sábado, 12 de octubre de 2013

Ballenas y vallenatos en el Congreso de la Lengua de Panamá

El VI Congreso de la Lengua se reúne en Panamá para celebrar los libros y las palabras. Se hablará sobre la historia de la lectura, la industria editorial, la enseñanza y la creación literaria

Ilustración Ana Juan./elpais.com

Gabriel García Márquez volvió la cara con toda amabilidad hacia aquella mujer que por fin conseguía dirigirle la palabra tras abrirse paso en la conversación. Un grupo de periodistas y el escritor colombiano miraban hacia el mar desde la embarcación en la que navegaban cerca de Los Cabos (México) con la esperanza de avistar algunas ballenas. Todos ellos participaban esos días en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa de marzo de 2004. “Y dígame”, le interpeló Elizabeth Dulanto, directora de la revista peruana Cosas: “¿Qué tienen que ver con las ballenas esos ballenatos que cantan en su país?”. Y el premio Nobel le respondió con toda cordialidad: “No, señora, el vallenato es con uve”.
El I Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas (México) en abril de 1997, se recordará sobre todo por aquel discurso inaugural en el que García Márquez bromeó contra la ortografía del español y propuso acabar con “esas haches rupestres” y con la diferencia entre la ge y la jota, o entre la “be de burro y la ve de vaca”; esas letras, dijo, “que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos, y siempre sobra una”.
La propuesta se quedó en la memoria de millones de hispanohablantes, pero ningún movimiento cultural importante se tomó en serio la humorada, nadie la desarrolló o la planteó para su aplicación; lo cual, de haber ocurrido, habría terminado haciendo inservibles millones de libros, habría destruido tal vez la unidad ortográfica y habría contribuido a borrar muchos de los cromosomas que apreciamos inconscientemente en las palabras escritas, como sucede con ese “vallenato” que procede de un valle colombiano, y más exactamente de los natos de ese valle, los valle-natos. “Vallenato no viene de ballena”, agregó García Márquez, según el recuerdo todavía fresco de su interlocutora. “Viene de Valledupar”.
1.200 docentes panameños han sido becados para asisitir a las sesiones y recibir cursos específicos
Los congresos trienales de la lengua celebrados hasta ahora no adquirieron repercusión internacional por los trabajos presentados en sus reuniones, algunos de gran rigor científico, ni por las mesas redondas para un público reducido o de especialistas, sino por aquel discurso iconoclasta de García Márquez. O también por la entrañable reflexión sobre Las malas palabras que regaló el negro Roberto Fontanarrosa en Rosario (2004), con una defensa cerrada de la voz “carajo”; o por aquel homenaje sobrecogedor a Ernesto Sábato, con una ovación de diez minutos. O por la cara de susto con que fueron retratadas en Valparaíso, Chile (2010), las personalidades que estaban prestas para la jornada inaugural, arruinada por el tremendo terremoto. O por el autoplagio de Camilo José Cela en Valladolid (2001), quien repitió el texto que había pronunciado tres años antes en la ciudad mexicana. (El hecho lo descubrieron algunos asistentes a ambos actos, y al día siguiente lo contó en exclusiva mundial la periodista Helena Madico en El Día de Valladolid).
Sin embargo, y compitiendo con tantas anécdotas, la reunión de Cartagena de Indias (2007), por ejemplo, sirvió como trampolín para publicar la edición definitiva de Cien años de soledad, revisada y corregida personalmente por su autor y que ya por siempre quedará fijada de ese modo. Y antes, el congreso de Valladolid (2001) ofreció el mejor marco para impulsar el nuevo diccionario académico, el que aún reposa en cientos de miles de estantes como última edición impresa actualizada, el que se puede consultar ahora mismo por Internet en www.rae.es. Y Zacatecas (1997) acogió el estreno del Diccionario geográfico universal, con (casi) todos los topónimos generales del español, escrito por el académico mexicano Guido Gómez de Silva. Por su parte, la prepublicación del Diccionario panhispánico de dudas, concebido en una mesa redonda en Zacatecas, vio la luz en Rosario (2004), donde también se desentrañó aún más el Quijote con una erudita edición académica encabezada por un prólogo de Vargas Llosa.
El VI congreso que se desarrollará en la ciudad de Panamá del 20 al 23 de octubre próximos ofrecerá igualmente al gran público algunos motivos de recuerdo y muchas anécdotas, tal vez; pero, como los anteriores, su celebración no se justificará solamente con eso.
Sí contribuirán a conseguirlo algunos otros hechos programados para aprovechar este tirón mediático. Por ejemplo, la Asociación de Academias de la Lengua Española incorporará a su página www.asale.org el Diccionario de americanismos (hasta ahora consultable solamente en un voluminoso libro impreso), cuya aplicación está lista para sumarse a las que se pueden hallar en www.rae.es: el diccionario usual (el DRAE) y el Diccionario panhispánico de dudas (el DPD), entre otras mejoras de la oferta cibernética de la institución. Y se les añadirán en esa misma dirección la Nueva gramática de la lengua española (2009) y la Ortografía de la lengua española (2010). Y en el terreno del papel, se imprimirá para su distribución el nuevo manual Ortografía escolar, que saldrá con un precio de cinco euros en España y tres dólares en América.
El congreso servirá igualmente como cámara ecoica para los avances en el Nuevo diccionario histórico del idioma español, dirigido por el académico José Antonio Pascual, y para la presentación del Corpus del español del siglo XXI, que recoge en soporte informático 350 millones de formas (el 70% de las cuales procede de América) bajo la dirección del académico Guillermo Rojo.
Así que, igual que sucede cuando un país organiza los Juegos Olímpicos, estas grandes reuniones de personalidades de la cultura en español se convierten en un foco que irradia prestigio, atrae la atención de los medios y sirve como disculpa para actividades adicionales.
Se presentará el corpus del español actual, con 350 millones de formas; el 70% de ellas procedentes de América
La ministra de Educación de Panamá, Lucy Molinar, una mujer ciclón que desprende energía a su paso y cuya mano se nota en el programa del congreso, ha enfocado esta tarea con la idea de que su país obtenga una gran rentabilidad social del acontecimiento. Ha hecho suyo el programa y está decidida a extraerle todo el jugo en beneficio de Panamá. El presupuesto de la gran asamblea del idioma (3,5 millones de dólares, unos 2,6 millones de euros) lo cubrirá al completo el Gobierno panameño, que no ha solicitado patrocinios. Y eso le permite manejarse con gran influencia en la organización.
De este modo, y entre otras decisiones, Panamá ha becado a 1.200 profesores de enseñanza media para que asistan a las reuniones y a los actos, y puedan vivir esta gran fiesta del español entre los grandes autores y estudiosos del idioma. Eso forma parte del proyecto Rednade (su red nacional de docentes de español).
Lucy Molinar cuenta los antecedentes: “La red nació en la asamblea de las academias de la lengua que se celebró aquí en 2011. Nosotros invertimos 500.000 dólares en la reunión, pero pedimos a cambio que una semana antes algunos académicos impartieran cursos de capacitación para docentes panameños de español. Después esos mismos profesores se organizaron en red. El grupo creció, se fueron comunicando entre ellos… y ahora hemos organizado que 1.200 profesores asistan a las sesiones y reciban conferencias específicas de algunos de los participantes. Van a ser los verdaderos protagonistas del congreso; y durante uno de los actos se hará la premiación de los concursos que han tenido”.
La utilidad de estos congresos también la defiende el siempre ingenioso Pedro Luis Barcia, quien tiene experiencia en estas reuniones trienales tras haber dirigido la Academia argentina durante 12 años y hasta hace solo unos meses. Incluso ha acuñado una frase: “Los congresos de la lengua alborotan el avispero mediático, patean el hormiguero temático y reaniman el almario docente”. Lo cual se desarrolla de este modo en relación con el avispero: “Durante una semana, avispones, tábanos y otros comunicadores urticantes hincan en el noble caballo de la lengua sus aguijones, se ceban en él, y hacen de su materia la principal noticia de los medios”. Y así respecto al hormiguero pateado: “Salen a la luz y al pleito todos los temas esenciales asociados a lo lingüístico, la lectura, la edición y un largo etcétera. Es una oportunidad de destripar el muñeco con sano ensañamiento”. Y finalmente se reanima el almario docente porque los profesores de español pueden “allí sentados, como esponjas, absorber cuanto se discute y expone, y con ello, reanimar su espíritu y regresar a sus espacios habituales con renovado ánimo para defender la lengua, que es el más importante de los contenidos transversales de la educación”.
El escritor peruano Fernando Iwasaki, que reside en Sevilla desde 1985, acude al congreso también con la convicción de que estas convocatorias resultan útiles: “Fui uno de los invitados al IV Congreso, en Rosario (2004), y la ponencia que presenté se basó en las palabras del flamenco que entonces la norma no incorporaba, a pesar de la discografía, la literatura y la celebridad de los artistas flamencos. Casi diez años más tarde, la RAE acaba de recoger todas las voces que presenté en mi ponencia [El Flamenco y América Latina: Un habla de ida y vuelta], y quiero pensar que de algo sirvió aquella conferencia”.

El Gobierno de
Panamá se ha
hecho cargo de todo
el presupuesto: 2,6 millones de euros
En la reunión de Cartagena en 2007, Bill Clinton, expresidente de EE UU, que participó con un discurso, dijo que él había leído Cien años de soledad en inglés cuando tenía 25 años, y que ahora su hija lo estaba leyendo en español. Sobre ese empuje de nuestra lengua en aquel país pueden hablar ahora Enrique Durand y Jon Lee Anderson, anunciados ambos como ponentes en las reuniones de Panamá.
Durand, periodista estadounidense de origen argentino, que ha sido durante 14 años responsable de los servicios informativos de la CNN en español (desde Atlanta para toda América), cree que nuestra lengua goza en EE UU de una “bendición mixta” con el aporte enormemente diverso de hispanohablantes que proceden de todas las latitudes latinoamericanas y de España. “Digo mixta”, precisa, “porque a la variedad de vocablos que incorporan se une el descuido de las normas para su uso, debido a las mezclas idiomáticas, incluida la influencia del inglés, y eso afecta a la precisión con que se emplean las palabras”. Durand se refiere por ejemplo a los “falsos amigos” entre las dos lenguas (como traducir library por “librería” en vez de “biblioteca”). Él los ha perseguido durante años cuando se colaban en los textos informativos, pues siempre ejerció como atento mejorador del idioma de las noticias.
El aumento de hispanohablantes en la zona de Atlanta, donde Durand reside y donde trabaja como consultor de medios informativos, no parece haber producido sin embargo un mayor apetito por libros escritos en español. “Uno de los factores”, precisa Durand, “ha sido la desaparición de Borders, una de las grandes cadenas de librerías, que solía ofrecer una discreta colección de títulos. La cadena superviviente tiene una modesta selección, en su mayoría de traducciones del inglés al español o de libros inspiradores, con muy pocos de literatura hispana original”.
Periodista como es, y hasta el tuétano, Durand decide darse una vuelta por esa librería para completar su respuesta. Y dice al regreso: “Pude contar cuatro títulos de Vargas Llosa y uno de García Márquez. Uno de los gerentes me comentó que no ha habido aún una expansión de ventas como consecuencia del aumento de la población de habla hispana, y que los títulos que tienen cierta salida son los de mucho éxito de autores consagrados, particularmente cuando ya llevan un tiempo en los mercados latinoamericanos o de España”.
Durand es un latino norteamericanizado (sin perder los orígenes). A la inversa, Jon Lee Anderson, periodista estadounidense, puede enseñarle a un español el verbo “embullar” y su significado aprendido en Cuba: animar a alguien a la bulla (Fernando García Mongay, 2005). Nacido en California hace 56 años, merecería la nacionalidad iberoamericana si existiese. Quizá no sea justo explicar que ha vivido en Perú o en Honduras, sino que ha vivido Perú, Honduras… Y ha vivido Cuba, y El Salvador, y Colombia y Granada (España). Y quién sabe cuántos lugares más habrá vivido. Y sufrido, pues narró todas las guerras de los últimos 30 años. Acaba de aterrizar de uno de sus vuelos por el mundo y responde con rapidez que espera llegar al congreso, porque debe recibir un premio en esos mismos días: el Maria Moors Cabot, otorgado por la universidad de Columbia.
Los congresos de la lengua han resaltado siempre la unidad y la diversidad del español, y también la capacidad de que una variante del idioma se enriquezca con otra sin que eso genere problemas de comprensión. Un buen ejemplo lo aporta el propio Fernando Iwasaki: “Después de casi treinta años de residencia en Sevilla mi habla peruana se ha enriquecido con la andaluza. No encuentro ninguna contradicción, porque en Andalucía se mezclan ambas con naturalidad. Por ejemplo, cuando escucho la expresión ‘ustedes sabéis’. En mi web he creado una sección dedicada al habla andaluza e hispanoamericana, donde creo haber dilucidado divertidas etimologías andaluzas como ojana y jamacuco”.
En esta ocasión, el congreso girará en torno al libro, ya se trate del que se lee sobre papel o el que se aparece sobre una pantalla. La idea partió de la Real Academia Española, con José Manuel Blecua como impulsor. Así, unos 210 ponentes se repartirán en mesas y seminarios que a su vez se engloban bajo cuatro epígrafes, todos ellos relacionados con el libro: la historia de la lectura y sus historiadores, la industria editorial, la enseñanza y, finalmente, los creadores y la comunicación. El número de asistentes se contará por miles.
Pedro Luis Barcia: “Estos congresos alborotan el ‘avispero’, patean el ‘hormiguero’ y reaniman el ‘almario”
Ese primer gran apartado sobre la historia parte de que el congreso coincide (además de con el tercer centenario de la Real Academia, que recibirá por ello un homenaje el día 21) con el quinto centenario del descubrimiento del Mar del Sur, que supuso la apertura de los nuevos espacios del Pacífico a la cultura escrita de raigambre hispana. En cuanto a la industria, el congreso abordará los desafíos de la era electrónica, entre ellos los grandes proyectos de digitalización de las bibliotecas nacionales. El libro electrónico planeará sin duda por estos debates. Pero el soporte no es importante para Fernando Iwasaki: “Una cosa es la literatura y otra muy distinta su soporte. La Ilíada ha sobrevivido a los poetas ambulantes, los papiros de Alejandría, los incunables medievales y a las ediciones de quiosco. Internet no es una amenaza para la Ilíada, pero Brad Pitt sí, pues su versión de Troya se cargó los mitos griegos”.
“Por lo demás”, remata, “el libro electrónico es como el Viagra: sin duda una maravilla, aunque espero no tener que usarlo”.
En el congreso intervendrá con un papel destacado el escritor y abogado panameño Juan David Morgan, autor entre otras obras de El silencio de Gaudí (ediciones B), una novela muy documentada que mezcla la eternidad y la actualidad: la catedral barcelonesa de la Sagrada Familia y las obras del AVE; que habla de canonizaciones y recuerda a los seis jesuitas asesinados en El Salvador en 1989, de quienes un personaje asegura que “tienen tanto o más mérito que Escrivá” para ser santos; que gira en torno al papa Benedicto XVI y a un manuscrito con una verdad oculta. Y entre todo ello, la admiración por el arquitecto catalán.
En los congresos de la lengua celebrados hasta ahora (excluido obviamente el de Chile), los grandes escritores del idioma español recibieron aclamaciones como si se tratara de estrellas del rock. Y todo lo que hubo a su alrededor se transformó en fiesta ciudadana, porque la gente acudía a los actos en masa y alegre.
En el ambiente festivo de Panamá no faltarán los vallenatos. Y como la ciberpágina del Nuevo diccionario histórico del español ya permite bucear entre los 10 millones de fichas, ahora digitalizadas, que elaboraron durante años los académicos, podemos hallar ahí las viejas anotaciones sobre esta palabra bailona. Una ficha de 1993, extraída tal vez de un diccionario de colombianismos, recoge: “Vallenato. Habitante de Valledupar, capital del departamento de Cesar”. Y en otra papeleta del mismo año se lee: “Vallenato. Baile popular típico de Valledupar (…). Canción popular que corresponde a este baile. Su texto se basa en relatos y tradiciones populares. El instrumento principal de la música que la acompaña es el acordeón”.
Los académicos tenían, pues, cumplida noticia de este vocablo, pero no lo han incluido todavía en el Diccionario. Seguramente han entendido que la palabra no alcanzaba la extensión suficiente en el ámbito del español. Eso bien podría centrar unos largos debates en el congreso de Panamá, país enclavado en una zona donde el vallenato circula con su pasaporte caribeño sin reparar en fronteras.
Todos los académicos asistentes tendrán ahora la oportunidad de experimentar ese baile en persona. Quizá sigan dudando de su extensión, pero no de su intensidad.