martes, 7 de abril de 2015

Elogio del lector

El autor de Lejos de dónde abrirá el jueves el encuentro literario que reunirá en Mar del Plata a destacados escritores argentinos. Anticipamos aquí fragmentos de su discurso inaugural, una parábola del libro desde su origen hasta su destino

Un lector en el parque./ Sebastián Dufour./adncultura.com

Siempre es el lector quien define, mide, asimila o rechaza lo que un libro propone.
Entre otras actividades fundamentales, el lector inventa una persona para el escritor. Quiero decir con esto que el autor de ficción presta a sus criaturas desechos de su experiencia, y los completa con esa clase de imaginación que alimenta el deseo: "esto es lo que hubiese querido que ocurriese, esto es lo que hubiese temido". La memoria ya ha trabajado en silencio, con una técnica parecida a la del montaje cinematográfico, eligiendo qué guardar, qué desechar. En la instancia siguiente, ese suplemento de imaginación que aporta el escritor se apropia de aquel montaje, lo reacomoda a su deseo, lo tergiversa y, sin embargo, esta operación le confiere una verdad, ignorada por el documento y que surge de las entrañas de la ficción, que la ficción descubre? y esto el lector lo percibe inmediatamente. Es el material con el que construirá la persona del escritor. Cuántos novelistas se han topado con lectores que habían percibido su intimidad con una claridad de la que él mismo carecía?

Montajes

Hablé del montaje que realiza la memoria y lo asocié con el cinematográfico. Los formalistas rusos señalaron el parentesco entre montaje literario y montaje cinematográfico. Sin aliento, el film de Godard, puede ser un ejemplo tardío pero válido.
Truffaut, coproductor y en aquel entonces aún amigo de Godard -o la montajista Cécile Décugis, nunca se sabrá exactamente quién-, tomó la iniciativa de proponerle al cineasta debutante cortar a hachazos en el montaje consecutivo original, que sentía ramplón, ripioso, para suprimir todo material meramente informativo, nexos narrativos superfluos y toda noción académica de continuidad en el movimiento de los personajes. El resultado fue una nueva sintaxis, deslumbrante en su primera encarnación, luego banalizada por imitadores que la convirtieron en una nueva convención.
El montaje cinematográfico tiene su doble en la reescritura del primer texto confiado a la página. Mucho antes del cut and paste, es en ese momento cuando el escritor convertido en su primer lector entiende de qué trata lo que ha escrito, no necesariamente lo que pensaba escribir. Ese texto primero ya anuncia su propio carácter, aún en germen. En medio de lagunas y aproximaciones, en el mejor de los casos, también permite entrever sus riquezas aún encubiertas.

Kintsugi

De hecho, el lector completa la práctica del kintsugi que fue iniciada por el escritor. En la tradición japonesa, se llama kintsugi al arte de llenar las fisuras de un objeto roto, porcelana por ejemplo, con una resina donde se ha diluido oro en polvo. En vez de disimular la grieta se la subraya con una sustancia luminosa, a menudo de mayor valor que el objeto mismo. En vez de ocultar las cicatrices de su vida, el objeto las exhibe y al hacerlo adquiere una forma de nobleza.
El escritor hace algo parecido con esa suma de detritus que algunos llaman experiencia. Y el lector lo hace con su imaginación, llenando las grietas, los resquicios elocuentes que va reconociendo en lo escrito por un desconocido: el autor que se va entregando, revelándose línea a línea, palabra a palabra, en su lectura.
Donald Richie, escritor y artista norteamericano que eligió vivir en Japón toda su vida adulta, habló de una escritura que responde a lo que en pintura y caligrafía japonesas se llamaría "seguir el pincel". Lo cito:
La estética oriental sugiere que una estructura ordenada aprisiona, que la exposición lógica falsifica, que los argumentos consecutivos eventualmente limitan. El artista japonés prefiere un conjunto de asociaciones compuesto de listas y apuntes, conectados intuitivamente; es adicto a la yuxtaposición, al ensamblaje, al bricolage. Muchos escritores japoneses aprecian cierta cualidad de indecisión en la estructura de su trabajo. Al escribir, logran evitar lo demasiado lógico, lo simétrico. Para decirlo con una frase japonesa, sencillamente escriben siguiendo el pincel.

El lector como heredero

El libro leído es muchas cosas. Voy a citar a Alberto Manguel:
Un libro es un receptáculo de la memoria, un medio para superar las limitantes del tiempo y el espacio, un lugar para la reflexión y la creatividad, un archivo de nuestra experiencia y la de los otros, una fuente de iluminación, de felicidad y, en ocasiones, de consuelo, una crónica de eventos pasados, presentes y futuros, un espejo, un compañero, un maestro, una convocatoria de los muertos, un divertimento; el libro en sus muchas encarnaciones, de la tableta de arcilla a la página electrónica, ha servido por mucho tiempo como una metáfora de muchos de nuestros conceptos y empresas esenciales.
En cualquiera de sus encarnaciones actuales, ya sea en papel impreso o en una página electrónica, el libro ha tenido el privilegio de llegar indemne a este presente donde, por ejemplo, el arte se ha convertido en mercadería. En la bolsa de valores del arte se barajan cifras millonarias con la consiguiente prostitución de los críticos y artistas que acatan su mandato.
El lector que en una librería de la calle Corrientes de Buenos Aires supera las primeras mesas, donde agonizan los bestsellers del mes pasado, llega a recintos menos ruidosos, donde -tres volúmenes por un precio modesto- lo espera una experiencia que puede llegar a marcar su vida.
El lector: heredero del escritor y de todo el mundo que permitió llegar al texto que está leyendo...