domingo, 6 de mayo de 2012

El cuento del domingo


Arno Schmidt

¿Qué debo hacer?

¡Leer es algo terrible!
Cuando oigo que el héroe se dispone a pensar : " . . . frunció el ceño y apretó los labios con fuerza . . . " - ¡ ya siento cómo mi rostro, adelante, se deforma con el mismo gesto pensativo ! O : " . . . una sonrisa soberbia jugueteaba en la comisura derecha de sus labios . . . " - Dios mío, lo ridículo que debo verme al hacerlo : porque resulta que yo no sé sonreír con una soberbia indescriptible, y ni hablar de usar la comisura derecha por sí sola ; ese es otro de los dones que el destino me negó.
¡Y le debe suceder a muchos ! A la mañana, en el tranvía, se ven con claridad los estragos que los escritores producen entre nosotros ; cómo nos obligan a aceptar sus reflexiones, los gestos más abyectos. Ayer, una persona joven frente a mí - es estudiante en la Escuela Superior Técnica y leía a un tal ? Tennessee Williams ' que yo desconozco ( ¡ así, en mi juventud, se llamaban a lo sumo los criminales, ? Alaska-Jim ' y ? Palisades Emil ' ! ), bueno, el muchacho levantó la cabeza y me miró con una intención tan desembozadamente asesina que, temblando, me calé el sombrero más hondo en la frente ; también bajé una estación antes ( casi llegué tarde al negocio. Es posible que me haya cortado en rodajas, despacio, de abajo arriba ; o atado dentro de una bolsa para que un grupo de locos frenéticos bailaran encima mío con zapatos de hierro ) .
¡ Oh, la novela por entregas, la novela por entregas ! El otro día, en pleno texto figuraba la frase intrascendente : " . . . giró la cabeza, lentamente, como suelen hacerlo los leones . . . " . A la mañana siguiente, la mitad de los pasajeros parecía sufrir tortícolis ; pestañeaban y roncaban con distracción desdeñosa. Ese día, tampoco fue posible tratar con las muchachas ; todas parecían haber olvidado los pañuelos y nos miraban fijo a nosotros, los hombres, de la manera más desvergonzada. Solo más tarde supe que el diario de la competencia había dicho : " . . . y se sonó, impertinente . . . " .
Ya de niño sufría por esto. Durante mi período de aprendizaje en Henschel & Cía., leí que un hombre joven había conquistado a su jefe gracias a su franqueza, tanto, que más tarde este lo elegía como socio - : ¡ al día siguiente casi me echaron !
A mi segunda novia - ¡ hoy no hay ninguna con semejante figura ! - la perdí por eso. En los días decisivos - ¡ totalmente adecuado ! -, ella leía el acalorado ? Ardinghello ' de Heinse, mientras que a mí Satanás me había puesto en las tontas manos la ? Colección Intermedia de Discursos de Gautama Buda ' : por lo tanto, yo intentaba reducir mi ración diaria al grano de arroz allí prescripto ( mejor dicho, al magnum bonum típico del país ) y, gracias a esa dieta, esperaba poder lograr en poco tiempo la superación gratuita de tiempo y espacio. También tenía la cabeza llena de giros a la " . . . solitario, como vaga el rinoceronte . . . " e intentaba mirar su blusa con la voluntad extinta - ¡ yo mismo me pierdo el respeto cuando recuerdo esos días !
Y eso que aún hoy sigo atareándome en torno a los mismos problemas. Me veo forzado a controlar a escondidas las lecturas de mi mujer, solo para saber qué piensa. Lo hago con regularidad desde que, una vez, se pasó ocho días actuando con tanto odio y frialdad que incluso yo empecé a evaluar la idea del divorcio - hasta que descubrí que en su novela por entregas el héroe acababa de engañar a la heroína y que se estaban desarrollando todo tipo de odios y furias. Claro que intenté ( ¡ en secreto, por supuesto ! ) guiarla: acercándole lecturas voluptuosas ; hay autores que se las ingenian para describir un sostén y su contenido de tal forma que incluso los notarios de barbas grises se vuelven locos. ( Pero también hay que tener cuidado y no administrar sobredosis ; ¡ ya no soy el más joven ! ). ( Alguna vez, al administrador de mi edificio le debería echar en el buzón una historia de acreedores nobles ).
Al fin y al cabo, estos hermanos - los poetas - hacen con uno lo que quieren ; ya sea embaucarnos con las consecuencias maravillosas del consumo regular de margarina ; ya sea convertirnos en tartamudos que solo saben reproducir sus fórmulas, sus combinaciones de palabras, sus giros lingüísticos. Yo pospuse un viaje de verano sólo por haber leído la descripción genialespantosa de un accidente ferroviario. Por el otro lado, visité los pantanos de Emsland - ¡ mi Dios, qué tierra ! : con los habitantes solo es posible comunicarse a través de señas ; los pies jamás se secan : y la lluvia llueve cada bendito día - solo porque un poeta había ubicado allí unas escenas de amor ; ¡ escenas de amor ! Al parecer, el aire allí era caliente, como vidrio líquido ; y las muchachas adoptaban, voluntariamente, posturas que no solo se ven en las Mil y Una Noches . . . ¡ ¡ no quiero leer más ! !
¿ Que me entregue a mis propios pensamientos ? ¡ Dios me guarde ! : lo más común es que no tenga ninguno; y si los tengo, tampoco son de primera calidad. Intenté de todo ; me hice científico y conseguí una colección entera de obras sobre Marte, autoridades indiscutibles, desde Schröter y Schiaparelli hasta Antoniadi y Graff. Cuando, entonces, caminaba imaginariamente por los suelos desérticos color rojo óxido de Thyle I o II y giraba por entre laberintos rocosos cubiertos por costras de líquenes- ¿no paseaba ya por la otra esquina la señora Hiller, solitaria y astuta ? ( ¡ O, peor aún, la chiquita malcriada del farmacéutico de la esquina ! ). ¿Obras históricas?: me hundí concienzudamente en la época de Cromwell; y de inmediato sorprendí a los colegas con un comportamiento terco y salvaje; hacía juramentos extraños: "¡Por Dios y el Covenant!"; a nuestro comprador le sugerí que bautizara a su hijo ? Obadja-bind-their-kings-in-chains-and-their nobles-with-links-of-iron' .
Debería haber libros para dormir ; de estilo viscoso, con palabras difíciles de masticar, largas como dedos que al final se enroscan en arabescos de sílabas incomprensibles ; bromas con consonantes (o a lo sumo alguna vocal oscura después de ?u'): libros en contra de los pensamientos.
¡¿Y yo qué debo hacer?!
Arno Schmidt. Nació en Hamburgo el 18 de enero de 1914 y murió el 3 de junio de 1979. Se ganó la vida como periodista y también como traductor al alemán de autores ingleses y norteamericanos, entre ellos Wilkie Collins y William Faulkner. También condujo programas de radio. Escribió ocho novelas, diez nouvelles, dos volúmenes de cuentos, cinco de ensayos e innumerables fragmentos dispersos. Traducidos al castellano están La república de los sabios, Momentos de la vida de un fauno, El corazón de piedra, El brezal de Brand y Leviatán/Espejos negros. Su estilo es absolutamente personal, casi siempre en clave humorística e irónica, y también es propio su manejo de los signos de puntuación y los espacios entre las palabras. Julio Cortázar lo mencionó en una carta al editor Francisco Porrúa: "Che, ¿vos leíste a Arno Schmidt? Es un alemán que se nos parece un poco, es decir que es terriblemente intelectual y al mismo tiempo está más vivo que un gato de azotea".
Del libro Meteoro de verano, publicado por La Bestia Equilátera, con traducción y prólogo de Gabriela Adamo.
foto:internet. fuente:adncultura.com