En Buenos Aires había aparecido una selección de los diarios en la revista Las Ranas (2009), traducida por Américo Cristófalo y Esteban Bértola. Iba acompañada por numerosas fotografías en blanco y negro. Diarios de Jack Kerouac (1947-1954). Un mundo llevado por el viento
(Editores Argentinos, traducción de Martín Abadía) es la flamante
edición completa en castellano de ese material. En la tapa muestra una
foto que el propio Douglas Brinkley (historiador que ordenó el volumen)
describe en detalle, diciendo que representa al "Kerouac icónico, es
como si le ofreciera a Ginsberg su mejor pose de Jack London para
consideración de la posteridad".
Además de usar gran parte de su
vida como materia de su obra, el mismo Kerouac fue consciente de su
condición de ícono mucho antes de que la aparición de En el camino (1957) se lo llevara por delante en una marea de éxito también icónico, que nunca se detuvo (como en El cazador oculto de Salinger, o El extranjero de Albert Camus). Tan temprano como en 1947, mientras se encontraba "en el Sur", apunta con fastidio:
Pues
¿qué soy yo? Un "personaje" (en el sentido americano). Me llaman
Kerouac, omitiendo el nombre de pila, como si fuera una especie de
figura en este mundo, inferior a un "tipo", a un "poder". Hacen eso y
sonríen pensando en mí, incluso cuando me paso largos inviernos en
soledad y lucho por ser disciplinado, discreto, digno.
Hoy los Diarios
operan realmente como un libro o, mejor, dos libros. Uno va desplegando
la escritura y el mundo cotidiano, familiar y social de Kerouac
mientras escribía El pueblo y la ciudad, una visión de Lowell, su lugar de infancia y juventud. El otro tiene que ver con En el camino,
el impacto monumental que torció incluso la publicación de su obra, ya
que los editores buscaban todo lo que tuviera que ver de cerca o de
lejos con él, postergando algunas de sus obras inéditas. Son dos libros
porque son bien distintos, en tono y estructura. El primero es
cronológico, tiene material íntimo no sólo en el sentido convencional
(mujeres, borracheras, odios y polémicas) sino también porque su
"figura" aún no es pública. El 9 de septiembre de 1948 dice por fin
claramente: "El libro está terminado", y el diario sobre él termina.
El segundo, sobre En el camino,
está armado con una cronología mezclada y un extenso cuaderno distinto,
"Lluvia y ríos", que para quien haya leído la novela repetirá buena
parte de su tono y contenido. En el primero, en cambio, el lector asiste
al ritmo parejo que caracteriza la vida de Kerouac mientras se
encarniza en terminar su primera novela, de más de mil páginas: trabajo,
trabajo y trabajo de lunes a viernes, en Ozone Park (una zona de
Queens), y viaje a la cercana Manhattan en el week-end, para fiestas, conversaciones interminables, bebida, droga, espectáculos o cine. El ciclo se repite una y otra vez.
En
la segunda parte hay un desplazamiento importante a Denver, donde
Kerouac pasa un período solitario esperando a su familia. Él mismo
reconoció el cambio de tono. En agosto de 1949 escribe, con el toque
culposo de un auténtico católico:
Me doy cuenta de que me he
tornado perezoso en el corazón. No es que no quiera garabatear y
arreglármelas como en el pasado, sino simplemente que ya no quiero
pensar las cosas hasta el fondo, se acabó el pescador de lo profundo.
En
ambos casos hay parrafadas directamente religiosas, sobre Jesús y Dios,
que suenan como auténticas monsergas. El peso de la culpa era denso: le
había dolido mucho la muerte del padre (que le hizo jurar que cuidaría a
la madre hasta el fin) y de un hermano mayor sobre quien escribiría Visiones de Gerard, y que en los diarios aparece en un breve pasaje como fantasma nocturno.
Prosa espontánea, literatura, Europa
La principal leyenda que demuelen ediciones como la de los Diarios o la de las Cartas con Ginsberg (Anagrama) es el supuesto puro flujo espontáneo con que Kerouac habría escrito En el camino (traducido por Anagrama como En la carretera)
en tres semanas, representado a la perfección por el "rollo"
ininterrumpido de papel que sería el único original "fiel", con los
nombres propios reales. En los diarios, la escritura de En el camino
tiene numerosas instancias previas y se va construyendo de a poco, con
varios cambios de dirección. Ya en la primera página distingue (como
suele hacerlo) la distancia entre el impulso y la concreción:
Los
dos últimos años estuve trabajando bajo un ánimo preliminar, el ánimo de
empezar algo y no concretarlo. Completar algo es un horror, un insulto a
la vida, pero el trabajo de vivir ha de consumarse, y el arte es
trabajo. ¡¡Y qué trabajo!!
Desconfiaba en general de los críticos,
la universidad, los liberales norteamericanos y Europa. Eso no le
impedía tomar como uno de sus principales modelos a Céline, o considerar
que estaba en la huella de Balzac, o sobre todo, en la de Proust. En
verdad es mucho más cercano a otro gran norteamericano, Thomas Wolfe,
que tenía una apetencia semejante en cuanto a representar la totalidad
de América, algo que Kerouac reconoce sobradamente. De Europa decía:
La
sensibilidad y la violencia de los franceses, los austríacos y otros
como ellos es apenas el resultado de una combinación hórrida en sus
corazones y de mucha charlatanería además. A un europeo, por lo general,
lo moviliza un orgullo desfasado.
Desconfía también de Joyce:
"Creo en una literatura sana opuesta al desvarío psicótico de Joyce.
Joyce tan sólo renunció a tratar con los seres humanos". Y ya que está,
agrega: "Es la imbecilidad del despectivo".
El lunes 5 de enero de
1948 escribe un fragmento maravilloso, inesperado, sobre las "cositas
alegres" en forma de polilla, corpóreas, que lo rodean, único tanto en
el tono como en el tema. "Si yo fuera un poeta irlandés, un bardo
céltico, me concentraría exclusivamente en estas alegres hadas' de mi
corazón". Pero es un escritor norteamericano (con mucho de
franco-canadiense) y sigue con lo suyo. En octubre de 1949 dice:
"Quiero, como en 1947, escapar de la narrativa europea para alcanzar los
Capítulos Anímicos de una dispersión' poética norteamericana". Y ya en
1950, refina:
Un arte que expresa la mente de la mente, y no la
mente de la vida (la idea de la vida mortal sobre la tierra), es un arte
muerto. [?] Un arte muere cuando se describe a sí mismo en vez de a la
vida, cuando pasa de la expresión de lo que siente el hombre frente al
vacío, a una mera descripción del vacío. Al pasar del drama a las líneas
abstractas, un arte expira.
Lo abruma la posibilidad de perder el
tiempo, de divagar. "Desde ahora -dice- menos notas sobre la cuestión
de escribir y sobre mí mismo, y escribir más." También la soledad: el
último día de 1947 va a una fiesta, "pero qué triste me sentí a
medianoche, sin una chica, solo en una habitación tocando Auld Lang
Syne' en el piano con un dedo". En la mitad de ese año, junio, apunta
irónico: "Cuántos tipos conocí que iban a escribir'. Todos se volvieron
políticos.. un buen truco, una buena manera de abrirse paso en este
mundo ¡Creativa, además!". Un poco después, en julio, lo vuelve a
apretar la depresión: "Éstos deben ser los peores días de mi vida, no
sé. Me siento viejo y acabado? sólo trabajo y me siento más solo que
nunca". Y cierra: "Además, últimamente, me siento como un periodista:
sin cerebro".
De todos modos tenía pasta de buen periodista
cultural (lo aprovechó a fondo en su momento de gran fama, escribiendo
para numerosas revistas masivas). Detectó por ejemplo el "sonido" de
cada escritor. Los personajes de Dostoievski (o Dosti, como lo llamaba)
solían decir "¿H'm?", el de él mismo en El pueblo y la ciudad era
"¿Hah?". Quizá el de Balzac fuera "¡Arre! ¡Arre!", el de Melville, un
silbido; en Twain, la palabra "satisfecho" y en Céline, "¡Uah! ¡Uah!", u
"¡Oink! ¡Oink!".
Los otros
La contradicción
permanente, el movimiento a veces simultáneo de atracción/rechazo
aparece también con sus compañeros más cercanos. Además de amigos como
Lucien Carr (quien había matado hacía un tiempo a David Kammerer, lo que
puso en aprietos legales a Kerouac) o John Holmes, veía a menudo a
Allen Ginsberg o a William Burroughs, dos pesos pesados. Pero a veces le
costaba:
Acabé envuelto en una discusión sin sentido con
Burroughs y Ginsberg, sobre psicoanálisis y "horror", y me perdí el
partido de fútbol. Ellos todavía siguen embalados con las mismas
cuestiones de hace un año, o dos. A todos nos gusta cocernos en el mismo
caldo año tras año, incluso a mí.
Más adelante se centra en
Ginsberg: "él intenta hacerse el avispado (léase, sarcástico) [?], hasta
que lo acapara la tristeza y habla sin argucias intelectuales". Esa
diferencia es radical. Ya en 1948 se pregunta cómo puede ayudar a un
hombre que nunca se detiene y nunca quiere descansar, y siempre lo acusa
"de estúpido porque a mí me gusta descansar de vez en cuando y porque
me siento bien conmigo mismo ocasionalmente, y porque creo en el
trabajo, y me gustan las cosas y la gente de vez en cuando".
En
cuanto a Burroughs, era el mayor de ellos, el más extraño, una especie
de "tío raro", y lo veían con mayor respeto incluso por sus experiencias
extremas (como haber matado a su pareja de un tiro, jugando a ser
Guillermo Tell). De todos modos, reconoce que se siente más cómodo con
John Holmes: "No me siento conscientemente involucrado con él como con
Burroughs, digamos, (a quien le temo), y le temo a Burroughs porque él
me teme a mí".
Cuando murió Kerouac, otro "beat", el poeta
Gregory Corso, le escribió un largo homenaje: "Sentimientos elegíacos
americanos". Sin embargo, en una visita a su casa a principios de los
años sesenta, desesperado por dinero, le había robado un diario
fundamental de En el camino, que vendió luego a la House of Books
de Nueva York y ésta, a su vez, a la Universidad de Austin, Texas.
Aunque no integra la edición en tapa dura de los diarios, sí fue
incluida por Douglas Brinkley en la edición en rústica, y agregado aquí.
Por suerte, porque incluye material de primer nivel.
Ellas
Sin
discusión La Mujer en la vida de Kerouac fue la madre, que lo acompañó
hasta el final y con quien hablaba a menudo. Ahora que lo freudiano dejó
de estar de moda, tampoco es fácil no reconocer que eso le complicaba
bastante las cosas. Los diarios incluyen bastante material sobre
mujeres, desde relaciones complejas (como el triángulo con Neal Cassady y
Louanne, o luego con Carolyn Cassady e hijos) hasta pasiones (e
idealizaciones salvajes) sucesivas. A veces con momentos violentos, como
cuando Neal muele a golpes a Louanne, ante él y Lucienne Carr, y
comenta: "Estoy desilusionado, pero interesado en este salvajismo de
Neal".
Muchas chocaban contra el muro de la falta de trabajo:
"Quizás le dije demasiado sobre mí -reconoce en un caso- y la dejé
atónita con todas mis contradicciones que, según ella, nunca me pondrían
a trabajar. Ah no sé". Unos meses después sigue concentrado en el tema
con una bella muchacha de 16 años (pega la foto). "A su edad, el
matrimonio [que él busca] sólo significa encarcelamiento". Hay muchas
ideas pero también límites, o simple desorientación: el martes 10 de
agosto de 1948 afirma que está "a punto de amar a alguien muchísimo de
veras, en serio, esta vez será un amor de verdad', pero no sé a quién".
Los chirridos
También
abundan los momentos de choque con los chismes, rumores o simple mala
onda de los demás. O en los que siente una violencia interior
desmesurada e inexplicable. Recomienda mantener la calma: "Quiero un
montón de cosas, no esto ciertamente". También duda del propio diario:
"Me pregunto si debería continuar [?]; hay demasiado que contar, y
quizás la mayor parte de eso sea insignificante. ¿A quién se lo estoy
contando?".
Mientras transcurre el diario, El pueblo y la ciudad va
ascendiendo trabajosamente hacia la edición. Cuando llega, Kerouac le
agradece emocionadamente a Dios. Ya experimenta el descontrol de lo que
él cree la fama, y cree haber alcanzado la fortuna. Pero en abril de
1950 anota: "EL LIBRO NO VENDE MUCHO. No nací para ser rico".
El alcohol fue su destructor final. Era muy consciente de eso. En marzo de 1948 decía:
Decidí
dejar de emborracharme, al menos de la manera en que lo hago
habitualmente. Es curioso no haberlo pensado antes: empecé a beber a los
dieciocho, y ahora, que llevo ocho años bebiendo ocasionalmente,
comienzo a no poder soportarlo ni física ni mentalmente. Fue a la edad
de dieciocho, por otra parte, cuando la melancolía y la indecisión
llegaron a mí, no es casualidad el vínculo.
Igualmente lúcido era
para percibir la novedad de su estilo: "Rumiar atónito. Pensar atónito".
Era algo que iba más allá de lo literario, el giro crucial de las
costumbres: "No hay sociedades secretas para el hípster, sólo la noche
secreta del bebop. Pero es el espectáculo de la ruptura formal de una
generación con la idea sobre la gente que tenía la generación anterior".
Nunca
abandonó el combate. En abril de 1949 creía que viviría una década más
de lo que vivió: "¿Qué clase de novela estaré escribiendo a los 57?
(¿edad en la que Dosti escribió Karamazov?)". De los últimos tres libros
publicados en vida, Satori en París es el más endeble; Big Sur, el más desesperado, y el último, La vanidad de los Duluoz
, uno de los mejores que escribió en su vida. Allí detalla su período
de futbolista universitario, de marino en la guerra y luego en la Marina
Mercante, de "reventado" drogadicto poco después de la guerra, o el
crimen cometido por Lucien Carr por el que tuvo que casarse para poder
pagar la fianza. Abarca el período 1936-1946, y empalma a la perfección
con los diarios, exponiendo de dónde viene todo. Además, como suele
suceder con este tipo de escritores imparables, aún queda mucho por leer
y descubrir...