Entre
1942 y 1994, la inteligencia británica siguió los pasos del autor de
Historia del siglo XX. Un reporte da hoy cuenta del contenido de miles
de archivos que, por ahora, llegan hasta mediados de los 60
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Eric Hobsbawm por su militancia comunista fue fisgoneado por el M15, grupo de inteligencia del gobierno inglés./latercera.com |
Humillar al servicio secreto sin darse cuenta. En diciembre de 1962,
el MI5 británico, la inteligencia “interior” del Reino Unido, recibió un
dato que consideró significativo de una fuente “extremadamente
delicada”: el historiador británico Eric Hobsbawm, militante comunista
desde mediados de los años 30 y hasta la disolución del PC británico
(1991), ultimaba detalles de una gira académica de 12 meses por
Latinoamérica, financiada por la Fundación Rockefeller.
La misión del MI5 era sabotear la gira de un marxista cuya influencia
debía ser puesta a raya en la lógica binaria de la Guerra Fría. Para
ello, dejó el caso en manos de la sede en Washington de la agencia
exterior de inteligencia británica, el MI6, que a su vez armó un
“dossier de sus asociaciones comunistas” y lo puso a disposición de la
CIA y el FBI. Pero la estrategia no funcionó: era muy tarde para que la
señalada fundación rescindiera su patrocinio al autor de La era de la
revolución (1962) sin originar un escándalo. Se decidió, entonces que
éste sería monitoreado por agentes del MI6 en Sudamérica (incluyendo
Chile, donde visitaría al matrimonio de Salvador Allende y Hortensia
Bussi). Y más no se supo.
Que aun sin quererlo Hobsbawm robara inútilmente el tiempo y las
energías a cuatros agencias gubernamentales -incluidas dos de EEUU-, dio
para avergonzarse. De hecho, llevó a que se efectuara en el MI6 una
urgente revisión de la “maquinaria para evaluar a las personas enviadas
al extranjero por organismos públicos y privados”. Ello consta en las
últimas hojas disponibles del Archivo Personal número 211.764 del
enjundioso expediente del MI5 referido al historiador.
Antes de morir a los 95 años, en octubre de 2012, el propio Hobsbawm
había solicitado al Estado británico conocer ese material. Pero una ley
no escrita impide al acceso antes de que el sujeto espiado haya
fallecido. Otra regla tácita señala que tampoco pueden conocerse
aquéllos con menos de medio siglo. Así las cosas, las decenas de miles
de archivos hobsbawmianos disponibles en los National Archives
londinenses sólo llegan hasta mediados de los 60. Pero no deja de ser.
Un minucioso reporte publicado en la London Review of Books revela
que Hobsbawn fue considerado un comunista “de línea dura” o “Categoría
A”, y que su archivo se mantuvo activo -y él bajo vigilancia-
posiblemente hasta 1994. Lo que hoy puede estudiarse, pese a las
limitaciones, ayuda a enriquecer el perfil de quien llegara a ser, en
palabras de su colega Tony Judt, “el historiador más conocido del
mundo”.
SU PROPIA CARPETA
Nacido en Alejandría de padres judíos, en 1917, Eric John Ernest
Obstbaum se crió en Viena y en Berlín. Para cuando Hitler llegó al poder
(1933), integraba en esta última ciudad la Federación de Estudiantes
Socialistas, sección del Partido Comunista alemán para estudiantes
secundarios. La represión del nuevo régimen fue severa: para abril de
ese año, 25 mil comunistas habían sido puestos en “custodia” y enviados a
Dachau, primer campo oficial de concentración habilitado por el III
Reich.
En ese escenario, el tío que lo tenía a su cargo (sus padres ya
habían muerto) mudó su familia a Londres, que asomaba como el mejor
refugio posible: el joven Eric, después de todo, tenía pasaporte
británico y sus padres siempre le hablaron en inglés.
Cosa de toda la vida, su inclinación política lo devolvió a la
militancia en 1936, cuando entró a estudiar al King’s College de
Cambridge. Allí se encontró en medio de “la generación más roja y
radical en la historia de la universidad”, como mucho después afirmaría
él mismo. Al estallar la II Guerra, con lo antinazi que puede ser un
comunista judío arrancado de Alemania, se enlistó en el Ejercito, donde
originalmente ofició de zapador. En junio de 1942 fue nombre sargento
instructor y puesto a enseñar alemán y asuntos de actualidad en el
cuerpo de educación del Ejército.
Hasta ahí no había seguimiento de su persona, aun si el propio
Hobsbawm especuló que lo hubo desde que se integró al partido. Pero todo
cambió ese mes tras escribir una carta, interceptada por el servicio
secreto, a su amigo Hans Kahle, invitándolo a dar una charla a una
unidad armada. Kahle era sospechoso de ser un espía soviético de alto
nivel y tenía una carpeta en el MI5 desde 1935. A partir de ese momento,
Hobsbawm tendría también la suya.
¿Qué implicaba este nuevo estatus? Según lo describe la periodista e
historiadora Frances Stonor Saunders, autora de la investigación
publicada por la LRB, esto suponía lalibertad de pedir a los superiores
de Hobsbawm en el Ejército informar acerca de sus actividades y poner
coto a su tendencia a “convertir” políticamente a sus compañeros de
filas. Asimismo, daba vía libre a las intercepciones telefónicas,
grabadas en discos de acetato y transcritas minuciosamente por un
ejército de empleados del Estado británico. También a meter mano en su
correo, abriendo sus sobres con vapor y fotografiando el contenido de
las cartas enviadas y recibidas. Eso sí, Hobsabwm fue advertido del
espionaje por un camarada y pasó a ser, en la nomenclatura de la época,
“surveillance sensitive” (“sensible a la vigilancia”): se sabía seguido y
evitó dar “material” a sus seguidores.
Como consecuencia de lo anterior, y pese a sus aptitudes
eventualmente útiles en la guerra, partiendo por su dominio del alemán,
el día de la invasión a Normandía, en junio de 1944, figuraba enseñando
artesanía en un hospital militar en Cheltenham, Gloucestershire. El MI5
lo quería lejos de la acción y, terminada la guerra, lejos también de la
influencia pública. Y según revelan los documentos desclasificados,
esta lógica se mantuvo invariable: se desarrollaron exitosos esfuerzos
por limitar el avance de su carrera académica, así como por mantenerlo
lejos de los micrófonos de la BBC, donde tuvo muy esporádicas
apariciones.
Otro ítem fue su rol partidario. Si hasta hoy el prestigio de
Hobsbawm se ve mellado por su respaldo, tácito o explícito, al terror y
las invasiones soviéticas, los archivos dibujan un militante crítico,
escéptico y hasta irónico que muchos camaradas veían con distancia. ¿Por
qué no dejó el partido cuando tantos lo hicieron? Porque eso era pasar
al “otro lado”, cuestión impensable. Alguna vez juró al teléfono que
nunca se iría. Y no lo hizo.
Si la historia, como se ha dicho, es argumento basado en evidencia,
en el MI5 la entendieron a su manera. Si el Partido Comunista británico
era el hazmerreír de los partidos comunistas, por su escaso arraigo, eso
no fue razón para que el servicio secreto bajara la guardia o para que
no esperara una arremetida de la ominosa Komintern. Por eso, hasta
cuando daba charlas sobre jazz -otra de sus aficiones, aparte de las
revoluciones y la era del capital-, no faltaba quién lo siguiera y
tomara nota de sus dichos.
El resultado de esta interminable fisgonería puede haber cumplido,
finalmente, propósitos distintos a los originalmente imaginados.