jueves, 23 de enero de 2014

Un escritor infinito

Cinco años después de su suicidio, David Foster Wallace sigue sorprendiendo a sus lectores. Este mes llegarán a las librerías dos novedades que contribuyen a aumentar su leyenda

David Foster Wallace, autor estadounidense de La broma infinita./semana.com

En cuerpo y en lo otro es una recopilación de los mejores ensayos de Foster Wallace. Todas las historias de amor son historias de fantasmas es una completa biografía escrita por D.T. Max.

Es muy común que después de su muerte algunos escritores se vuelvan legendarios. Mucho más si esta se da en condiciones misteriosas o extremas. Este es el caso de David Foster Wallace quien es, cinco años después de su suicidio, el autor de culto en estos momentos en Estados Unidos.

Su historia es bien conocida. Foster Wallace nació en Ithaca, Nueva York, en 1962. Durante sus años de universidad fue un jugador de tenis consumado y llegó a pensar en hacerse profesional. Sin embargo, su pasión por la literatura lo hizo cambiar de rumbo. Se convirtió en el niño genio de las letras estadounidenses de finales de fin de siglo cuando publicó, en 1987, su primera novela: La escoba del sistema. Luego vino una serie de libros como La niña del pelo raro, Entrevistas breves con hombres repulsivos y Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, que lo confirmaron como una voz única y original en su país. Su consagración llegó en 1996 con la publicación de La broma infinita, una novela monumental y desbordada que es considerada por muchos como una de las más importantes de las últimas décadas. En ella, Foster Wallace mostró su talento excepcional y una capacidad para abordar temas tan disímiles como la física cuántica, el tenis y la adicción a las drogas psiquiátricas. 
 
Además de su prolífica actividad de escritor, Foster Wallace era profesor en varias universidades y colaboraba regularmente con diarios y revistas. Sin embargo, siempre lo perseguía una sombra negra. Desde muy joven el escritor empezó a padecer de una depresión profunda y recurrente. Durante muchos años tomó antidepresivos y se sometió a tratamientos agotadores que incluyeron electrochoques. Logró llevar una vida más o menos normal, incluso se casó y parecía feliz. Pero los medicamentos empezaron a tener efectos secundarios que no le permitían escribir y los dejó. 
Desde luego la depresión regresó y el 12 de septiembre de 2008 se ahorcó en su garaje. Aunque no dejó una carta de despedida, escribió varios ensayos, como La persona deprimida, La muerte no es el final y El suicidio como una especie de regalo, que pueden dar pistas sobre su decisión de quitarse la vida.

A partir de su trágica desaparición se convirtió en un autor de culto. Los intelectuales más prestigiosos de Estados Unidos, encabezados por su amigo del alma Jonathan Franzen, empezaron a describirlo como un genio y un revolucionario de la literatura. En 2011 se publicó El rey pálido, su tercera novela inconclusa que reflexionaba sobre la monotonía y la tristeza.

Este año llegarán dos nuevos libros que ayudan a entender mejor la dimensión de su talento. El primero es Todas las historias de amor son historias de fantasmas, una extensa biografía escrita por D.T. Max. El periodista del New Yorker pasó varios años buceando entre los libros, documentos inéditos y la correspondencia del escritor. También tuvo acceso a sus amigos y familiares. El resultado es, según dicen los críticos, una biografía extraordinaria que revela algunas de las claves para entender la vida y obra del autor de La broma infinita. Max recomienda leer a Foster Wallace poco a poco y dejar para lo último su famosa novela: “Toma un descanso y prepárate para bucear en lo hondo de ‘La broma infinita’, seguramente la novela más divertida, absorbente, estimulante, frustrante y vigorizante procedente de Norteamérica en los últimos 25 años”.

Al mismo tiempo, aparece En cuerpo y en lo otro, una recopilación de los ensayos más brillantes de Foster Wallace. Este conjunto de textos muestra la enorme capacidad del autor para entender a su país. Como escribió Hernán Ortiz hace un tiempo en la revista Arcadia: “(Fue) capaz de sumergirse como un buzo sin oxígeno en la cultura norteamericana para retratar un Estados Unidos obsesionado consigo mismo, obsesionado con el entretenimiento, con la búsqueda de placer, con el consumismo masivo, hasta quedar sin aire para respirar entre párrafos tan densos, tan cargados con notas a pie de página, tan estelares y humorísticos y reveladores que eventualmente logran secuestrar el diálogo interno del lector e invitarlo al peligroso océano de las obsesiones, fobias, manías y compulsiones de Norteamérica.”

Todo parece indicar que el fantasma de David Foster Wallace se niega a desaparecer.