Gabriel García Márquez no se equivocó cuando lo llamó un milagro. A sus
38 años el cataquero se sentó frente a su máquina de escribir y durante
18 meses ininterrumpidos redactó las 590 cuartillas a doble espacio
de Cien años de soledad. Sus cuatros libros entonces publicados no
habían vendido gran cosa y, aquejado por la pobreza, se había visto
obligado a empeñar, entre otras cosas, las joyas de poca monta que había
heredado su esposa. Sin sospechar el éxito que tendría su nueva obra,
envió el manuscrito a Francisco Porrúa, director literario de la
editorial Sudamericana en Argentina.
“El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos
mentales y dijo: ‘Son 82 pesos’. Mercedes contó los billetes y las
monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la
realidad: ‘Solo tenemos 53’. Abrimos el paquete, lo dividimos en dos
partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo
íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto”, contó el nobel de
literatura en un discurso que dio en Cartagena hacia 2007 para
conmemorar el millón de ejemplares de Cien años de soledad. Emocionado
por el tiraje, García Márquez afirmó en su arenga: “Este milagro es la
demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas
dispuestas a leer historias en lengua castellana”.
Hoy, sin embargo, el panorama de la lectura en Colombia pareciera
indicar lo contrario. No solo se trata de un país en el que, según
cifras de la más reciente Encuesta de Consumo Cultural, menos de la
mitad de la población mayor de 12 años (48,4 %) afirma haber leído un
libro en 2014, sino que, según la misma encuesta, en los últimos cuatro
años la lectura de libros decreció en un 7 %. Los colombianos leen en
promedio entre 1,9 y 2,2 libros anualmente. Y si bien se trata de un
índice quizás anquilosado porque se centra exclusivamente en el objeto
libro, y no toma en cuenta la lectura digital, no deja de sorprender
cuando se compara con otros países: en España se leen por habitante 10,3
libros al año, en Chile 5,3 y en Argentina 4,6.
Pero más allá del índice de lectura, si se traza la evolución del
mercado editorial en los últimos años, la decisión de García Márquez de
llamar un milagro al fenómeno de Cien años de soledad parece
cada vez más acertada. Según las Memorias y Estados Financieros 2014 de
la Cámara Colombiana del Libro, entre 2012 y 2013 el sector editorial
registró una reducción del 21,4 % en la producción nacional de libros
(aunque aumentó en número de títulos registrados), por primera vez en el
último lustro las importaciones superaron a las exportaciones, que
pasaron de 177 millones de dólares en 2008 a 64 millones en 2013, y en
ese mismo periodo más de 700 trabajadores de editoriales e importadoras
perdieron su puesto (el empelo generado por el sector pasó de 5.599 a
4.828).
Hay, sin embargo, un resquicio de luz. Pues, aunque parezca paradójico,
siguen en aumento las ventas de ejemplares en el país, aunque a un ritmo
bajo. Y lo que es más, tanto el Ministerio de Cultura como la
Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Distrito Capital, así
como iniciativas privadas al estilo de las editoriales independientes le
han apostado en los últimos años a la lectura como nunca antes.
Entonces, como se cuestiona en un reciente artículo Diana Cifuentes, la
coordinadora del Observatorio de Cultura y Economía, la pregunta en boca
de todos es: ¿por qué, a pesar de las campañas de lectura y demás
iniciativas, no se lee más en Colombia? La respuesta no se conoce. Pero
un repaso del mercado editorial permite, así sea en parte, entrever
algunas de sus grietas.
La producción
En el país, al igual que en la mayoría de América
Latina, cada vez se registran más títulos. “Esos registros son conocidos
como isbn y funcionan como la cédula del libro mostrando el origen de
su producción editorial”, dice Juliana Barrero, de la consultora en
economía de la cultura Lado B. Según cifras de la Cámara Colombiana del
Libro, en los últimos 12 años ha habido en promedio un crecimiento anual
de 4,8 % en el número de isbn en el país, con un total de 16.035
registros en 2014, incluidos libros digitales. Pero hay un problema: un
gran número de esos no son 100 % colombianos, y en ese sentido no
reflejan necesariamente un crecimiento en la industria local.
Barrero explica: “Hay muchas casas editoriales transnacionales, muchas
de origen español, que se nacionalizan y registran títulos en el país
porque imprimen sus libros acá. Pero entonces, ¿qué porcentaje del
mercado es de contenido colombiano?”. La cifra no se conoce. Sin
embargo, María Osorio, fundadora de la editorial Babel Libros, desmenuzó
esos mismos números en el mercado de literatura infantil y encontró que
apenas un 2 % de los isbn eran de editoriales colombianas. Para Enrique
González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, no vale la pena
hacer esa distinción pues “las editoriales extranjeras que se montan
acá se vuelven colombianas por ley y además editan a algunos de los
autores colombianos más reconocidos como Tomás González y Juan Gabriel
Vásquez”.
El mercado editorial colombiano nunca ha sido muy grande y, de hecho, es
bastante joven. “Solo hasta los años ochenta hubo un desarrollo de esa
industria con editoriales como Oveja Negra y Plaza y Janés. Antes de
eso había editoriales escolares y de derecho, pero no de literatura”,
explica Felipe Ossa, gerente y librero por más de medio siglo de la
Librería Nacional. En los años sesenta, por ejemplo, todos los libros se
importaban. Hoy el mercado está compuesto por el sector didáctico, el
de interés general, el universitario y el religioso. Si bien no es una
industria muy grande, se trata de un sector que se ha sabido mantener a
pesar de recibir golpes duros, como la clausura en 2011 de las líneas de
ficción, no ficción, autoayuda e interés general de Norma, editorial
que llegó a estar presente en 13 países. También hay que tener en cuenta
que la piratería se lleva una cuarta parte de las ganancias del sector.
A pesar de los retos que ha tenido que sortear la industria, no todas
las noticias son malas. En lo más recientes años, y a la sombra de los
grandes jugadores, se empezó a gestar un fenómeno que hoy ya se ha
posicionado en el mercado: las editoriales independientes, un nicho cada
vez más fuerte que según Pilar Gutiérrez, directora editorial de
Tragaluz Editores, “surgió de una necesidad de ver propuestas distintas,
voces más arriesgadas, y de una nueva valoración del libro objeto
frente a lo digital”. Para Federico Torres, editor de Destiempo Libros,
“el fenómeno de la edición independiente está relacionado con una
búsqueda de identidad, de la mano de un aspecto técnico: la facilidad de
diseñar un libro a través de herramientas digitales”.
Esa facilidad para crear libros, sin embargo, hace parte de un suceso
que intuitivamente pareciera positivo pero que para algunos carga una
connotación negativa: la sobreproducción. Según el Centro Regional para
el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), en la
región se registran 53 títulos diarios o 2,2 cada hora. “A la
sobreproducción ni siquiera la podemos llamar sobreoferta porque para
llamarla así hay que tenerla exhibida en alguna parte y no hay librería
capaz de hacerlo”, opina Bernardo Jaramillo, subdirector del Cerlalc. En
eso concuerda Ossa, quien afirma que el exceso de obras abruma a los
lectores y que es el resultado “de un mercantilismo y un afán por parte
de las editoriales que sacan cualquier libro esperando que tenga éxito”.
Gabriel Iriarte, director editorial de Penguin Random House en Colombia,
lo ve como la respuesta natural a lo que pide el mercado: “El mercado
mundial del libro se ha vuelto de novedades. Nosotros producimos 350 al
año entre las locales y las que importamos. Si nos llegan cinco buenos
libros de periodistas los publicamos todos. No los puedo dejar
parqueados porque el autor se va a otra editorial y los publica allá. El
público demanda novedad”. Todos los expertos consultados
por Arcadia concuerdan que la producción masiva de títulos es un hecho
del mercado que no se puede regular y que, en últimas, es un síntoma de
que por lo menos el mercado está vivo.
En cunto a si hay o no una crisis en el sector, muchos se concentran en
el crecimiento en ventas para argumentar que no existe. Pero algunos,
como María Osorio, sí lo ven en apuros: “Hay sobre todo un desorden
enorme en la manera en cómo se distribuyen los libros, como llegan al
público. Hay cientos de distribuidores, que deben disputar el espacio en
poquísimas librerías y que por lo tanto deben estar siempre a la caza
de negocios directos. En la lucha por sobrevivir en un mercado con pocos
lectores, con mínimos sitios de exhibición de los libros, sin ninguna
divulgación sobre lo que circula y lo que se produce, y por supuesto sin
ninguna crítica, esta cadena no tiene idea del valor de cada una de sus
partes y se autodestruye”.
Los puntos de venta
En un estudio encargado por la mesa de competitividad del libro del
Ministerio de Cultura a la consultora Lado B, y que aún no se ha
publicado, Arcadia pudo conocer una cifra preocupante: entre librerías
pequeñas, papelerías y grandes superficies, como el Éxito y la
Panamericana, en Colombia solo hay 604 puntos de venta de libros. Lo que
es más, la situación ha empeorado. Según el Cerlalc, en el último
lustro esos puntos disminuyeron en un 5 %. En otras palabras, en el
territorio nacional hay apenas un punto de venta por cada 80.000
personas, muy lejos de los niveles de cobertura óptimos (entre 10.000 y
20.000 habitantes por punto). En ciudades como Quibdó, Maicao y
Buenaventura no hay librerías y solo cuentan con una papelería.
“El canal natural para la venta de libros son las librerías y las
grandes superficies pero como no hay en varias ciudades, las editoriales
no podemos llegar allá. Y como no podemos llegar, no podemos vender”,
dice Iriarte. En el estudio de Lado B, nueve departamentos, la mayoría
concentrados en los Llanos Orientales, no reportan la existencia de
puntos de venta. Para David Roa, de la librería La Madriguera del
Conejo, y vocero de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes
(acli), esa falta de puntos de venta explica en parte la falta de
lectura en Colombia. “El hecho de que el 50 % del país no lea es normal
porque en más de la mitad no hay oferta editorial”.
Esos índices tan pobres corresponden a la realidad de una industria que
no despega. Nada que perder 2, un libro de autoayuda, fue con apenas
15.997 ejemplares el libro más vendido en 2014 por la Librería Nacional,
negocio que representa una parte importante del mercado de libros de
interés general. Las recetas de Sascha Fitness, una guía para llevar una
vida saludable, se llevó el segundo lugar con 9.222. Comparado con
otros países, esos números preocupan. En España, por ejemplo, la novela El tiempo entre costuras alcanzó
a vender más de 500.000 copias. Eso no quiere decir, sin embargo, que
en Colombia no haya habido tirajes en los cientos de miles, como algunas
de las primeras crónicas de Germán Castro Caycedo, las novelas de
García Márquez y El olvido que seremos, de Héctor Abad
Faciolince. Pero son excepciones. Algunos distribuidores a veces
importan apenas 50 copias de un título, y en muchos casos no los venden
todos.
Para algunos libreros, tanto pequeños como grandes, sus bajas ventas
tienen que ver con los descuentos que dan las editoriales. “Las
editoriales hacen competencia desleal porque les ofrecen a las entidades
públicas el mismo descuento que a las librerías y entonces no podemos
competir –argumenta Ossa, quien cree que internet también es
responsable, sobre todo en cuanto a los libros didácticos–: “Hoy los
estudiantes descargan la mayoría de sus textos. Antes en un mes
vendíamos 1.500 ejemplares de uno de física y ahora vendemos diez”.
Entre 2012 y 2013, el sector didáctico registró según la Cámara
Colombiana del Libro una disminución de 32,6 % en la producción
nacional.
Roa, como muchos otros libreros, cree que el Estado debería comprar sus
libros a través de las librerías. “Hay países en donde cada vez que una
entidad pública va a hacer una dotación a una biblioteca, esa compra se
realiza en una librería de la zona”. Para Roa se trata de un incentivo
importante pues posiblemente generaría más puntos de venta, sobre todo
en las regiones apartadas. “Así, las librerías podrían garantizar su
existencia, habría oferta para la población local y se podría hacer
mayor gestión cultural”. En la Nueva agenda por el libro y la lectura,
publicada por el Cerlalc en 2013, se recomienda en materia de compras
públicas “velar por la inclusión directa o indirecta de las librerías en
las compras estatales” Iriarte no considera que sea tan fácil. “Sería,
en últimas, agregar un intermediario más a la cadena de distribución. El
libro saldría más caro y las ventas al Estado tienen que ser muy
baratas”.
El gobierno siempre ha sido el gran comprador de libros en Colombia. De
los 618.000 millones de pesos que generó en ventas el mercado del libro
en 2013, las compras públicas representaron una quinta parte. Guiomar
Acevedo, directora de artes del Ministerio de Cultura, recuerda que la
compra de libros sin las librerías de por medio empezó hace unos diez
años. En su opinión, el ministerio no puede reglamentar ese mercado,
aunque si considera que “se deben de buscar formulas para que las
librerías se fortalezcan pues son el canal natural del libro”. Y esa
búsqueda se está empezando a hacer desde la mesa de competitividad del
Ministerio de Cultura, donde tienen representación todos los eslabones
de la cadena del libro en Colombia.
Pero, más allá de la importancia de las librerías, está la lectura.
“¿Para qué se hacen libros? Pues para que le lleguen a un lector. El
libro tiene una finalidad y es ser leído. Un libro que no se lee no
sirve de nada”, afirma el promotor de políticas culturales Gonzalo
Castellanos, quien cree que “ya se han hecho varios incentivos para la
oferta”. Entre ellos cabe destacar la Ley del Libro de 1993, que le
quitó el iva al libro y el impuesto de renta a las editoriales. “Ahora
en lo que hay que trabajar –dice Castellanos– es en un modelo de
beneficios al acceso al libro”. Y es ahí donde entra el juego el papel
del Estado.
Las bibliotecas y el acceso al libro
En el último cuatrienio (2010-2014), una de las grandes apuestas del
Ministerio de Cultura fue la construcción de bibliotecas públicas. En
ese periodo, se inauguraron un total de 104, más que en cualquier otro
gobierno, para llegar a un total de 1.404. Gracias a ese esfuerzo, y al
del gobierno de Álvaro Uribe, la Red Nacional de Bibliotecas Públicas
(rnbp) pasó de estar presente en 73 % de los municipios del país en 2002
al 96 % en 2013. El ministerio también construyó 20 centros culturales y
7 casas de cultura, entre otra infraestructura. Y si bien se trata de
una apuesta importante, el número de bibliotecas aun puede mejorar.
Según El libro en cifras, publicado hace seis meses por el Cerlalc, hoy
en Colombia hay 2,8 bibliotecas por cada 100.000 habitantes, un
indicador mucho más cercano al de Panamá y Honduras que al de México y
España.
Además de la construcción de bibliotecas, el Ministerio de Cultura
produjo y adquirió un total de 10.224.556 libros que repartió entre
Hogares icbf, la Asociación Nacional Contra la Pobreza Extrema (anspe),
varios programas de fomento a la lectura y la rnbp. De esos libros, en
su gran mayoría apuntados a la primera infancia, casi dos millones
fueron destinados a las bibliotecas públicas. Su adquisición fue un paso
grande para cumplir una de las metas del ministerio: acercarse al
índice sugerido por la Unesco de dos libros en bibliotecas públicas por
persona. Una meta que, de todas formas, todavía se siente lejana. Pues
de acuerdo al más reciente diagnóstico de la rnbp, en su red hay
5.740.600 libros.
“En Colombia tenemos más o menos ocho habitantes por libro y todavía
tenemos un camino muy largo que recorrer en cuanto a la dotación de
bibliotecas. Por eso donde el ministerio hizo un esfuerzo gigantesco fue
en la dotación de libros para niños menores de ocho años, pensando en
que cuando uno aprende a leer por placer, en familia, hace que se llegue
más preparado al sistema escolar para enfrentar los retos de la
lectura”, asegura Acevedo. Para los próximos tres años y medio, la meta
del ministerio es continuar con la dotación y darle más relevancia a la
actualización de títulos. Algunos de sus retos son reducir la alta
rotación de bibliotecarios, terminar de implementar el servicio de
internet (hoy solo hay en 60,5 % de las bibliotecas) y subir los niveles
de compromiso de las autoridades municipales.
El ministerio también ha desarrollado varias iniciativas para fomentar
la lectura. Cabe destacar, por ejemplo, la fundación Secretos para
Contar, a través de la que dotó con tres libros a 75 % de las familias
del Chocó que tienen niños en el sistema público escolar; o las ferias
regionales, un esfuerzo mancomunado con las librerías independientes que
ya se ha realizado en más de seis ciudades. La Secretaría de Cultura
del Distrito Capital, por su parte, ha impulsado varios programas como
la Lectura bajo los Árboles, los Picnic Literarios y, más recientemente,
los Espacios Concertados, un estímulo que busca financiar con una bolsa
de 500 millones de pesos la programación artística de espacios
culturales y librerías. También cuenta con el Libro al Viento, su
proyecto de libre circulación de libros que ya cumplió diez años y que
es responsable por más de cuatro millones de ejemplares.
*
En Colombia, y a pesar de las iniciativas tanto públicas como privadas,
aún se lee poco. Ahí radica el principal problema del mercado
editorial. Se trata, de todas formas, de una industria que se ha sabido
mantener de pie a pesar de la indiferencia de gran parte del público.
Ante todo, no se ha dejado amedrentar por un panorama no muy alentador.
El libro digital, su próximo reto, quizá sea el mayor. Por ahora, se
trata de un fenómeno que en el país ha crecido despacio, al ritmo del
libro impreso. De todas formas, llegará el día en que ingrese Amazon al
mercado, con sus servicios de autoedición, distribución y plataforma de
lectura (Kindle).
Cuando le pregunto a María Osorio sobre cómo cambiará el mundo digital
el panorama del libro, su respuesta parece resumir el sentir de la
industria. Desafiante –y pragmática–, responde: “Creo que es un lugar
común, se ve en las ferias internacionales, todavía la influencia del
libro digital en nuestra región es mínima y no se ve su crecimiento.
Otra cosa sucede en el mundo anglosajón, pero en ese mundo se ve cómo
conviven ambas tecnologías. Por ahora no es una preocupación para mí,
supongo que tenemos que tener buenos editores, distribuidores, libreros y
lectores, luego que venga el cambio, cualquiera que este sea, así
estaremos preparados”.
***
¿Por qué leer ficción?
El 30 de enero de 2006, durante la lección inaugural de su cátedra
en el Collège de France, el historiador de la literatura Antoine
Compagnon leyó “¿Para qué sirve la literatura?”, un discurso en el que
definió, de manera simple, la importancia de la lectura. ¿Por qué,
entonces, necesitamos leer? A continuación algunos extractos.
La primera es la definición clásica que permite a Aristóteles,
oponiéndose a Platón, rehabilitar la poesía a título de vida buena.
Gracias a la mimesis –traducida hoy en día por representación o por
ficción más que por imitación– el hombre aprende… Más adelante en
la Poética (de Aristóteles), la catarsis misma, purificación o
depuración de las pasiones mediante la representación, tiene como
resultado una mejoría de la vida tanto privada como pública.
Una segunda definición del poder de la literatura,
aparecida con la Ilustración y profundizada por el Romanticismo, hace de
ella, no ya un medio para instruir divirtiendo, sino un remedio. Libera
al individuo de su sometimiento a las autoridades, pensaban los
filósofos; y en particular es un remedio contra el oscurantismo
religioso. La literatura, instrumento de justicia y de tolerancia, y la
lectura, experiencia de la autonomía, contribuyen a la libertad y a la
responsabilidad del individuo.
Según una tercera versión del poder de la literatura,
esta suple los defectos del lenguaje. La literatura habla a todo el
mundo, recurre al lenguaje corriente, pero hace de este un lenguaje
propio –poético o literario–. A partir de Mallarmé y de Bergson, la
poesía se concibe como un remedio, no ya contra los males de la
sociedad, sino, más concretamente, contra la inadecuación del lenguaje.
“Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”, según La tumba de
Edgar Poe, será la ambición de la poesía.