En el libro Peroratas del escritor Fernando Vallejo, se incluyó un escrito sobre Gabriel García Márquez, no publicado por El Malpensante
Portada Peroratas de Fernando Vallejo/elespectador.com |
El siguiente es el mensaje que envió a este diario Andrés Hoyos, director de la revista El Malpensante:
“En el Alto Turmequé del domingo hay una imprecisión que quisiera señalar. Dicen allí que El Malpensante rechazó un ensayo que Fernando Vallejo nos propuso en 1998 por ser un ataque contra García Márquez y Cien años de soledad, lo cual es sólo parcialmente cierto. De hecho, publicamos por esos días otro ensayo de Vallejo llamado Cursillo de orientación ideológica para García Márquez, donde Fernando arremete contra el comportamiento político de su famosísimo compatriota sin la menor contemplación (ver: http://bit.ly/10bJ9XH). El que no publicamos pretendía demoler Cien años de soledad diciendo que es una novela escrita en tercera persona y otras cosas que ustedes citan en la nota. Yo era el director en esa época y recuerdo que mi respuesta a Vallejo fue: ‘uno no ataca a un elefante con un cortauñas’. Dicho esto, me parece estupendo que Alfaguara haya publicado el ensayo de marras para que sean los propios lectores quienes decidan si el elefante muere o no”.
“En el Alto Turmequé del domingo hay una imprecisión que quisiera señalar. Dicen allí que El Malpensante rechazó un ensayo que Fernando Vallejo nos propuso en 1998 por ser un ataque contra García Márquez y Cien años de soledad, lo cual es sólo parcialmente cierto. De hecho, publicamos por esos días otro ensayo de Vallejo llamado Cursillo de orientación ideológica para García Márquez, donde Fernando arremete contra el comportamiento político de su famosísimo compatriota sin la menor contemplación (ver: http://bit.ly/10bJ9XH). El que no publicamos pretendía demoler Cien años de soledad diciendo que es una novela escrita en tercera persona y otras cosas que ustedes citan en la nota. Yo era el director en esa época y recuerdo que mi respuesta a Vallejo fue: ‘uno no ataca a un elefante con un cortauñas’. Dicho esto, me parece estupendo que Alfaguara haya publicado el ensayo de marras para que sean los propios lectores quienes decidan si el elefante muere o no”.
El siguiente es el texto completo del ensayo “Un siglo de
soledad”, rescatado por Alfaguara para el libro ‘Peroratas’, ya en
librerías, y cuya publicación exclusiva en El Espectador fue autorizada
desde México por el escritor Fernando Vallejo con este mensaje: “¡Cómo
voy a atacar yo a un elefante! Ni con un cortauñas ni con nada. Yo no
soy como el Borbón bribón que tienen los españoles, que hace poco mató a
uno de esos hermosos animales con un rifle y salió como un héroe en
primera plana en El País de España. Yo amo a los animales. En prueba los
cien mil dólares del premio Rómulo Gallegos, que los di para los perros
abandonados de Venezuela; y los ciento cincuenta mil del premio de la
FIL, que los di para los de México. Muchos años después del incidente de
El Malpensante, recuerdo la remota mañana en que el coronel Andrés
Hoyos me rechazó el artículo sobre nuestro genio máximo escrito para
nuestra revista máxima. Bogotá era entonces una aldea de cien mil
habitantes que vivían de huevos prehistóricos”.
UN SIGLO DE SOLEDAD
«Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó
a conocer el hielo».
En uso del derecho a malpensar que me
confiere esta revista, voy a hacerte unas preguntas, Gabito, muchos
años después, sobre tu libro genial que así empieza. ¿Muchos años
después de qué, Gabito? ¿De la creación del mundo? Si es así, yo diría
que tendrías que haberlo dicho, o algún malpensado podrá decir que se te
quedó tu frase en veremos, como una telaraña colgada del aire. Pero si
no es después de la creación del mundo sino «después de aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo», entonces algo ahí
sobra. O te sobra, Gabito, el «remota» pues ya está en «muchos años
después», o te sobra el «muchos años después» pues ya está en el
«remota».
Pero no te preocupés por la sintaxis, Gabito, que con
las computadoras y el Internet ¿hoy a quién le importa? Al que te venga a
criticar con el cuento de la sintaxis, decile que ésas son ganas de
malpensar, de joder, y mandalo al carajo, que vos estás por encima de
eso. Soltales un «carajo» de esos sonoros, tuyos, como los de tu coronel
Buendía.
Y en efecto, la originalidad de tu frase inicial, así a
algún corto de oído le suene sintácticamente coja, es soberbia, y no
está en la sintaxis sino en la escena luminosa que describes. Un viejo
que lleva a un niño a conocer el hielo, ¿no es una originalidad genial?
¿Cómo se te ocurrió, Gabito? ¿Cómo se dio el milagro? ¿De veras fue como
lo has contado en repetidas ocasiones a la prensa, una tarde calurosa
en que ibas camino de Acapulco con Mercedes? ¿En qué ibas pensando
camino de Acapulco con Mercedes esa tarde calurosa? Aunque yo soy un
pobre autor de primera persona que a las doce del día no recuerdo qué
desayuné, y no un narrador omnisciente como vos que todo lo sabés, oís y
ves, y que leés los pensamientos y nos podés contar lo que recordó el
coronel Buendía muchos años después, apuesto a que sé en qué ibas
pensando esa tarde calurosa camino de Acapulco con Mercedes. Ibas
pensando en Rubén Darío, en su autobiografía, en la que el poeta
nicaragüense, muerto en 1916, cuenta que su tío abuelo político, el
coronel Félix Ramírez, esposo de su tía abuela doña Bernarda Sarmiento,
lo lleva a conocer el hielo: «Por él aprendí pocos años más tarde a
andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las
manzanas de California y el champaña de Francia». ¡Te plagió, Gabito, te
plagió ese cabrón nicaragüense! ¡Y con semejante frase tan fea! Y no
sólo te robó el hielo y el grado de coronel, sino hasta la expresión
genial tuya de «muchos años después», pues el «pocos años más tarde» de
ese sinvergüenza ¿no viene a ser lo mismo, aunque al revés? Y después
dicen que los colombianos somos ladrones. ¡Ladrones los nicaragüenses!
Cuando te acusen de plagio me llamás a mí, Gabito, yo te defiendo. A
cambio vos me vas a enseñar a ser autor omnisciente y a leer los
pensamientos. Como ves, ya empecé a aprender, vos me diste el ejemplo,
ya sé en qué ibas pensando camino de Acapulco con Mercedes esa tarde
calurosa en que se te ocurrió lo del hielo: en ese nicaragüense ladrón.
Pero explicame ahora la segunda frase de tu libro genial: «Macondo era
entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la
orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de
piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos». ¿Huevos
prehistóricos? ¡Prehistóricos serán los tuyos, güevón! No hay huevos
«prehistóricos». Los huevos son del Triásico y del Jurásico, o sea de
hace doscientos millones de años, cuando los pusieron los dinosaurios, y
nada tienen que ver con la prehistoria, que es de hace diez mil o
veinte mil. Los bisontes de las cuevas de Altamira y de Lascaux sí son
prehistóricos. Sólo que los bisontes no ponen huevos. ¿O en el realismo
mágico sí? En esto de los huevos prehistóricos sí metiste las patas,
Gabito. ¡Por no consultarme a mí! ¿Qué te costaba, si yo también vivo en
México, llamarme por teléfono desde Acapulco? Yo tengo en México dos o
tres libros de paleontología con unos huevos de dinosaurio fosilizados,
magníficos, muy útiles para tu creación del mundo y de tu Macondo.
Pero
aclarame aunque sea otra frase, la tercera, Gabito: «El mundo era tan
reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había
que señalarlas con el dedo». Si vos estás escribiendo en español –una de
las contadas «lenguas de civilización» de que habla Toynbee, y que ha
producido la máxima obra literaria, el Quijote, después de la cual sigue
la tuya, si no es que es al revés–, ¿no se te hace que se te fue un
poquito la mano con eso de que muchas cosas carecían de nombre y que
para mencionarlas había que señalarlas con el dedo? ¿No hay ahí una
inadecuación entre la lengua tuya, la del narrador (así sean tan
genialmente pobres su léxico y su sintaxis), y el mundo que describes?
Para mí que te hubiera quedado mejor tu libro en protobantú o en una
lengua de la Amazonia. Pero claro, en protobantú nadie se llama
Aureliano Buendía con nombre y apellido, ni mucho menos tiene grado de
coronel. Gabito: ¿No se te hace raro que en Macondo muchas cosas no
tengan nombre pero las personas sí? Y para colmo con grado militar. En
un mundo tan primitivo, Gabito, tan recién bañado por el primer aguacero
cual es el caso de Macondo, ¿de dónde salió la jerarquía militar? Pues
donde hay un coronel hay generales y mayores y cabos. Pero esto no es un
reproche, Gabito, yo a vos te tengo buena voluntad. Nada más te lo
recuerdo por si algún cabrón malpensado algún día te lo saca a relucir,
estés preparado y sepás qué responder. Respondele: «Animal, ¿no ves que
estamos ante el realismo mágico? Por eso es mágico. Si las cosas tienen
explicación, ¿dónde está la magia? ¿Qué chiste hay pues?».
De
todas formas, Gabito, si cuando escribías tu creación del Universo me
hubieras consultado sobre este asunto de los nombres de los personajes,
yo te habría aconsejado que para evitar malpensamientos de cabrones los
señalaras con el dedo. Además eso de llamar a los personajes cada vez
que se mencionan con nombre y apellido en realidad no es manía tuya, es
de Rulfo y de Mejía Vallejo: Pedro Páramo, Pedro Canales, Anacleto
Morones, Fulgor Sedano, Susana San Juan... Vos que sos tan imaginativo y
genial ¡qué vas a copiar a ese par de güevones!
Ahora bien, si no
querés señalar a tus personajes con el dedo, pues mencionalos siempre
con nombre y dos apellidos para que te distingás de ellos. Por ejemplo:
Mauricio Babilonia Asiria, Pietro Crespi Rossini, Pilar Ternera Mesa.
Con este cambio tu comienzo te quedaría así: «Muchos años después,
frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía Iguarán
habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo». Mejora mucho en originalidad. Incluso el «Iguarán» lo
podés cambiar por «Iguana»: el coronel Aureliano Buendía Iguana. Suena
más paleontológico, más a huevo prehistórico.
Llegados a este
punto, Gabito, te quiero preguntar una última cosa, pero si no me la
querés contestar no me la contestés: ¿De veras plagiaste a Balzac? ¿O
eran elucubraciones sin fundamento de ese guatemalteco envidioso de
Miguel Ángel Asturias? ¿Te acordás con la que salió ese güevón? Que
dizque vos sacaste a tu coronel Aureliano Buendía del Baltazar Claës de
La búsqueda del absoluto de Balzac, quien arruina a su mujer tratando de
fabricar oro pero en vez de oro sólo fabrica un diamante. ¡Cómo lo ibas
a plagiar si tu coronel Aureliano Buendía no fabrica diamantes sino
pescaditos de oro! El tono, claro, de las dos novelas, la tuya y la
suya, se parece mucho. Ustedes dos escriben como comadres chismosas, en
prosa cocinera. Pero eso está bien para el tema de ambos. Además, ¿quién
te puede probar Gabito que le robaste a Balzac el tono? Robarle un
autor a otro el tono es como robarle un hombre a otro el alma. Y si a
ésas vamos, también a vos te lo robó Salvador Allende. Ah no, fue su
sobrina, ¿cómo es que se llama?
En fin, Gabito, para terminar
porque ando corrigiendo unas pruebas y muy apurado, una última
inquietud, ahora sobre el título de tu libro genial. ¿Por qué le pusiste
«Cien años de soledad» en vez de «Un siglo de ausencia» como el bolero?
Yo hubiera preferido «un siglo» ya que estás hablando en números
redondos y que tuviste el acierto de que no fueran ciento uno o noventa y
nueve, lo cual es otra genialidad. ¿Cómo se te ocurrió? Claro que
«años» me suena mal. «Año» me suena a «caño», «coño». Yo sería incapaz
de poner la palabra «año» en el título de un libro mío. La eñe es fea
letra, hay que desterrarla del idioma. En cuanto a la soledad, mejor
cambiásela por «ausencia», pues en español «Soledad» también es nombre
propio, y así algún malpensado puede pensar que tus «Cien años de
Soledad» son los cien años que doña Soledad lleva sola: doña Soledad
Acosta viuda de Samper, doña Sola, doña Solita, ¡ay!
Gabito: No te
preocupés que vos estás por encima de toda crítica y honradez. Vos que
todo lo sabés y lo ves y lo olés no sos cualquier hijo de vecino: sos un
narrador omnisciente como el Todopoderoso, un verraco. Y tan original
que cuanto hagás con materiales ajenos te resulta propio. Vos sos como
Martinete, un locutor de radio manguiancho de mi niñez, que con
ladrillos robados a la Curia se construyó en Medellín un edificio de
quince pisos propio. E hizo bien. Las cosas no son del dueño sino del
que las necesita. Además vos también estás por encima del concepto de
propiedad. Por eso te encanta Cuba y no lo ocultás. El realismo mágico
es mágico. ¡Qué mágica fórmula!