El biógrafo de Gabo traza un paralelo entre su obra y la del fotógrafo Leo Matiz
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El fotógrafo Leo Matiz junto a Gabo./eltiempo.com |
Macondo. Fue el nombre de una plantación de
bananos en las afueras de Aracataca, departamento del Magdalena, en el
norte de Colombia. Es Aracataca misma (nombre que rebosa de luz, sol,
ritmo), convertida, bajo otro nombre más sombrío (oscuridad, lluvia,
sopor), en el escenario de la novela más importante y más emblemática de
la historia de América Latina, una novela que versa sobre la infancia
de y en América Latina. A veces, en momentos de tristeza y desencanto,
Macondo se convierte en la metáfora de la América Latina toda: oprimida,
olvidada, subdesarrollada (su realidad histórica) y sin embargo llena,
siempre, de dignidad, de valentía, de humor, de esperanza, y de belleza
humana y artística (su magia intemporal).
Aracataca y Macondo. Guacharaca y tambor, con el acordeón –la voz– de Gabriel García Márquez.
El gran fotógrafo que fue Leo Matiz nació en
ese pequeño pueblo de luces y sombras que fue Aracataca, en 1917. El
gran escritor que fue Gabriel García Márquez nació en el mismo pueblo,
en 1927. Siempre me ha parecido y me sigue pareciendo increíble y
extraordinario que el gran maestro de la palabra de Latinoamérica y ese
gran maestro de sus imágenes hayan sido dados a luz –sí, a luz– en esa
minúscula población desconocida del Caribe colombiano.
Aracataca. Abracadabra. La magia de crear y creer –dádivas gemelas del gitano viajero Melquíades, avatar del trovador Gabriel–.
Es en el Caribe donde se inventó el Nuevo
Mundo; es en el Caribe donde se sufrió más intensamente el impacto del
colonialismo europeo; y es en el Caribe donde se concibió y se
desarrolló, de una manera decisiva, el realismo mágico. En español,
sobre todo, pero también en francés, en inglés, en holandés (Miguel
Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Aimé Césaire et al.), a partir de los
años veinte del siglo pasado, es decir, entre el año en que nació Matiz y
el año en que nació García Márquez.
Portada de 'Macondo, visto por Leo Matiz'.
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Los que exploren e investiguen este estilo y
este movimiento encontrarán otra manera de concebir y comprender no solo
el mundo en que hemos vivido desde 1917 sino el desarrollo de la
cultura occidental durante los últimos quinientos años, desde que Colón
llegó a las ‘Indias’, es decir, al Caribe. El realismo mágico estuvo
implícito en el descubrimiento de América, y se hizo explícito entre
1917 y 1927.
Porque, como su nombre lo indica, el realismo
mágico es un género artístico que mezcla la realidad diaria occidental
–supuestamente histórica y científica– con otras dimensiones de la
experiencia humana, como los mitos, las leyendas y –sin duda– la magia
de las sociedades más tradicionales. Teórica y técnicamente es un
fenómeno artístico muy complejo e inasible, pero su rasgo más
importante, me parece, es que otorga igual validez –y dignidad– a la
visión del mundo no occidental, preoccidental o incluso antioccidental,
que a la propia visión occidental que domina, a fin de cuentas, el
planeta en que vivimos.
Para hacerlo y comprenderlo hay que ser
democrático y solidario y viajar mucho para volver provechosamente, en
la realidad y en el arte, a la Ítaca –o Aracataca– original. En esto
también coinciden Leo y Gabo, ambos hombres de muchos viajes y de una
lucidez artística y una vitalidad extraordinarias: ambos vivieron muy
intensamente no solo la infancia y adolescencia en su país de origen
sino también sus estancias en dos países igualmente vitalistas: México y
Venezuela. (En Colombia, Leo y Gabo habían viajado por el mismo río,
habían contemplado el mismo mar; en Venezuela, incluso, trabajaron
juntos; en Colombia y México ambos fueron amigos de ese gran colombiano y
latinoamericano que fue Álvaro Mutis).
"Matizando" un poco, lo que yo veo en la obra
de Leo –él vino primero– y en la de Gabo es la magia de la realidad
latinoamericana –o macondiana– en fértil fusión con la magia del arte.
Compárese por ejemplo una imagen descarnada como 'Bebiendo agua del
charco' de Matiz con esa maravilla fotográfica que es 'Pavo real del
mar'; o un texto clásico del realismo literario como 'El coronel no
tiene quien le escriba' de García Márquez con esa novela pródiga en
mitos y milagros que es la propia 'Cien años de soledad'.
Así veía a Macondo Leo Matiz.
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Es claro que Aracataca fue la inspiración de
Macondo, aunque naturalmente hay que recordar siempre que la literatura
también tiene su estatuto autónomo o semiautónomo, y Macondo es, a final
de cuentas, un lugar de la imaginación. Pero cuando vuelvo a las fotos
de Leo Matiz siento una proximidad anímica muy fuerte entre sus imágenes
y las palabras de García Márquez.
Esa experiencia me lleva a decir que el
encuentro instantáneo entre las dos formas artísticas es, precisamente,
una revelación. Son dos formas diferentes pero nos revelan un solo
mundo: un mundo radiante, que los dos artistas conocen desde la
infancia, con una luz interior que ellos logran recrear. Los grandes
artistas siempre descubren y revelan la magia que hay en la realidad.
Estas fotos son un tesoro: constituyen, para
empezar, un repositorio de imágenes indispensables para aproximarse a la
existencia de los habitantes de la Costa colombiana en las décadas
decisivas del siglo pasado; pero también son un punto de referencia
fascinante para comparar la materialidad física del mundo caribeño con
la recreación verbal llevada a cabo por García Márquez, el escritor
costeño más famoso de aquella misma época. Extraordinarias,
inolvidables, de una belleza evidente y autosuficiente, en ellas se
captan no solamente la resistencia y dignidad de los habitantes de la
Costa colombiana sino también cierto halo mágico que los relaciona con
su entorno de una manera muy específica y especial.
En el famoso prólogo a su novela 'El reino de
este mundo' (1949), el escritor cubano Alejo Carpentier, gran teórico de
“lo real maravilloso” (o “realismo mágico”), exclamó: “¿Pero qué es la
historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?”. Sí:
América es maravillosa, pero solo a través de sus artistas –poetas,
novelistas, músicos, pintores, escultores, fotógrafos– puede convertir
sus maravillas en obras duraderas, eternamente jóvenes: libres y presas
en la jaula invisible del arte.