Brasil en Francfort
Un recorrido por la transformación de una literatura cuyo cosmopolitismo ha ido abandonando el regionalismo como materia prima
Pabellón de Brasil en la Feria del Libro de Francfort./elpais.com |
La sombra de Antonio Machado de Assis
se extiende gradualmente por Brasil. Cien años después, su obra sigue
designando sucesores e inoculando a los autores contemporáneos. Machado
de Assis enseña, como el más moderno de los escritores, a entablar la
batalla a favor de la obra literaria.
Su legado defiende una estética compatible con la vocación atlántica
de Brasil y promueve un repertorio que instaura nociones procedentes del
Instinto de nacionalidad, el ensayo publicado en 1873 que
establecía los fundamentos estéticos relativos a la soberanía de la
lengua y la temática asociada a la psique nacional.
Por tanto, la doctrina machadiana, al escudriñar el misterio
de la lengua, exige del escritor la función de intérprete narrativo.
Esta herencia, que impidió la ruptura de la línea sucesoria, destacó a
lo largo de los años a autores de la Semana de Arte Moderno, de 1922,
con Mário de Andrade a la cabeza; de la década de los treinta,
denominados “Los del Norte”, con Graciliano Ramos al frente; de raíces
católicas, como Cornélio Pena; de autores de los sesenta, como Guimarães
Rosa y Clarice Lispector; todos ellos una entidad que transgredió
normas para ajustarse a la evolución de las matrices de la tradición
brasileña y occidental.
El muestreo, que procede de esta lista, señala a escritores
contemporáneos con tendencias singulares y dispares. Un examen
superficial indica la tendencia de los jóvenes autores a adoptar
estéticas de matriz globalizante, que se confunden con otras artes, como
las visuales, la música y el cine; una serie de experimentos que,
siguiendo una espiral creativa, capta los ruidos procedentes de la
cultura pop y se rinde a una cierta uniformidad determinada por el
universo globalizado. De esta convivencia resulta un cosmopolitismo que
ha ido abandonando poco a poco la materia prima regionalista, de
acentuado matiz en Brasil, a favor de la exaltación urbana con menor
densidad mítica.
No obstante, comparar valores cualitativos sin enunciar al canon es
arriesgado. Sin embargo, es necesario señalar la inclinación de la
actual producción literaria a vincularse al discurso radical de la
modernidad conforme le hace la exégesis y a adherirse a movimientos
arraigados en las metrópolis extranjeras que determinan el grado de
aprobación literaria. Ello lleva a ciertos autores a someterse a
estéticas internacionales, en perjuicio de las propias opciones
creadoras, y a las creaciones de carácter instantáneo que retratan una
realidad concebida con arreglo a los acontecimientos recientes. Y todo
por la presión de un mercado duro que, al asumir un papel mentor, impone
rumbos creadores, infunde en los autores el temor a que les decreten la
obsolescencia prematura y a que, en consecuencia, los conduzcan a
renunciar a ese aprendizaje que un día podrá llevarlos a alcanzar la
plenitud creadora.
Con esa angustia, al autor contemporáneo, brasileño o no, se le pide
que produzca un lenguaje que coincida con lo que se hace, por ejemplo,
en Nueva York. ¿Da ello margen para indagar si es viable situar Nueva
York en Rio de Janeiro, si el estándar de Brasil se considera
periférico? No obstante, es un hecho que distorsiona la visión de la
trayectoria individual y perjudica a una cultura que, en conjunto,
aspira al reconocimiento sin dar la espalda a Brasil. Pero, ¿cómo
conciliar una obra en marcha con los centros internacionales que exigen
al autor una definición estética contraria a su formación intelectual?
Así y todo, la palabra se produce en Brasil. Los códigos literarios,
absorbidos por el tejido de la creación literaria, se acomodan cada vez
más en el perímetro urbano, en la polis que se convierte en el epicentro
ficcional. Pero ya no prevalece como antaño la hegemonía literaria del
eje São Paulo-Rio, que obligaba al escritor a que abandonara el campo
con los posibles perjuicios para sus postulados estéticos. Ahora puede
instalarse donde quiera y consolidar su aventura narrativa.
No obstante, la literatura brasileña, hecha por los vivos, revisa
frecuentemente las bases de sus estatutos. Confía en que la invención
interpretativa de la realidad atraviese la jerarquía social, al tiempo
que anuncia en la obra la modernidad de los sentimientos de los que
Machado de Assis fue maestro. Y da pruebas de que sabe que el lenguaje
es la protección de las acciones humanas y que, como seres de su época,
(los escritores) deben resistirse al cosmopolitismo artificial y
defender una visión crítica con la que averiguar quiénes somos, si por
casualidad su proyecto literario representa el punto de apoyo de su
creación.
Así, el actual arco creador, al representar las instancias de la
vida, estampa en la obra de estos tiempos el drama de la narrativa que
viene desde Homero. Y mientras Machado de Assis, en el pasado, hizo de
Rio de Janeiro la metáfora de Brasil, el autor contemporáneo, como sus
antecesores, moldea su ingenio literario con el fulgor de la ilusión. Se
circunscribe al lenguaje y a la visión que tiene del mundo y de Brasil.