no pasa nada y no pasará nada”. Se refiere a la condición de Estado Libre Asociado y a la remota posibilidad de que eso cambie, a pesar de las resistencias de la población. Los puertorriqueños se enorgullecen de pertenecer a una cultura latina, de ser hispanohablantes, eso no está en duda, pero esto no parece ser suficiente. Para colmo “los independentistas –dice Lalo, quien el martes presentará en Buenos Aires su nueva novela La inutilidad– están muy divididos”.
Esta tensión entre metrópoli y colonia, y la infructuosa resistencia a ser parte de esa colonia genera una carga melancólica que Lalo reclama para su literatura: “Escribo para reivindicar nuestro derecho a la tragedia”. Su obra se enfrenta contra la estampa caribeña de la alegría y la indolencia tropical, contra esa mirada piadosa y culpógena sin duda construida desde afuera; esa que dice “somos unos miserables pero gozamos como nadie”, apunta con ironía. Un prejuicio cómodo y de valor turístico que recae en casi toda la cuenca del Caribe pero que en Puerto Rico se problematiza todavía más. “El Caribe es un espacio muy triste”, remata.
Quien pretenda encontrar en el universo literario de este escritor alguna alusión al trópico ruidoso que nos ha dejado un Luis Rafael Sánchez o el barroco lúdico de Severo Sarduy, se equivoca. Tampoco la Sonora Ponceña, ni “Rompe, Saragüey” ni Héctor Lavoe aparecen en sus páginas. “No olvidemos que Lavoe –nos advierte– se autodestruyó”.
El protagonista y narrador de Simone es un ser solitario y cabizbajo, “el que camina mirando el suelo”, un tipo algo sombrío y roto que pasea su orgullosa diferencia por las calles de un San Juan víctima de la desmemoria y de los obscenos emblemas de la sociedad de consumo. Permanentemente relegado hacia un margen como si el mundo fuera una onda expansiva con el que, sin embargo, no tiene más remedio que convivir. Un testigo crítico y escéptico de una ciudad cruzada por los migrantes precarizados de República Dominicana o la China, quizás sus auténticos semejantes y compatriotas. La ciudad como territorio de exploración de la extranjeridad, el lugar donde desfilan el amigo que se fue, la profesora que se irá, los chinos que llegaron, y el narrador viviendo su propia experiencia de descolocamiento.
Bajo el antifaz de Simone (Simone Weil) Li Chao, estudiante inmigrante y trabajadora de un restaurante chino, encarnación de la invisibilidad social, seduce al narrador y protagonista a partir de intrigantes mensajes y lo arranca de su solipsismo para abrir una ventana hacia la experiencia del amor. Lo que vendrá después será una unión incómoda, conmovedora y vibrante, llena de obstáculos entre dos sujetos periféricos y excluidos. Y la sexualidad como un reflejo de esa experiencia en las fronteras, en lo limítrofe, y el amor como metáfora de la relación indisoluble del narrador con su ciudad, un espacio que lo retiene y al mismo tiempo lo expulsa.
Simone ocurre en un San Juan perdido en el tiempo, desmemoriado y que solo puede ser recompuesto, si acaso, en sucesivas intervenciones artísticas que sus personajes, de manera también invisible, llevan a cabo. De hecho, Li es una dibujante que no firma sus piezas, “afirmando que en la ejecución misma estaba la autoría”. Y es que Lalo, además de escritor es artista gráfico y fotógrafo y algunos de sus libros son ensambles de palabras e imágenes, lenguajes que migran, al igual que sus personajes, de un lugar a otro, de un país a otro, de una identidad a otra, e incluso, de una preferencia sexual a otra, como ocurre con Li Chao.
La novela concluye con la discusión entre un escritor español y un puertorriqueño en la que se exacerban las diferencias entre metrópoli y colonia, y donde se renuevan los reproches más remotos y conocidos asociados a la lógica de la dominación. Algunos verán aquí el retorno a conflictos quizá superados o en todo caso eclipsados por otros de nuevo cuño, pero en un país como Puerto Rico, cuya identidad sigue atravesada por la condición colonial, estos reclamos, no carentes de resentimiento, se convierten en gritos desesperados: “Es la voz del desengaño y de la herida abierta”, frente a una “lengua patrimonial que parece sacada de un despacho de notario”. En definitiva, el conflicto de la lengua y el de su apropiación. Y el escritor como una esponja de estas diatribas: “Uno queda solo, irremediablemente solo con su ira”. “El escritor –remata Lalo– es un atleta de la derrota”.
Eduardo Lalo básico
Nació en Cuba pero vive en Puerto Rico desde chico. Es autor de libros en los que reúne su pasión por la palabra y la imagen: “La isla silente”, “donde”, “Los pies de San Juan”, “Los países invisibles” y “El deseo del lápiz”. Dirigió, además, los mediometrajes “donde” y “La ciudad perdida”. Su obra visual se ha reunido en múltiples exposiciones. En 2013 recibió el Premio Rómulo Gallegos por su libro “Simone”. Acaba de publicar en la Argentina “La inutilidad”.

Internet o el sueño de la igualdad social

La extensión de la red a todos los habitantes del mundo sería la herramienta clave del futuro para transformar la sociedad y hacer más justa la distribución económica y social, dice Singer

Ilustracion: Daniel Roldán./revista Ñ
Hace cincuenta años, Martin Luther King soñaba con que los Estados Unidos cumplieran algún día su promesa de igualdad para todos los ciudadanos, blancos y negros. Hoy el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, también tiene un sueño: quiere proporcionar acceso a Internet a los 5.000 millones de personas del mundo que no lo tienen.
La visión de Zuckerberg puede sonar como una iniciativa interesada que apunta a que Facebook obtenga más usuarios. Pero el mundo enfrenta en la actualidad una creciente división tecnológica que tiene implicaciones para la igualdad, la libertad y el derecho a buscar la felicidad no menos importantes que la división racial contra la que predicaba King.
Más de 2.000 millones de personas del mundo viven en la era digital. Pueden acceder a un vasto universo de información, comunicarse a escaso o ningún costo con familiares y amigos, así como conectarse con otros con los que pueden cooperar de nuevas maneras. Los otros 5.000 millones aún se encuentran en la era de papel en la que creció mi generación.
En esos días, si uno quería saber algo pero no tenía una enciclopedia cara (o tenía una enciclopedia que ya no estaba suficientemente actualizada para informarle lo que quería saber), había que ir a una biblioteca y pasar horas buscando lo que se necesitaba. Para contactar a amigos o colegas en el exterior había que escribirles una carta y esperar por lo menos dos semanas antes de recibir la respuesta. Los llamados telefónicos internacionales eran en extremo caros, y la idea de ver a los demás mientras se hablaba con ellos pertenecía al ámbito de la ciencia ficción.
Internet.org, una sociedad global que lanzó Zuckerberg el mes pasado, planea llevar a la era digital a las dos terceras partes de la población mundial que carecen de acceso a Internet. La sociedad consiste en siete grandes empresas de tecnología de la información, así como organizaciones sin fines de lucro y comunidades locales. Dado que sabe que no se le puede pedir a la gente que elija entre comprar alimentos y comprar datos, la sociedad buscará formas nuevas y menos caras de conectar computadoras, software de mayor eficiencia de datos y nuevos modelos de negocios.
El fundador de Microsoft, Bill Gates, ha sugerido que el acceso a Internet no es una prioridad importante para los países más pobres. En su opinión, es más importante abordar problemas como la diarrea y la malaria. No puedo sino elogiar los esfuerzos de Gates por reducir la cifra de víctimas de esas enfermedades, que afectan ante todo a la población más pobre del mundo. Curiosamente, sin embargo, su posición parece carecer de conciencia del panorama más amplio de la forma en que Internet podría transformar la vida de los muy pobres. Por ejemplo, si los agricultores pudieran usarla para contar con pronósticos más exactos sobre las condiciones favorables para sembrar, o para conseguir mejores precios por su cosecha, podrían estar en mejor situación de acceder a atención de salud, de modo tal que sus hijos no tuvieran diarrea, así como a mosquiteros para protegerse contra la malaria.
Una amiga que trabaja en asesoramiento sobre planificación familiar a habitantes pobres de Kenia me contó hace poco que eran tantas las mujeres que acudían a la clínica, que no podía dedicar más de cinco minutos a cada una. Esas mujeres tienen una sola fuente de asesoramiento, así como una sola oportunidad de obtenerla, pero si tuvieran acceso a Internet, podrían contar con la información cada vez que la necesitaran.
Por otra parte, las consultas online serían posibles, lo que evitaría a las mujeres la necesidad de viajar a clínicas. El acceso a Internet también zanjaría el problema del analfabetismo, dado que fortalecería las tradiciones orales que son fuertes en muchas culturas rurales y permitiría a las comunidades crear grupos de autoayuda y compartir sus problemas con pares de otros pueblos.
Lo que es válido para la planificación familiar también lo es para una amplia serie de temas, en especial aquellos de los cuales es difícil hablar, como la homosexualidad y la violencia doméstica. Internet ayuda a la gente a entender que no está sola y que puede aprender de la experiencia de otros.
Si se amplía aun más nuestro sueño, no es absurdo esperar que llevar a los pobres online derive en conexiones entre ellos y personas más prósperas, lo que redundaría en más asistencia. La investigación demuestra que es más probable que la gente done a una organización de caridad que ayuda a los hambrientos si se le presenta una foto y se le dice el nombre y la edad de una niña como aquellas a las que ayuda el grupo. Si bastan una foto y unos pocos detalles específicos para hacerlo, ¿qué podría conseguirse con la posibilidad de hablar con esa persona por Skype?
Proporcionar acceso universal a Internet es un proyecto de magnitud similar a la del secuenciamiento del genoma humano y, al igual que el proyecto del genoma humano, planteará nuevos riesgos y temas éticos delicados. Los estafadores online tendrán acceso a un público nuevo y tal vez más vulnerable. Las violaciones de la propiedad intelectual se extenderán aun más que en la actualidad (si bien les costarán muy poco a los titulares de la propiedad intelectual porque sería muy improbable que los pobres pudieran comprar libros u otro material con copyright).
Por otra parte, podrían borrarse las características distintivas de las culturas locales, lo cual tiene un lado bueno y otro malo, dado que esas culturas pueden limitar la libertad y negar la igualdad de oportunidades. En líneas generales, sin embargo, es razonable suponer que dar a los pobres acceso al conocimiento y a la posibilidad de conectarse con gente de todas partes del mundo impulsará una transformación social muy positiva.
Traducción de Joaquín Ibarburu Project Syndicate

El diccionario donde no se encuentra nada

El mexicano Fernando Rivera Calderón publica un compendio de definiciones ilustradas por Alejandro Magallanes

Alejandro Magallanes y Fernando Rivera Calderón, en Coyoacán. / Pradid J. Phanse./elpais.com
 
Todo empezó con el desorden de una casa saqueada, donde los ladrones no tuvieron piedad y destrozaron todo lo que encontraron a su paso. Un revoltijo de guitarras rotas y papeles revueltos. Se llevaron un ordenador que, entre otras muchas cosas, contenía el borrador del que iba a ser el primer libro de Fernando Rivera Calderón, un ensayo humorístico sobre las drogas contado en primera persona. Su compromiso editorial se iba al traste así que a su editora se le ocurrió que lo que mejor podía hacer era hablar de aquello que, como él mismo reconoce, rodea su vida: el caos.
Así que el hombre que había hecho de todo hasta ese momento menos publicar un libro - escribir y cantar canciones, redactar y editar artículos, conducir programas de radio y televisión e incluso componer una versión del himno nacional mexicano en reguetón -, se puso manos a la obra para intentar definir todo lo que formaba su mundo, desde un botón hasta el ego, desde la memoria hasta una cuchara. Así nació el Diccionario del Caos (Tusquets), como un conjunto de descripciones y aforismos que retratan el modo en el que ve la vida este chilango afincado en el barrio de Coyoacán.
Pero, como poner orden en el caos no parece una tarea fácil y Fernando Rivera Calderón está tranquilo con su vida caótica, este diccionario no tiene orden alfabético. Publicado en el mismo orden en el que fue escrito, parecería que a alguien se le cayó el boceto entre las manos y revolvió las hojas. En sus páginas, que ni siquiera están numeradas, se suceden los conceptos sin orden aparente e incluso se repiten. En cada página un concepto y con cada concepto una definición y una ilustración. “Todas las definiciones son tuiteables pero son mucho más profundas que un tuit. Tienen mucho más de la poesía y de la filosofía”, explica. Páginas llenas de dobles sentidos, ironías, humor, juegos de palabras e incluso homenajes a escritores y filósofos desde Monterroso a Giordano Bruno.
“Es completamente lo contrario a la idea tradicional de diccionario, que está escrito por académicos de una manera objetiva. Si yo leo el significado de la palabra amor siento que no tiene nada que ver con lo que yo entiendo por amor. Además de que tengo varias ideas sobre una misma cosa”. Por eso, a lo largo de sus páginas hay varias definiciones de la misma palabras, de conceptos como caos o Dios.
El resultado de seis meses de trabajo y varias noches sin dormir es un libro objeto en el que las palabras están acompañadas por las magníficas ilustraciones de Alejandro Magallanes.“El diálogo entre imágenes y textos no es una ilustración lineal sino que la imagen te anima a entender la definición por otro lado. Para mí es el libro ideal, como yo lo había pensado”, explica Rivera Calderón. La pareja tiene algo de dúo cómico cuando se sienta a hablar del libro y bromean con que dentro de 20 años todos los conceptos significarán “dinero” para ellos. Magallanes ha jugado con las palabras y la tipografías, con los colores y con el fondo y la forma para que este diccionario se lea pero que también se vea.
Como el autor ha pillado el gusto a esto de definir conceptos, no tiene problemas en describir a Alejandro Magallanes: “Quimera humana. Niño con pocas canas y varios años. Capaz de convertir la realidad en dibujos y garabatos y capaz de convertir los garabatos en ideas y poemas y metáforas y sacáforas”. El ilustrador también se atreve con las definiciones: “Fernando Rivera Calderón, no le etiquete porque ya se movió a otra parte”. Los dos coinciden en que el tomo tiene algo de juguete y ellos, de niños grandes. Aunque, advierte Magallanes, “no todo es confeti, no son chistes, también hay cosas muy serias”.
Si el principio de este libro empezaba con el desorden, el final no puede ser distinto: para sorpresa de sus autores, el tomo se puede encontrar en la sección Desarrollo humano y superación personal de las librerías.

Definiciones

Cita: Idea ajena que completa la idea que no tienes.
Difícil: Lo peor de lo difícil es que siempre resulta fácil para alguien.
Aplaudir: Silenciar el silencio.
Siempre: Palabra fanfarrona cuyos efectos duran menos de lo que dice.
Mutante: Aquel que no le tiene miedo a los cambios.
Aplauso: La música del ego.
Error: Esta definición no evitará que lo cometas de nuevo.
Sal: Mar en polvo.
Regalo: Cualquier cosa envuelta para regalo.
Caos: El sueño del orden.