Lugar común de la industria cultural -de Hollywood a la canción
melódica-, el amor cayó en el descrédito discursivo. Ensayos recientes
plantean su complejidad, lejos de lo banal. Aquí, un análisis de sus
significados, desde la Academia a la cumbia, opiniones, los mejores
poemas de la literatura universal y un artículo de Manuel Cruz, que
sostiene que no se puede igualar amor y felicidad
UN ICONO DE HOLLYWOOD. Lo que el viento se llevó, un clásico protagonizado por Clark Gable y Vivien Leigh. |
De aquí a la eternidad (1953) de Fred Zinnermann, protagonizada por Burt Lancaster y Deborah Kerr, ganó ocho premios Oscar. |
CASABLANCA. Amor desaforado, sin cama de por medio. fotos/Revista Ñ. |
Si comienzo por el amor/ Es que –por más que lo nieguen, /El amor es para todos/ Lo más grande de la vida.” La cita es de Charles Baudelaire y funciona como epígrafe al prólogo de El amor Lacan
, del psicoanalista francés Jean Allouch, recientemente editado por El
cuenco de Plata. En general, se elige para encabezar un libro un texto
que se destaque por su peculiar belleza o porque da ciertos indicios de
la línea que se ha de seguir. La estrofa, sin embargo, dista de lo que
uno podría esperar del espíritu de ruptura y de la frecuentación de
paraísos artificiales tan habituales en el autor de Las flores del mal .
Más bien parecería una comprobación del mayor sentido común, lo que, al
menos en este caso, no la vuelve discutible. No hay manera de poner en
duda el carácter irreemplazable y fundamental del amor en la vida de la
mayoría de las personas.
Aún así, o tal vez por esa misma razón,
la misma palabra amor, su uso y también su abuso, su presencia de la
palabra en las producciones culturales tendió a ralearse con el paso del
tiempo. El amor pasó a formar parte del arsenal de lo cursi. Basta con
recordar aquello que pronuncia un personaje de Love Story (1970): “Amar
es nunca tener que decir perdón”. La frase tuvo un inmediato destino de
parodia: Ryan O’Neal, protagonista de la versión fílmica del libro de
Erich Segal, la considera una idiotez en Qué pasa doctor , de Peter
Bogdanovich, filmada apenas dos años después. Entre nosotros, la cita
mutó, revista Satiricón mediante, a “Ser gorila es nunca tener que decir
Perón”.
Pese a ese descrédito discursivo, han comenzado a
circular una serie de libros titulados como para quede claro que es una
palabra a recuperar o, al menos, a no evitar. A la obra ya citada de
Allouch, pueden agregarse Elogio del amor , una serie de diálogos entre
el filósofo Alain Badiou y el periodista Nicolas Truong, y dos libros
más que aparecerán el año próximo: Los filósofos y el amor , de Aude
Lancelin y Marie Lemonnier, que saldrá con el sello de El Ateneo y ¿Qué
quiere decir amar?
, un texto autobiográfico de Mathieu Lindon,
hijo del director de Minuit, que editará Capital Intelectual. Sin contar
la edición de las notas preliminares de un clásico de Roland Barthes,
Fragmentos de un discurso amoroso (Paidós). A esto deben sumarse dos
recientes reediciones en torno al romanticismo alemán (cuyas
concepciones sobre la pasión, siguen impregnando los actuales discursos
acerca del amor): El absoluto literario , Philippe Lacoue-Labarthe y
Jean-Luc Nancy; y Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán , de
Rüdiger Safranski (Tusquets). Recientemente, Le Nouvel Observateur
publicó un dossier titulado “La batalla de la felicidad”, y dentro de la
góndola de los placeres se incluyó un artículo filosófico acerca del
amor.
Lo que la mayoría de estos textos comparten es la necesidad
de una recuperación del amor por fuera del circuito de la banalidad a la
que supuestamente lo sometió la industria de la cultura. Ya era la
posición de Barthes, en los Fragmentos que escribió en 1977: “El
discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez
hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?) pero al que nadie
sostiene (…) separado no solamente del poder sino también de sus
mecanismos (ciencias, conocimientos, artes).” La soledad del amor –y
sobre todo de la reflexión acerca de él– ante las nuevas configuraciones
sociales parece ser una especie de lugar común que, aunque no sea
nuevo, empieza a recobrar fuerzas: “La filosofía del amor es un
territorio para volver a recorrer, e incluso a defender urgentemente.
Hay en esto una resistencia posible al nihilismo ambiente que parece
haber encontrado con la reducción de la sexualidad a un libertinaje
mórbido su arma definitiva. (...) el amor se opone a la lógica del
mercado.” Es lo que sostienen Lancelin y Lemonier e invocan en auxilio
de esta renovada causa las teorizaciones de Platón, Schopenhauer,
Kierkegaard y la pareja Sartre-Beauvoir, entre otros.
Elogio del
amor es un texto que vuelve accesibles muchas de las posiciones al
respecto que Badiou fue desplegando a lo largo de su obra. Lo que queda
claro es que el amor es un refugio contra tiempos que imponen una
creciente despersonalización de los vínculos. El primer blanco del
diálogo es el planteo de que deben evitarse los riesgos en la relación
amorosa que venden los sitios de citas y que se corresponden con una
necesidad cada vez mayor de protección en todos los ámbitos, desde el
ejercicio del capitalismo hasta los nuevos modos de la guerra en la que
se combate por medio de computadoras. La segunda oposición proviene de
aquellos que niegan toda importancia al amor, considerándolo una
variante del hedonismo –como demostraría la perspectiva elegida por Le
Nouvel Observateur. Por lo tanto, rescatarlo es una tarea que pone en
juego una idea del hombre pleno, al que la sociedad no pueda cercenarle
ni su libertad ni sus potencialidades, en nombre de una supuesta
exención del sufrimiento.
Badiou propone una primera definición:
“El amor es una construcción de verdad”, es decir que permite acceder al
mundo no desde la perspectiva de la identidad sino de la diferencia.
Este punto se desarrollará a todo lo largo del texto y en algún momento
entrará en polémica con el hoy rescatado Emmanuel Levinas. Explica Mario
Lipsitz, profesor de filosofía contemporánea en la Universidad de
General Sarmiento: “Eros es una relación irreversible, asimétrica, entre
dos libertades que no se puede comprender en términos de reciprocidad
(el infinito que separa a los amantes lo prohíbe; la reciprocidad
requeriría al menos de un fondo común a ambos.). La reciprocidad es cosa
de ontología, no del Eros, al menos según Levinas”.
El efecto Casablanca
Elogio del amor
es también el título de una película de Jean-Luc Godard, filmada en
2001 y estrenada en la Argentina dos años después, con mucho más éxito
de crítica que de público. El filme recorre dos espacios temáticos, por
un lado el amor, por el otro una serie de situaciones aparentemente
distantes del tema como el cine de Hollywood, la Segunda Guerra o la
Resistencia. Una de las frases que se escucha allí contiene la clave:
“Como no tienen su propia historia, quieren comprar una”. El amor, por
eso se lo elogia, hace que cada historia, cuando la pasión es auténtica,
no puede ser transferida a otros. El amor nos hace individuos, nos
otorga subjetividad, mantiene una diferencia irreductible, al mismo
tiempo que nos une a alguien, según el planteo de Badiou.
Seguramente
Godard no se habría conformado con la crítica del cine norteamericano
encallado hoy en el género repetitivo de la comedia romántica, obligada
por definición al final feliz, ese cuyo ejemplo más perfecto sigue
siendo Mujer bonita (1990), dirigida por Garry Marshall. En esa versión
posmoderna del mito de Cenicienta, las diferencias sociales ya no son un
obstáculo a enfrentar sino lo que debe hacerse es negarlas y eludirlas.
En ese sentido, no deja de ser sintomática la debilidad reciente de
Hollywood por adaptar las novelas de Jane Austen. La autora inglesa
propone una versión del amor, apaciguada pero tenaz, confiado en sí
mismo, que cree que las convenciones sociales y las dificultades pueden
ser domesticadas en función del cumplimiento de la inevitable ley del
encuentro de los amantes. Lo que las películas dejan de lado es la
mirada irónica de esas historias cuando habitan la forma novela.
El rechazo de Godard abarcaría también al viejo melodrama, cuyo mayor
exponente a la hora de hablar de amor es Casablanca , estrenada hace
exactamente 50 años y que en octubre se repondrá en los cines del país.
Con el paso del tiempo, la película se fue instalando como el modelo
romántico por excelencia, a pesar de ir a contramano de la idea de que
nada existe por encima del amor. En este caso, las necesidades
patrióticas pueden más que el romance. Sin embargo, la película insiste
en que el amor es un horizonte posible, las renuncias son siempre
provisorias. París –la ciudad soñada como encuentro– será una realidad
cuando la paz esté hecha. Pero Rick ha decidido que lo mejor que puede
hacer por su amada es fingir que la olvida. Darle libertad. Ese doble
juego del amor derrotado y aún en estado de esperanza es probablemente
el secreto de la perdurabilidad del filme. Siguió siendo, sobre todo
para los hombres, una enseñanza de cómo ser dolorosamente heroicos en el
territorio de lo privado.
En cualquiera de estos casos, el amor
no es para todos. Quedarían afuera, las personas convencionales, los
egoístas, los timoratos. Hay una versión elitista del amor (sería
aquello que diferencia a los elegidos por Cupido del resto de las
personas) y otra que supone que es algo que les toca a todos. Hay una
canción bastante elemental de los 60, rescatada por Joni Mitchell, que
se pregunta “por qué se enamoran los tontos”, donde se hace visible esta
doble concepción. Se acepta que el amor es para todos, pero no se
entiende cómo es esto posible. La otra versión es el “ amour fou ”,
teoría creada por los surrealistas según la cual los amantes habrán
siempre de encontrarse, una teoría de la que Cortázar abusará en Rayuela
. La Maga, finalmente, es la sacerdotisa de ese amor, que por el hecho
de abolir todas las reglas, siempre se realiza.
En el mundo de la
canción –que ha ido monopolizando con el tiempo el discurso amoroso–
pueden distinguirse dos perspectivas, que son ante todo tendencias no
definitivamente claras ni cristalizadas. En las zonas más marginales, o
menos prestigiosas, sigue vigente la vieja retórica amorosa por la cual
los sentimientos se expresan de manera directa y casi siempre sin
metáforas elaboradas. Es el caso de la cumbia, donde abundan los “te
amo”, “te extraño”, “sos mi vida” y de vez en cuando aparece una
“ventanita del amor”. Donde el ritual casi rutinario del amor se
reinicia una y otra vez. Se ama todas las veces que la vida lo permita.
En cierto sentido, esto se vincula con lo que plantea el antropólogo e
investigador del Conicet Pablo Semán: “Lo que se pone cada vez más en
cuestión es la idea de que el amor es para siempre, y eso se vive sin
dramas”.
Ciertas producciones del rock apuntan a verdades más
generales, como Fito Páez (un cantautor al que le gustan las
definiciones –por ejemplo, “el tiempo, filosa daga”; “la vida es una
moneda”) que sostiene que “nadie puede y nadie debe vivir sin amor”, o
Calamaro, que, más nihilista, plantea que “no se puede vivir del amor”.
Por otra parte, hay una zona de la canción popular que ha ido derivando a
lo que se podría denominar una lírica de la autoayuda. En este rubro
descuellan Diego Torres y Alejandro Lerner, pero no son los únicos que
se dedican a componer letras que enseñen a sus oyentes y seguidores cómo
manejarse en la vida y no morir en el intento. Como si desde esta
perspectiva, la temática del amor estuviese agotada o quedara relegada a
ser un capítulo importante de algo más abarcador y que, a falta de
mejor nombre, podría llamarse “el arte de vivir”. No es el único
desplazamiento. En la llamada canción melódica hay un diferente lugar
para el cuerpo. Sandro proponía en sus letras que el cuerpo femenino era
una caja de resonancia de todo lo que agitaba en su interior, incluido
lo que para ciertas morales de época no debía decirse a viva voz. Y el
trabajo erótico de la canción consistía en sacar eso a la luz, vaya como
ejemplo: “por ese palpitar que tiene tu mirar, yo puedo presentir que
tú debes sufrir”.
El cuerpo tan presente
Otros
avatares más actuales no salen de la corporalidad más manifiesta. Es el
caso del guatemalteco Arjona uno de cuyos recursos favoritos es
trabajar con ciertas zonas del cuerpo femenino generalmente dejadas de
lado. Es así como le canta a la menstruación, o a la grasa abdominal.
Más allá de todo lo que se pueda pensar sobre sus raras metáforas, lo
concreto es que hace muchos años que el éxito acompaña su fórmula.
De
algún modo su discurso erótico, donde el cuerpo ya no es un medio sino
un fin en sí mismo, se repite en letras de Shakira (“las caderas no
mienten”) o en esos gritos de guerra del reggaeton que son el “menéalo” y
“el muévelo”, donde ya no se trata de seducir a través de las letras
sino a dar instrucciones para ser seducido, instrucciones que suelen
reducirse a movimientos de cierta zona del cuerpo.
En una
entrevista reciente, a raíz de la reedición de El imperio de los
sentimientos (un estudio sobre las novelas románticas de principios del
siglo XX), Beatriz Sarlo planteaba en relación con el clásico modelo de
ascenso social a través del amor, que por años fue un tópico de las
telenovelas: “Hoy las novelas tienen un interés más fuerte por las
clases altas”. Nora Mazziotti, especialista en el género y autora de
libros indispensables en torno a las telenovelas, como Telenovela:
industria y prácticas sociales , sostiene: “La temática del amor ha
perdido presencia reemplazada por un mayor énfasis en las tramas
policiales, en persecución, en problemas de familia. Los secretos ya no
son de filiación sino que se vinculan con empresas o funcionarios
corruptos. La historia de amor no se sostiene ya por sí misma, hay que
condimentarla. Es habitual que la pareja ya esté conformada por la mitad
de la telenovela, la concreción del amor ya no es el destino que se
concreta en el último capítulo. El lenguaje no es como el de Alberto
Migré, se dice poco, porque estas parejas en pugna con el mundo no
tienen tiempo para hablar de amor.” La lista de libros editados en
torno del amor muestra que los franceses –autores casi exclusivos de
estos textos– son, en la división internacional del trabajo intelectual,
los encargados de teorizarlo todo. Mucho del texto de Allouch se dedica
justamente a considerar la posibilidad de una teoría del amor, tema
alrededor del cual rondó Lacan en muchos de sus seminarios. A esta
francofonía, habría que agregar un libro infaltable para indagar en la
historia de la concepción de la pasión, El amor y Occidente , de Denis
de Rougemont, escrito poco antes del inicio de la Segunda Guerra y que
sin dudas merecería una reedición.
Pero en el circuito anglosajón
no faltan teorías sobre el amor, pero prefieren la Red para hacerse
conocer. La teoría triangular del amor es casi una forma algebraica
ideada en la primera década de este siglo por el psicólogo
estadounidense Robert Sternberg. Las diferentes etapas o tipos de amor
pueden ser explicados con diferentes combinaciones de tres elementos:
intimidad, pasión y compromiso. También se ha detectado la presencia de
cierta sustancia en los enamorados y algunas áreas cerebrales se vuelven
más activas mientras dura el amor. Si para el pensamiento francés
atravesado por el psicoanálisis, el amor es un estado a alcanzar si
queremos una sociedad mejor, para el pensamiento conductista se trata de
un cambio en la actitud, al que no se adjudica ningún valor, aunque se
lo considere, al menos en términos sociales, como un sentimiento
positivo. Un sentimiento que puede ser analizado y cuantificado.
Esos
parecen ser los rumbos actuales de ese modo de sentir que ha sido
definido mil veces y que nadie puede terminar de definir. Rougemont
planteaba en su estudio una hipótesis fuerte: que en el siglo XII el
amor cortés había fundado los recursos de la poesía moderna y los
discursos sobre la pasión amorosa. Un repertorio que coloca a la mujer
como objeto extático de esa pasión y a la que se describe de una y mil
maneras. Allí se habría fundado el repertorio de los rasgos femeninos
que distinguen a la amada y que el tiempo ha cristalizado: labios de
rubí, dientes de perla, pechos turgentes, una retórica del amor cuya
principal figura es la de la metáfora. Tal vez esa sea la constante del
amor, al que siempre se mira con los ojos de siempre para descubrirle
atributos nuevos. Cuando, citando a Pessoa, Badiou reitera en su texto
que “el amor es pensamiento”, está tratando de valerse de él para fundar
una nueva ética, pero que de algún modo reitera aquella vieja idea, que
ya se encuentra en Platón, de que el amor nos hace mejores.
En
una escena de Elogio del amor se ve a una pareja ya madura bajo la
ducha. No hay marcas de erotismo en el sentido convencional. Todo
transcurre en silencio. De pronto, ella posa suavemente su mano sobre la
espalda del hombre, que parece no notarlo. Tal vez en ese gesto (¿quién
podrá saberlo? ) resida el amor, en esa zozobra cálida, en el temblor
de la mano en contacto con la piel que apenas se adivina, en ese
encuentro donde todo se detiene y eso que llamamos realidad deja de
fluir, aunque más no sea por un instante.