Nuevos Escritores Latinoamericanos
Jeremías Gamboa (Perú, 1975) va camino de convertirse en el escritor de la experiencia. Deslumbró con un libro de cuentos y su primera novela se anuncia como un éxito
Jeremías Gamboa, en el barrio limeño donde vive. /Cristias Rosas./elpais.com |
Suena tópico, pero esta historia comenzó una mañana saliendo de la ducha, bajo los acordes de I’m so free, de Lou Reed. Jeremías Gamboa
(Lima, 1975) se sentó frente al ordenador, abrió un documento de Word y
escribió durante más de dos horas sin parar, estimulado por el café y
los cigarrillos. Contarlo todo, su primera novela, que
Mondadori publicará en España el próximo diciembre, fue un libro que se
le impuso, los dedos se le disparaban sobre el teclado. Empezó sin tema,
aunque en su cabeza bullían un par de imágenes: el encuentro de una
pareja de universitarios que se tienen ganas y un treintañero dispuesto a
contar su vida. Nacido como un libro corto fue alargándose hasta
superar las 500 páginas. Crecimiento, afectos e identidad son los
pilares en los que reposa una novela optimista que se lee como un manual
del amor y de la amistad, de cómo vivir y dejarse transformar. Y todo
eso protagonizado por un ingenuo joven de 29 años. Olvídense del
malditismo, a Jeremías Gamboa le interesa la literatura que ofrece una
luz al final del túnel.
"Ficcionador y cronista son diferentes zonas del cerebro. Si el periodismo es la búsqueda de la verdad, la literatura es otra verdad"
Convertirse en escritor no ha sido precisamente un camino de rosas, aunque en este momento Contarlo todo
llega precedida de un notable éxito mediático. Pocos autores noveles lo
cuentan todo antes de publicarse su obra. Periodista de reconocido
prestigio en Perú, como escritor Jeremías Gamboa se define como nieto
del boom y miembro de la generación post-McOndo. Sus abuelos
abrieron el camino a la renovación del lenguaje y a las historias
cercanas, pero necesitaron viajar a París o a Barcelona para poder
contarlo y cautivar a millones de lectores. Entre sus referencias Vargas Llosa ocupa un lugar de culto, lo deja muy claro en su novela, pero también admira a autores como Alejandro Zambra.
Ambos tienen la misma edad y la necesidad de contar historias de esa
clase media que emerge en las grandes ciudades con experiencias
diferentes, miembros de la primera generación que accede a la
universidad y expertos en el “recurseo” (aprendizaje de la precariedad).
Gracias a ellos, en América Latina emerge una literatura nueva, sin
grandes discursos, con un sentido muy cinematográfico y sin miedo a las
emociones básicas que “está ayudando a ensanchar las diferencias”,
cuenta desde Lima Gamboa. A esa corriente literaria habría que sumarle
que, por primera vez en años, el mercado parece situarse en ese lado del
Atlántico; antes era Europa la que te consagraba, pero ahora nuevos
lectores, educados gracias a los cambios sociales que se han producido
en esos países, buscan historias de chicos urbanos de su clase social
con los que identificarse.
Amable, sonriente e irónico, Jeremías Gamboa se enfrentaba este
verano a un pequeño auditorio dentro del ciclo literario del festival La
Mar de Músicas de Cartagena. El proceso creativo fue largo y tortuoso.
Empezó a redactar la novela con 32 años y puso el punto final a los 37.
En ese tiempo, su tono se ha modificado, ahora escribe de manera más
tranquila y serena, sin ese arrebato que parece impregnar las primeras
obras. Como escritor debutó con Punto de fuga, un libro de cuentos que
se publicó en Perú en 2007 con excelente acogida de público y de
crítica. Hasta Mario Vargas Llosa piropeó su estilo y exquisito
lenguaje, lo que en cierto modo justifica la expectación creada ahora
con su siguiente libro. Ha firmado contrato con la agencia de Carmen Balcells y Claudio López Lamadrid, el editor de España de Random House, viajó hasta Lima para entrevistarse con él y cerrar los últimos flecos sobre la novela.
Contarlo todo arrancó tirando de su propia biografía.
Gamboa, hijo de emigrantes ayacuchanos que abandonaron el campo para
instalarse en la ciudad, nació en el barrio limeño de San Luis, estudió
en una escuela pública, se licenció en la Universidad de Lima en
Ciencias de la Comunicación gracias a una beca y ejerció como periodista
desde los 19 años en el diario El Comercio y la revista Debate.
En esas redacciones, presididas por las caricaturas de Borges y
Cortázar, donde se fumaba sin parar y los becarios esperaban turno para
encontrar una computadora libre, aprendió a escribir. Cuando empezó no
sabía poner los puntos y las comas, pero, con el tiempo, el texto y él
fueron la misma cosa. Tenía nervio. Le fueron pidiendo piezas más largas
—“tienes 4.500 golpes para contarnos tu historia”— y ni le tocaban las
entradillas —“pepas”, en el argot—. De hecho, a los 26 años ejercía como
editor adjunto de Somos, contaba con un equipo a su cargo y
hasta ganaba un buen sueldo, pero no conseguía ahuyentar la
incertidumbre que lo corroía como una fiera salvaje sobre el oficio que
había escogido. “La literatura es para gente que vive vidas al límite,
pero quería escribir y no tenía una vida interesante, de modo que
quizás, mediante la crónica, podía contar las vidas de otros, ¿no es eso
una manera lícita de hacerse escritor?”. La reflexión de Gabriel
Lisboa, periodista de 29 años, y protagonista de Contarlo todo,
la suscribiría sin duda el autor del libro. Como él, soñaba con ser
escritor y pensaba que el periodismo lo iba a matar, como antes había
matado a otros. “Una vida de lechuzas a cambio de casi nada”, añade su
personaje en la novela cuando ya se había acostumbrado a tomar y a fumar
como condenado. Fue entonces cuando el autor y sus personajes tomaron
una decisión heroica: dejarlo todo y cambiar de vida, ¿no ha soñado
alguna vez con ello?
Los resultados “inicialmente nefastos” de aquel calentón no
lo arredraron. Tras meses atacado por el síndrome de la página en blanco
y sin un duro en el bolsillo, dejó el departamento en el centro de Lima
y volvió al barrio donde había nacido. Solo con los datos de su vida ya
contaba con material suficiente para realizar “un mapeo completo” de
varios sitios de la ciudad, ensanchar el campo de la representación,
redefiniendo espacios y actores. Si La vida exagerada de Martín Romaña, de Bryce Echenique, es la gran novela del yo, Contarlo todo
sería la otra opción, la contra. “En mi caso podía contar la otra
ciudad, la del otro lado y para ello me quería jugar el alma y que la
voz sonara latinoamericana”, añade Gamboa. Todo eso formó parte de su
imaginación durante años, pero no conseguía arrancar. Se marchó a
Colorado a realizar un máster y acabó desertando y volviendo a Perú para
escribir como movido por un impulso. De esa tormenta nació Punto de fuga,
ocho cuentos que publicó Alfaguara en Perú, y luego la novela que
también llegó como un huracán del que no podía escapar. Uno y otro
título se pueden leer como vasos comunicantes. El escritor que habita en
la novela va imaginando o viviendo historias, como la de los hermanos
que viajan desde un barrio chabolista hasta la zona residencial de
Miraflores y creen haber aterrizado en Marte, la mujer que espera pegada
al teléfono una llamada que no llega, como sacada de un cuadro de
Hopper, o la rebelión de un ejército de onanistas, en un cine
pornográfico del centro de Lima, que luego se recrean en los cuentos.
Redactados con seis años de diferencia, entre ambos títulos se percibe
un gran cambio por parte del autor en la capacidad de comunicación con
los demás. Los personajes de Punto de fuga prácticamente no se tocan
frente a los de Contarlo todo, que manifiestan sus emociones y amistad con total libertad y en la que se vincula muy bien lo masculino con lo femenino.
"La universidad supuso para mí lo que el colegio militar Leoncio Prado para Vargas Llosa; allí descubrí Perú"
Si Roberto Bolaño
decía que cuando escribes una novela tienes que mirar dos cosas: el
abismo y la gente que amas, Jeremías Gamboa ha seguido sus consejos al
pie de la letra. “He pensado mucho en mis amigos”. Por eso Contarlo todo
se lee también como un reconocimiento a las personas que nos enseñan,
aquellos que nos dan una primera oportunidad y que en el caso de este
escritor arranca con el acceso a la educación y su oportunidad de
estudiar con una beca Ciencias de la Comunicación en la Universidad de
Lima. “Aquello fue la panacea”, cuenta. “La universidad supuso para mí
lo que el colegio militar Leoncio Prado para Vargas Llosa; allí descubrí
Perú. Llegaba de una escuela pública, había ingresado en San Marcos
cuando todavía estaba activo Sendero Luminoso y Abimael Guzmán no había
sido arrestado, hasta que a mi papá se le ocurrió postular a la
Universidad de Lima y mi vida dio un vuelco total”. Aquello se convirtió
en una experiencia ardua, llegaba siendo un pata, pero
enseguida hizo amigos, empezó a leer frenéticamente y se desarrolló la
experiencia de aprendizaje que ahora conforma la novela. “Fue mi momento
de afirmación propia y de rescate de una experiencia mestiza. En la
novela no hay hueco para la segmentación ni las esquinas coloniales. Ya
no hay cholos y blancos, los cuatro miembros del Conciliábulo —amigos
poetas del protagonista: ‘Todos somos poetas hasta que se prueba lo
contrario’ o ‘En Lima los poetas aparecen por generación espontánea’—
provienen de clases sociales diferentes y de paisajes distintos, pero su
relación es de tú a tú. La novela los iguala”. En ese paisaje la
relación de amor entre un profesor y una alumna de buena familia que
conforman la segunda parte de la novela encaja sin estridencias.
Si en un par de meses el éxito mediático de la novela se acompaña de
la buena acogida de los lectores, Gamboa podrá celebrarlo por todo lo
alto, aunque si no fuera así tampoco puede quejarse. Su libro de cuentos
le abrió las puertas a las columnas periodísticas y a la universidad.
Trabaja como profesor de literatura, enseña crónicas y análisis
literario, y realiza trabajos ocasionales relacionados con la escritura y
que van desde la crónica a la elaboración de catálogos. “Que yo haya
podido publicar ya es un milagro. Vivo cerca del mar, salgo a correr…”.
Con conocimiento de causa, a sus alumnos, futuros escritores, Gamboa les
recomienda que estudien periodismo como una de las vías para aprender
el oficio, pero les alerta para que sepan retirarse y poner la pausa a
tiempo.
“Si podemos definir el periodismo como la búsqueda de la verdad,
la literatura sería la búsqueda de la otra verdad; la del ficcionador y
la del cronista son diferentes zonas del cerebro”.
Puede sonar pretencioso, pero viniendo de un autor capaz de poner
tanta pasión en lo que desea como Gamboa no lo es. Ahora, dice, se
encuentra en un momento en el que siente que su vocación como escritor
ya no corre ningún riesgo. Su vocación sin freno se ve avalada también
por los espectaculares cambios que se están produciendo en su país:
“Ahora me siento listo para contar historias más profundas”. A partir de
la experiencia que ha supuesto la redacción de su primera novela ya no
va a escribir libros sin salida sobre la condición humana. Contarlo todo
es una novela con fe, fe en la posibilidad del encuentro. Por eso
Gamboa lo tiene tan claro. Precisamente su mirada como escritor se
encuentra en su densidad emocional. “Mi fuerte es el lado emocional, la
capacidad de conmover y hacer sentir. Contarlo todo es la novela que tenía que escribir para empezar a escribir”, añade.
Al menos podrá contar que ha cumplido su sueño y que conoce en
primera persona lo que cuesta llevarlo a cabo. No miente cuando charla
con los taxistas, en medio de uno de esos atascos tan habituales de la
capital limeña, y les cuenta que es escritor, pero todavía sonríe cuando
escucha la respuesta: “¡Ah, el nuevo premio Nobel!”.
Sueños universitarios
Jeremías Gamboa trabaja ya en la que será su tercera novela, una historia basada en la experiencia de sus padres, hijos de campesinos, llegados a Lima desde Ayacucho en busca de una vida mejor en los años cincuenta del siglo pasado. A través de ese niño andino se leerá la historia de una época clasista y cargada de prejuicios. Los padres del autor de Punto de fuga llegaron a la capital hablando quechua y en la escuela oyeron las primeras palabras en español. El tesón de su progenitor por aprender a leer y a escribir lo llevó a enfrentarse, incluso, con el abuelo de Gamboa que no veía con buenos ojos que sus vástagos perdieran el tiempo en los colegios cuando tanta mano de obra hacía falta para conseguir dinero para sobrevivir. “En casa se hablaba un español que no era natural. Y sus hijos tuvimos un contacto con el español como idioma adquirido”, cuenta el escritor. El interés por la educación y su gran sueño, llevar a sus tres hijos a la Universidad, lo obligó a trabajar muy duro para conseguirlo. Ahora que ha cumplido el sueño de la educación con ellos sería el momento de recrear esa hazaña.
Contarlo todo. Jeremías Gamboa. Colección Literatura. Mondadori. 512 páginas. 22,90 euros.
Punto de fuga. Jeremías Gamboa. Alfaguara. Lima, 2007. 169 páginas.