jueves, 10 de octubre de 2013

'Buenos días, ha ganado el Nobel'

Como cada año en estos días, los pasillos del Instituto Nobel de Oslo registran más ajetreo de lo normal

Doris Lessing Nobel de Literatura en el 2007, recibió la noticia de los propios periodistas que la esperaban al regresar a su casa. /Shaun Curry/lavanguardia.com

Los miembros del comité que otorga el premio Nobel de la Paz ultiman su decisión sobre quién lo recibirá en la presente edición porque les queda poco tiempo para decidirse. Siempre y cuando no lo hayan hecho ya: el nombre del premiado se conocerá el viernes.
Oficialmente, la deliberación final tiene lugar en su última reunión, previa al anuncio del premio. Antes de que este se produzca, sin embargo, deben intentar avisar al ganador, a fin de evitar que se entere directamente por los medios de comunicación.
“Le llamamos unos 30 o 45 minutos antes del anuncio, que suele estar programado para las 11 de la mañana”, detalla Geir Lundestad, secretario permanente del comité, que, como tal, es el encargado de efectuar esta singular llamada.
Este experimentado historiador, de voz amable y pelo cano, lleva desde 1990 realizando ese cometido. El margen de tiempo del que dispone es muy limitado, lo que hace que la mitad de las veces no logre su objetivo. Aunque lo cierto es que algunas veces ni lo intenta. “Normalmente no llamamos cuando el laureado es una persona extremadamente famosa, bien habituada a la publicidad, sobre todo si hay un serio riesgo de que se produzca una filtración”.
Tales fueron los casos de Obama, en el 2009, o de Kofi Annan, en el 2001. Sí avisó, en cambio, a Jimmy Carter (2002) y a Martti Ahtisaari (2008), así como a Mijaíl Gorbachov (1990), con quien contactó a través de la embajada soviética. En cambio, cree recordar que no localizó a Nelson Mandela, galardonado en 1993.
Antes de darse por vencido, prueba varios números. “Pero no nos preocupamos demasiado si no conseguimos localizar al laureado, a no ser que sea una persona poco conocida que debería saber la noticia antes de verse arrojada a la escena mundial”. Por el contrario, cuando el ganador es una persona suficientemente renombrada, le suelen llamar “un par de veces” y, “si no damos con el laureado, pues no damos con el laureado, cosa que ha ocurrido en muchas ocasiones”, señala.
Además de Lundestad, encargado de llamar a los Nobel de la Paz, los demás responsables conocidos de esa tarea son Peter Englund, que como secretario permanente de la Academia Sueca se ocupa de llamar al Nobel de Literatura, y Göran Hansson, que, con el mismo cargo en el Comité Nobel del Instituto Karolinska, es quien marca el número del ganador en Fisiología o Medicina.
Desde la Real Academia de las Ciencias de Suecia, en cambio, aducen que, “por medidas de seguridad”, no les es posible revelar quién llama a los premiados en Física, Química y Economía, aunque, según han afirmado varios galardonados, suelen hacerlo el presidente y el secretario de la academia.
Son días intensos, cruciales, para quienes deciden los premios. Pero también para los galardonados, pues serán los últimos que pasen más o menos en tranquilidad antes de ser embestidos por la vorágine mediática.
En este sentido, se entienden las palabras de Mario Vargas Llosa cuando, pocas horas después de recibir la llamada más esperada de su vida, decía no saber si iba a sobrevivir al premio Nobel. Recibió la noticia en su apartamento de Manhattan. Era el 7 de octubre del 2010. Se había levantado temprano para preparar su siguiente clase en la Universidad de Princeton, cuando, de repente, sonó el teléfono y al otro lado de la línea se oyó una voz en inglés con acento sueco.
“Yo creí que podía tratarse de una broma, como le sucedió en su día a Alberto Moravia. Oí algo de la Swedish Academy... ¡y se cortó! Eso me dio mala espina...”, le explicaba ese mismo día a Xavi Ayén, enviado especial de Magazine en Nueva York. Pero, a los cinco minutos, volvió a sonar el teléfono y esta vez no le cupo ninguna duda. Era Peter Englund anunciándole que acababa de ganar el galardón. Vargas Llosa llevaba demasiado tiempo esperándolo. Su nombre había aparecido durante muchos años en todas las quinielas, pero como no le elegían, empezó a desterrar la idea de su mente. “Lo había descartado desde hacía tiempo, así que cuando recibí la llamada, me llevé una gran sorpresa”.
El recién laureado dispuso sólo de 14 minutos para recuperarse del asombro, pues ese fue el tiempo que transcurrió entre la “llamada mágica” –como le llaman los propios organizadores–, privada, solitaria, recibida en el silencio de su apartamento neoyorquino, y la tumultuosa rueda de prensa en la que el propio Englund se encargó de anunciar la noticia al mundo desde Estocolmo.
A lo largo de la historia, sin embargo, muchos otros galardonados no han tenido esa suerte, y su sobresalto ha sido mucho mayor al enterarse de que habían ganado el Nobel directamente por los periodistas. Una de las reacciones mejor documentadas es la de Doris Lessing, premio de Literatura en el 2007. La escritora británica, que a sus 88 años se convirtió en la persona de más edad en recibir el premio en esta categoría, había salido a comprar y al volver encontró la entrada de su domicilio londinense sitiada por los reporteros.
“Estoy aquí para fotografiarle, ¿ha oído las noticias?”, le preguntó uno de ellos, revelándole acto seguido la tan ansiada noticia. “Oh, Christ!”, respondió Lessing, que llevaba 30 años esperando oír esas palabras. Su respuesta quedó inmortalizada, y basta con poner su nombre en el buscador de YouTube para verla otra vez.
A Reinhard Selten, galardonado en Economía en 1994, la llamada también le sorprendió en el supermercado. “Cuando volví había... un montón de gente delante de mi casa, y pensé: ‘¿Qué ha pasado?’. Quizá algo malo ha ocurrido, ha entrado un ladrón o algo así”. Un “felicidades” y un fuerte apretón de manos le devolvieron súbitamente a la inesperada realidad. Aturdido por la excitación y las prisas de los periodistas, tuvo que rogar que le dejaran entrar las bolsas de la compra y sacar del coche a su esposa, que iba en silla de ruedas. “Todo era tan frenético que no tuve tiempo para pensar en ello en absoluto, simplemente intentaba hacer frente a la situación”.
Es precisamente para evitar que el shock sea tan brutal por lo que los organizadores intentan avisar al premiado antes de que el anuncio se haga oficial. Y si no le encuentran en casa, llaman al trabajo o a algún familiar.
A Vargas Llosa, sin ir más lejos, le contactaron tras varios intentos fallidos. Englund logró finalmente dar con él a través del teléfono de su esposa, Patricia Llosa, cuyo número había conseguido gracias a la ayuda de la agente literaria Carmen Balcells.
Pero por mucho esfuerzo que pongan, a veces no es suficiente. El tiempo de que disponen es muy reducido. Esa limitación horaria, además, hace que algunos galardonados reciban la llamada a horas intempestivas, como el indio Amartya Sen, galardonado en Economía en 1998, a quien el telefonazo de los Nobel le despertó a las 5 de la mañana.
“Lo primero que pensé es que algo terriblemente trágico había pasado, que alguien había caído enfermo o algo peor. Estaba preocupado, así que fue todo un alivio saber que nada de eso había ocurrido”. Eso sí, nada más colgar el aparato, necesitó una taza de café bien cargado para acabar de despejarse y comprobar que lo que acababa de oír no había sido un sueño.
En las mismas circunstancias fue sorprendido Roy J. Glauber, Nobel de Física en el 2005, que recibió la llamada a las 5.36 horas, “en medio de la más completa oscuridad”, y que pasó el resto del día “como en el vórtice de un tornado”.
La madrugada, esta vez a las 4, también fue el marco temporal en que el Nobel de Economía William F. Sharpe recibió la noticia en 1990. El teléfono lo arrancó del sueño mientras dormía junto a su esposa en una habitación de hotel en Arizona, donde se hallaba por motivo de una conferencia. Casualmente, días atrás, le habían estado llamando a horas poco usuales desde Bélgica para pedirle que participara en un simposio, de modo que lo primero que pensó fue que se trataba de la misma persona. Cuando finalmente consiguió enterarse de lo que le estaban diciendo, se preguntó si no sería una broma, así que, nada más colgar, puso la televisión. A los cinco minutos la noticia salía en todos los titulares. “Pedimos que nos trajeran el desayuno a la habitación y lo celebramos desde el balcón, contemplando el amanecer con vistas sobre el desierto, antes de que todo se volviera loco y fuéramos invadidos por los periodistas”, recordaba años más tarde.
De madrugada o no, la sorpresa y la incredulidad suelen ser las reacciones más comunes. El italoestadounidense Louis J. Ignarro, galardonado en Medicina en 1998, por ejemplo, pidió que le repitieran lo que le acaban de decir. Hijo de padres inmigrantes e iletrados, le costó creer que lo que oía fuera verdad.
James A. Mirrlees, Nobel de Economía en 1996, fue más allá y pidió educadamente a la persona que le estaba llamando que le probara lo que estaba diciendo. También escéptico se mostró Joseph Rotblat, Nobel de la Paz en 1995, que, a pesar de recibir la llamada del propio Lundestad, “se negó a creer las buenas noticias y pensó que se trataba de un malentendido”.
Fundados en 1895 por el inventor y empresario sueco Alfred Nobel, los premios originales fueron los de Física, Química, Medicina, Literatura y Paz. Fue expreso deseo suyo que los cuatro primeros fueran elegidos en Estocolmo por instituciones suecas. El de la Paz, en cambio, lo encomendó a un comité de cinco personas que debían ser elegidas por el Parlamento de Noruega, país que por aquel entonces todavía formaba parte de Suecia.
El sexto premio, el de Economía, no es propiamente un Nobel sino que fue instaurado en 1968 por el Banco Central de Suecia en memoria del inventor sueco. Desde entonces, la Real Academia de las Ciencias de ese país se encarga de elegir al premiado.
Por lo demás, Nobel no dejó nada escrito sobre la manera en que cada año se debía comunicar la noticia a los ganadores, así que, en la práctica, el modo de proceder se ha ido adaptando a cada época.
Primero, se empezó mandando una simple carta a cada uno de los galardonados. Pero a juzgar por los testimonios recogidos pocos años después, los organizadores empezaron muy pronto a agilizar el proceso contactando a los premiados por telegrama.
Así es como Albert Einstein, por ejemplo, se enteró en 1921 de que había ganado el Nobel de Física. El telegrama le llegó cuando se encontraba a bordo del barco Kitano Maru, en ruta hacia Japón.
Probablemente de esta misma manera se enteraron varios Nobel españoles de comienzos del siglo XX, como Santiago Ramón y Cajal, que obtuvo el de Medicina en 1906, o José de Echegaray y Jacinto Benavente, que recibieron el de Literatura en 1904 y 1922, respectivamente.
Más adelante se empezó a utilizar el teléfono, una llamada que, hasta finales de los ochenta, solía igualmente ir acompañada de un telegrama. De esa época es la Madre Teresa de Calcuta, que recibió el Nobel de la Paz en 1979. Según las crónicas del momento, acababa de llegar a su residencia después de visitar un hospital cuando fue informada y pasó el resto del día como si se tratara de una jornada más.
En fechas más modernas, las posibilidades técnicas se han ido ampliando, y hoy en día “se hace todo lo que se puede para dar con el ganador antes de que el anuncio se haga público”, explican en la Real Academia de las Ciencias de Suecia. Normalmente, sus ganadores no son tan conocidos como pueden ser a veces los de la Paz o de Literatura, de modo que esta institución se esfuerza especialmente por localizarlos. Tanto es así, que el porcentaje estimado de laureados en Física, Química.
Premios y olvidos

Si hay alguien que habría merecido más que nadie recibir el Nobel de la Paz, ese es Mahatma Gandhi. Nacido en 1869 en la India británica, luchó con la única arma de la paz por la independencia de su país, convirtiéndose en el símbolo más fuerte de la no violencia del siglo XX. Pero, a pesar de haber sido nominado en numerosas ocasiones, falleció en 1948 sin recibir el galardón. Un descuido que los organizadores de los premios nunca se han perdonado.
Su omisión, de hecho, es todavía más llamativa si se tienen en cuenta otros premios que, a juicio de muchos, nunca debieron llegar, como el de Theodore Roosevelt en 1906 o el de otro beligerante político estadounidense, Henry Kissinger, secretario de Estado, que lo ganó en 1973 junto al líder vietnamita Le Duc Tho. Ambos habían ocupado sus cargos al menos durante una parte de la larga y sangrienta guerra de Vietnam. Muchas voces también han criticado el Nobel a Barack Obama en el 2009, sólo nueve meses después de llegar a la Casa Blanca y con varias guerras abiertas.
El Nobel de la Paz, sin embargo, no es el único que ha levantado polémica a lo largo de la historia. En el ámbito literario, por ejemplo, sorprende que grandes escritores como Borges, Proust, Tolstói, James Joyce o Émile Zola nunca recibieran el galardón.