La narradora mexicana elige para sus libros temas de los que nadie quiere hablar. Con Después del invierno, historia de amor y desencanto, ha ganado el Premio Herralde
Guadalupe Nettel
(Ciudad de México, 1973) aprendió a ver en las sombras. Nació casi
ciega del ojo derecho y, de niña, para mejorar su agudeza visual, le
tapaban el izquierdo. La mitad del día vivía en un universo nebuloso,
poblado de perfiles confusos; en la otra mitad, cuando le quitaban el
parche, los contornos recuperaban su trazo preciso, los dedos volvían a
tener huellas dactilares y los árboles, hojas. De aquellos años le ha
quedado la mirada dual que domina su literatura. Una prosa nítida y
penetrante por la que transitan personajes devorados por el espectro de
sus obsesiones. La sombra y la luz, lo oculto y lo evidente, el ojo
derecho y el izquierdo. Todo ello convive en su obra y emerge con mano
maestra en Después del invierno
(Anagrama), ganadora del Premio Herralde 2014. De su novela, de su vida
y de su país habla Nettel sentada en un exquisito rincón del Instituto
de Cultura Italiana, en Coyoacán. Son días de sangre en México y la
autora los analiza con su mirada experta en tinieblas.
Su obra desprende una atmósfera muy densa, se aleja de la normalidad.
Me gusta señalar las cosas que la gente quisiera no mirar.
En esos lugares pongo el reflector y encuentro la materia prima de mi
literatura, es una especie de regocijo; por ejemplo, los hospitales,
nadie quiere ir, nadie quiere plantarse ahí, pero ahí es donde descubres
con quién cuentas realmente. Hablar de esos momentos es lo que a mí me
interesa, siento que ahí hay mucho del ADN de la sociedad y de nosotros
mismos.
Pero son escenarios muy dolorosos.
“El arte solo puede servir al arte mismo. Para ser creativa tienes que callar al juez que llevas en la espalda"
No creo que sea provechoso negar el dolor. Por el contrario, es importante enfrentarlo. En Después delinvierno,
un personaje muy enfermo se va a vivir junto a un cementerio para
encarar el miedo a lo que le pueda pasar. Todos los días se despierta y
ve tumbas. Mira de frente la muerte. En las sociedades occidentales no
se acepta el fin. El médico te dice hasta el último momento que vas a
sobrevivir. Tratan de dar una esperanza cuando ya no la hay. En cambio,
si atravesamos el dolor de la pérdida, con todo lo que implica y sus
etapas, puede haber un renacimiento, un resurgimiento de la vida. De ahí
el título de mi novela.
La última obra de Nettel es el fruto de diez años de trabajo. Lo interrumpió para escribir la autobiográfica El cuerpo en que nací (Anagrama), y más tarde el libro de cuentos El matrimonio de los peces rojos
(Páginas de Espuma). Pero una y otra vez volvió a ese texto primero. En
su trama, con el ritmo de un juego de espejos, se entrecruzan dos
narradores que viven fuera de su país, un cubano residente en Estados
Unidos y una mexicana becada en París. El amor y el desencanto, pero
sobre todo la fuerza de una realidad incesante y devastadora, marcan sus
pasos. Nueva York, La Habana y París, con sus diferentes luces, acogen a
unos seres solitarios, extranjeros de sí mismos, en cuyo interior va
creciendo, como un dulce monstruo, el universo netteliano. Las obsesiones, la enfermedad, la muerte se constituyen en estaciones de un viaje con parada final fuera del túnel.
En este recorrido, la escritora mexicana, admiradora de autores como
Emmanuel Carrère o Enrique Vila-Matas, deja que la realidad empape sus
páginas y saca a relucir un humor afilado y también una vitriólica
disección del machismo. Pero con unos límites muy claros. “El arte solo
puede servir al arte mismo. Para ser creativa tienes que callar al juez
que llevas en la espalda, decirle: ‘No hables ahora’. Recobrar ese
espíritu primordial de juego y de libertad que tienen los niños. Si eso
lo pones en manos del juez, no escribes tú”.
Esta lejanía de la literatura de compromiso y sus cadenas, la combina
Guadalupe Nettel, en su vida diaria, con una clara visión política del
momento que atraviesa México. Una reflexión que expresa de viva voz y,
en ciertos momentos, con pasión.
¿Qué piensa de la desaparición de los normalistas de Iguala, de lo que está pasando en su país?
R. Es demencial y tristísimo. Espero que sea la gota que derrame el
vaso. La gente lleva ya demasiado tiempo inmovilizada. La violencia es
un tema que no trato directamente en mi literatura, pero que sí me
interesa. Este es un país violento. Tres de cada diez mujeres son
golpeadas. Ya empieza ahí, en la célula familiar. Y luego va escalando;
pienso en la conocida analogía de la rana: dicen que si pones a un
anfibio en agua hirviendo, salta; pero si vas subiendo poco a poco la
temperatura se queda ahí hasta quedar cocinada. Nos hemos ido cocinando
en ese caldo.
¿Y cuál es el remedio?
No sabría decirlo, pero creo que el cambio debe venir de la
sociedad civil. La gente votó por el PRI para que pactara con el narco.
En el sexenio pasado se cortaron las cabezas grandes, pero la hidra se
multiplicó, y ahora es como un cáncer que se ha reproducido por todas
partes. Hay miedo.
¿Pero cabe el optimismo?
Como hija de sesentayocheros que creyeron que el mundo podía
cambiar fácilmente, soy muy escéptica. Sin embargo, no me gusta serlo,
porque pienso que en el escepticismo anida la inmovilidad. Y si no
actuamos, las cosas no van a mejorar. Hay que moverse.
¿Y qué hacer frente a la ultraviolencia?
Es lo mismo que pasa en las familias y las parejas: el fuerte vive
hasta que el débil quiere. Vamos a tener que tomar conciencia de eso,
porque de lo contrario no habrá ningún cambio. Eso no va a venir solo.
Colombia, en su peor época, nunca estuvo como México desde el punto de
vista de salvajismo y crimen sanguinario.
¿Y por qué esa bestialidad?
Hay un disfrute del sadismo. Y hasta que no miremos de frente lo
que está pasando, no vamos a poder a hacer ningún cambio. No es solo un
aspecto de México, es el aspecto principal que debemos atender. No
hacerlo es como sufrir gangrena en una pierna, y consolarse pensando que
uno tiene otra pierna, una cabeza, dos brazos y un cuello. La gangrena
está avanzando y hay que pararla.
Hace cinco años, Guadalupe Nettel volvió a México tras una larga
estancia en Francia. La burbuja en la que vivía se rompió y, como tantos
otros compatriotas, pasó a sentir bajo sus pies el temblor de un mundo
subterráneo. Muchos días, como hoy, despierta entre pesadillas, con la
serpiente de la violencia enroscada al alma. Es un miedo irracional,
difuso como la neblina que caía sobre el mundo cuando era niña y le
tapaban el ojo sano, el que permitía ver las hojas de los árboles, el
rostro de las personas.
"Sentencia de vida". Crítica de 'Después del invierno, por CARLOS ZANÓN
"Sentencia de vida". Crítica de 'Después del invierno, por CARLOS ZANÓN