Aterriza la biografía definitiva del escritor
J. D. Salinger, autor estadounidense de El guardían entre el centeno. / Antony Di Gesu./elcultural.es |
Fue el esquivo, el escapista, el oculto. Un
escritor icónico del pasado siglo que, con una obra breve y poderosa y
una presencia mediática prácticamente invisible, marcó a sucesivas
generaciones de lectores. Fruto de un ambicioso proyecto biográfico que incluye libro y documental, los periodistas David
Shields y Shane Salerno sumaron esfuerzos para reunir la más
sensacional acumulación de materiales nunca vista en torno a la vida de
J. D. Salinger. Una de las aventuras culturales más
espectaculares de los últimos años que incluye todo tipo de datos,
entrevistas, cartas, fotografías, conversaciones desconocidas, hipótesis
arriesgadas... Y una bomba que fue detonada al publicarse la biografía
el pasado otoño en Estados Unidos: la existencia de nada menos que cinco
libros inéditos que el autor de El guardián entre el centeno dejó listos al morir en 2010, a los 90 años de edad.
El martes,hoy, 21, Salinger sale en España editado por Seix Barral, y hoy El Cultural publica en exclusiva los primeros tramos de esta monumental y poliédrica biografía. Unas páginas cargadas de sabrosas informaciones a los que añadimos algunos de los más interesantes “encuentros” de fans, periodistas o escritores con Salinger. Su traductor, Javier Calvo, nos brinda sus impresiones sobre esta falsa “biografía oral” de Shields y Salerno.
El martes,hoy, 21, Salinger sale en España editado por Seix Barral, y hoy El Cultural publica en exclusiva los primeros tramos de esta monumental y poliédrica biografía. Unas páginas cargadas de sabrosas informaciones a los que añadimos algunos de los más interesantes “encuentros” de fans, periodistas o escritores con Salinger. Su traductor, Javier Calvo, nos brinda sus impresiones sobre esta falsa “biografía oral” de Shields y Salerno.
J. D. Salinger se pasó diez años escribiendo El guardián entre el centeno y el resto de su vida arrepintiéndose.
Antes de que se publicara el libro, era un veterano de la Segunda Guerra
Mundial con trastorno de estrés postraumático; acabada la guerra, nunca
dejó de buscar la cura espiritual para sus heridas psíquicas. En la
estela del enorme éxito de aquella novela sobre un “chaval de colegio
pijo”, emergió un mito: Salinger, igual que Holden, era demasiado
sensible para el mundo que lo rodeaba, se consideraba por encima de
todo. El resto de su vida se lo iba a pasar intentando reconciliar sin
éxito estas dos versiones completamente contradictorias de sí mismo: el
mito y la realidad.
El guardián entre el centeno ha vendido más de 65 millones de
ejemplares y continúa vendiendo más de medio millón al año; es un libro
crucial para varias generaciones, sigue siendo un tótem de la
adolescencia americana. La escasa obra de Salinger -cuatro libros
breves- tiene un peso y una penetración culturales casi sin igual en la
literatura moderna. El pasatiempo crítico y popular del último medio
siglo ha sido interpretar al hombre a partir de sus obras porque el
hombre se negaba a hablar. El éxito con que Salinger construyó su propio
personaje épico, su obsesión por la privacidad y el búnker al que se
dedicó con tanta meticulosidad -y que alberga un montón enorme de
escritos que nunca quiso publicar- se han combinado para formar una
leyenda impermeable.
Se ha hablado mucho de lo difícil que debió de ser para Salinger vivir y trabajar a la sombra del mito
Salinger fue un ser humano extraordinariamente complejo y
contradictorio. A diferencia de lo que nos han dicho, no se pasó
recluido los últimos cincuenta y cinco años de su vida. Viajó mucho,
tuvo muchas aventuras amorosas y amistades de toda la vida, consumió
cantidades abundantes de cultura popular y a menudo encarnó muchas de
las cosas que él mismo criticaba en su narrativa. Lejos de ser un
ermitaño, mantuvo un diálogo constante con el mundo a fin de reafirmar
la noción que éste tenía de su reclusión. Lo que él quería era
privacidad, pero el silencio literario que trajo consigo su reclusión se
ha llegado a asociar tanto con él como El guardián entre el centeno.
Se ha hablado mucho de lo difícil que debió de ser para Salinger vivir y
trabajar a la sombra del mito, lo cual es innegablemente cierto; pero
nosotros mostramos que en gran medida también se dedicó a perpetuarlo.
Los otros libros sobre Salinger tienden a caer en una de las siguientes
tres categorías: exégesis académicas; memorias que por fuerza son
tremendamente subjetivas, y biografías demasiado cargadas de reverencia o
bien de resentimiento y que, frustradas por la falta de acceso a los
actores principales, se conforman con perpetuar el relato ya aceptado.
Las biografías previas han tenido tendencia a basarse en las colecciones
relativamente pequeñas de documentos y manuscritos inéditos de Salinger
que se encuentran en la Universidad de Princeton y en la de Texas en
Austin. El resultado es el reciclaje continuo de la misma información
procedente de un fondo exiguo, así como la republicación de información
imprecisa. Las cartas de las que hemos seleccionado fragmentos, y que se
extienden desde 1940 hasta 2008, las escribió Salinger a sus amigos más
íntimos, amantes de muchas décadas, compañeros de armas de la Segunda
Guerra Mundial, maestros espirituales y otros; la inmensa mayoría de
esas cartas nunca había salido a la luz.
Arrancamos con tres metas: queríamos saber por qué Salinger dejó de
publicar; por qué desapareció, y qué escribió durante los últimos
cuarenta y cinco años de su vida. A lo largo de nueve años y de cinco
continentes, entrevistamos a más de doscientas personas, muchas de las
cuales se habían negado anteriormente a hacer declaraciones; todas ellas
nos hablaron sin ponernos condiciones previas. Nos proponemos ofrecer
una perspectiva poliédrica de Salinger: hemos incluido testimonios en
primera persona de compañeros suyos en el contraespionaje durante la
Segunda Guerra Mundial y con los que siguió en contacto hasta su muerte,
de amantes, amigos, cuidadores, compañeros de clase, correctores,
editores, colegas de la revista New Yorker, admiradores, detractores y
muchas figuras prominentes que hablan de la influencia que tuvo en sus
vidas, en su trabajo y en la cultura en general.
Al reproducir un material que nunca se había publicado, más de un
centenar de fotografías y extractos de publicaciones, diarios, cartas,
memorias, transcripciones judiciales, declaraciones ante el juez y
expedientes militares recientemente desclasificados, confiamos en
esclarecer muchos datos y llevar a cabo revelaciones significativas. Y
nos concentramos en arrojar luz sobre los últimos cincuenta y cinco años
de su vida: un periodo que, hasta ahora, había permanecido en gran
medida oscuro para los biógrafos.
Pese a todo, afrontamos dos obstáculos principales: el primero es que
antes de empezar este proyecto ya había muerto gente esencial, y el
segundo, que, aunque ciertos miembros de la familia Salinger cooperaron
inicialmente, al final la familia Salinger no participó por medio de
entrevistas formales. Pero aunque no hablaron directamente con nosotros,
sí que habían hablado antes, y tras realizar una cuidadosa disección de
sus declaraciones públicas, y gracias a que habíamos obtenido cartas
privadas y documentos nunca antes publicados, sus voces sí que aparecen
en este libro. Además, mucha gente que no quiso hacer declaraciones
oficiales sí que nos mandó información crucial y nos pasó fotografías,
cartas y diarios que habían mantenido en s únicamente hablaron con
nosotros después de la muerte de Salinger.
También ofrecemos doce “conversaciones con Salinger”, que revelan una
serie de encuentros que durante más de medio siglo tuvieron distintos
periodistas, fotógrafos, investigadores, fans y parientes con un hombre
que nunca dejó de vivir su vida como si fuera un agente del
contraespionaje. Estos episodios permiten que el lector se vaya
acercando cada vez más a un autor que había sido rotundamente
inaccesible durante más de medio siglo.
En la vida de Salinger hubo dos puntos de demarcación muy claros: la
Segunda Guerra Mundial y su inmersión en la religión vedanta. La Segunda
Guerra Mundial destruyó al hombre pero lo convirtió en un gran artista.
La religión le proporcionó la paz que necesitaba como hombre pero mató
su arte.
La contienda destruyó al hombre pero lo convirtió en un gran artista
Ésta es la historia de un soldado y escritor que escapó de la muerte
durante la Segunda Guerra Mundial pero nunca abrazó del todo la
supervivencia, un medio judío de Park Avenue que descubrió al final de
la guerra lo que significaba ser judío. Ésta es la investigación del
proceso por el cual un soldado roto con el alma herida se transformó a
sí mismo, por medio de su arte, en un icono del siglo XX y luego, por
medio de su religión, destruyó ese arte.
Salinger nació con una deformidad congénita que proyectó una sombra
sobre toda su vida. Fue un dandi sabelotodo y de talento volátil, salido
de una novela de F. Scott Fitzgerald, que dejó sin acabar los estudios
universitarios y se mostró ferozmente decidido a convertirse en un gran
escritor. Salió con Oona O'Neill -la preciosa hija del que podría muy
bien ser el más grande dramaturgo de Estados Unidos, Eugene O'Neill- y
publicó relatos en el Saturday Evening Post y otras “revistas
generalistas”. Después de la guerra, Salinger no quiso autorizar la
reedición de ninguno de estos relatos. La guerra había matado a aquel
autor.
Salinger fue sargento primero en el 12.o de Infantería y sirvió durante
cinco sangrientas campañas del frente europeo de 1944-1945. Su trabajo
como agente del contraespionaje consistía en interrogar a prisioneros de
guerra, en hacer la guerra en la sombra, en la tierra de nadie que
separaba a los aliados de los alemanes; obtener información de civiles,
de heridos, traidores y gente que operaba en el mercado negro. Vio de
primera mano la destrucción y la devastación de la guerra. Ya cercano el
final, él y otros soldados ingresaron en Kaufering IV, un campo
auxiliar del campo de concentración de Dachau. Poco después de ver
Kaufering, Salinger ingresó voluntariamente en un hospital civil de
Núremberg, víctima psíquica de la revelación final de la guerra.
A lo largo de todo el conflicto y también durante su hospitalización de
la posguerra, Salinger llevó encima un talismán personal para sobrevivir
dentro de aquella máquina de hacer cadáveres: los seis primeros
capítulos de lo que acabaría siendo El guardián entre el centeno,
un libro que redefiniría la América de posguerra y que se puede
interpretar por encima de todo como una novela bélica camuflada.
Salinger emergió de la guerra incapaz de creer en esos ideales nobles y
heroicos que nos gusta pensar que nuestras instituciones culturales
defienden. Pero en lugar de producir una novela bélica, como hicieron
Mailer, James Jones y Joseph Heller, Salinger cogió el trauma de la
guerra y lo incorporó en el interior de lo que a primera vista parecía
una novela de iniciación. De la misma manera, en los Nueve cuentos,
el fantasma de la máquina es el trauma de posguerra: el libro empieza
con un suicidio, hacia la mitad se evita otro y finaliza con uno más.
Profundamente trastornado (y no solamente por la guerra), se volvió
insensible. Y sumido en esa insensibilidad, ansió ver y sentir la unidad
de todas las cosas pero se conformó con el desapego hacia el dolor de
todos salvo el de sí mismo, que primero lo abrumó y después lo dominó.
Durante su segundo matrimonio se distanció gradualmente de su familia,
pasando semanas enteras en el búnker independiente, y les dijo a su
mujer, Claire, y a sus hijos, Matthew y Margaret, que no lo molestaran
“a menos que la casa estuviera ardiendo”.
Salinger emergió de la guerra incapaz de creer en esos ideales nobles y heroicos
Con Margaret, que se atrevió a encarnar los mismos rasgos rebeldes que
la narrativa de él canonizaba, se mostró asombrosamente distante. Sus
personajes Franny, Zooey y Seymour Glass, a pesar de sus muchas locuras
suicidas, o tal vez debido a ellas, ocupaban un lugar
inconmensurablemente más grande en su corazón que su propia familia de
carne y hueso.
Ahogándose, intentando a la desesperada aferrarse a botes salvavidas,
alejándose cada vez más de la contaminación de lo cotidiano y ocupando
una serie de reinos cada vez más abstractos, acabó perdiéndose en el
consuelo que le ofrecía la filosofía del vedanta: no eres tu cuerpo, no
eres tu mente, renuncia a tu nombre y a tu fama. “Desapego, colega,
desapego y nada más”, escribió en Zooey. “Ausencia de deseo”. “Cese de
todos los anhelos”. Su obra sigue con precisión este eje
físico-metafísico; libro a libro, llegó a considerar que su tarea era
diseminar dicha doctrina.
La cámara acorazada de Salinger, que abrimos en el último capítulo,
contiene revelaciones cruciales relativas a su carácter y su carrera,
pero en ella no hay ningún “secreto final” cuyo desvelamiento explique
al hombre que fue. En cambio, su vida contuvo una serie de
acontecimientos entrelazados -de la anatomía al romance y la guerra,
pasando por la fama y la religión- que desvelamos, rastreamos y
conectamos.
Salinger creó un mundo privado donde lo pudiera controlar todo y extrajo
un arte inmaculado e inmortal de la angustia de la Segunda Guerra
Mundial. Y luego, cuando ya no lo pudo controlar todo, cuando la
acumulación de tanto sufrimiento se volvió excesiva para que la
soportara un ser humano tan delicado, se entregó por completo al
vedanta, convirtiendo la segunda mitad de su vida en una danza con
fantasmas. Ya no tenía nada más que decir a nadie.
Conversación N° 1
Salinger tenía unos andares marciales y disciplinados. Era un tipo
larguirucho, de aspecto bastante distinguido. Llevaba cazadora y el pelo
bien peinado le daba bastante pinta de Ivy League.
-¿Es usted J. D. Salinger? -le pregunté, porque no lo reconocí de las fotografías.
-Sí -me dijo él-. ¿En qué puedo ayudarlo?
-Esperaba que me lo pudiera decir usted -le dije en tono muy dramático.
-Venga ya -me dijo él-. No empiece con esas cosas. ¿Está usted recibiendo tratamiento psiquiátrico?
Yo le dije que había dejado mi trabajo y había venido en coche desde
Canadá para verlo a él. Le dije que no recibía tratamiento psiquiátrico y
que lo que necesitaba de verdad era que me publicaran.
-Usted es alguien con quien me podría sentar a tomar un café -le dije-.
Me cuesta encontrar a gente con quien me sienta cómodo. Usted piensa
como yo.
-¿Qué le hace suponer que pienso como usted?
-Pues lo que escribe.
Me puse a llamarlo “Jerry” porque lo vi muy amigable. Yo me había
esperado una figura dramática a lo Humphrey Bogart y en cambio me
encontré a mi tío Jarred. A él le preocupaba el porqué yo había venido
de tan lejos. Fue muy amigable, pero solamente hasta cierto punto. En
cuanto averiguó que yo estaba allí porque pensaba que él pensaba igual
que yo y quería hablar con él sobre cosas profundas, se frustró mucho.
Se le encendió algo dentro; su tono cambió. Se apartó de mi coche y
pareció que crecía quince centímetros. Puso una cara larga y sombría.
-¡Soy un simple narrador! -dijo-. Todo es inventado. En mis relatos no hay nada de autobiografía.
Conversación N° 5
Salinger cruzó el puente a pie, salió de las sombras, se adentró en la
luz del sol y apareció ante mí. Casi levanto los puños, me pongo a
bailar y todo eso (...)
Él se me acercó.
-¿Betty Eppes?
Nos estrechamos la mano y me puse a intentar hablar con él.
-Si es usted escritora -me dijo-, tiene que dejar ese periódico.
Fue lo primero que me dijo.
-Vale -le respondí-. Podemos discutirlo.
Él opinaba que los periódicos no servían para nada y que publicar era lo
peor que uno podía hacer. Una de las cosas de las que habló fueron los
políticos. Me contó que el problema que tenía él con los políticos era
que ellos intentaban limitar nuestros horizontes mientras que él
intentaba ampliarlos. Yo tiré de unas cuantas palancas y probé unas
cuantas cosas; le pedí un autógrafo, solamente para ver qué pasaba. Y
caray, menuda respuesta obtuve. Me soltó otro sermón. Lo suyo eran los
sermones. Daba la impresión de ser un párroco retirado. El hombre se
moría de ganas de subirse al púlpito.
Conversación N° 7
Era un avión de hélices, y de pronto dos hombres que tenía sentados justo delante, se dieron cuenta de que se conocían.
-¡Anda, carajo! ¡Jerry! ¡Hace una eternidad que no te veo! ¿Qué demonios has estado haciendo?
Y entonces Charlie Portis se dio cuenta de que aquél era J. D. Salinger.
A continuación el hombre empezó a contarle a su amigo los últimos diez
años de su vida, y Charlie, como haría cualquier buen reportero, se puso
a apuntarlo a mil por hora. Cuando aterrizaron, se dirigió a Salinger,
en parte para estar absolutamente seguro al cien por cien de que se
trataba de J. D. Salinger. Y le dijo:
-¿Señor Salinger?
El tipo se volvió.
-Hola -le dijo Charlie-, me llamo Charles Portis. Soy del New York
Herald Tribune. Estaba sentado detrás de usted por casualidad.
Y solamente había dicho aquello cuando Salinger se puso blanco.
-No se atreverá usted -dijo Salinger-. No se atreverá.
Y Charlie me dijo:
-¿Y sabes qué? No me atreví. Al tipo se lo veía hecho polvo.