martes, 28 de abril de 2015

Oda al viento (y sus libros)

Desde hace años me intriga cómo se ha portado la izquierda con el libro y con la lectura en América Latina. Hay pocos análisis


Libro al viento,una  iniciativa que ha sobrevidido a los gobiernos de izquierda, y desde la izquierda./revistaarcadia.com
Desde hace años me intriga cómo se ha portado la izquierda con el libro y con la lectura en América Latina. Hay pocos análisis. Para mirar el caso de Venezuela recomiendo un artículo de Gisela Kozak en la última revista Cuadernos de Literatura, que contrasta ese panorama sombrío que percibimos de la era chavista y su relación con la cultura. Para Colombia es difícil hacer un análisis completo de una década de políticas culturales “progresistas” de la izquierda municipal, la única con vocación de poder durante los últimos años en el país. Me faltan informantes fiables; los reportes de esos gobiernos locales son exuberantes y, por lo mismo, mentirosillos. Sin embargo, con el transcurso del tiempo yo prefiero privilegiar lo tangible. Y en esos productos sobresale por sí solo uno de esos pocos milagros culturales de la comarca: el programa de Libro al Viento.
Perdón lo sobresaltado que puede parecer este piropo pero creo que se trata de uno de los programas municipales de fomento a la lectura más ambiciosos de nuestra historia contemporánea. Cifras: cuatro millones de libros gratuitos, casi 105 títulos y decenas de autores editados. Cientos de puntos de distribución regados por toda la ciudad. Resumen: miles de personas que no compran libros terminaron sus jornadas con varios de estos en sus casas. Formatos ágiles, libros transportables, relatos cortos aunque a veces con contenidos densos, en fin, un programa modelo.
Por todo esto, Libro al Viento fue ambicioso en alcance. Lo primero era respaldar los libros con tirajes masivos. Ejemplos: Molière tirado a 60.000 ejemplares. ¿No es extraordinario? Una biografía de Caldas de 25.000 ejemplares. ¿Cuándo vimos tal cosa? O popularizar a Conrad y su Corazón de las tinieblas en el caótico viaje de TransMilenio con 30.000 ejemplares. Eso es mayúsculo. Libro al Viento fue y es contundente, clásico y contemporáneo a la vez. Si observan la curaduría de los libros notarán que el plan editorial puede contener autores tan ortodoxos como Tolstoi, Zola, Melville o un Rufino José Cuervo, pero también es un programa que puede abandonarse a Rubem Fonseca, Clarise Lispector, Roberto Fontanarrosa o un Rodrigo Rey Rosa.
La lista de libros está pensada, lo que traduce una muy juiciosa política de compra de derechos. Los editores de la colección, Julio Paredes, Margarita Valencia y hoy Antonio García, compusieron un rompecabezas de títulos muy originales; sin que todo sea canónico, pero donde no hay superficialidad en la escogencia. Donde hay juego y orden. Como un dado chino.
Por último, Libro al Viento fue continuo y superó a los políticos, politiqueros y oportunistas de turno de cada uno de los gobiernos municipales (que los hay también en cultura). El programa resistió cuatro cambios de alcalde. Y sabemos que la fortaleza de la izquierda municipal no es propiamente su continuidad. En este último tramo, Valentín Ortiz, gerente del Área de Literatura, ha sido su valiente escudero. Resistiendo y dándole forma al programa. Y continuando esa invención prodigiosa que tuviera una de sus antecesoras, la editora Ana Roda.
Por supuesto Libro al Viento tendrá lunares. Hay rumores sobre un absurdo pago de derechos por un título de Gabo. A veces los libros no están en los puntos indicados y algunos títulos son escasos o se van muy rápido. Puede ser cierto, pero yo fui recientemente al lanzamiento de un título muy exótico, Caligramas, de Guillaume Apollinaire, y observé el fervor del público por los libros.
Pensar que un chico punk recoge y guarda sigilosamente la Poesía satírica de Quevedo en su chaqueta para leerla más tarde o que una señora, ama de casa, mientras su lavadora tramita toneladas de ropa, ojea con interés Una ciudad flotante de Julio Verne, me es suficiente. Eso es hacer que las fronteras usuales de las librerías cultas desaparezcan o que las bibliotecas sagradas se rompan. Eso es decirle al público que un programa de gobierno no solo son pavimentos y agua. Que también es literatura. No para amargar nuestros ratos libres, sino para redimirnos y pensar que nuestra vida en esta ciudad despedazada y gris tiene momentos de sentido.