sábado, 8 de septiembre de 2012

Minicuentos 42


Treinta segundos                                                                                                    
Gonzalo Salevsky

El tic-tac del reloj seguía avanzando. Una nueva gota de agua helada cayó en su frente. Cada treinta segundos... o quizá menos, no estaba seguro. No iba a soportarlo mucho tiempo más, porque el tic-tac del reloj seguía avanzando. Una nueva gota…

Infinitum
Margarita Losada Vargas

Uno tras otro corren los segundos. Mueren, nacen, vuelven y mueren y, de nuevo, uno más nace y vuelve a morir y, uno tras otro en la esfera del tiempo, corren los segundos...

Esa mañana
Kalton Bruhl

Esa mañana ella estaba más hermosa que nunca. Él suspiró profundamente. Ese día le diría que ella era la única habitante de sus sueños, pero cuando pasó junto a él, permaneció callado. Al día siguiente sonrío al verla entrar a la oficina. Esa mañana ella estaba más hermosa que nunca…

¡Blam!
Vanessa Requena Fernández

¡Blam! El portazo asusta a la mujer. ¿Dónde iba? Su memoria es tan frágil que cualquier sobresalto hace que se le olvide todo. Mira la puerta. Seguro que ese portazo ha sido cosa de sus nietos. Entra en la habitación hecha una furia. ¡Blam! El portazo asusta a la mujer…

El tiovivo
Ana María Matute
El niño que no tenía perras gordas merodeaba por la feria con las manos en los bolsillos, buscando por el suelo. El niño que no tenía perras gordas no quería mirar al tiro en blanco, ni a la noria, ni, sobre todo, al tiovivo de los caballos amarillos, encarnados y verdes, ensartados en barras de oro. El niño que no tenía perras gordas, cuando miraba con el rabillo del ojo, decía: "Eso es una tontería que no lleva a ninguna parte. Sólo da vueltas y vueltas y no lleva a ninguna parte". Un día de lluvia, el niño encontró en el suelo una chapa redonda de hojalata; la mejor chapa de la mejor botella de cerveza que viera nunca. La chapa brillaba tanto que el niño la cogió y se fue corriendo al tiovivo, para comprar todas las vueltas. Y aunque llovía y el tiovivo estaba tapado con la lona, en silencio y quieto, subió en un caballo de oro que tenía grandes alas. Y el tiovivo empezó a dar vueltas, vueltas, y la música se puso a dar gritos entre la gente, como él no vio nunca. Pero aquel tiovivo era tan grande, tan grande, que nunca terminaba su vuelta, y los rostros de la feria, y los tolditos, y la lluvia, se alejaron de él. "Qué hermoso es no ir a ninguna parte", pensó el niño, que nunca estuvo tan alegre. Cuando el sol secó la tierra mojada, y el hombre levantó la lona, todo el mundo huyó, gritando. Y ningún niño quiso volver a montar en aquel tiovivo.

Nagasaki
Alfonso Sastre

Me llamo Yanajido. Trabajo en Nagasaki y había venido a ver a mis padres en Hiroshima. Ahora, ellos han muerto. Yo sufro mucho por esta pérdida y también por mis horribles quemaduras. Ya sólo deseo volver a Nagasaki con mi mujer y con mis hijos. Dada la confusión de estos momentos, no creo que pueda llegar a Nagasaki enseguida, como sería mi deseo; pero, sea como sea, yo camino hacia allá. No quisiera morir en el camino. ¡Ojalá llegue a tiempo de abrazarlos!

La felicidad
Andrés Neuman
Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal. No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo: iba a decir el mejor, pero diré que el único. Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal. Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo y domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto. Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los gruesos brazos de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda desde hace años con los brazos abiertos. A mí me colma de gozo tanta paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas, y algún día, muy pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo. 

El enviado
Jesús Abascal

Corrió hacia la boca del pozo como un desesperado. De las profundas aguas de su interior, a más de un centenar de pies de la superficie, los quejidos se hacían más prolongados y estremecedores. Moisés se inclinó sobre el brocal de piedras y asomó la sudorosa cabeza por el oscuro círculo. Abajo, alguien se ahogaba. Con sólo echar una soga el infeliz podría salvarse. Moisés tenía en sus manos la vida de aquel hombre. Afirmándose con cuidado en las piedras, Moisés gritó con decisión: "¡Hermano, no te angusties más, que tu agonía ha terminado!". Al escuchar este mensaje redentor el desdichado inmerso columbró un luminoso rayo de esperanza. Y con la voz ronca y entrecortada sollozó con inmensa gratitud: "¡Gracias, Dios mío, por oír mis plegarias!" Entonces Moisés, instrumento del Altísimo, cumplió la promesa que había hecho y tomando entre sus recios brazos una pesada rueda de hierro que había cerca, la dejó caer dentro del pozo. Como no volviera a escuchar ningún otro lamento, Moisés se retiró discretamente para continuar sus labores.