El castellano entre la juventud de las grandes ciudades y de otras no tan grandes se ha convertido en Colombia en la repetición machacona de dos palabras
Orgía de palabras./eltiempo.com |
¿Día del qué? ¿Del idioma? ¿O día del occiso? Porque al paso que
vamos el idioma marcha a un cementerio. También hay cementerios de
idiomas. Sí, los idiomas evolucionan, aceptan neologismos; lo sé muy
bien, pues fue eso lo que estudié. Pero reducir el idioma, la
conversación diaria a tres o cuatro palabras, especialmente si son
insultos, se constituye en lento “idiomicidio”.
Hice mi doctorado en Literatura en la Universidad Complutense de
Madrid, la grande de España, y sacaba pecho entre los estudiantes
españoles e hispanoamericanos cuando los catedráticos decían, y lo
dijeron muchas veces, que el mejor castellano del mundo se habla en
Colombia. Y era verdad. Pero ahora habría que repetir el verso de
Eduardo Carranza: “Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza fue
verdad”.
El castellano entre la juventud de las grandes ciudades y de otras no
tan grandes se ha convertido en Colombia en la repetición machacona de
dos palabras: ‘marica’ y ‘güevón’, vomitadas por lo menos 15 veces por
minuto. Algo así: “Marica, en el colegio el güevón del profe pone muchas
tareas, marica, como si no tuviéramos que hacer más cosas, güevón; el
cucho marica ese no sabe que tenemos que oír música, güevón, y que hay
que ir a cine con la pelada, marica. ¿Sí o no, güevón?”. Y eso cuando no
se añaden bellezas del idioma como la palabra gonorrea. “¿Sí o no,
gonorrea, que el cucho marica cree que no tenemos que hacer en la vida
otra cosa que estudiar, güevón?”.
Y así hablan ya niños de primaria, por supuesto los adolescentes y
universitarios y muchos adultos jóvenes y… qué tristeza, el otro día oí
una conversación de tres profesores de universidad, cuarentones ellos, y
hablaban exactamente igual. De su sapiente y doctoral boca salían
disparados ‘maricas’ y ‘güevones’ a increíble velocidad.
Entonces vienen como anillo al dedo las anécdotas de dos rectores de
colegio, civil el uno, madre superiora la otra. El primero entró al
salón y comenzó a tomar lista así: marica 1, marica 2, marica 3, marica 4
y así sucesivamente, hasta marica 30, porque en el salón eran 30 los
(maricas) alumnos. Uno de los alumnos, indignado, exigió respeto al
‘profe’, quien le contestó: “No, joven, no soy yo el que los llamo así;
son ustedes que en vez del nombre se dicen continuamente los unos a los
otros ‘marica venga’, ‘marica vaya’, ‘marica présteme el celular’ ”. Y
la religiosa, que al grupo de alumnas les preguntó por qué sus padres
tenían tan poca creatividad e imaginación y les habían puesto a todas el
mismo nombre. “¿Cuál?”, dijo una alumna, indignada. “Marica –les
respondió la inteligente religiosa–. Yo oigo que todas ustedes se llaman
constantemente ‘marica’. Marica López, Marica Pérez, Marica Rodríguez,
etc.”. De esta manera, no sé ya si es el día del idioma, del idiota o
del hedioma; porque esa manera de hablar huele feo.
Me muero de la pena, como dicen las señoras, pero los periodistas
radiales maltratan de manera horrible el idioma y como este es un país
que vive pegado del aparato, sobre todo en ciertos ambientes sociales,
los profesionales de la información hacen mucho daño al idioma porque la
gente los imita. Ya sé que algunos de estos periodistas, muchos de los
cuales son amigos míos, se van a malquistar o enfurecer, depende del
término que quieran utilizar. Llevo muchos años recopilando con nombre
propio, hora y programa, los errores que cometen. Allí caen los grandes y
famosos hombres de la radio también. Pero, ¿cómo lograremos que se
corrijan cuando ‘espetan’ el horrible ‘que galicado’, si muchísimos no
saben siquiera qué es el ‘que galicado’. Hagan los lectores el ensayo
con algún periodista conocido y dispárenle a quemarropa la pregunta. Se
acabó el espacio. Volveré sobre el tema, porque da para largo.