Eduardo Galeano solía decir que la muerte es mentira. Y
la jornada en que ésta lo vino a buscar, y la de su velatorio,
parecieron darle la razón. Lejos del lugar común del día pesado, ventoso
y con cielo encapotado, Montevideo vivió, este lunes y martes, horas a
pleno sol, apenas cortado por escasas y breves nubes, y con una
temperatura muy agradable, que invitó a decenas y decenas de uruguayos
(y también a muchos extranjeros) a darle el último adiós al autor de Memoria del fuego, quien desapareció físicamente el lunes en un sanatorio montevideano, a los 74 años.
Con
dignidad, tal como quería, el escritor dejó este mundo. Así se lo había
dicho al periodista Daniel Viglione, cuando le preguntó qué le pediría
al tiempo, en una entrevista de 2012 para Revista Ñ. La respuesta
de Galeano en la ocasión fue: “No te podría contestar eso... Nada. No
sé. Quizá me suscribiría a una frase de Rita Levi Montalcini, esa mujer
que en los tiempos duros de la dictadura de Mussolini estudió las fibras
nerviosas y lo hizo escondida en el baño de su casa. Años más tarde, en
1986, recibió el Premio Nobel de Medicina y dijo: 'El cuerpo se me
arruga, pero el cerebro no. Cuando sea incapaz de pensar, sólo quiero
que me ayuden a morir con dignidad´. ¿Qué es lo que yo le pediría al
tiempo? Eso, que me permita morir con dignidad”.
Hubo cola para
entrar y desde las 15 hasta el cierre de esta edición hubo un incesante
trasiego de gente, de todas las edades y las clases sociales, del ámbito
de la cultura, la diplomacia y la política, del deporte y lo social,
que le puso calor al Salón de los Pasos Perdidos, en el Congreso
uruguayo, que le dedicó un minuto de silencio y lo homenajeó con los
mismos honores que a un ministro.
En el elegantísimo recinto hubo
decenas de coronas florales. Las había de las más diversas
instituciones, desde las enviadas por la Intendencia de Montevideo y la
Fuerza Aérea Uruguaya, hasta del teatro El Galpón y del Consejo de la
Nación Charrúa (CONACHA), quienes dejaron consignado su agradecimiento
por haber luchado por la causa indígena. También se destacaron algunas
coronas con sello argentino, como las enviadas por la Confederación de
Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), por
Página/12 y por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Sobre
las 17 llegó al velatorio el presidente Tabaré Vázquez, quien calificó a
Galeano como “un gran uruguayo, un gran latinoamericano y un brillante
escritor" y lo puso entre los grandes artistas uruguayos como “Juan
Carlos Onetti, Carlos Páez Vilaró, Mario Benedetti y China Zorrilla".
“Todos ellos quedan en el corazón de todos los uruguayos y en el caso de
Galeano en el corazón de todos los latinoamericanos”, agregó el
mandatario, al ser abordado por los medios presentes.
“Escribió como vivió y vivió como escribió”, resaltó Vázquez, quien no dejó de recordar el fuerte impacto que en su momento le produjo la lectura de Las venas abiertas de América Latina.
“Galeano fue un claro expositor de la cruda realidad de nuestra
Latinoamérica tan heterogénea. Siempre fue un gladiador para ponerle voz
a los más humildes”, concluyó. Estuvo el vicepresidente Raúl Sendic y
más tarde llegó Joan Manuel Serrat, que no quiso estar ausente en esta
despedida de su amigo y que se acercó a la viuda del escritor, Helena
Villagra. No podía faltar el ex presidente José Mujica, que dijo que "el
Uruguay le tiene que agradecer lo mucho que nos dejó".
También hubo una delegación del gobierno argentino, encabezada por la ministra de Cultura, Teresa Parodi.
“Me parece envidiable de los uruguayos la calma con la que viven esta clase de momentos”, dijo a Clarín Jorge
Vaz, un argentino de 41 años que alargó algunas horas su estadía en
Montevideo para estar presente en el último adiós al autor de El libro de los abrazos.
“Conservo en la memoria aquello que dijo una vez, que uno vota para
elegir la salsa con la que será cocinado, no para salir de la olla”,
añadió este hombre, unos de los tantos anónimos que se acercaron al
velatorio.