Marie-Monique Robin revela en su libro Nuestro veneno
cotidiano los productos químicos que, en pequeñas dosis, forman parte
de nuestra alimentación. Su lectura quita el apetito
Portada del libro Nuestro veneno cotidiano, de la periodista Marie-Monique Robin. foto.fuente:aviondepapel.tv |
Su libro es una amplia investigación que suma
opiniones de científicos independientes, agencias alimentarias o
estudios oficiales.
Nos asustaríamos si, al beber un zumo de fruta, leche
en polvo o ciertos vinos, detectáramos que el fabricante incluye en sus
ingredientes el término dimetilpolisiloxano, un derivado de la
silicona. Sin embargo, dicho componente lo pasamos por alto cuando la
etiqueta lo enuncia como E900.
Muchos de los alimentos
que comemos cuentan con aditivos disfrazados de eufemismos. Los
productos químicos que contienen se denominan con una letra seguida de
varios números. La industria alimentaria los considera inofensivos,
porque, según dicen, su dosis supone una “ingesta diaria admisible”
(IDA).
Otro de esos aditivos de ingesta diaria admisible es el aspartamo,
más conocido mundialmente como E951. Dicho edulcorante tiene el poder de
endulzar 200 veces más un alimento que el azúcar de caña. Lo consumen
en todo el mundo 200 millones de personas. El aspartamo está presente en
unos 6.000 productos, entre ellos la sacarina, algunas bebidas
refrescantes o ciertos cereales para el desayuno.
Muchos científicos lo tildan de dañino para la salud.
Un estudio de 2006, por ejemplo, confirmó que aumentó el número de
linfomas, leucemias y tumores en una población de 1.800 ratones que
ingerían dosis diarias. Otros estudios más corporativos, en cambio, lo
defienden frente a las autoridades sanitarias como inofensivo por
–volvemos al término- ser un producto cuya ingesta diaria es admisible.
Sobre este tipo de dosis aptas e inofensivas en nuestra comida
escribe la periodista de investigación Marie-Monique Robin en su libro Nuestro veneno cotidiano (Península, 2012).
Es un libro que acumula numerosas entrevistas, documentación e
informes en los que se muestra el proceso de deterioro que nuestra
alimentación ha sufrido, según mantiene la autora, desde la Segunda
Guerra Mundial. Son dos años de pesquisas, documentación y entrevistas
con investigadores, agencias de regulación alimentaria y análisis de
estudios científicos. La lectura de este libro de casi 700 páginas quita
el apetito.
La periodista no sólo nos desvela qué tipo de moléculas químicas,
como el aspartamo, ingerimos bajo la autorización de las agencias
alimentarias, sino que, además, ataca directamente las prácticas de la
industria del ramo.
Marie-Monique Robin nos detalla las cruzadas que muchos
investigadores han tenido contra la denominada junk science (ciencia
basura). Cada vez que surge un informe en contra de un aditivo por parte
de un investigador independiente, las multinacionales lo contrarrestan
con otro favorable a sus intereses económicos, sembrando la duda y la
falta de veracidad.
¿Quién miente?, parece preguntarse la autora durante todo su libro.
No en vano, Nuestro veneno cotidiano hace un recorrido por
la denominada revolución verde (el uso de pesticidas para salvaguardar
las cosechas) hasta el uso de nuevos aditivos químicos en nuestros
alimentos más habituales.
En este sentido, la autora cruza los datos de ciertos estudios que
describen cómo el incremento de dichos pesticidas o moléculas químicas
casan con el aumento del cáncer o bien de enfermedades neurológicas, como, por ejemplo, el Parkinson o el Alzheimer.
“Nuestro veneno cotidiano es el fruto de una convicción que me
gustaría compartir: hay que volver a apropiarse del contenido de nuestro
plato, retomar las riendas de lo que comemos, para que nos dejen de
infligir pequeñas dosis de venenos que no presentan ninguna ventaja”,
escribe la autora al comienzo de Nuestro veneno cotidiano.