Luis Magrinyà aborda en Estilo rico/estilopobre este
afán nuestro por componer grandes frases que no dicen nada, por querer
parecer más listos de lo que somos cada vez que nos vemos delante de un
documento de Word
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Ilustración: Ulises./elcultural.es |
Repipis, redichos, ripiososos, niños viejos, pedantuelos, pedorros...
Todo tiene remedio, ¡lo nuestro tiene remedio! "Bueno, que conste que yo
no fui un niño repipi, o creo que no lo fui, no sé... Era aplicadito,
pero lo normal, tampoco es que fuera ese tipo de niños que gusta a las
abuelas y avergüenza a los compañeros de clase... Me acuerdo de que me
regalaron las obras completas de Shakespeare con 14 años y me
encantaron. Ahora lo pienso y sí que me suena un poco raro. Pero que
conste que me las regalaron sin que yo las pidiera y que, si me
gustaron, fue por la violencia, no por el arte y la literatura y el
nosequé... Tambien recuerdo que después, con 18, tenía la obsesión de
ser moderno y que quería quedarme con todos los modismos molones que
escuchaba".
Luis Magrinyà jura que no fue uno de los nuestros, pero nos entiende,
nos perdona y quizá pueda ayudarnos. 'Estilo rico / estilo pobre'
(Debate), el último libro del escritor mallorquín, aborda el afán que
ponemos muchos en escribir como si fuéramos idiotas solemnes, con frases
hechas y pomposas, con formulas que no significan nada, con anglicismos
que están mal traídos... "Nunca corrijo el lenguaje oral, me parece
algo horroroso. A mi hija, quizá, puede que alguna vez le haya corregido
porque los padres tenemos otras responsabilidades, pero, en general,
tengo la teoría de que todos hablamos bien. Otra cosa es el lenguaje
escrito, el momento en el que sentimos que debemos ponernos formales,
aunque sea para escribir una circular para la comunidad de vecinos".
La idea que queda de leer el ensayo de Magrinyá es que, en el fondo,
escribimos mal porque somos poco sinceros con nosotros mismos, porque
utilizamos palabras que conocemos de oídas igual que decimos que hemos
leído novelas que jamás hemos tocado. Y sí, bueno, todos escribimos con
sofisticaciones un poco bobas para parecer más listos de lo que somos.
Pero también nos peinamos para parecer más guapos y está bien así, ¿no?
"No es lo mismo, no, no", responde Magrinyà, y se lleva la mano al pelo
(no es broma ni licencia). "No es lo mismo porque, al utilizar el estilo
hinchado, las naderías disfrazadas de algo, lo que conseguimos es lo
contrario". Como el que se echa demasiada laca en el pelo. "El gran enemigo del estilo es el deseo incontrolado de parecer algo distinto de lo que somos".
Un ejemplo gracioso: la tontería esa de no repetir el verbo "decir"
en un texto periodístico lleno de declaraciones. Para no poner otra vez
"dijo el diputado", los redactores escribimos "repuso el diputado",
"explicó", "argumentó", "sostuvo", "arguyó", "recabó"... ¿'Recabó'? ¿Eso iba con b o con v?
El estilo es lo que no se ve
"Lo que propone este libro es transmitir la idea de que expresarse
bien es no hinchar la prosa, no usar tics ni fórmulas ramplonas. Hay que
educar a las nuevas generaciones en la idea de que el estilo es lo que
no se ve. Que el buen trabajo no se note, que alguien le diga a los
chicos que su destino no va a ser mejor por usar grandes palabras
ni imágenes ingeniosas. Ya sé que eso es desagradecido y que está en
contra de una tradición que ha sido nuestra durante mucho tiempo".
¿Estamos hablando del NODO, con su melodía y su léxico impasible-el-ademán? "El NODO es un fantasma que
sigue entre nosotros, con su prosa rancia y su gusto por los
eufemismos. Bueno, eufemismos... Decimos eufemismos pero son mentiras
que vienen de los consejos de administración y de los consejos de
ministros. O de la prensa, que a veces parece que está compinchada con
los políticos y le da las ideas y las palabras".
-Una vez supe de un abogado que escribía artículos sobre Derecho que
se llamaban 'Una cierta mirada sobre el Derecho Urbanísitico en la
Comunidad Valenciana', cosas de ese estilo...
-¿En una revista de Derecho? Oh, es maravilloso. Esa evocación del
cine francés... Para empezar, ahí sobra la palabra "una", ¿por qué una? ¿Por el festival de Cannes? Que conste que la mezcla de registros puede ser un recurso utilísimo. Pero, si sale mal, es la catástrofe.
Hablemos ahora de literatura. ¿No le ocure a Magrinyà eso de leer una novela y pensar "a este chico le irá mucho mejor el día que se olvide de la buena mano que le ha dado Dios para escribir,
de su facilidad para hacer grandes frases"? "Claro que sí. Pero una
cosa: no es Dios el que les ha dado las grandes frases: las han oído por
ahí y se las han quedado... Mire, hace unos años reeditaron mis
primeras dos novelas, 'Los aéreos' y 'Belinda y el monstruo'. Son dos
libros que ya veo un poco lejanos, pero que no he llegado a odiar,
entiendo que tienen cosas que están bien. El caso es que me planteé la
posibilidad de corregirlos y decidí que no, que lo justo era dejarlos
como los escribí en ese momento. Eso fue lo que decidí. Luego casi tuve que cortarme las manos para
no cambiarlo todo. Yo siempre digo que tiendo al laconismo en la
literatura y los amigos se ríen de mí porque yo tenía fama de ser 'el
escritor de las frases largas'. Vale, frases largas pero menos largas".
"Basta con hacer las cosas con un poco de cariño. No
hace falta ser filólogo ni tener conocimientos profundos. Deberíamos
reconocer nuestras pretensiones cuando escribimos y preguntarnos de
dónde hemos sacado las palabras que usamos. Por ejemplo, si escribimos
'Permaneceré en casa toda la tarde'.... ¿De dónde he sacado ese 'permaneceré'? De una novela mala, ¿verdad? Pues ya está todo claro".
La pega es que esa pelea parece un poco perdida en este momento en el
que todo es viral, todo son 'memes', la gracia de las briomas consiste
en que cuantas más veces se cuenten, mejor, más nos reiremos... "Sí, esas fórmulas ingeniosas del estilo 'lo que viene siendo'...
¿Qué puedo decirle? Sigo confiando en que somos muchos los que creemos
que un chiste repetido no tiene gracia y que un chiste que no hace
gracia es lo peor".
Nos queda preguntar por el sexo. En 'Estilo rico/estilo pobre',
Magrinyà escribe sobre las frases monjiles que usamos para no parecer
vulgares. ¿Qué ocurre aquí que, después de tantos años no hemos
encontrado palabras que estén a medio camino entre "polla" y "pene",
entre "coño" y "vagina", entre "follar" y "tener relaciones sexuales"?
Palabras que podamos escribir sin sentirnos imbéciles. "En el lenguaje oral no hay perturbación: todos tenemos clarísimo qué palabra usamos, si "follar" o "hacer el amor",
y lo hacemos con mucha naturalidad. El problema es en el lenguaje
escrito. ¿Sabe lo que creo? Que el problema es que no queremos un nivel
neutro para el sexo, un nivel que no sea coloquial ni médico. Piense que
el lenguaje sexual es increíblemente creativo en el terreno malsonante y
en el científico/eufemístico, pero no hay soluciones en medio. Hay
quien ha escrito alguna vez 'tener sexo', igual que en inglés existe
'having sex'. ¿Pero alguien ha dicho alguna vez, "ven, quiero tener sexo
contigo'. Ni siquiera tengo muy claro si los ingleses dice 'having sex'
con naturalidad".