Un libro de
recetas no es un diario íntimo, pero se le parece bastante. De puño y
letra, confeccionado a lo largo de décadas, con sus esquinas dobladas
por el uso, ubicado en un lugar siempre cercano y fácil de encontrar. El
recetario de Marguerite Yourcenar no escapa a esa descripción y es así
de elocuente e íntimo. Y lo que narra es, justamente, una serie de
cuestiones bastante desconocidas acerca de esta tan popular y
distinguida dama emblema de la literatura francesa. Su afición por la
cocina, su estilo culinario, la comensalidad que brindó en su sencilla
casa en Mount Desert Island, con recetas de los orígenes más disímiles,
que fueron delicadamente registradas en su recetario.
Esto es lo que explora La mano de Marguerite Yourcenar, volumen que
además de tener como corazón el recetario propiamente dicho, incluye dos
ensayos en torno a la relación entre la cocina y la literatura en esta
autora. Las encargada de llevar a cabo la tarea fueron Michèle Sarde y
Sonia Montecino; la primera, profesora, ensayista y biógrafa francesa,
especialista en estudios yourcenarianos, autora del estudio biográfico
M. Y. La pasión y sus máscaras, además de participar en la edición de
las cartas de la autora editadas por Gallimard. Montecino, por su parte,
es doctora en Antropología, titular de la cátedra de Estudios de género
de la Unesco, que ejerce actualmente en la Universidad de Chile.
Cada una abordó siguiendo su especialidad un asunto diferente:
Montecino analiza el recetario desde la óptica del género a lo largo de
la historia. Una escritura privada, típicamente realizada por mujeres y
transmitida de generación en generación. Sarde hace una biografía del
gusto, atendiendo a las prácticas y devociones culinarias de Marguerite
en su vida y sus viajes. Atiende también toda vez que en sus escritos se
roza la cuestión, poniendo en alguno de sus personajes –Adriano, Zenón–
una prédica sobre este tipo de intereses.
El estudio parte de la infancia de Marguerite Crayencour –su
verdadero nombre con el que luego construirá el anagrama Yourcenar–, de
su padre francés y su madre belga, de los primeros años viviendo en el
castillo Mont Noir en el norte de Francia, con su abuela paterna. El
recuerdo es cómo la pequeña Marguerite se escabullía para ir hacia la
gran cocina a sentarse en la mesa del personal doméstico. El aroma de
los guisos sencillos que se cuecen a fuego lento, los ruidos del lugar
donde se pica, machaca, fríe, cautivan a la niña. De estas primeras
épocas la autora construye el sino de su cocina: comidas simples y
naturales, originadas en el campo o el vergel.
Con la juventud llegan la bohemia y el vagabundeo, iniciado con su
padre y continuado en soledad. Recorre el mediterráneo: sur de Francia,
Italia, España y Grecia. Convertida en mujer, vive con libertad sus
deseos, su sensualidad, en el entorno de la mitología y las leyendas. A
esos aprendizajes les corresponde otro modo de alimentarse. Marguerite
descubre en territorio helénico, los pequeños cafés donde se deleita con
ensaladas, pescados y verduras asadas, bebiendo raki. Esta sensibilidad
voluptuosa y trágica, es retomada en su libro Fuegos, de amores
mitológicos. Otra familia de sabores simples, contundentes, adopta de
allí. Pasa tiempo en París y luego, con su fortuna notablemente
disminuida y la segunda guerra en ciernes, decide instalarse de forma
definitiva en Estados Unidos. Junto a Grace Frick, a quien conoció pocos
años antes y será su compañera toda la vida.
Si bien los sabores ocupan un lugar fundamental en la vida de
Yourcenar, es una vez instalada en su casa de Estados Unidos que bautizó
Petite Plaisance, que la autora va a dedicarse más plenamente a
cocinar. Realizaba ella misma todas las comidas. El tiempo de la
escritura se interrumpía a media mañana para ir a buscar hierbas de su
huerto y luego preparar el almuerzo. Lo mismo ocurría en la cena, y en
algunas oportunidades, también para un té que se servía en el jardín.
¿Cuáles eran esos saberes y esos sabores? La de Yourcenar es una
cocina vegetariana –comía carne sólo dos veces por semana– y una cocina
expatriada. Puntuada por alimentos que conoció en sus viajes o en sus
lecturas, inseparables de las culturas Orientales. El recetario de todos
modos no reúne lo más exótico, sino las recetas más comunes –y
probablemente las más repetidas–, el núcleo de la identidad de esta
escritora fuera de su patria. Junto con las cocinas belgas, francesas y
estadounidenses, figuran recetas neerlandesas, suecas, italianas,
australianas, rusas, chinas e indias. Muchos alimentos dulces, una
variadísima oferta de panes dulces y salados con distintos tipos de
especias y preparaciones, pasteles, roscas muffins, scones. Salsas,
suflés, bebidas a base de café, alcohol, especias.
Como afirman sus biógrafas culinarias, Yourcenar conservó el núcleo
de su identidad mediante su idioma –que nunca abandonó, pese a escribir
la mayor parte de su obra rodeada de otra lengua– y la cocina. De eso se
trata este libro.