viernes, 18 de octubre de 2013

La escritura del desastre: una historia de la destrucción de libros en Irak

Como hace poco más de un año en Malí, África, en 2003 durante la invasión de las tropas aliadas, la Biblioteca Nacional de Irak perdió un millón de libros y el sesenta por ciento de sus archivos. El investigador kurdo Saad Eskander regresó del exilio a dirigir la reconstrucción y escribió un conmovedor diario. Además, un especialista en destrucción de libros cuenta lo que vio en Irak 

En la Biblioteca Nacional de Irak, los libros que esperaban ser catalogados al momento del ataque. /McGuire Gibson / Copyright © 2003 Oriental Institute, University of Chicago).
Papeles incinerados en la Biblioteca Nacional iraquí, donde el archivo perdió el 60% de sus colecciones. /McGuire Gibson./revista Ñ
Tombuctú, 2012. Las noticias son escasas. Fotos y videos de soldados con ametralladoras, jeeps, la noticia de una nueva ciudad que es ocupada, el mapa indicando el avance de un ejército irregular sobre el territorio de Malí. De pronto, en medio de tanta muerte, las noticias militares son atravesadas por una alarma: la biblioteca Ahmed Baba de Tombuctú, que alojaba manuscritos del siglo XIII, ha sido saqueada y destruida. Las imágenes de los enfrentamientos son atravesadas por la de archivos en ruinas o monumentos históricos derrumbados.
Tombuctú es la tercera ciudad de Malí y es conocida como la ciudad de los 333 santos. Está situada al borde del desierto, a 7 km. del río Níger. Las tormentas de arena y las inundaciones suelen ser las principales amenazas de los pobladores. Cuando eso no sucede, la ciudad recibe la invasión de algún ejército. Eso es así desde hace siglos. Eso mismo volvió a suceder el 1 de abril de 2012, durante La Rebelión de Tuareg, cuando la ciudad fue tomada casi sin resistencia local por los integrantes del Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (la región septentrional de Malí que los “rebeldes” quieren sacar del control estatal). Como parte de los episodios, los cables informan que el grupo Islámico Ansar Dine perpetró la destrucción de los monumentos históricos de la ciudad. Los pocos monumentos que quedaban en pie tras varios siglos de convulsiones políticas.
La biblioteca poseía cerca de 18.000 manuscritos y llevaba el nombre de Ahmad Baba al-Massufi, el escritor africano contemporáneo de Cervantes y Shakespeare. Con el argumento de “salvaguardar ese valioso patrimonio histórico de la humanidad”, la comunidad militar internacional, encabezada por Francia, en enero de 2013 recuperó la ciudad. Para muchos, lo que aconteció en Tombuctú nos retrotrae directamente a lo que sucedió en Irak. Más precisamente en Bagdad en 2003, cuando el ejército norteamericano puso entre sus “objetivos militares” a la Biblioteca Nacional de Irak.
Irak, 2003. El 20 de marzo de 2003 comenzaron los bombardeos a Bagdad. En medio del fuego, durante los días 9 y 12 de abril, la INLA (Iraq National Library and Archive) fue asaltada. Los días fueron trágicos. Hay fotografías de esos momentos. Libros calcinados, muebles destruidos, hojas sueltas repartidas por todos lados. Hay fotografías de mucho tiempo después, ya con la Biblioteca en su etapa de reconstrucción, pero todavía con las secuelas de aquellos días. Los muros de la fachada renegridos por las explosiones. Oficialmente, sólo se perdió el Archivo de la República (1958-1979), importantes mapas y fotografías y el 25% de sus colecciones. Incluyendo la sección de libros raros, nada menos que las tablillas con los escritos sumerios. Claro, Irak, el nombre con que ahora se llama aquello que en la antigüedad era la Mesopotamia. Las regiones del Éufrates y el Tigris, donde hace 55 siglos comenzó la historia de la escritura. Donde luego se edificaría Babilonia. El Archivo Nacional, que también forma parte de la biblioteca, perdió el 60% de sus colecciones. La Biblioteca había sido fundada en 1929, pero era depositaria de una tradición milenaria. En 2003, poco tiempo después de la invasión estadounidense, el investigador y académico Saad Eskander, tras veinte años de vivir en el exilio regresó a Irak para asumir la dirección de la INLA.
Construir encima de los escombros
Entre septiembre de 2006 y julio de 2007 Saad Eskander llevó un diario. En él cuenta los detalles de su gestión: reuniones con funcionarios del gobierno para que se pudieran aumentar de dos a seis las horas de electricidad, de una a dos las horas de conexión a Internet, los intentos por avanzar con el diseño de la página Web de la biblioteca. También se cuentan detalles sobre desinfección y mudanzas de libros de un sector a otro del edificio. La necesidad de llamar a una huelga por tiempo indeterminado contra la congelación del presupuesto. A medida que se lee el diario, Saad va contando que la tarea de reconstrucción es ardua. En los alrededores del edificio hay detonaciones, atentados, ráfagas de ametralladoras. Entre las medidas que tomó Saad, mudó las bibliotecas personales de Monarcas y Presidentes de Irak a su oficina. Por temor a que fueran víctimas de saqueos o atentados de grupos fundamentalistas. La mayoría de esos libros son el resultado de obsequios recibidos por los mandatarios del país, desde 1921, cuando el Estado iraquí fue establecido, hasta 2003, cuando Irak entró en el colapso. Es así como Saad llegó a tener en su oficina la biblioteca personal de Saddam Husseim.
A lo largo del diario, la espiral de violencia se va moviendo por los alrededores del edificio. Las noticias que llegan desde afuera son las de un empleado asesinado delante de su hermana pequeña en un barrio de Bagdad, la detonación de un coche bomba, la amenaza de muerte a una mujer delante del resto de sus compañeros al bajar de un auto. Ataques aéreos sobre zonas cercanas, detonaciones de morteros contra las paredes del edificio, un guardia de seguridad trayendo la noticia de que alguien acaba de ser asesinado por un grupo de civiles en la puerta trasera de la Biblioteca. También se puede ver la cifra del personal de la Biblioteca muerto por diferentes causas, desde 2003 hasta el momento en que Saad escribe el diario. Reflexiones en torno al sectarismo, la guerra de clanes que vive la ciudad por aquellos días de “reconstrucción” del país forman también parte de sus anotaciones. La descripción de las escenas es caótica, como caótica es la percepción que se puede tener de los sucesos en medio de las explosiones, los gritos, la desesperación, el peligro de la propia vida, las balas perdidas, los francotiradores que eligen víctimas al azar.
En varios momentos Saad usa la palabra “surrealista” para describir la mezcla de incredulidad e inverosimilitud que siente ante lo que está viviendo. Casi todas las noches, de nuevo en su hogar, junto a su esposa y sus dos hijos pequeños, Saad recibe los llamados del periodismo internacional consultándolo por la situación en Bagdad. Su hermano, que reside en Londres, también lo llama por teléfono para preguntarle si él y su familia están bien. Y le acerca los saludos de sus amigos: intelectuales residentes en el exterior.
Frente a todo eso, el espíritu de Saad, que es Kurdo, ha sido el de “iraquizar” la biblioteca. Esto es, apelar a la construcción de una identidad que esté por encima de los antagonismos que shiítas y sunníes impulsan. Aun cuando la situación se volvía compleja, Saad decidió insistir con la actividad cultural. “Hay que seguir promoviendo las actividades culturales durante estos tiempos difíciles”, escribe Saad en su diario, confiando en que la biblioteca es una herramienta indispensable para levantar la moral del país.
 
Papeles prendidos fuego cayendo del cielo
El lunes 5 de marzo de 2007 para Saad Skander siempre será recordado como el día en que los libros fueron asesinados por las fuerzas de la oscuridad, el odio y el fanatismo. A eso de las 11.35 una enorme explosión sacudió el edificio del INLA: "Corrimos hacia la ventana y vimos una masa enorme de humo gris ascendente viniendo desde al-Mutanabi Street, que está a menos de 500 metros de distancia del INLA" –describe Saad en su diario. "Más tarde me enteré de que la explosión había sido el resultado de un coche bomba. Decenas de miles de papeles volaban alto, como si del cielo estuvieran lloviendo libros, lágrimas y sangre. La vista era surrealista." Algunos de los papeles caían ardiendo desde el cielo. Mucho de esos papeles volaron desde los 500 metros donde ocurrió la explosión para ir a caer hechos cenizas sobre el edificio del INLA.
La calle Al-Mutanabi lleva el nombre de uno de los más grandes poetas árabes que vivió en Irak en la Edad Media. Está en una de las zonas más conocidas de Bagdad. Muchas casas editoriales, imprentas y librerías tienen allí sus principales oficinas y depósitos. Sus antiguos cafés son el lugar favorito de la mayoría de los intelectuales pobres del país. Allí se inspiran y escriben sus ideas. Es un barrio muy antiguo de Bagdad. La calle es también famosa por su mercado de los viernes, que se especializa en la compra-venta de libros usados. Según describe Saad en su diario, cerca del 95% de las compras de libros de la INLA se hacen en al-Mutanabi Street. "Yo también compro mis libros allí" –confiesa. "Fue muy triste saber que varios de los editores y libreros a quienes yo conocía murieron allí". Cerca de 30 personas murieron en la explosión y cerca de 100 más resultaron heridas: "El Sr. Adnan, quien debía entregar una remesa de nuevas publicaciones a la INLA, también". (El diario de Saad Eskander se puede leer, en inglés, aquí). 

Una sonrisa
El miércoles 25 de Julio de 2007 los seleccionados de fútbol de Irak y Corea del sur jugaron un partido. Irak ganó 4 a 3. En el anochecer, mientras los iraquíes celebraban la victoria en las calles, se produjo un atentado. Hubo 150 muertos. En su mayoría jóvenes y niños. En la entrada de ese día, Saad escribe: “Las fuerzas de la oscuridad y del terror ahora están tratando de asesinar nuestras sonrisas.” El espíritu de la reconstrucción trataba de arrebatarle una sonrisa a la guerra. Unos días más tarde, el 29 de julio, la selección de fútbol de Irak volvió a jugar. Era la final de la Copa de Asia. Irak le ganó 1 a 0 a Arabia Saudita. Por primera vez en mucho tiempo, las tribus iraquíes dejaron de lado su sectarismo. Kurdos y árabes, sunníes y chiítas, musulmanes y cristianos salieron a las calles a festejar. El fútbol puede ser un aliado para conseguir eso que Saad busca con la reconstrucción de la biblioteca.
Pero con el transcurso de los meses la salud y el ánimo de Saad se van deteriorando. Su diario no es un inventario de libros o un escrutinio sobre el avance de la actividad cultural de un país desgarrado por la invasión y la guerra. Es un balance del personal de la biblioteca muerto en aquellos años. El 31 de julio de 2007 Saad publica la que sería la última entrada de su diario. Además del deterioro de su salud, también siente que está usurpando el dolor de aquellos que lo rodean. Es ese dolor el que de algún modo despierta el interés en los lectores de su diario. Hay allí algo que, él lo siente, no está bien. En su última entrada Saad agradece especialmente a la Biblioteca Británica, por haber alojado en la web su diario a medida que lo iba escribiendo.
Después de un afanado empeño por conseguirlo, y a pesar de lamentar muertes como la de Alí Salih, un joven destacado de la sección informática, la Biblioteca Nacional de Irak logró poner en línea su sitio web: www.iraqnla-iq.com.
"El daño es irreparable"
Fernando Báez, especialista en la destrucción cultural de Irak, viajó en 2003 enviado por la ONU y contó su experiencia en un libro. Estados Unidos lo declaró persona no grata.  
Para Fernando Báez, autor del libro Nueva Historia Universal de la destrucción de libros. De las tablillas sumerias a la era digital (Editorial Destino, 2011), el daño que se produjo en Irak es irreparable. Báez, venezolano, licenciado en Educación y Doctor en Bibliotecología, cree que en Irak sucedió un ‘memoricidio’: “Se está asesinando la memoria del pueblo Iraquí. Y se ha asesinado a cientos de intelectuales contrarios a la ocupación.” Una prueba de ello son las 18 bibliotecas más importantes de Irak cerradas al acceso de los lectores o sencillamente destruidas. Él mismo confiesa haber visto en Irak, enviado en 2003 por la ONU para fiscalizar el impacto de la guerra en el patrimonio cultural del país, cómo se destruían libros de autores persas o árabes que nunca fueron traducidos. Y libros antiguos vendiéndose en el mercado negro. También vio a intelectuales iraquíes arrojados en el suelo, apesadumbrados, con pedazos de las tablas sumerias en las manos. Para Fernando no es la quema de libros de Hitler, aquella del 10 de mayo de 1933, el peor estrago de libros de la historia, sino el de Irak. Por eso no sería el de 2003 el único viaje que él haría a Bagdad. Declarado persona non grata por los Estados Unidos, país al que tiene prohibido el ingreso, Fernando Báez continúa contando al mundo lo que ha visto en Irak.
-¿Qué cosas se perdieron en Bagdad?
-Fueron saqueados 100.000 asentamientos arqueológicos en todo Irak, como consecuencia de la guerra. En Bagdad, para resumir, un millón de libros destruidos, 10 millones de documentos del Archivo Nacional quemados, bibliotecas privadas y públicas de instituciones como la Bayt Al Hayma (Casa de la Sabiduría) en cenizas. Destrucción de museos, monumentos. Uno de los primeros ejemplares de Las Mil y Una Noches quemado, así como tablillas antiguas con muestras de escritura cuneiforme. Un daño terrible.
Báez se despacha en su libro sobre la destrucción, a lo largo de 480 páginas, con la enumeración de las catástrofes bibliográficas más importantes de la historia: de las Tablillas sumerias a la era digital, pasando por los 500 mil rollos de papiro de la Biblioteca de Alejandría, el incendio de Londres de 1666, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra, la Guerra de Irak. Y enumera libros precisos: La República de Zenón de Citio, en su tiempo más leída que la de Platón. Y nos recuerda, sencillamente, que nos faltan todos los libros de los cínicos, los pirrónicos, los escépticos, los estoicos. Y que, de las 82 tragedias de Eurípides, sólo nos llegaron 18. El libro de Báez es sólo un resumen. Su lista completa, que se mantiene inédita, posee tres tomos de 2000 páginas cada uno. Es tal la cantidad de libros que nos faltan que imaginar una mínima parte de ellos nos brinda ideas muy diferentes de las que tenemos de la literatura y de la historia del pensamiento.
En ese contexto, la catástrofe de Irak es comparable con las más grandes de la historia: “Una catástrofe terrible fue el incendio de la Academia de Ciencia de Egipto, con miles de obras destruidas, incluida una edición de la gran enciclopedia que compilaron los franceses tras su ida a Egipto con las tropas de Napoleón y que intentaba ser un resumen de toda la cultura clásica antigua.”
Pero en materia de destrucción no todo es historia. Los estragos continúan, y no sólo en Irak: “En Malí, África, la biblioteca de Ahmed Baba fue atacada y hubo miles de manuscritos quemados, el resto de las bibliotecas se salvó de la furia yihadista radical porque sus bibliotecarios habían escondido los libros y habían huido clandestinamente. Algún día habrá que contar ese capítulo de apasionada defensa de la cultura.”