¿Por qué me alejé de Facebook? En primer lugar, jamás supe cómo entrar en ninguna de las redes sociales, ni Twitter ni Facebook, y no por falta de ganas, o de comunicabilidad, pues comunicarme con otros fue mi pasión adolescente, y me dura aún hoy
¿Facebook nos controla la mente? /elpais.com |
En primer lugar, contaré por qué me resultó difícil entrar, y
tuvieron que hacerlo otros por mí. Porque no es verdad que sea una tarea
fácil; esto de las tareas fáciles es una falacia: siempre que te
aseguran que algo no es complicado de hacer, surge la primera
dificultad. La segunda dificultad entra cuando ya estás dentro:
¿y cuál era mi contraseña? Esta última traba te lleva a redescubrir
todo el santoral familiar, hasta que encuentras que quizá a quien
pusiste como nombre de tu código secreto era el del futbolista más amado
de tus años primerizos.
Una vez dentro, armado de todos los elementos que te hacen navegar
(esa palabra) sin problema alguno empieza a actuar sobre ti la mala
conciencia: ¿esto que estoy escribiendo lo escribiría yo en mi periódico?
¿Lo diría de veras? ¿Estoy seguro de que lo que digo no es una
ocurrencia que, por otra parte, se va a dispersar como el humo y, a
veces, como el veneno?
Pero
ahí dentro estás y sigues. Luego viene el seguimiento. El seguimiento
es una enfermedad contemporánea que ataca a todo dios; cuando tienes mil
quieres mil uno, y cuando ya pasaste de dos mil te vuelves insaciable.
Ese fenómeno ha aumentado, desde mi punto de vista, la ansiedad de las
personas, incluidas las personas muy inteligentes; yo no me considero,
claro, en este caso, pero sí he visto a muchas personas a las que
considero muy inteligentes que retuitean todo lo que pueden para asegurarse un seguimiento lo más amplio posible. Y poco a poco nos hemos vuelto locos.
A Facebook acudí por mecanismos parecidos, contraseña incluida; me
dijeron que era sencillo, pero me metieron en esa cucaña otros amigos.
Una vez dentro me asombré de la facilidad con la que la gente decía Me
Gusta o No me Gusta, con qué desfachatez la reflexión se convertía en
disgusto expresado de la peor manera, y poco a poco se me retiró el
deseo. Esta expresión, se me retiró el deseo, la dice una amiga mía para
advertir de lo que le sucede cuando alguien deja de interesarle por
algo concreto que le sucedió. No se enfada, no rompe, simplemente se le
retira el deseo.
Y eso es lo que me pasó con Facebook, se me retiró el deseo. Ahora
leo en las estadísticas que los veteranos están entrando en Facebook y
los jóvenes se están yendo, porque no quieren compartir con sus padres
la sagrada revelación que hacen que se cuelgue de esa red social. Allá
ellos, los veteranos y los jóvenes, con su deseo, pero a mi se me retiró
el deseo de Facebook. Fue una noche en que desde algunas partes, que en
aquel momento me parecieron primero arbitrarias y luego me resultaron
crueles como la maldad, encontré que el insulto era una manera de
definir, como ocurre con otro propósito, en las arbitrarias gradas del
fútbol.
Como la polémica siguió me fui retirando poco a poco hasta sentirse
tan lejos de Facebook como de la Luna, y ahora observo con cierta
melancolía que hay personas de buena voluntad que persisten en querer
hacerse amigos míos (algunos ya lo son: no sé por qué quieren esta
reválida) sin que yo les pueda avisar de que ya no estoy en el Me Gusta/No me Gusta.
Y no es que no esté, ahí sigo, es que no sé cómo salirme. Que me
perdonen los que están ahí, pero he comprobado que tanto de Twitter como
de Facebook es tan difícil de quitarse como quitarse de cualquier secta
o droga de las que hay por el mundo.
En este proceso de quitarme de esta red por la que transité unas
personas competentes, a las que hago caso porque dominan no sólo el
lenguaje de Facebook sino las estadísticas de la compañía, me explicaron
que cada palabra mía (o de cualquiera) iba en seguida a engrosar la
tremenda cuenta de resultados que permite que quienes están en la sombra
del movimiento consiguen cada vez que alguien le da a la más famosa
disyuntiva de la historia: Me Gusta/No me Gusta. Pues a mí ya no me
gusta; me imagino todo lo que me estoy perdiendo. Me lo dicen mis
amigos. Pero ahora tengo más tiempo para leer el periódico, sin tener
que decir, cuando acabo de leer cualquier noticia, Me Gusta o No me
Gusta como si fuera un papagayo.