El filósofo y escritor sitúa el punto de inflexión en Europa en la caída del Muro de Berlín
El filósofo e historiador Tzvetan Todorov, en Madrid. / Kike Para./elpais.com |
Todorov se
atrevió en 2003 a hacer inventario de valores, una lista de buenos
deseos que Europa ha intentado exportar al mundo con igual brío que los
coches, las hortalizas o la tecnología de alta velocidad. Y no es que
inventara nada, todo ello estaba más o menos escrito en nuestras cartas
de derechos, en nuestras constituciones: la libertad individual, la
racionalidad, el laicismo. La justicia. Parecía obvio. Hoy, sin embargo,
Tzvetan Todorov (Sofía, 1939) ve alejarse los valores como ese punto en
el horizonte que parecía asequible y que tras alguna curva inesperada
se vuelve de nuevo lejano.
“Cuando decimos valor, no quiere decir que todos lo respeten, es más
un ideal que una realidad, un horizonte al que nos dirigimos”, asegura
Todorov en Madrid. “Pero en este momento, esos valores están
amenazados”.
El filósofo búlgaro nacionalizado francés, premio Príncipe de
Asturias de Ciencias Sociales en 2008 y una de las voces más influyentes
del continente, sitúa el punto de inflexión, esa curva en la que todo
se desvaneció, no en la crisis que estalla en 2008, sino en la caída del
muro de Berlín y en la ruptura a partir de ahí del equilibrio entre las
dos fuerzas que deben convivir en una democracia: el individuo y la
coda.
¿Sigue vigente su inventario de valores? ¿La libertad del individuo, por ejemplo?
Nuestra democracia liberal ha dejado que
la economía no dependa de ningún poder, que se dirija solo por las leyes
de mercado, sin restricción a la acción de los individuos y por ello la
comunidad sufre. La economía se ha hecho independiente e insumisa a
todo poder político, y la libertad que adquieren los más poderosos se ha
convertido en falta de libertad para los menos poderosos. El bien común
ya no está defendido, ni protegido, ni exigido al nivel mínimo
indispensable para la comunidad. Y el zorro libre en el gallinero quita
libertad a las gallinas.
El individuo hoy por tanto es más débil. ¿Qué libertad le queda entonces?
Paradójicamente es más débil, sí, porque los más
poderosos tienen más, pero son un puñado, mientras la población se
empobrece y la desigualdad se ha disparado. Y los individuos pobres no
son libres. Cuando no puedes encontrar medios para tratar tu enfermedad,
cuando no puedes vivir en la casa que tenías porque ya no la puedes
pagar, ya no eres libre. La libertad no la puedes ejercer si no tienes
poder y entonces se convierte solo en una palabra escrita en un papel.
Y, sin embargo, la igualdad es un valor fundacional de nuestras democracias. ¿Necesitamos un nuevo contrato social?
Si no se puede cumplir, un contrato social no es
gran cosa. La idea de igualdad sigue presente en la base de nuestras
legislaciones, pero no siempre es respetada. Tu voto vale igual que el
mío y la nivelación no ha sido el objetivo de la democracia, pero sí
ofrecer el mismo punto de partida a todos como iguales ante la ley, el
dinero no compra la ley. Y esto no se respeta. Mire lo que acaban de
aprobar los legisladores de Estados Unidos: han multiplicado por diez el
dinero que pueden gastar en campaña. Quienes no tengan dinero no
gozarán de la libertad suplementaria de gastar de los que lo tienen. Ese
peligro de excesiva libertad de unos pocos es el que impide la igualdad
de todos.
Cuando los derechos se convierten entonces en una realidad formal. ¿Qué nos queda?
Nos queda protestar, acudir a la justicia. No hay
que cambiar los principios, porque ya están inscritos, pero hemos visto
que hay muchos medios para esquivarlos y es necesario que el poder
político no capitule ante la potencia de esos individuos que se saltan
el contrato social a su favor. La idea de resistencia me parece
fundamental en la vida democrática. Hay que ser vigilante, la prensa
tiene que jugar un papel cada vez más importante denunciando las
transgresiones de los partidos, hace falta que la gente pueda
intervenir, pero sé que eso requiere ser suficientemente vigilante,
valiente y activo.
Habla de la gente. ¿El poder no debe cambiar?
¿Qué podemos esperar de unos poderes muy locales frente a una realidad
globalizada?
Hay que reforzar las instancias europeas porque
la economía está globalizada. Un país como España o Francia no pueden
hacer fuerza, apenas podrán tocar la superficie. Pero la Unión Europea
es el mayor mercado del mundo, con 500 millones de ciudadanos activos y
también consumidores y con gran tradición de ese equilibrio entre la
defensa del bien común y la libertad individual. Si hacemos vivir esa
tradición europea, si permitimos órganos más eficaces y activos de la
Unión, podremos afrontar la evasión fiscal, los paraísos fiscales y
también decisiones clave como el suministro de energía.
¿Confía en su liderazgo? ¿En unos dirigentes
capaces por ejemplo de ofrecer la impunidad fiscal para atraerlos a su
territorio, como Juncker en Luxemburgo?
Si no confiamos en ellos deben ser responsabilizados. Igual que el Parlamento les ha elegido, debe poder destituirlo.
Usted definió en 2008 a los países occidentales
como "países del miedo" frente a los países del apetito, del
resentimiento o de la indecisión. ¿No somos víctimas de ello?
Los estragos del miedo han sido inmensos, lo
acabamos de ver en el informe del Senado de Estados Unidos sobre las
torturas de la CIA o en el caso Snowden, que muestra cómo Estados Unidos
pincha el teléfono de Angela Merkel como si ella pudiera formar parte
de las amenazas. La idea de que podemos legalizar la tortura es un shock
para quien cree en el valor de la democracia y los europeos lo han
aceptado de forma sumisa. Las revelaciones de Snowden son muy
inquietantes por el principio que se encuentra detrás, el principio de
un Estado casi totalitario que colecta toda la información posible sobre
sus ciudadanos y por el que países totalitarios como la URSS o Alemania
del Este se servían del KGB o la Stasi. Ese sistema de informes
anónimos que utilizaban hoy es arcaico porque gracias a la tecnología es
más fácil colectarlo, pero todo ello nos deja en una quimera las
libertades individuales.
¿Qué Europa quedará tras la crisis?
No sé si la crisis va a terminar, sabemos que las
economías no obedecen a movimientos racionales, hay movimientos de
pasión o locura que desafían todos los pronósticos, tal vez desaparecerá
en 2015 o tal vez nunca, tal vez nos quedemos ahí durante una década.
Todorov ha dedicado una vida a analizar todo esto en ensayos aún vigentes como El nuevo desorden mundial (2003), El miedo a los bárbaros (2008) o Los enemigos íntimos de la democracia (2012) pero ahora se centra en otra forma de acercarse al pensamiento. La pintura de la ilustración
(Galaxia Gutenberg) bucea en el arte en busca de ideas. Tal vez ahí
encuentre las soluciones que el presente, por el momento, no le ofrece.