El editor es la persona más importante para un escritor
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El editor o la editora es la persona más importante para un escritor,
es quien le permitirá concretar en libro su obra, su quehacer
literario, llegar a quienes serán sus lectores. Publicar, y en especial
si es por primera vez, se asemeja, para el escritor, a un acto de
confirmación. En ese editor-publicador están puestas todas las
expectativas de trascendencia, todas las fantasías de éxito, y todos los
temores al fracaso. Unas expectativas tan excesivas, que por positivo
que sea el resultado, nunca alcanzará a satisfacerlas. El editor tiene,
desde el primer momento, una pesada carga que sobrellevar.
Cuando el libro ya haya sido publicado, la distancia entre las expectativas y la realidad de los resultados
será la inevitable causa de conflicto, a veces de alta tensión. Si así
sucede en los casos de éxito, podemos imaginar lo que pasa cuando se
trata de un fracaso.
La relación que establecen autor y editor está basada en expectativas
compartidas, en deseos, en una serie de intangibles que la mayoría de
las veces no se podrán concretar. Dicho de otra manera: la relación
entre el autor y su editor está basada en el deseo, y el deseo (desde
Hegel a Lacan, dice Slavoj Zizeck)… siempre es deseo de más deseo, por
lo que nunca podrá satisfacerse.
Por eso no existe contrato de edición, por más perfecto que intente
ser, capaz de prever lo que no se sabe, lo no previsible de las posibles
reclamaciones de un autor. Siempre pensé que esos contratos larguísimos
que algunas editoriales proponen –producto de los asesores jurídicos,
no de sus editores-, no funcionan, no son inútiles. No hay forma de
prever lo imprevisible.
El auténtico contrato entre el autor y su editor es un acto de fe,
que está por encima de cualquier escrito, simplemente porque no es
escribible. Por eso la mayoría de los escritores firman el contrato de
edición sin leerlo. Es un acto de fe que no está basado en una entrega
ciega, sino en una enorme dosis de confianza, algo fundamental en esta
relación, que el editor se ha ganado antes, no por su simpatía –muchos
no lo son- sino por su trayectoria, su catálogo, su saber hacer, y a
veces también por su saber deshacer.
Todos estos proyectos y expectativas compartidas deberían concluir en
un romance, sin embargo, es una relación que suele ser conflictiva,
donde cada parte tiene sus quejas, sus motivos y sus argumentos. En
muchos de los casos ninguno tiene razón, o la tienen los dos, lo que es
casi igual.
Algunos altos cargos de las editoriales lo saben. “La empresa se construye alrededor de los editores; ellos son el corazón del negocio”. Riccardo Cavallero (en ese momento director general de Mondadori Italia y España), en Juan Cruz, Un oficio de locos, Ivory Press, 2011.
No es igual la visión de Arnaud Nourry, CEO de Hachette Livre: “el objetivo de todos los editores es… equilibrar las cuentas”.
Hay editores que son grandes empresarios, pero mantienen una escuela: ...el
editor debe asumir la responsabilidad de elegir todo lo que crea que
deben leer las personas, y divulgar los libros necesarios. Una persona
que lee es una persona más rica que otra que no lee. Carlo Feltrinelli, en Senior Service, Tusquets.
Hace sesenta años el editor alemán Siegfried Unseld, director de Suhrkamp, decía: Una editorial literaria se define por su relación con el autor. Diez años después agregó: los
editores, orgullosos de su antiguo prestigio como creadores de libros,
son actualmente esclavos del mecanismo de aumento de ventas.
Esta variedad de pensamiento, en realidad esta diferencia en la concepción del negocio editorial,
es el origen del conflicto y la contradicción que se vive hoy en el
mundo de la edición. Es el gran generador del estrés que se vive al
interior de cada editorial.
Los tiempos del escritor y los tiempos del editor
El multi-trabajo, ese hacer varias cosas al mismo tiempo desde
diferentes lugares, innovación incorporada por las nuevas tecnologías,
suele ser el primer enemigo de la relación entre el editor y su autor.
Cuando un editor tenía a su cargo uno o dos libros al mes, siempre
encontraba tiempo para hablar con sus autores, escucharlos, ayudarlos a
pensar. El escritor no es un ejecutivo preparado para llegar a las
reuniones con una síntesis sistematizada de sus dudas y problemas, más
bien al contrario: es caótico, mezcla sensaciones con realidades, le da
al comentario de una amiga en Facebook: “tu libro no se consigue en
ninguna librería”, el valor de una información precisa, indiscutible.
Todo está teñido por lo emocional, necesita ser escuchado un largo
tiempo, para recién después poder llegar a lo que quería decir. Los
escritores no necesariamente tienen la misma capacidad para expresarse,
en las negociaciones personales, como la que tienen para escribir. Pero
sobre todo, manejan otros tiempos.
El arte es una actividad imposible desde el punto de vista social, porque su tiempo es otro… (Ricardo Piglia, Formas Breves).
En mi experiencia, muchas de las cuestiones que más ansiedad generan
en un autor –da igual que sea debutante o experimentado, todos sufren
por igual- se resuelven escuchando.
Muchas veces, cuando quien debe escuchar se puede permitir el tiempo
requerido para ello, se produce en quien habló un curioso proceso
interno de comprensión.
Esto es justamente lo que no tiene el editor de hoy, tiempo
disponible, ya que en lugar de un par de libros al mes, debe cuidar por
lo menos diez. “… el editor de hoy en día tiene unas preocupaciones
de otro tipo. Entre otras cosas, la preocupación fundamental de que su
empresa sea, ante todo, rentable” Jaime Salinas a Juan Cruz, en El oficio de editor, Alfaguara, 2013.
Orphan Authors
La rotación de editores, a veces de un sello a otro dentro de un
mismo grupo, a veces a otra empresa, quizás con la que antes competía,
es algo muy habitual en Estados Unidos, y cada vez más en Europa y en
América Latina. Los estadounidenses inventaron un nombre para los
autores a los que se les fue su editor: orphan authors, autores
huérfanos, porque esa es la sensación de aquellos cuyo libro sale
cuando el editor que apostó por él ya no está. No siempre quien vino en
su reemplazo comparte gustos y criterios, a veces cambia los planes
porque necesita producir cambios rápidos, para demostrar su capacidad, y
en esos casos algún autor siempre queda huérfano. Con el libro al fin
en sus manos, se encuentra sin interlocutor, sin quien se ocupe de él,
sin quien iba a cuidarlo fuera y dentro de la propia organización, ante
el equipo comercial, los de marketing, los de la prensa, los críticos y a
veces los libreros. Es una vivencia horrible para un autor, de la que
cuesta recuperarse.
Hace más de veinte años me dijo Mario Benedetti: “los editores se quejan cuando se les va un autor, mi experiencia es que a mí siempre se me va el editor” (se refería a Felisa Pinto, su editora en Alfaguara Madrid, cuando se fue a la editorial Destino en Barcelona).
Se hace difícil culpar al editor que se fue, ya sea por cansancio
corporativo, por oportunidades profesionales, o a veces por ser la única
manera de mejorar su remuneración.
Cuando un editor se va de una editorial, sus autores se quedan
El contrato de edición no está firmado con el editor, sino con la
empresa que lo empleaba en el momento en que se firmó. Esta es una
constatación muy habitual cuando un autor se queda sin su editor,
momento en que muchos leen por primera vez el contrato que habían
firmado lleno de entusiasmo, sin leer. Aquí suelen venir las más
desagradables sorpresas.
Conozco editoriales independientes, con fama de progresistas, con
directores glamorosos, que le hicieron firmar al autor contratos por 15
años, y con renovación automática al vencimiento.
Como no existe un escritor –ni nadie que yo haya podido conocer- que
lleve una agenda a quince años vista, suele suceder que cuando el autor
se entera, ya “se renovó” por quince años más. Al final queda atado a
una editorial, con la que quizás ya no tenga buena relación ¡por 30
años!
Ese tipo de contrato, sin ninguna “puerta de salida” (así decimos los
agentes), por ser casi eterno, o por retener todo tipo de derechos
incluso si no se explotan, es lo que más rápido encamina a un autor a
buscar un agente literario en el mejor de los casos, o a un abogado
cuando el enfrentamiento no tiene solución.
Raymond Chandler destaca entre los atributos más valiosos de un agente ”su distanciamiento emocional respecto a una actividad sumamente emocional…. El agente sabe decir no sin dar portazos”.
“Ya es materialmente imposible tener esas relaciones de amistad
íntima, dialéctica, con los autores… Ahora, además, son los agentes los
que se ocupan del contacto con los autores, lo hacen todo por ellos”, dice Inge Feltrinelli
Pierre Assouline, crítico literario, ex director de la revista Lire, y biógrafo de Gaston Gallimard, opina: El
agente despeja la relación autor-editor de las cuestiones financieras…
permite conservar lo mejor de la relación entre editor y autor.
No todas las opiniones sobre los agentes son favorables. En 1980, el escritor Osvaldo Soriano me escribía: El
problema de los agentes es más o menos el mismo (yo nunca he recurrido a
ellos): un agente se interesa en los “grandes” que dan guita [dinero] rápida;
un buen agente aprovechará para vender el “paquete” (un grande y dos
chicos: lo toma o lo deja, y el editor, si quiere el grande deberá
aceptar a los chicos) y tratar de “hacer” de los chicos un buen negocio
en el futuro.
¿Cuánto vale una novela?
Nada más difícil y complejo que ponerle valor a un manuscrito. ¿Quién
dice cuánto vale una novela? ¿El tiempo y el esfuerzo que le llevó al
autor? ¿Lo que gastó en cigarrillos durante los años que le llevó
escribirla, como se preguntó García Márquez? ¿Las expectativas de venta
del autor? ¿Las del editor? ¿Lo que se vendió un libro anterior?
“Vamos a recordar a Marx –dice Ricardo Piglia en Formas Breves—, en [la imposibilidad de] medir el tiempo de trabajo necesario en una obra de arte y por lo tanto su dificultad para definir (socialmente) su valor”
“La figura del editor oscila entre la del especulador y la del
benefactor. ¿Quién explota a quién? La relación autor-editor no es una
relación de amo y esclavo, ni en un sentido ni en el otro. Si se trata
de dinero, es aún más complejo. Pero cuando se trata de la venerable
literatura, las cosas se complican terriblemente” Sylvie Perez, en Un couple infernal. L’ecrivain et son editeur. Broché ed., 2005
Sin embargo, sabiendo por oficio y obligación la importancia del
dinero, yo no podría decir que, en mi experiencia, el dinero sea el
motivo principal de los conflictos entre editor y autor.
Para hablar claro de dinero nadie como los estadounidenses. Raymond Chandler, en A mis mejores amigos no los he visto nunca, DeBolsillo, 2013, tiene una carta a su editor francés en la que dice: “Siempre
he pensado que uno de los encantos de tratar con editores es que si uno
empieza a hablar de dinero, ellos se retiran fríamente a su eminencia
profesional, y si uno empieza a hablar de literatura, inmediatamente
empiezan a agitar el signo dólar”. También Chandler reconoce: “Los escritores… por muy bien que se les pague, jamás pensarán que se les paga suficiente”.
Sylvie Perez –francesa y contemporánea- agrega un matiz: “la relación autor-editor es sobre todo y ante todo una cuestión de dinero. Poder vivir de su escritura, la cuestión en que termina todo, a lo largo de los siglos”
Hay muchos ejemplos a favor del editor. Hay editoriales que gracias a
su capacidad financiera están dispuestas a anticipar dinero al autor, e
incluso a fijar pagos mensuales para que pueda escribir un libro que
les entusiasma. Libros importantes de las últimas décadas no hubieran
existido sin estos apoyos. Sin embargo, hay más conflictos que reconocimientos.
Yo he escuchado comentarios muy desagradables provenientes de ambos
lados: un autor que ve llegar a su editor y dice con mucho malestar
“mira el Volvo que se compró”, mientras la mujer del editor, en petit comité
habla de “sometimiento a servidumbre” por tener que aceptar los
caprichos de sus autores. He visto escritores de cierto prestigio que
recorren ferias del libro caminando al ritmo de su editor… siguiéndolo
un metro detrás, en un gesto que parece de sumisión. También supe de un
editor que al perder un vuelo interno en México, alquiló una avioneta
para llegar a comer con su autor.
En una carta el editor Siegfried Unseld le dice a Thomas Bernhard:
“también un editor es un ser humano. También él
necesita su parte de aprecio. Si solo se lo azota como a un perro… solo
podrá hacer perrerías”
Es una carta tan patética, que me hace preguntarme: ¿qué está sucediendo aquí?
Un comentario habitual en el mundillo editorial es “cuando un autor
tiene éxito todos los méritos son de él, cuando fracasa todo es culpa
del editor”. ¿Se trata de una simple ironía?
Los reclamos son cosa de todos los días: “Cuando pienso en el
gigantesco esfuerzo publicitario que ha hecho durante tres meses por el
libro del Sr. Walser mientras que por mis “Maestros antiguos” no ha
hecho casi nada, aunque sabe que hoy la publicidad lo es casi todo, se
me pasan las ganas de seguir colaborando con la editorial. Bernhard a Unsel, 26 de noviembre de 1985.
Un editor tiene que hacer todo lo que considera conveniente por el
libro de cada autor, sin preocuparse por cómo reaccionarán otros autores
de su catálogo. Sostener esta independencia, tiene su coste en cada
relación. Lo que sí puedo asegurar es que cuando me toca intervenir
como agente, dos tercios de todos los reclamos se pueden resolver sin
necesidad de que lleguen al oído del editor.
Hay editores que escribieron sus memorias –que no son “libros de
elogios”—, en especial norteamericanos, alemanes y franceses. Y hay
historias que muestran que no hubo conflictos: Julien Green y su editor
Jacques Maritain, de la casa Plon, mantuvieron una relación profesional y
amistosa durante más de cincuenta años. Jorge Luis Borges publicó su
primer libro (venta: 400 ejemplares) en la editorial Emecé, y allí
siguió publicando hasta que murió. Julio Cortázar, publicó toda la vida
en la editorial Sudamericana. La obra de ambos cambió de editorial,
cuando ellos ya no estaban para opinar.
La relación entre autor y editor incluye muchos otros aspectos de gran valor además del dinero. Julio
Verne y su editor Pierre-Jules Hertzel tuvieron una relación de
colaboración muy intensa, se conservan ochocientas cartas entre ellos.
Hertzel aplicó a las novelas de Verne las recetas de éxito de entonces:
una dosis de sentimientos, una dosis de exotismo, una dosis de aventura,
una dosis de ciencia ficción. Verne siempre le hizo caso. El resultado…
se conoce bien. (Sylvie Perez).
En la correspondencia entre Miguel Delibes y su editor Josep Verges
fundador de Destino, se habla todo el tiempo de dinero. Sin embargo allí
publicó y sigue toda su obra desde 1947, aunque Delibes ya no está.
Gracias a los editores que escribieron sus experiencias, podemos
conocer esta parte de la historia de la edición. Es famoso el caso de
Maxwell Perkins, poderoso editor de Hemingway, que no solo se ocupaba
de comprar y enviarle los nuevos equipos de pesca, también fue el
negociador de cada divorcio del escritor.
Me gustó mucho una anécdota de las memorias de Bennet Cerf, primer
editor norteamericano de Joyce en Random. Cuando al fin convenció a
Gertrude Stein para que viajara desde París a Nueva York para hacer una
gira promocional, Cerf cada mañana salía muy temprano con su chofer,
para conseguir croissants para el desayuno de su autora, una
exquisitez que los estadounidenses desconocían, y solo se hacían en una
panadería francesa de Manhattan.
Una de las más impactantes relación entre editor y autor –por el peso
intelectual de sus protagonistas-, es la de Unseld con Thomas Bernhard,
publicada por editorial Cómplices en 2012. “La correspondencia,
integrada por más de 500 cartas, hace una importante aportación para
poder revivir esa peculiar relación editor-autor en todas sus fases. Sin
embargo, tratar de comprender los motivos de los dos corresponsales
requiere más materiales. Porque
la correspondencia se detiene siempre cuando las diferencias de opinión
parecen insalvables: antes de llegar a una ruptura, los dos se reúnen… Ambos atribuyen al intercambio verbal mayores cualidades de entendimiento que la escrita”
“¿Por qué aguantaron tanto los dos con y contra el otro?”
“No puedo más…” –le escribe Unseld de manera
desesperada, después de casi un cuarto de siglo de enfrentarse con su
autor, que entonces se acercaba a la muerte. Éste le responde: “Pues bórreme de su memoria y de su editorial…”
¿Quiénes serán “los grandes editores” del siglo XXI?
Hoy cuesta encontrar editores como aquellos. No es por razones
genéticas, es el avance de la industria que no lo permite. Un editor o
editora hoy tiene a su cargo media docena o más de libros cada mes.
Cuando un autor dice “mi editor no me responde los mails”, no hace más
que mostrar una dura realidad: el editor no tiene tiempo de hacerlo.
“Creo que muchos de los editores hoy en día no leen. Están tan
inmersos en leer… los informes sobre libros, que ya no leen por placer.
Ya no son lectores apasionados. Y el 80% o el 90% de los libros que
publican desaparecerá el año que viene” Michael Krüger, editor de enorme prestigio literario, director de Hansel Verlag, también escritor.
“Yo creo –dice José Manuel Lara Bosch, quien fuera presidente del grupo Planeta hasta su muerte reciente—
que difícilmente se van a repetir generaciones de editores como la que
se produjo en Madrid en los años cincuenta o sesenta, especialmente en
el terreno del libro de la enseñanza, y en Barcelona con el libro
literario en los años cuarenta y cincuenta, realmente una generación
espectacular”, en Conversaciones con editores, Siruela.
Lo mismo opina Inge Feltrinelli: “Los grandes personajes de la
edición, Rowolth, Gallimard… ya no existirán más. Era todo otro sistema:
no había agentes literarios, se producía mucho menos, el editor era el
protagonista. Esos editores de gran personalidad, que trataban a sus
escritores como a hijos, ya no existen. Todo eso ya no volverá. Los
editores de hoy no conocen a nadie, todos provienen de grandes
industrias. Ahora todo se ha mercantilizado en extremo. Todo es
marketing cultural”. Entrevista de El País, 19 de diciembre 2006
Insisto, me resisto a pensar que todo esto sea así. Conocí y conozco
editores en activo que trabajan con el autor en un manuscrito durante
meses, cuidándolo, haciendo sugerencias. Los autores de más prestigio
suelen ser los que más lo reconocen, como puede leerse en los
agradecimientos de los libros. Editores comprometidos, meticulosos,
capaces incluso de saltearse alguna de las normativas de su empresa para
ayudar a un autor. De entre ellos y ellas seguramente saldrán los
grandes editores del siglo veintiuno.
El sistema industrial y comercial del libro es muy duro. “la sobreproducción es una estrategia deliberada”, dice Pierre Jourde en Thierry Discepolo, La traición de los editores, Trama 2004. Los libros apenas duran uno o dos meses en las librerías.
Aunque estoy familiarizado con esta estrategia editorial, me resultó
doloroso leer el comentario de un editor tan respetable como fue Jaime
Salinas, en el libro de conversaciones con Juan Cruz:
“Me basé en lo que Rowohlt intentó enseñarme, si publicas doce libros al año, intenta que funcionen dos y no te preocupes de los otros diez”.
El subrayado es mío, es lo que más me impresionó: ¿qué sucederá con los otros diez?