sábado, 5 de mayo de 2012

Ciclo: una imagen necesita más de mil palabras

Paraíso Travel
Jorge Franco



La novela de los inmigrantes

Jorge Franco llegó a Nueva York con las primeras cien páginas de su tercera novela. Recorrió durante dos meses la metrópoli en tenis, bluyines, camiseta y gafas oscuras, pero bajo esa apariencia de turista convencional que se fotografiaba frente a la Estatua de la Libertad y caminaba abismado por la Quinta Avenida sombreada por rascacielos, se escondía un escritor con ánimo investigativo en procura de historias, atmósferas y personajes para terminar su obra, que entra en el universo de los emigrantes colombianos en el norte.

Se instaló con su esposa, Natalia Echavarría, en un apartamento prestado en Manhattan, cerca al Parque Central, de finales de abril a finales de julio del año pasado. Allí regresaba todas las noches y anotaba en su computador lo que más le había impresionado de las pesquisas del día.

Le tomó dos años y medio escribir Paraíso Travel, que acaba de llegar a las librerías precedida de la expectativa creada por el éxito de Rosario Tijeras, su segunda novela, que pronto se convertirá en guión cinematográfico. El nuevo libro cuenta la historia de una pareja de novios que viaja de Medellín a Estados Unidos en busca de las oportunidades que no encontraron en su país. Se cuelan ilegalmente por El Hueco, y al llegar a Nueva York, sin quererlo, se pierden el rastro durante un año. Finalmente, el joven reencuentra a su amada luego de un viaje en bus de 30 horas que lo lleva de Nueva York a Miami. En ese recorrido él relata la aventura vivida por los dos a los sucesivos vecinos de puesto.

"CADA HISTORIA QUE UNO ESCUCHABA DABA PARA UN LIBRO. EL PAÍS SE REPITE EN QUEENS".
En realidad Jorge Franco llegó primero a Miami y desde allí emprendió un viaje de 30 horas en bus hasta Nueva York, trayecto inverso al de la novela. "Me interesaba saber cómo era el paisaje que se veía por la ventanilla a lo largo de la ruta y observar el aspecto humano de los pasajeros, que es el de las clases sociales más bajas de Estados Unidos". Y hubo sorpresas: en la travesía se topó con una negra voluminosa de anteojos que predicaba sus convicciones religiosas, y que resultó idéntica a un personaje que Franco había imaginado y descrito en lo que llevaba hasta entonces de novela. Viajó 30 horas en un vehículo en el que no se permitía hablar en voz alta ni oír música, los asientos se reclinaban muy poco, se presentaban requisas policiales y numerosas paradas en los McDonald's de la carretera.

Al llegar a Nueva York se centró en los ambientes de Manhattan y Queens, y caminó por las calles que también recorrían sus personajes. "Quería palpar muy bien cómo era la vida de los colombianos recién llegados y la de quienes llevaban mucho tiempo. Dónde estaban, cómo vivían, a qué se dedicaban, qué metro utilizaban, qué hacían los fines de semana, a qué le temían y qué extrañaban".

El encuentro con un rapero del sur de Bogotá, que tenía la esperanza de vivir de la música en Nueva York, le confirmó uno de los presupuestos de su novela: que era posible que dos personas amigas se perdieran el rastro en la gran ciudad. Este joven llegó en compañía de un amigo y por circunstancias fortuitas no tuvieron noticia el uno del otro durante dos meses a pesar de buscarse sin pausa. El relato de una pareja de colombianos fue tomado por el novelista como base para describir el paso de sus protagonistas por El Hueco. Llegaron a Guatemala, pasaron a México en trayectos maratónicos en buses destartalados, y alcanzaron Estados Unidos desde la ciudad fronteriza de Reinosa metidos en un camión cargado de troncos.

Dos contactos fueron fundamentales en Nueva York. La periodista Elizabeth Mora huyó hace 14 años de Colombia por amenazas del narcotráfico y posee una vasta documentación sobre inmigrantes colombianos. Cuando habló con Franco ella misma acababa de llegar de una travesía con indocumentados para cruzar la frontera por El Hueco. El otro punto de información era la pequeña agencia de viajes que tiene en Queens Orlando Tobón, un colombiano radicado hace 30 años en Nueva York, que tiene una emisora comunitaria y varios programas sociales a beneficio de los inmigrantes colombianos. A su local, más que clientes llegan filas de personas ilusionadas con encontrar un alivio a sus adversidades.

Franco se hizo habitual de la agencia. Iba por lo menos dos veces a la semana, oía la historias, entrevistaba a los personajes que le interesaban y aprovechaba para recorrer el vecindario de Queens y entender que los sueños de los inmigrantes miran más allá, hacia Manhattan, al otro lado del río Hudson. "En Queens se repite la sociedad colombiana con todo lo malo y todo lo bueno". El escritor supo de inmigrantes que han trabajado toda la vida y han prosperado honradamente, de empresarios, ladrones, desempleados, sicarios, guerrilleros y paramilitares. Se enteró del caso de un comerciante que recibía llamadas extorsivas en Estados Unidos y la amenaza consistía en asesinarle a uno de sus familiares en Colombia, que estaba bien pisteado a juzgar por las descripciones del delincuente. "La verdad es que cada historia que uno escuchaba allá daba para un libro, pero yo tenía que estar concentrado para no desviarme de mi historia".

Volvió a Colombia en julio de 2000 y continuó la redacción de la novela con la imaginación estimulada por la carga que traía en su equipaje de recuerdos. En abril de este año se le presentó otra ocasión de continuar su investigación de campo. Lo invitaron a Ciudad de México para hablar de Rosario Tijeras, viaje que aprovechó para pasar cuatro días en la zona de la frontera con Estados Unidos -Reinosa y Nuevo Laredo-, entre pueblos polvorientos y bulliciosos en los que cientos de personas se juegan la vida diariamente en busca del sueño americano.

Este novelista, que escribe por las tardes en su casa de la vía a La Calera, sintió un golpe de nostalgia cuando entregó las últimas galeradas de Paraíso Travel, "porque a partir de ese momento la obra ya no me pertenece". En su computador, entre tanto, quedaron almacenados numerosos dramas que reclaman su turno para ser contados.