Thomas Piketty no había cumplido 27 años cuando se publicó la primera edición de La economía de las desigualdades, un breve tratado sobre las leyes económicas que explican la desigualdad
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Piketty. Es un economista francés especialista en desigualdad económica y distribución de la renta./revista Ñ. |
Desde que El capital en el siglo XXI lo convirtió en una estrella de la economía mundial, el francés Thomas Piketty no ha vuelto a hablar de sus padres.
Tal vez porque recordarlos hoy sería regalar a los conservadores de
EE.UU. la excusa perfecta para hacerlo salir de una vez por todas del
grupo de lecturas posibles. Papá y mamá Piketty militaron en el partido
trotskista Lucha Obrera, soñaron con el Mayo Francés del 68 y terminaron
abandonando París para criar a sus hijos entre cabras y montañas. ¿Hace
falta algo más para despertar una sonrisa escéptica en la ortodoxia académica estadounidense?
Esa
experiencia familiar de ilusión, desconcierto y frustración (el viaje
al campo terminó mal, con un esfuerzo gigantesco de los padres para
reintegrarse al mundo de las empresas) puede ayudar a entender las dos
obsesiones de Piketty desde que a fuerza de estudio se hizo admitir en
la elitista Ecole Normale Supérieure, en París: solucionar el problema de la desigualdad entre los hombres y hacerlo sin salirse del sistema. El sueño de los padres con otro enfoque para la ejecución.
Piketty no había cumplido 27 años cuando se publicó la primera edición de La economía de las desigualdades (Siglo XXI, 2015).
El libro es un breve tratado sobre las leyes económicas que fundamentan
las posiciones enfrentadas de los partidos de izquierda y derecha para
achicar la desigualdad. Además de tema, el libro comparte con El capital en el siglo XXI el intento de no enojar a los conservadores manteniendo la discusión en el campo metodológico y dejando fuera los valores.
“Este conflicto izquierda/derecha” –advierte Piketty desde la
introducción– “muestra que los desacuerdos sobre la forma concreta y la
oportunidad de una política pública de redistribución no se deben
necesariamente a principios contradictorios de justicia social, sino
antes bien a análisis contradictorios acerca de los mecanismos
económicos y sociales que producen las desigualdades”.
La idea que atraviesa el libro es distinguir los mecanismos económicos de “redistribución eficaz” de los de “redistribución pura”.
Los primeros son los que usan los impuestos para incentivar
determinadas conductas; para poner freno al crecimiento desmesurado de
las fortunas; y para financiar las transferencias desde el Estado a los
menos favorecidos por el sistema. Los segundos, que Piketty presenta
como cercanos a la izquierda, son los que llevarían a cabo los gobiernos incapaces de digerir el egoísmo intrínseco en la visión capitalista del mundo: si el sueldo bajo es lo que provoca las diferencias de ingresos, ¿por qué no terminar con el problema subiendo los sueldos?
Si bien Piketty admite matices y combinaciones de los dos mecanismos, se reserva la mayor parte de sus críticas para los efectos perversos de la redistribución pura (la habitual en posiciones de izquierda). En el ejemplo anterior, explica que un sueldo mínimo establecido por ley puede terminar provocando desempleo si
el capitalista lo considera demasiado alto y sustituye a su personal
por maquinaria. Si en vez de aplicar la lógica de la redistribución
pura, escribe Piketty, el Estado hubiera gravado los beneficios de la
empresa, los impuestos recaudados podrían haber financiado la salud,
educación y transferencias monetarias que merecen los trabajadores mal
pagados sin desincentivar su contratación.
Pero la solución impositiva tampoco parece sencilla en esta época en que los capitales vuelan con
libertad para posarse sólo en los países de menores impuestos. Piketty
propone la creación de una unión fiscal entre gobiernos que no compitan
unos con otros por cobrarle poco a las empresas. Igual que en El capital en el siglo XXI
, donde sugiere frenar la desigualdad creciente con un impuesto global
al capital (en cualquiera de sus formas), Piketty no menciona en La economía de las desigualdades
la presión de los poderosos que se opondrían a uniones fiscales o a
simples subas en los impuestos. Muchos ven esta falta de realismo
político como el punto débil de sus teorías. En su visita de enero a
Buenos Aires, Piketty esbozó otra explicación: “Sólo soy un economista”.