sábado, 2 de agosto de 2014

Minicuentos 84


Del cielo y de la tierra                                             

 La tierra desde el cielo - © Yann Arthus-Bertrand

                                                               



Piedras de ángeles

Lawrence Durrell

Allí dice que las estrellas fugaces son piedras que tiran los ángeles en el Cielo, para alejar a los malos djinns cuando quieren escuchar a escondidas las conversaciones del Paraíso y enterarse de los secretos del futuro.



Verdad terrestre

Ezequiel Martínez Estrada

Pero la tierra no es una mentira, aunque el hombre delire recorriéndola.



El salvador victorioso

Pompeyo Gener

Pero ni la gloria del Cielo ni los tormentos del Infierno son eternos. El poder de Angromanyus será aniquilado un día. Tres mil años después de Zoroastro, precedido de dos precursores, nacerá el Salvador victorioso, de una manera sobrenatural y de una virgen. La lucha del bien con el mal habiendo llegado a su período álgido, arderá todo, pero con una llama que solo abrazará a los malvados; y los buenos, incombustibles por su virtud propia, sentirán sólo un calor agradable. Así, todas las criaturas serán purificadas, los muertos resucitados, los espíritus malignos aniquilados, la tierra renovada y la dominación absoluta del luminoso Ahura comenzará para no acabar jamás.



Catorce minutos

Jorge Luis Borges

William James niega que puedan transcurrir catorce minutos, porque antes es obligatorio que hayan pasado siete, y antes de siete, tres minutos y medio, y antes de tres minutos y medio, un minuto y tres cuartos, y así hasta el fin, hasta el invisible fin, por tenues laberintos de tiempo.



Llueve

Achille Campanile

Un día, hace muchos años, un individuo que había salido de su casa sin paraguas se dio cuenta de que empezaban a caer algunas gotas.

Debería volver a casa a buscar el paraguas —pensó.

Pero después se dijo:

¡Bah! No serán más que cuatro gotas.

Y siguió andando porque tenía mucha prisa.

La lluvia empezó a caer. Entonces el individuo se refugió en un portal.

Esperaré a deje de llover —dijo.

Había empezado el Diluvio Universal



Sin alas

Thomas Patrick Hughes

Un árabe encontró al Profeta y le dijo:

¡Oh, apóstol de Dios! Me gustan los caballos. ¿Hay caballos en el Paraíso?

El profeta respondió:

Si vas al Paraíso, tendrás un caballo con alas, y lo montarás e irás donde quieras.

El árabe replicó:

Los caballos que me gustan no tienen alas.



¿Ningún mensaje?

John Braine

El general observaba desde su refugio de hormigón los intentos de una guerrilla avanzada para tomar una colina fuertemente defendida por el enemigo. Por sus gemelos vio destacarse una figura que se dirigía corriendo hacia el refugio.

Minutos después un soldado entraba y se sentaba sobre una caja de municiones.

Bueno, amigo –dijo el general impaciente- ¿qué mensaje traes?
No traigo ningún mensaje – respondió el soldado.

¿Ningún mensaje? ¿Entonces qué haces aquí? –Y señalando la colina añadió-: Vuelve inmediatamente, allá está la lucha.

Maldita sea la lucha –repuso el soldado-. Se están matando unos a otros.



La sentencia

Wu Ch’eng-en

Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche. Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.

Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.

Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
Cayó del cielo.

Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó:

¡Qué raro; yo soñé que mataba a un dragón así!