¿Es cierto, como afirmó Harold Bloom en una entrevista, que no existe nada radicalmente nuevo en la literatura universal? Escritores, críticos, libreros y editores hablan
El crítico y ensayista Harold Bloom, según Sciammarella./elpais.com |
El bosque no deja ver los árboles (al menos, los valiosos). La
reinterpretación del refrán resume la respuesta de una veintena de
escritores, editores, críticos y libreros, de España y América Latina,
sobre la penúltima opinión de Harold Bloom,
el gran crítico literario de referencia de las últimas décadas: “No me
parece que en la literatura contemporánea haya nada radicalmente nuevo”.
Lo hizo en una entrevista con este diario, publicada ayer y celebrada
en su casa de New Haven (Estados Unidos).
Un total de 23 actores del mundo del libro se lanzan a afrontar el
diálogo provocado por la rotunda declaración de Harold Bloom. Y los hay,
unos pocos, que están de acuerdo con la opinión del crítico
estadounidense. La palabra clave de la frase es “radicalmente”. Hay
autores y libros interesantes en este periodo entre siglos pero
consideran que ninguno marcará un punto de inflexión en la historia de
la literatura.
A aquellos que no comparten la opinión de Bloom, que son la mayoría,
se les ha sugerido que señalen algunas de las rutas notables de la
creación literaria actual.
Cuestión de adverbios
Lo esencial del juicio de Harold Bloom es el adverbio “radicalmente”, aclara Valerie Miles, autora de la entrevista, escritora y editora de la revista Granta
para España y América Latina, siempre atenta a los nuevos autores. “Él
considera que no hay nada que esté cambiando los paradigmas. Aún estamos
en los meandros de las corrientes de la posmodernidad literaria, un
período de experimentación con nuevas formas, pero que aún no ha cuajado
en algo ‘radicalmente nuevo”.
En eso coincide con el narrador argentino Martín Kohan:
“Lo radicalmente nuevo acontece muy cada tanto. Si ocurriera cada 10 o
20 años, por ejemplo, ya no podría hablarse de radicalidad, sino de esa
otra modulación de lo nuevo, la de lo nuevo dentro de lo existente (y no
en ruptura con lo existente). Las verdaderas rupturas (la de Proust, la
de Joyce, la de Beckett: Bloom señala muy bien) no pueden ser sino
excepcionales”. “En un plano diferente, existen muchos otros escritores
muy valiosos y Bloom no deja de considerarlos. También existe mucha
basura, por cierto: no veo cómo refutar ese parecer”.
Totalmente de acuerdo con la irritación del autor del Canon occidental se muestra Jacobo Siruela,
editor de Atalanta: “Vivimos en la época del manierismo”. Pero dicho
esto, también se pregunta por qué se tiene que pensar siempre en la
renovación: “Lo que tiene que haber es una literatura de mucha calidad.
Ya no existen las vanguardias. En lugar de la eterna renovación de las
formas lo que debe renovarse es la entraña misma de la literatura.
En el encuentro entre pasado y presente está parte de la explicación que da Antonio Ramírez,
de la librería La Central, de Barcelona y Madrid. Tal vez, opina, como
lectores tenemos "la sensación de que la literatura de la primera mitad
del siglo XX posee una densidad, una complejidad y una fuerza que no ha
tenido continuidad. A su lado, la literatura escrita en las décadas más
recientes parece una progresión “languideciente". Cree que esa sensación
viene de dos lados: "Por un lado, como si, por lo menos, las
convenciones literarias que provienen del Siglo XIX estuvieran
agotándose del todo. De allí que la literatura contemporánea sólo
alcance intensidad cuando es muy consciente de la fragilidad del suelo
sobre el que se apoya, cuando sabe que ha alcanzado el límite, se
pregunta por su propia condición e intenta hacer explícitas las reglas
de su juego. Por otro (no lo dice Bloom que yo sepa), pero, creo para
muchos lectores la literatura contemporánea más intensa que hemos leído
durante las últimas décadas no es propiamente contemporánea y tampoco es
del todo, o no sólo, literatura; procede de un tiempo atrás aunque ha
sido escrita y/o publicada durante las últimas cuatro décadas. Me
refiero a la llamada literatura 'concentracionaria', los testimonios de
la experiencia inenarrable de los campos de exterminio en el siglo XX:
Levi, Kertesz, Amery, Shalamov, Semprún, tantos otros".
Falta perspectiva
Pozuelo Yvancos: “ En arte, nunca se producen alumbramientos prometeicos del tipo de los que Bloom es profeta”
Tiempo. Esa es la palabra clave en la que se detiene José María Pozuelo Yvancos, escritor y crítico del suplemento Abc Cultural.
“El pensamiento agonístico de Bloom no es nuevo en él y es una
constante en la historia de las artes. Cada época siente que su apuesta
es secundaria. Pero no tiene por qué ser mirado de esa forma en épocas
futuras”, recuerda el crítico. Y acto seguido dice: “Es posible que
estemos viviendo algo que dentro de 50 o 100 años se vea como un cambio
cuya radicalidad nosotros no hayamos advertido. El Quijote fue
percibido como cambio radical en la Inglaterra del siglo XVIII, 150 años
después. En arte, nunca se producen alumbramientos prometeicos del tipo
de los que Bloom es profeta”.
Con matices entra en el debate Santos Sanz Villanueva, crítico de El Cultural, de El Mundo:
“Habría que establecer dónde se fija la frontera de lo contemporáneo.
Si se refiere a lo penúltimo y actual, no le falta razón. Llevan las
letras y el arte occidentales mucho tiempo con un carácter epigonal.
Pero es una manera estrecha de verlo”.
J. Ernesto Ayala-Dip, crítico de Babelia, de EL PAÍS,
solo formula lo siguiente: “Si Bloom no define qué significa
‘radicalmente nuevo’ en literatura, tendré que pensar que su diagnóstico
es una frivolidad. A no ser que él crea que con Proust y Kafka se acabó
la literatura. Y esta sí es una teoría muy atractiva, pero que hay que
demostrar”.
Rotunda como el crítico estadounidense, pero en la otra esquina, se sitúa Elvira Navarro,
escritora y editora de Caballo de Troya, sello centrado en apuestas y
nuevos nombres: “Este tipo de debates me parecen estériles, pues
dependen del marco conceptual en el que los situemos. ¿De qué depende lo
nuevo? De lo viejo, porque lo contiene. ¿Es entonces viejo o nuevo? Lo
crucial es la necesidad de volver a decir lo que cada época pide”.
Gustavo Guerrero, consejero para lengua española de
la editorial francesa Gallimard, aclara que “es una época en la que la
aceleración del tiempo histórico hace que se produzcan novedades cada
vez más rápido y que cada vez más rápido se vuelvan también obsoletas”.
En una línea parecida se expresa Elena Ramírez,
editora de Seix Barral y directora de Ficción Internacional del Grupo
Planeta. Cree que “decir que en esta época no hay nada nuevo es una
afirmación tan grande que no puede ser cierta. Hoy hay mucho más ruido,
se publica mucho más, y por más medios... y desde luego, tal vez menos
exigencia y menos silencio, y a veces menos grandeza”. Y también se
pregunta “si no hace falta una distancia mayor para saber qué será lo
realmente poderoso y perdurable de la época presente”.
La ironía es, aquí, la aliada de Javier Cercas:
“Por supuesto que no hay nada radicalmente nuevo en la literatura
actual; ni en la actual ni en ninguna: ni Dante ni Cervantes ni
Shakespeare ni Kafka son radicalmente nuevos; si lo fueran, no serían
tan buenos. La literatura se alimenta de todo lo que encuentra, pero
sobre todo de la propia literatura. En cierto sentido, es como la
materia: ni se crea ni se destruye; sólo se transforma. Por eso decía
Picasso —y yo no me canso de repetirlo— que la originalidad no consiste
en no parecerse a nadie, sino en parecerse a todo el mundo. Lo
radicalmente nuevo no existe, y si existiera sería malo. Y Bloom lo
sabe. O lo sabía”.
Andrés Trapiello
cuenta que no hace otra cosa cada día que buscar nombres nuevos:
“Conocidos y desconocidos. Si hubiera dependido de Bloom, Emily
Dickinson nunca se hubiera editado, no le quepa la menor duda. Porque se
diría que sabe de todo (mercado, cotizaciones universitarias,
escalafones, modas, fluctuaciones), menos de literatura”.
Desacralizar y bajar de los altares la literatura es lo que pide la escritora Marta Sanz. La autora madrileña
dice que no cree “en los textos sagrados, que es lo que busca Bloom, y
me parece que el mayor favor que podemos hacerle a la literatura es
bajarla de los altares, desacralizarla, que sospecho que es exactamente
lo contrario que dejarla en manos de los mercaderes”. Reconoce que aún
no se ha tenido tiempo suficiente ni perspectiva para juzgar pero
también cree que “una cosa es hacer sonar las trompetas del apocalipsis y
otra desarrollar el sentido crítico respecto a las manifestaciones del
campo cultural”.
Porque no hay que olvidar que “lo radicalmente nuevo nunca es nuevo del todo”, afirma Julián Rodríguez,
escritor y editor de Periférica. Para él, “lo radicalmente nuevo es
inventar un español literario del siglo XXI a partir de la lectura de
los clásicos medievales: Las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio
(Yuri Herrera). Lo radicalmente nuevo es pensar el arte como (casi) una
disciplina literaria más (como, de modo muy distinto, hacen Boris
Groys, Jean Clair, Pascal Quignard)”.
Panorama novedoso
“Lo original sigue existiendo”, asegura el escritor Enrique Vila-Matas.
Y sus palabras conectan con las anteriores de Sanz y Rodríguez: “Ser
‘radicalmente nuevo’ no significa ser original. Ser ‘radicalmente nuevo’
ha acabado siempre mal y está, además, tan visto como el tebeo, o como
la novela ‘basada en hechos reales’. En cambio, mal que les pese a
algunos, lo original, sigue existiendo. He escrito recientemente que una
obra nueva sólo tiene sentido si forma parte de una tradición, pero
sólo tiene valor en esa tradición si —como ocurre con Diderot respecto a
Sterne, con Joyce respecto a Homero, con Valeria Luiselli (Los ingrávidos) respecto a Beckett— ofrece una variación profunda que nos devuelve transformada y nueva a la obra maestra elegida”.
J. A. Masolivar Ródenas, escritor y crítico del suplemento Culturas, de La Vanguardia,
es de la opinión de que “para ser buen escritor no hace falta ser un
renovador radical. Lo que importa es la dinámica cultural. Y yo con
escritores como Javier Marías, Enrique Vila-Matas y otros estoy más que
contento. Y con los escritores de la generación de Robert Coover en
Estados Unidos, o con la floreciente narrativa francesa. Bloom es un
gran sabio pero, como el españolito de Machado, ‘desprecia cuanto
ignora”.
Al narrador colombiano Juan Gabriel Vásquez
nunca le ha interesado demasiado la novedad radical, y más bien su
búsqueda le ha parecido “a veces insustancial y a veces patética”. ¿Qué
le interesa?: “Me interesan esas novelas o novelistas que, apoyándose en
la tradición, logran llevar su instrumento a lugares donde nunca había
estado. Uno de ellos es W. G. Sebald, por ejemplo: según mis parámetros,
Sebald es absolutamente novedoso”.
¿Dónde se encuentra hoy la ambición de la que nos habla Bloom, esa
preparación sin par en idiomas, en humanidades, en conocimiento
general…? Es lo que se pregunta Claudio López de Lamadrid,
director editorial de Grupo Penguin Random House. Y contesta: “Mi
profesión me lleva a leer año tras año libros de todo tipo, y si pensara
como Bloom que todo lo que se escribe hoy en día es una porquería, pues
no tendría más remedio que cambiar de profesión. Como supongo que
también tendría que cambiar de profesión si todo aquello que cayera en
mis manos fuera de una calidad soberana, puesto que en ese caso no
harían falta los editores. Bloom rescata a autores incuestionables, y
dudo que estemos en disposición actualmente de saber si Philip Roth o VS
Naipaul, Patrick Modiano o Gunter Grass, contarán con lectores avezados
como él dentro de, pongamos, cien años. Lo que sí es seguro es
proyectos tan ambiciosos como el del escritor António Lobo Antunes”. Y
cita en la poesía a Charles Wright y Anne Carson, y entre los
latinoamericanos a Rodrigo Fresán o Martín Caparros o David Meza".
El autor peruano Carlos Yushimito comparte cita
entre los originales genuinos a “César Aira o Mario Bellatin, que han
vuelto a las vanguardias históricas para poner en tensión la relación de
la escritura y la circulación del texto en el mercado editorial. A
nivel más global es imposible no hablar de Mircea Cartarescu, que ha
renovado maravillosamente la ficción onírica o de Mark Danielewski que
es, tal vez, quien mejor ha sabido reimaginar la escritura popular
contemporánea a partir de lo audiovisual y la experimentación lúdica”.
Más nombres que enriquecen el territorio literario actual los menciona el vasco Kirmen Uribe: “Don DeLillo, Emmanuel Carrere, J. M. Coetzee o la poesía del recientemente fallecido Mark Strand”. Desde la revista cultural Arcadia, de Colombia, su director Juan David Correa, suma más nombres: “De Karl Ove Knausgård a Claudio Magris, pasando por Modiano, y sin temor a equivocarme: Yuri Herrera”.
Una nueva expresión
El territoirio literario se amplía, según el crítico Domingo Ródenas
por la "la aleación entre la autobiografía, la investigación histórica y
la novela que están engendrando un producto literario mestizo con una
capacidad de cuestionamiento de nuestra realidad superior al de la
ficción convencional". Y aunque nlo se atreve a decir que es algo
"radicalmente nuevo el grado de implicación de los autores en su texto
sí lo es".
Para el mexicano Sergio González Rodríguez, “Bloom
tiende a observar el fenómeno literario como un eco de un acontecimiento
fundacional, algo impar, perfecto y modélico. La literatura actual ha
mutado de tal forma que diverge de tal acontecimiento, y esta mutación
implica un cambio dual en el modo de leer y de escribir, cuya
complejidad apunta lo mismo al cuestionamiento de un canon centrípeto,
que a su diversidad en fuga”. Un cambio que se traduce en una época que,
concluye González, “reconfigura lo que entendemos y leemos como
literatura. Y los nuevos valores y prestigios al respecto suelen ser
invisibles si se mantiene un punto de vista inadecuado de cara al
presente. Al emplear sólo la perspectiva del canon, todo se leerá como
basura o eco degradado del origen. Sin embargo, contra tales amenazas
persiste hoy la capacidad de distinguir y apreciar lo nuevo de calidad
que, si bien surge de la tradición, comienza a construir una nueva
expresión literaria”.
Con información de Verónica Calderón.