El novelista triestino y el cineasta que llevó de manera magistral a la pantalla grande El tambor de hojalata
recuerdan al controvertido Nobel alemán, que murió hace cuatro días,
con el cariño y la admiración que supieron despertar su talento y su
personalidad arrolladora
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Günter Grass,autor alemán de El tambor de hojalata./adncultura.com |
Me lo encontré por última vez hace años, en Oviedo,
para una charla conjunta organizada por el Premio Príncipe de Asturias.
Grass era el de siempre: vital, cordial y agresivo, desbordante, capaz
de una amistad sanguínea, y gran compañero de hotel. Recuerdo haberle
comentado la fuerte impresión que me había dejado El tambor de hojalata,
que había leído no bien salió, durante el período de un año que pasé
estudiando en Friburgo, Alemania. Lo había leído como se bebe un vino
fuerte y burbujeante. Me había llegado por infinidad de razones, por la
abrumadora inventiva lingüística que transforma una novela experimental,
rigurosamente acabada por su perfección estilística y estructural, en
una epopeya de carne, de sangre, de humor crudo y salvaje.
El
tambor de hojalata es uno de esos libros que Raffaele La Capria llama
"obras maestras fallidas", no porque no sean logradas sino por el
contrario, porque asumen sobre sí mismas, en su propia estructura, el
desorden del mundo y de la Historia, la imposibilidad de ordenarlos, el
remolino furioso en el que hay que sumergirse en busca de la verdad y de
la racionalidad laceradas.
Después de aquella obra maestra
saldrían tantos otros libros de Grass -novelas, ensayos, textos
teatrales, no todos de primera línea, pero todos potentes y sabrosos-
que a veces caían incluso en el mal gusto. Pero contra el
intelectualismo protestatario de tantos autores inocua y ruidosamente
rebeldes, Grass celebró la responsabilidad de un compromiso político
medido y racional, el valor de los pequeños pasos concretos y
progresivos (el paso del caracol, que a él tanto le gustaba) frente al
extremismo infantil.
De su muerto en el placar, su militancia
juvenil -más bien de adolescente- voluntaria en la SS, Grass se
desembarazó con oportunidad bien estudiada, confesándolo lo
suficientemente tarde para que no frustrase su carrera triunfal, pero
cuando aún se encontraba en plena actividad, y tal vez para evitar que
de descubrirse tras su muerte, el hecho ensombreciera toda su obra,
mientras que ahora, el pecado ya ha sido confesado y exorcizado.
El
tambor de hojalata, con su crudeza, su piedad, su grotesco, su mezcla
de deforme y oscura grandeza alemana y de distante ternura casubia (esa
reducida etnia eslava que tanto amaba), será para siempre un pilar de la
literatura del siglo XX, y señala un camino que tal vez habría que
retomar y volver a recorrer. C Corriere della Sera
La suya era una voz a la que se le prestaba atención
Volker Schlöndorff
¿Por
qué duele tanto la noticia de la muerte de Günter Grass? Lo lloran
millones de "lectores silenciosos" que le fueron fieles durante más de
medio siglo. En lo personal, puedo decir que su muerte me duele, sobre
todo, por el enorme corazón que ciertamente tenía, y que yo también creo
tener. Y también por aquellas cosas por las que solíamos enfrentarnos,
cosas de las que uno no hablaría con nadie, salvo con un amigo como él.
Su gran corazón. aquel corazón hablaba en sus textos: sus numerosos
hijos, sus nietos, sus mujeres, sus amigos lo conocían, tanto en el amor
como en la rabia. Ese corazón le confería un algo de omnipotencia,
incluso a sus propios ojos.
Para la esfera pública, él tenía una
importancia distinta. Ahí, él era sobre todo "distinto". Distinto de
como uno se imagina a un escritor, de como uno se imagina a un alemán. Y
es por eso, nuevamente, que eclipsaba a todos los demás. La suya era la
voz a la que se prestaba atención, tanto en Alemania como en el
extranjero. Era esa voz alemana que hizo parar las orejas al mundo
apenas terminada aquella guerra de la que él, gloriosa o poco
gloriosamente, había tomado parte. Cuando escribía, sabía de lo que
hablaba. Y presagiaba incluso el eco que tendrían sus propias palabras.
al menos, las más de las veces.
Su tambor de hojalata era su
máquina de escribir. Sabía usarla. Para provecho de sus lectores y de
nuestro país. Porque, naturalmente, era un patriota.